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Mariana, Mariana

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Hablo de otra, pero podría hablar de usted. O de ti. Hay una mujer que toca a la puerta de mi casa, son las nueve o las diez de la noche. Ninguna cábala en los números. Yo repito su nombre dos veces, Mariana, Mariana, y te invito a pasar. El pretexto es la soledad, el aburrimiento.

Probablemente. Traes una falda beige, corta y un suéter negro, me llama la atención el contraste, como si dos climas existieran dentro de tu cuerpo al mismo tiempo. Hablas de tu vida, bebes todo mi vino tinto. Al poco tiempo estás borracha. Y entonces lo veo. La nada que viene de un lugar desconocido, tal vez el alma, y se instala en la casa, en la sala, al lado de tus muslos, luego da una vuelta por el universo (la nada viaja más rápido que la luz, Mariana) y regresa para convertirse en desamparo en tu mirada.

Luego mueves los brazos, parece un movimiento involuntario, observo tus manos, esas manos que son capaces de convertir la tristeza en arte. Bebo tu nombre despacio, para complacerme, me detengo en las vocales un poco, guardo las letras debajo de mi lengua como si se tratara de una droga poderosa. Probablemente haga calor.

La luz de las ventanas atraviesa y da de lleno en los omóplatos que apenas imagino. Pones música, los Stooges. Traigo una botella de mezcal, bebo un trago. Prendo un cigarro. Bailas salvajemente, levantando los brazos y moviendo los labios. Entonces percibo por primera vez que debajo del suéter no traes nada, veo los pezones marcados por los movimientos repentinos. Observo tus piernas largas, casi infinitas.

Tu presencia en la habitación tiene un erotismo implícito, un centro de gravedad de sensualidad y muerte, la atracción fatal de los cuchillos y de las carreras de autos, la muerte prematura por exceso de cocaína. Veo tu cuerpo y de repente eres una isla de luz, de luz triste como las farolas que apenas tintinean a las tres de la mañana.

Perdona mis blasfemias (Mariana) pero si no fueras triste, si no tuvieras esa hermosa tristeza del otoño, no me excitarías tanto. Me parece increíble (debe haber alguno) que no haya hombres que, al contemplar tu tristeza, tu desamparo, se arrojen a tus brazos como a un destino marcado desde hace siglos por el oráculo.

Me gustan tus ojos pequeñitos y tu sonrisa amplia, la manera descarada en que fumas haciendo temblar apenas tu labio inferior. Tu mirada y tus cejas. La tristeza, habrá que decirlo, te hace peligrosa (Mariana), no considero que tu desamparo, que tu tristeza, sea inofensiva, tienes el poder, los medios, los besos, la suerte. Una mujer capaz de dejarse follar por dos, tres o cuatro hombres con tal de combatir el aburrimiento, pienso en tribus y en filosofías, sólo puedo pensar en lo que hay debajo del suéter negro, me acerco y lo quito. Desnuda, de la cintura para arriba y sin ninguna preocupación sales al balcón a fumar. Ves las nubes. Observo tu espalda y tus nalgas.

Sé que alguien más puede verte, ese entrecruzamiento de miradas, ese exhibicionismo me desconcierta y excita, creo que estás más borracha de lo que creí. Bailas y fumas, suenan los Stooges, el primer disco de 1969. Me acerco por tu espalda, beso tu cabello y meto mi mano debajo de tu falda. Espera, dices. Volteas y me das un beso tierno. Vamos al cuarto. Te metes al baño y yo espero acostado en la cama. Sales completamente desnuda del baño y poniendo una mano en la estructura de la puerta me dices Quiero que me cojas toda la noche y toda la mañana.

Observo tu pubis hermoso, tu vientre, tus pechos, tu cadera. Bajas mi pantalón y sin más mediación metes mi verga en tu boca, la mamas desesperada, traviesa, golosa, coqueta. Mamando y lamiendo de vez en vez los huevos y mirándome a los ojos. Una sonrisa como de diabla recién nacida se esboza en tu boca. Prendo la televisión: pongo una película pornográfica. En la película dos chicas, una rubia y una chica de cabello negro (probablemente rubia natural) viajan en el tiempo para tener experiencias sexuales.

No sigo la trama, pero al parecer son dos científicas. En ocasiones las dos chicas follan con un solo hombre (un cavernícola, por ejemplo) y en otras ocasiones cada una folla con un hombre diferente (dos soldados nazis, por ejemplo.) Te acuestas dándome la espalda a ver la película, entonces aprovecho para besar tu espalda y masturbarte. Siento tu cuerpo o el cuerpo de otra un cuerpo contonearse, desbaratarse o derretirse.

Mis dedos avanzan, conquistan. En la película un hombre calvo que pretende ser futurista le mete la verga en la boca a la chica de cabello negro, la mete tan brutalmente que la chica de cabello negro llora. Otro tipo que pretende ser futurista pero que en realidad parece alíen, penetra en cuatro a la chica del cabello rubio. La chica del cabello rubio arquea su espalda y lanza su culito como un reto. Yo te sigo masturbando, cierro los ojos, es como si estuviera tocando un piano y como si con mi melodía los planetas bailaran y chocaran y estallaran.

(9,50)