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Adolescencia

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Estaba recostada en mi silla en aquel pequeño despacho, con los ojos cerrados. Y con mis ágiles manos recorría lentamente todo mi cuerpo, apretando y arrugando la fina camiseta violeta, que poco a poco iba dejando al descubierto mis pechos. Pequeños pero bien formados, con sus aureolas redondas coronadas por aquellos dos picos turgentes que apuntaban al cielo, desafiando a mis dedos.Entre mis labios un hilo incesante de respiración entrecortada se mezclaba con leves gemidos. Para apagarlos me mordía con los dientes el labio inferior, en una mueca de claro placer.La luz que entraba por la ventana, bañaba caprichosamente mi piel blanquecina, virgen, de adolescente que despierta atrevida a la práctica  de la autosatisfacción.Las contorsiones de mi cuerpo agitado, se reflejaban en la pared. Y cuando las miraba entretenidas en aquel baile, me di cuenta de que la puerta estaba entreabierta.

No podía ver su cara, pero me imaginé quién la había posicionado así. Era más que evidente como me miraba, como me comía en su mente. Y daba por hecho que allí estaría. Agazapado, expectante, jugando a mirar deseándome.

Le sabía víctima de una necesidad imperiosa de manosearme, tocarme, poseerme. Pero nunca quise ser de él. Ya era de otra, y muy cercana a mí. Me daba asco pensar en sus manos sobre mi cuerpo.

Pero ahora, me excitaba pensar que ahí estaba.

Sabía que no entraría. Era demasiado mayor y cobarde.

Desabroché mis tejanos, y levantando mi culo de la silla, los bajé hasta casi mis rodillas. Me acaricié por encima de mi tanga, y empecé a meter mis dedos por un lado. Ahí estaba mi sexo, ardiente y mojado.

Mi otra mano seguía jugando de forma lasciva con mis pezones. Dibujando círculos con un dedo empapado de mi propia saliva, para luego terminar estirando de uno de ellos con el anular y el índice hasta casi arrancarme un alarido. Mezcla de dolor y de placer desmesurado.

Volví a apoyar mi espalda sobre el respaldo, y alzando mis nalgas bajé la fina tela del tanga que se enrolló justo donde se inician mis muslos.

Mis jugos, que empapaban aquel rincón tan íntimo, parecían brillar como finos ríos de plata con el resplandor que entraba por la ventana. Mis dedos se hundían en aquel mar de pasión, agitado por las olas que el movimiento activo le imprimía a todo mi sexo. Estaba inquieta, como desesperada, buscando mi tesoro escondido.

Sabía muy bien dónde se encontraba, Llevaba muchos años buscándolo para satisfacer mis deseos. Pero me gustaba entretenerme.

Giré la silla hacia la ventana. Un poco más,  casi de frente hacia la puerta, y aceleré el ritmo, mientras que mis gemidos se constituían en la única música que me acompañaba, y mi corazón latía con fuerza.

Casi podía verlo, allí, detrás, en la oscuridad. Maldito seas, me verás pero nunca seré tuya. Ni tocarme siquiera.

Me sentía ya condenada a llegar. Me retorcía. Desesperada me agité invadida por las convulsiones y los espasmos producidos por el naufragio de mis dedos en las más extremas profundidades de mi ser.

Con los dedos todavía dentro, sentí como iba pasando de la tempestad a la calma. Como el mar bravío dejaba sus olas para sumergirse en una tranquila calma.

Una sonrisa se dibujó en mis labios, mientras exhalé un suspiro profundo.

Cuando recompuse mi vestimenta pude oír un leve crujido detrás de la puerta, y unos pasos que se alejaban….

Mejor así, márchate, no te atrevas a decirme nada, Ni a entrar siquiera.

Prefiero darme placer yo sola, a que me toques tú. Antes muerta.

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