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XXX II

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En cada semáforo voy viendo tus piernas de reojo, tengo una especie de ansiedad adolescente. Me siento joven y poderoso a tu lado, será porque eres un poco mayor que yo, será porque tu belleza a mi lado me hace sentir orgulloso. Descubres mi erección debajo del pantalón, la acaricias, tus uñas son largas y pintadas de negro, me observas con tu mirada delineada la comisura de los labios. Bajo tu mirada me siento descuartizado y armado en sólo segundos.

—No me analices.

—A ti ni Freud podría analizarte. 

—Lo dices porque me quieres.

—Lo digo por lo pinche desconcertante que eres, eres un amasijo de contradicciones; eres anarquista, pero votas, eres ateo, pero vas a la iglesia a rezar, te dices poeta maldito, pero escribes cursilerías, no crees en el matrimonio, pero te vas a casar, amas la violencia y la sangre, pero eres tierno y hasta romántico, eres comunista, pero traes este coche y tienes este iPod de última generación.

—Penúltima.

—Crees en la maldad de la raza humana, pero eres bueno. 

—Soy malo.

—No.

—Sí.

Meto mi mano debajo de tu vestido, acaricio tus muslos. Tu coño todavía tiene algo de la humedad de nuestro antiguo encuentro. Vamos por la avenida. Veo la entrada a un hotel de moda; me estaciono y espero, hemos de caminar a la entrada. Volteo para todos lados como paranoico, creo que tú haces lo mismo. Así que nos escabullimos dentro del hotel, esa es la palabra: escabullirse. Esa es la primera cosa excitante de la tarde-noche. Pido un cuarto, el más lujoso, tú te has adelantado al ascensor. Ya dentro los dos del ascensor, aprovechamos para de nuevo desembocar nuestra pasión adolescente; con urgencia nos buscamos los labios, los cuerpos, los sueños.

Llegamos al cuarto, nos seguimos besando incontrolablemente: mi lengua dentro de tu boca dibuja laberintos y tú a la vez respondes mordiendo mis labios con violencia.  Hay un espejo de caoba tallada, es un espejo amplio.

Delante de él te paro y yo detrás de ti comienzo a desvestirte, a desabotonar tu vestido, te dejo un momento con el sostén solamente, tus calzones ya los había arrancado. El vestido yace en el suelo, a la orilla de tus zapatillas. Te beso los hombros, la espalda, recorro con mis manos tu vientre y tus brazos, sujeto tus caderas, observo tus nalgas y te doy una pequeña nalgada. Observo tu pubis, lo acaricio apenas. Luego te quito el sostén y lo dejo sobre la mesa del espejo. Tus pechos son enormes y portentosos, de sólo verlos me excito en demasía, miles de demonios juegan en mi mente y caballos negros galopan de mi sangre al infinito. Tus pezones están duros, medianos, los sujeto entre mis dedos, juego con ellos. Beso tu cuello, lamo despacio tus orejas, olfateo tu cabello como un animal olfatea a su presa. Sonríes, cierras los ojos, te dejas llevar. Bajo mi pantalón, sientes mi erección contra tus nalgas, fricciono mi pene sin meterlo, sólo lo fricciono con tus nalgas y así lo sientes ponerse cada vez más duro. Saco mi navaja, la paso por tus pechos, la hoja del metal contra el pezón crea una máscara que recorta el infinito. Paso el filo, sin cortar, por tu boca, tu cuello, tus hombros, tus tetas, tu vientre, tu pubis y me agacho para pasar el filo por tus piernas y de pasó morder tu cintura, lamer tu cadera y besar tus nalgas; luego paso la navaja en sentido inverso.

Tú cierras los ojos y aprietas los dientes, me gusta, me excita verte así en el espejo, el reflejo de ti a un mismo tiempo excitada y asustada es encantador, además estás desnuda excepto los pies. Comienzo a magrearte despacito, paso mis dedos por tu coño, juego con tu clítoris y tus labios vaginales, comienzo despacito y voy aumentando el ritmo; siento cómo tus jugos van mojando mis manos, beso tu nuca y tu espalda, meto mis dedos con violencia, cada vez más rápido mientras estimulo tu clítoris que se va poniendo duro e hinchadito, te masturbo con dos dedos y luego tres, alterno, te masturbo con la palma abierta sobre el clítoris; meto mi anular, medio y meñique dentro de ti, mientras que muevo el pulgar en círculos sobre tu monte de venus.

El movimiento, por momentos ondulatorio y por momentos zigzagueante, te hace gemir y escucharte me excita. Es como si tocara un instrumento musical y pudiera regular los gemidos con el virtuosísimo de mis dedos, ese poder que me hipnotiza, lo confieso, me hace sentir tan poderoso como un Dios o como un asesino. Mis dedos son largos y gruesos, los sientes cada vez más hondo y la excitación es tanta que no puedes más; entreabres los ojos, gritas, volteas y muerdes mi boca. Saco de mi mochila unos gramos de cocaína que pongo sobre la mesa del espejo, y también saco unas botellas de vino. Destapo una botella y bebo directamente del envase. El calor es un poco sofocante, prendo un cigarrillo.

Tú estás deshaciendo los terroncitos de la cocaína con una tarjeta de descuento en Librerías Gandhi. Me siento al lado de la ventana que da al estacionamiento del hotel. Un sol moribundo se esconde por detrás de la ciudad. Inhalas dos rayas de cocaína. Me ves sentado, con los pantalones abajo y bebiendo mi segunda botella de vino.

Te acercas gateando, coqueta y traviesa, hasta que lanzas un primer lengüetazo sobre mi glande y lames de la punta y hasta los testículos. Subes y bajas, me miras a los ojos y yo lanzo bolas de humo de mi boca hacia la eternidad. Lo disfruto, tu boca es húmeda y dulce y suave; tu lengua es como el sueño que acaricia a otro sueño. Mueves, subes y bajas, cada vez estoy más duro y excitado. Lo pones entre tus tetas, acaricias mi glande con la punta de tus pezones. La sensación y la visión son maravillosas. Estoy calientísimo, me pones calientísimo, pero me estoy aguantando para no venirme. Me pongo de pie y te cargo sobre mí, sujetándote de las piernas me siento a la orilla de la cama y tú sobre mí.

Mi verga entra con facilidad, tu vagina aprieta, humedece, enloquece. Te mueves, cabalgas, tus pechos quedan a modo para que yo los bese y los muerda, lamo tus pezones, los muerdo dejando mis dientes marcados sin importarme si dejo evidencias. Tú estás tan excitada que tampoco te importa, te sujeto de las nalgas, las azoto, vas y vienes, subes y bajas, la conmoción es exquisita. Besas mi cara, mi boca y así, con mi verga dentro de ti, me parece que nos convertimos en meras figuras de luz, nuestros cuerpos se entrelazan con la luz y me derramo dentro de ti, suelto todo mi semen con una inversión de la perversión que, por lo mismo, es perversa: derramo mi semen para fecundarte; sientes el torrente dentro de ti, te angustias unos segundos, pero, sobre todo, caemos tendidos y satisfechos sobre la cama. 

—Me parece increíble que existas.

—Me parece increíble existir y que, sin embargo, tú estés en mi vida.

—Yo nunca había sido infiel.

—Tampoco yo.

—¿Y todos tus relatos sobre mujeres en los hoteles a las que les haces exactamente lo mismo que a mí?

—Ficción, puede que esto también lo sea. 

—Ya perdí la cuenta de los orgasmos, tenía mucho tiempo que no me sentía así.

—Eres maravillosa.

Prendemos la televisión, vemos una película pornográfica. Eso nos vuelve a calentar. Bebemos vino, cada quien con tu botella. Platicamos de la vida, del amor, de la muerte y de las fantasías. Ser atada. Un trío con japonesas.

El amor es un perro del infierno que se muerde la cola eternamente. El deseo por el otro siempre está signando por la ausencia de uno mismo, ya sea por la imposibilidad de ser uno mismo o por la huida por aburrición o por miedo, de ser uno mismo. Ser cogida por muchos hombres, cinco o seis, mínimo, que me inunden de semen todo el cuerpo. Coger con mi prima. La vida es algo complejo y desconocido, lo cierto es que el futuro es incierto, todo ocurre en el presente, esa es la paradoja, la desesperanza de los relojes. El universo es plastilina musical. El universo es un canguro de cartón. Cuando era joven quería morir cuando aún no estuviera tan acabada, como a los cuarenta o cuarenta y cinco. Siempre me han gustado las mujeres rotas, por eso me gustas. El feminismo es una mierda. La sociedad es una trampa. Estamos aquí para ser libres y medianamente felices. Cuando era lolita deseaba ser follada por mi tío. Hasta la fecha me masturbo pensando en mi maestra del kínder. El amor es lo segundo más maravilloso del mundo, que qué es lo primero, coger contigo. 

—Me voy a dar otras líneas.

Vas te agachas para inhalar la cocaína, deshaces los terrones, formas las líneas y envuelves un billete de 20 pesos. Ver tu culo así me excita y me acerco a nalguearte, primero como un juego, luego más duro. Con la palma azoto con especial ímpetu, al principio te reías, pero ahora pareces preocupada, el dolor se apodera de ti. No dejo que te levantes, mantengo tu cabeza sumergida en el polvo. Me gusta ver tus nalgas rojas, luego agarro el cinturón y con él comienzo a golpearte duro, las marcas sanguinolentas son notables. Fricciono mi verga contra tu culo, pero esta vez sí lo meto, voy abriéndome camino con violencia y fuerza. Te sujeto de la cintura y de una estocada la clavo hasta el fondo. Sueltas un grito, lloras. 

—Detente, sabes que no me gusta por… Ayyy

No te escucho, te penetro salvajemente, te acaricio el clítoris y luego golpeo con la palma abierta tus labios vaginales. Abro más tu ojo de Sodoma, mi verga se hace gruesísima dentro de ti, embisto, embisto, bombeo… Soy un bombardero ruso, lloras, pataleas, finalmente te libras de mí…

—No me gusta esto, me estás lastimando. Pinche loco, mejor ahí le dejamos… 

De mi mochila saco mi pistola automática calibre 28. Es negra y de metal. Te apunto. Te desconciertas, balbuceas unas palabras. 

—¿Qué estás haciendo? 

—Lame la pistola…

—Creo que esto es…

—¡Lame la pistola, puta!

Ves la determinación en mis ojos y te acercas a lamer la pistola automática. Chupas, la metes entera en tu boca. Te acerco de nuevo al espejo y de nuevo te enculo, mi verga entra cada vez con mayor facilidad, la sensación me enloquece. Tú sigues llorando, pero tengo la pistola apuntando a tu cabeza…. Abro tus muslos, meto el arma entre tus piernas, una vez que la lleno de tu esencia, la meto en tu boca para que pruebes tu propio sabor mezclado con el metal y el olor a pólvora. Gritas, me gusta verte gritar en el espejo y tus tetas enormes que se mecen en cada vez más crueles oscilaciones. Retuerzo tus pezones tan duro que aúllas una vez más… Eso me excita tanto que estoy a punto de venirme.

—Ponte de rodillas, puta, ponte de rodillas…

Te arrodillas, estás llorando, meto la pistola en tu boca, la sostengo con mi mano izquierda mientras que con la derecha me estoy masturbando sobre tu cara, me excita verte así, llorosa, con el maquillaje corrido y con el frío metal dentro de tu boca… Así que suelto una avalancha de semen que por un momento te enceguece, el resto del semen lo descargo en tu boca y en tus tetas. Es una sensación delirante. Caigo a tu lado, en la alfombra de la habitación y cierro los ojos sollozando. La pistola está descargada, te digo sonriendo. Me abofeteas, un golpe durísimo… Luego me besas. Te acuestas a mi lado.

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