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Fue una experiencia especial

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En enero de 2000 fuimos de vacaciones con mi mujer a Punta Cana. Un lugar espectacular. Nos alojamos en un hotel cinco estrellas de una de las cadenas más importantes del mundo. Está rodeado de palmeras y todo tipo de vegetación tropical, playas amplias, agua tibia y sol permanente.

Un paraíso compuesto de 200 bungalows distribuidos en grupos de cuatro y separados entre sí por bellísimos jardines. Realmente, un lugar de ensueño.

Disfrutamos mucho nuestra estadía. Mucha playa, copas y diversión continua acompañaron nuestra estadía.

El calor, la playa, el ambiente todo, nos mantenía más que excitados y hacíamos el amor cada vez que teníamos oportunidad. Podía ser a la mañana antes de desayunar, a la siesta, al regreso de la playa o a la noche.

Eras encuentros apasionados, dulces, con tiempo para hablar, fantaseas y experimentar trucos nuevos.

Después de 25 años de matrimonio esto era fundamental y aprovechamos todo el tiempo. No teníamos preocupaciones ni horarios ni que pensar en cuentas por pagar. En una palabra no teníamos el "stress" habitual de nuestros días en nuestra ciudad.

Mi mujer iba a clases de gimnasia en la piscina mientras yo paseaba deslumbrado por las bellezas naturales del lugar y sobre todo por la de las mujeres que, casi todas haciendo topless y con diminutas tangas, pululaban por allí. Si no, me ponía a leer algún libro mientras tomaba sol en una reposera.

Un día mientras hacíamos el amor le dije a mi mujer si no le gustaría que invitara a uno de los jóvenes nativos a participar de nuestra cama y se negó enfáticamente.

Le recordé que no había dejado pasar el hecho de que cuando venía el camarero a traernos alguna bebida ella siempre lo atendía en forma muy amorosa, como coqueteándolo y que lo miraba con agrado.

Se sonrojó, sonrió y dijo que si bien lo hacía y que el muchacho en cierta manera le llamaba la atención no era como para que lo metiéramos en la cama con nosotros.

Dejé pasar unos días y volví a insistir con el tema y volvió a negarse. Como acabábamos de hacer el amor y digo que tenía algo de sueño la dejé en la cama, apenas tapada con la sábana y me levanté y llamé al bar del hotel para solicitar una bebida.

Sabía que el joven de marras iba a venir, porque era el que atendía nuestros bungalows.

Mientras él arribaba me fui a dar una ducha.

La distribución del lugar que habitábamos no tenía mucha intimidad que digamos porque se ingresaba a un living donde había unos cómodos sillones y una mesita ratona y justo detrás, a un nivel más elevado se ubicada la cama donde reposaba mi mujer.

Cuando entraba cualquier persona si había alguien en la cama la veía, porque no existía ni un biombo que separara un lugar del otro. Lo único que estaba fuera del alcance de la vista de la persona que entraba era el baño, que era inmenso y contaba con todas las comodidades que uno se pueda imaginar.

Así fue que cuando el camarero tocó a la puerta, salí de la ducha y tapándome con una toalla lo invité a pasar.

Cuando entró su vista se dirigió hacia de inmediato hacia mi mujer que estaba en la cama, sobretodo que ella giró su cuerpo saliéndose la sábana que la cubría y dejando al descubierto su culo y su conchita.

Cuando el muchacho se percató que lo estaba mirando se sorprendió y hasta parecía que iba a pedir disculpas pero le sonreí y él también lo hizo aunque no volvió a observarla.

Se retiró, me tomé el trago que había pedido y estaba empezando a vestirme cuando mi mujer se levantó y dijo que iba a ducharse, así luego salíamos a divertirnos un rato por el hotel.

Fue entonces que le dije que cuando llegó el camarero a traerme un trago ella se movió en la cama quedando con parte de su cuerpo al descubierto y que creía que no había sido casualidad.

Volvió a sonrojarse y dijo que no, que era incapaz de hacer algo así y fue entonces que le insistí con tener relaciones con el muchacho y ahora su negativa no fue tan terminante.

Dijo que no, que cómo iba a hacer eso con un desconocido, qué sucedería si se llegara a saber ello con nuestras amistades, que le parecía algo feo para conmigo y otras cosas que ahora no recuerdo.

Me sonreí, porque pensaba que ya estaba todo listo y le dije que no se preocupara por mi porque era yo el que se lo estaba proponiendo y que además, no debía pensar en que se enterarían nuestros amigos porque estábamos muy lejos de nuestro país, con una persona que desconocía de nuestras identidades y que nadie más que nosotros dos (más el muchacho, por supuesto) estaría enterado de lo que acontecería en nuestro bungalow.

Medio a regañadientes accedió así que mientras se duchaba me hice una escapada al bar para arreglar todo.

Suponía que el joven no se opondría a tener sexo con mi mujer y así fue efectivamente.

Cuando se lo propuse se asombró pero luego, paga de por medio (se nota que estos muchachos tienen una entrada extra con los turistas) aceptó venir a compartir el lecho con nosotros.

Quedamos que haría un pedido especial de champagne al bar y esa sería la clave para que él viniera a tener sexo con mi mujer.

Cuando ella salió de la ducha yo ya había regresado y se preparó para salir a dar una vuelta por el hotel, poniéndose una ropa que le quedaba muy sexy.

Le dije que antes de salir íbamos a tomar una copa y aceptó y fue entonces que hice el pedido de champagne al bar.

Cuando el muchacho arribó descorchó la botella y sirvió las dos copas. Le acerqué una a mi mujer y propuse un brindis y cuando ella me preguntó el motivo le contesté que por el regalo que le estaba por entregar.

Creo que no sospechó de qué se trataba aunque cuando el muchacho se le acercó y la tomó por la cintura besándola en la nuca me miró, se sonrió y dijo en voz baja que era un pícaro incorregible.

Verla así y pensar en lo que iba a suceder me hizo poner dura la verga.

Prendí el aparato de audio del bungalow y bailaron un par de temas seguidos y noté como el pantalón del joven dibujaba una larga pieza de carne por debajo de la tela, produciéndosele una suave erección a raíz de mirarle el escote a mi mujer y tenerla tomada de la cintura.

El debería tener alrededor de 25 años y como nosotros casi lo doblábamos en edad constituíamos un trío bastante singular, pero con ganas de divertirse y pasar una noche que podría llegar a ser inolvidable.

Mientras bailaban mi mujer me miró con una sonrisa cómplice y una ola de rubor iluminó su bello rostro.

Con un destello de lujuria contestó algo que me reventó la cabeza: "No se si voy a poder con los dos". Estaba todo dicho.

Mi mujer, que había quedado en medio de ambos, enlazó nuestras cinturas con sus brazos y mirándome con una mezcla de lujuria, alegría y agradecimiento, me dio un profundo beso de lengua que yo respondí bajando la mano hasta alcanzar su culo que desbordaba desde su pequeña tanguita.

Mientras le tocaba las nalgas, suspendió su beso y girando la cabeza miró al joven y le acomodó un beso que lo dejó duró y dura también a su verga como se podía ver claramente bajo su pantalón.

Los tres sabíamos claramente para que estábamos yendo hacia el bungalow.

Ella parecía una diosa sexy: sandalias con tacos muy altos y finitos, una diminuta tanga de encaje, un corpiño con medialuna de encaje y aro modelador, que elevaba sus pechos como dos globos apenas tostados por el sol, con pezones erectos y duros.

Tenía los labios y ojos intensamente pintados que le daban un aire especial.

Todo estaba listo para la fiesta y ella, desafiante, nos preguntó que era lo que esperábamos mientras se tomaba otra copa de champagne (y ya iban....).

Nosotros tardamos una fracción de segundo en quitarnos la ropa. Luego, con aire de calentura y mirada de fuego, mi mujer se me acercó y comenzó a besarme.

El camarero, expectante, se acariciaba su pene que iba tomando forma y consistencia.

Después de unos instantes ella se se subió a la cama, se acomodó en cuatro patas con el culo para arriba apoyando su cabeza en el colchón y con ambas manos se abrió los cachetes en la más elocuente provocación para que la cogiéramos como una perra.

El camarero dio un brinco y se fue derecho a chuparle la concha y el culo. Hundió la cara entre las nalgas y chupó desesperado, subiendo y bajando, introduciendo la lengua entre los pliegues y esperando enloquecerla.

Mi mujer gritaba, temblaba, gemía, suspiraba y acababa sin parar. Nunca la había visto así y me sorprendía.

Entonces subí a la cama y me ubiqué frente a su boca. Me atrapó la pija con los labios como si fuera una aspiradora y comenzó a mamar con una fuerza y deleite como nunca antes lo había hecho conmigo y eso que era algo frecuente que practicábamos.

Tuve que hacer un esfuerzo para no acabar rápidamente, ya que la situación me volvía loco.

Me soltó de golpe y mirándolo al joven le pidió que la cogiera. Este retiró entonces su cara del agujero del culo, se puso un preservativo (tal como habíamos quedado) y apuntó su verga dura como un fierro a los pliegues de la concha. La hundió en un solo movimiento hasta los pelos.

Se movió vigorosamente durante más o menos diez minutos hasta que se detuvo y escupiéndole el agujero trasero empezó a presionar con la punta de su pija lubricada y brillante.

Empujó y entró en el culo que se dilataba como una flor. Su buena pija se abrió paso hasta perderse en el agujero tan preciado de mi ardiente y adorada mujercita y sentí celos, debo confesarlo.

Empezó a moverse y ella a acabar incansablemente, emitiendo sonidos, moviéndose y retorciéndose como nunca.

¡Qué cosa tan sórdida estaba presenciando! Mientras ella me mamaba desesperadamente, un desconocido la estaba cogiendo por el culo.

Estábamos muy calientes los tres y totalmente bebidos.

El camarero acabó pronto y por suerte llevaba puesto una protección porque al retirar su pija del culo y quitarse el preservativo derramó una cantidad impresionante de leche sobre el piso del bungalow y pidió disculpas.

Eso provocó que, a pesar de la sensación extraña que sentía, acabara en su boca.

Ella se tomó toda mi leche y después nos desplomamos los tres sobre la cama con los cuerpos enredados y exhaustos.

Yo gocé a mi manera observándola en una aptitud desenfrenada y promiscua, disfrutando totalmente de su sexualidad.

Después nos higienizamos y antes de que el muchacho se retirara tomamos otra copa de champagne.

 

Fue una experiencia especial de la cual no estamos arrepentidos.

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