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Mi adolescencia: Capítulo 40

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Al día siguiente me llamó como si no pasara nada para quedar. Yo por supuesto quería quedar, pero era otra cosa la que me preocupaba, por lo que después de quedar y de hacer el amor de forma pasional (aunque no tan pasional como otras veces porque yo tenía la cabeza en otro lado) aproveché, cuando él se fue a duchar, para husmear dentro de su ordenador. A ver si encontraba fotos o vídeos de Pilar haciendo alguna de las cosas que Iñigo y yo habíamos hecho juntos. Sé que eso era rastrero, asqueroso y humillante, sé que no debía hacerlo, pero cierta pasión obsesiva me llevó a rebuscar por todos lados. Aunque de poco me sirvió, pues Iñigo tenía bastantes carpetas protegidas con contraseña y me fue imposible entrar en su contenido. Por lo que ya solo me quedaba una solución, una solución radical y tajante. Por lo que esperé a que saliera de la ducha para decírselo, porque no me iría de allí hasta que esto quedase zanjado del todo.

Iñigo salió de la ducha, aún tenía puesta la toalla alrededor de la cintura, pero no quise esperar a que se vistiera para decírsela. Me puse muy seria y le comenté: “Iñigo, no quiero seguir llevando esta relación en secreto, quiero que todo el mundo sepa lo nuestro y que sea oficial que estamos saliendo. Estoy harta de tanto secretismo y que nadie lo sepa. Quiero que todo el mundo sepa que soy tu novia”. Al oírme decir esas palabras de “soy tu novia” hasta a mí me sonaron raras y extrañas. De hecho, lo nuestro no sé qué era exactamente, pero de una cosa estaba segura: no éramos los típicos novios normales y nuestra relación morbosa/sexual distaba mucho de ser normal, pero aun así no me arrepentí de habérselo dicho. Me quedé como una tonta mirándole expectante esperando una respuesta, la cual se me hizo eterna. Si llego a saber que la respuesta de Iñigo iba a ser tan sencilla y concisa jamás me hubiese puesto tan nerviosa y no le hubiese dado tanta importancia. Pues me dijo con total normalidad: “Claro, si es una tontería ya mantenerlo en secreto, es muy buena idea”. Eso me relajó por completo y escucharlo aplacó las absurdas obsesiones y celos que había ocasionado sus tonteos con Pilar los días anteriores. Por lo que ese día de principios de marzo empezamos a salir oficialmente Iñigo y yo. Y esta relación me iba a deparar alguna que otra sorpresa por la fértil e inagotable imaginación fantasiosa de él.

Y la primera de estas fantasías no se hizo esperar. Fue el siguiente sábado al hacer pública nuestra relación. Lo cierto es que fue sorprendente ya que no asombró a nadie de la pandilla, como si todo el mundo se lo esperase, lo que me pareció raro, solo Edu puso mala cara y de frustración, y eso me hizo sentirme un poco mal, pues Edu -a pesar de todo- me caía bien y siempre sentiría algo especial por él. La cuestión es que por fin Iñigo y yo éramos oficialmente novios, y por tanto ya no habría más malentendidos y tonteos con Pilar. Aunque no dejaba de resultar curioso que Pilar se lo tomó con mucha indiferencia, como si ya lo supiese o sospechase, no vi que se molestara mucho y no le afectó para nada. Eso me mosqueó un poco, ¿por qué no le ponía un poco celosa si solo unos días antes había estado tonteando abiertamente con Iñigo? En fin, me obligué a no pensar en ello y a disfrutar mi relación con Iñigo. Una relación que se iba a caracterizar, tal y como ya imaginaba, en muchas fantasías morbosas que tenía almacenadas en su imaginación. Y la primera de ellas me la comentó ese mismo sábado.

Ese sábado por la mañana, Iñigo, en un arranque de aparente espontaneidad me regaló sin motivo aparente un conjunto muy bonito que constaba de una chaqueta negra, una camiseta azul oscuro y una minifalda negra, todo muy conjuntado y a la vez muy elegante por lo que me gustó mucho. Como no podía ser menos lo estrené esa misma noche y me encontraba francamente guapa, con clase y elegante con él. Durante toda la noche todo fue aparentemente normal, pero de repente, en uno de los bares que solemos frecuentar Iñigo se me acercó al oído y me susurró: “¿qué llevas puesto? ¿braguitas o tanga?”. Me descolocó por completo esa pregunta. No me lo esperaba. Incluso hasta me molestó un poco. Por lo que tarde varios segundos en contestarle de lo perpleja que me dejó. Al final titubee: “pues… tanga, ¿por qué?”. A él no pareció importarle mi cara de asombro y perplejidad, ni que me hubiese puesto nerviosa al responderle. Solo sonrió y me dijo, o más bien me ordenó: “bien, vete al cuarto de baño, quítate el tanga y luego me lo traes, que quiero tenerlo toda la noche en el bolsillo”. Me sentí totalmente flipada y descolocada. Para más inri, me dio un beso en los labios y se fue a hablar con el grupo de amigos. Yo me quedé sin saber qué hacer. Muy nerviosa y un poco consternada. Una cosa era las fantasías que hacíamos en privado, y otra muy distinta empezar con estas cosas en público. Eso me ponía muy nerviosa, me hacía sentir insegura y por un momento me sentí como una niña pequeña muy avergonzada. Además, él pasó de mí pues en esos momentos de inseguridad ni siquiera me miró, se limitó solo a charlar divertidamente con sus amigos.

Por lo que algo titubeante, desconcertada e incluso asustada me metí en el servicio de chicas y entré en una de las dependencias. Me miré al espejo y me dije a mí misma: “vamos, si es una chorrada, no le des tantas vueltas, si es una tontería. No pasa nada. Es solo un poco de morbo para la fantasía, solo eso”. Pero por mucho que me lo decía a mí misma no pude sentirme muy inquieta e insegura. Como si acabara de robar en una tienda y me estuviesen grabando las cámaras de seguridad. No sé por qué me sentía así de intranquila y con esos miedos, pero es que en esos momentos sí que no me sentía que tuviera 18 años, sino muchos menos, y el hacer algo tan sencillo me estaba resultando sumamente complejo y duro.

Finalmente, hice acopio de valor, y decidí no pensar más en ello, por lo que me quité los pantys que llevaba bajo la minifalda y me quité el tanga que llevaba. A una velocidad asombrosa me volví a poner los pantys y salí frenéticamente del cuarto de baño con el tanga escondido en mi puño cerrado. Por fin estaba hecho, solo quería dárselo de una vez a Iñigo y acabar cuanto antes con esto. Era como si me quemara la mano el tenerlo ahí escondido, lo estaba pasando francamente mal y quería que lo tuviese Iñigo de una vez. Por lo que accedí a él, le miré a los ojos, no dije nada, y al cogerle la mano se lo pasé, como si estuviese pasando droga o algo así, estaba muerta de miedo. Él, en cambio, estaba muy tranquilo, y de forma natural se lo metió en el bolsillo de su pantalón y me sonrió. Acto seguido volvió a la charla con sus amigos. Estaba seguro que nadie nos vio, pero aun así me sentí muy agobiada. Por lo que me obligué a volver al grupo de mis amigas y a charlar sobre cualquier tema que me quitase esos nervios de encima.

Si pensaba que el juego morboso de estar sin tanga esa noche ya se había acabado estaba muy equivocada, pues Iñigo me tenía preparada una sorpresa impresionante que casi hace que de una taquicardia. Porque en un momento dado me cogió de la mano y me dijo: “venga, que vamos a saludar un rato a Santi”. Santi era el amigo de Iñigo que ponía los CDs de música en el bar. Eran muy amigos desde siempre y más de una vez Iñigo se metía en el cuartito con él a poner él mismo música. Entramos en el cuartito, lo cual era un agobio, primero porque Santi fumaba y no había ni una sola ventana en ese cuartito, y segundo porque era pequeñísimo, apenas podíamos caber los tres allí, era poco más de un metro cuadrado, es decir, una estrechez brutal. Pero vamos, a estos dos ni el humo ni el poco espacio les agobiaba porque enseguida se pusieron a charlar de sus cosas. Yo me sentí un poco fuera de lugar e incómoda, no entendía porque motivo tenía que estar yo allí aburriéndome y agobiándome en ese cuchitril que parecía un zulo de lo pequeñísimo que era. Muy pronto descubrí cuáles eran las intenciones de Iñigo, pues le comentó a Santi: “¿Me dejas que ponga un par de canciones?”. No había nada de raro en ello, lo había hecho muchas veces antes, por lo que Santi accedió y dijo: “Vale, así aprovecho para desintoxicarme un poco y tomarme algo”. Y Salió del minúsculo cuartito en el que apenas cabíamos los tres.

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