Nuevos relatos publicados: 13

Por el móvil

  • 5
  • 24.147
  • 9,44 (36 Val.)
  • 13

Sucedió durante una velada de esas que llamo yo de peligro.

Sí, de peligro porque cuando hay partido de esos que los hombres llamáis interesantes… todo se pospone para después. Y, cuando el equipo de quien está contigo pierde… pues a veces ni sucede.

El caso es que en casa tenía a mi pareja con dos amigos viendo el partido. Y como a mí no me gusta el fútbol, ni hacer de criada de nadie, como se dice en el lenguaje de escritora: “me retiré a mis aposentos”.

Me sentía defraudada, y estuve a punto de marchar a la calle, a cualquier lugar, a tomar algo y a buscar lo que fuera. Pero me desdije. Preferí quedarme en la habitación y darle un repaso a mi armario.

Había tocado hacía poco el cambio de ropa de invierno a verano, y tenía pendiente repasar y seleccionar todo lo que me quedaba bien y lo que no.

No cambia mucho mi silueta, llevo años con buena figura y con aspecto más joven de la edad que tengo, pero debo seleccionar bien.

El caso es que empecé a probarme vestidos de esos de aire ligero. Uno con tirantes finos, que dejan al descubierto los hombros. Otro de vuelo coqueto con caída abierta por encima de las rodillas. Uno más ceñido que se arrapa al cuerpo con frenesí.

Me miraba al espejo, haciendo posturas sensuales. Sonreía. Y poco a poco empecé a calentarme.

Así que, enfundada en ese vestido ceñido y dibujador de mi silueta, que me llega a medio muslo (cuando no se sube por el movimiento), me tumbé en la cama y cogí el móvil. Vencida por la tentación le escribí un whatsapp a Miguel:

—¿qué haces? No me digas que estás viendo el fútbol…

Tardó apenas cinco segundos en responder.

—Holaaa. Noo, estoy en el curro.

Vaya, yo que quería que me invitaras… a todo —iba al grano, estaba ardiendo. Mi mente deseaba sus labios, sus manos, su sexo. Solo dos encuentros, pero mucha, mucha pasión y complicidad habían hecho más mella en mí de lo habitual. Y esa noche especialmente… lo deseaba.

—Jullietta, ahora mismo me es imposible, y mira que me apeteces. Pero vamos a hacer alguna cosa. Verás, ¿has hecho en alguna ocasión sexo virtual?

—Uyyy, no, deja deja, esas cosas no son de mi agrado. Yo prefiero tenerte delante, y que tú me tengas a mí.

—Y yo, pero ahora vas a hacer lo que yo te mande, porque lo quiero y te lo ordeno. Y sin rechistar.

Miguel había cambiado el tono de voz. Y lo curioso es que me estaba poniendo…

—Mmmmm, muy duro te estás poniendo tú —le respondí mientras me recostaba un poco más y paseaba mi mano abierta por mi muslo derecho, subiendo coquetamente el vestido aún más arriba

—Acaríciate como te gustaría que yo te lo hiciese, recorre tus piernas y ves subiendo…

¡Lo estaba haciendo! ¡Que morbo!

—Vamos, pasea tus dedos por tus ingles. Dibuja con la yema de un dedo el borde de tu tanga.

Me gustaba hacerlo, le seguía a pies juntillas.

—Coloca el manos libres y escucha bien: quiero que con la otra mano acaricies tus pechos por encima del vestido.

Bajé el volumen un poco y coloqué el móvil junto a mi oreja.  Hice lo que me pedía. Su voz me alentaba. Su recuerdo y el calor de su aliento estaba ahí, golpeando mi cara.

—Venga, Jullietta, hurga por debajo de tu sujetador.

—No llevo —le respondí sumisa, rápida, obediente.

—Mmmmm, niña mala. ¿qué llevas puesto?

—Un vestido de punto bien ceñido y una tanguita de hilo blanca. Nada más.

—Niña perversa. Putita mía, amasa esos pechos y busca con la yema de dos dedos un pezón. Apriétalo. Estíralo. Vamos, más fuerte.

Yo misma me estaba haciendo daño. Y mi tanga empezaba a estar empapado.

Solté un gemido, mezcla de dolor y de placer.

—Así me gusta nena, así. Me excitas. Tengo el miembro duro y me lo estoy pelando.

Solo de imaginarlo, se me escapó otro gemido.

Mete ya los dedos dentro de tu sexo, empápalos y paséalos por encima de tus labios exteriores.

—Ohhh, Miguel, fóllame.

—Busca tu clítoris, vamos, putita mía, tócatelo y dime qué sientes.

—Miguel me gusta, me encanta. Sé dónde tocarme y me estoy calentando mucho.

—Sigue, no pares. Te estoy viendo y quiero oír cómo te corres. Como dices mi nombre entre las convulsiones de tus espasmos.

—Diossss, Miguel, no puedo más.

—¡Sigue, sigue!!! Eres mía y haces lo que te mando. Voy a llenarte niña. Voy a marcarte con mi semen para que huelas a mí. Y todos sepan que me perteneces.

—Sí, sí, hazlo. Soy tuya, quiero sentir tu leche caliente. Márcame como una res. Soy tuya, Miguel, lléname. Me corro cariño, me corrooooo.

—Yo también. Toma, toma, toma. ¡Toda, toda!!!!

—Ahhh dámela, la quiero, la quiero.

Sonrisas entre gemidos y balbuceos de ambos siguieron a ese corto, pero intenso momento.

Colgué el teléfono no sin antes darle las gracias por esa vivencia, y concretar que teníamos que vernos pronto, para hacerlo realidad: masturbarnos uno enfrente del otro y lamer después cada uno a su cómplice.

Era lo que me faltaba. Por eso estuve un buen rato estirada en la cama, apretando los muslos con mi dedo aún dentro de mí.

No pasaron muchos días hasta que nos citamos.

(9,44)