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La mujer de mi enemigo, mi amante es

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Aquella mañana inusual de febrero, fresca y ventosa, hacía muy agradable el paseo por la avenida, por eso, Armando aprovecho para salir a estirar las piernas. Caminaba por la plaza cagancha cuando de entre la masa de personas sobresalió un rostro conocido. Era Sandra, la esposa de Darío, un imbécil de las ligas mayores con quien había discutido uno días antes por Facebook.

-“¿Hola, como estas?”- Apenas saludo ella.

-“¿Bien y tú?”- Respondió parco el hombre.

Quedaron un instante paralizados, una cosa amorfa e invisible los unía y los separaba al mismo tiempo, era el manipulador de su esposo, un moscardón cargoso que revoloteaba alrededor de ellos.

Armando la invitó a tomar un café y ella aceptó, porque después de todo, la discusión no había sido tan grave como para cortar relaciones, aunque Darío no pensara igual.

El humo del café dibujaba siluetas femeninas en el aire hasta disolverse en el cruce de palabras que iban y venían cargadas de explicaciones, réplicas, argumentos y contra argumentos.

Si en algo estaban de acuerdo es que Darío estaba mal psicológicamente hablando. Ella, lo achacaba a la falta de un trabajo que lo sacara de la casa e interactuara con personas reales.

Armando, creía que su ex - amigo era un soberbio, manipulador y narcisista que no podía soportar que la gente no girara a su alrededor colmándolo de halagos continuamente, pero no quería herir a Sandra, por eso le respondió, asintiendo con la cabeza su versión.

Ese día, la amistad entre Sandra y Armando se vio fortalecida, ella encontró en él a un confidente y él vio que no era tan sumisa como aparentaba, sino una mujer atrapada en una tela araña tejida muy hábilmente por su esposo.

Los días pasaban y los encuentros eran más frecuentes, había risas y bromas en las conversaciones. Ambos disfrutaban de esas pláticas con café en el local de comidas rápidas de Rio Negro y 18 de Julio.

Cierto día, Sandra llegó malhumorada, más bien indignada. Resulta que de madrugada se levantó al baño y descubrió a Darío masturbándose frente al televisor.

-“Fíjate que pudo ser nuestra hija quien lo encontrara así.”- Se quejó con Roberto que no salía de su estupor.

-“Para colmo hace más de seis meses que no me toca, estoy que exploto de bronca y  de calentura.”- Se desahogó sin importar quien la escuchara en ese recinto.

-“Bueno para eso están los amigos…digo para apoyar….eh, quiero decir para escuchar y ayudar”- Se excusaba, sonrojado Armando que se maldecía por no encontrar las palabras adecuadas.

Ella soltó una carcajada y le agradeció por poner esa cuota de humor a la situación. Sandra se fue con una rara sensación, una inquietud que la persiguió todo el día. Era Roberto, desde el primer día que lo conoció en aquel cumpleaños de su marido, le gustó, pero obvio solo como amigo, pero ahora sentía que las relaciones se estaban redefiniendo y tenía curiosidad por ver hasta donde llegaban.

A él, le gustaba su acento caribeño, le parecía melodioso, tierno, se pasaría horas escuchándola y se preguntaba cómo sería en la intimidad. Su mente ideo fantasías que le provocaron una erección que su escritorio cómplice ocultó.

La mañana siguiente, Sandra se puso un pantalón negro que le realzaba su cola y una blusa blanca que a trasluz se le notaba sus pezones oscuros. Se pintó los labios y se maquilló. A su marido le dijo para disipar sospechas que tenían una importante visita en la empresa y no iba a ir como una pordiosera.

Cuando Armando la vio venir, tuvo que agarrarse la mandíbula para que no se le cayera al piso. Sandra desfilaba para él, mostrándole la redondez de sus caderas y el vaivén gracioso de sus senos al caminar.

-“¿¡Pero como estamos  hoy!?”- dijo el hombre idiotizado al verla toda producida y sin sacar la vista de su blusa ajustada.

Ella sonrió complaciente y se dejó acariciar por sus ojos, no hizo nada para ocultar sus atributos, eso la hizo sentir deseable como hacía tiempo no sentía.

-“¿Y cómo el celoso de Darío te dejo salir así.? Estas muy hermosa.” Pregunto él.

-“Je, je, gracias.”- Agradeció sonrojada.

Sandra le sonreía a cada halago, cada vez más atrevido. Armando sentía que ella le abría las puertas a espacios más íntimos, por eso, no dudo cuando le propuso tomarse el día para ellos.

Ella aceptó y después de justificar sus ausencias en sus respectivos trabajos, tomaron un taxi rumbo a Nueva York y Valparaíso.

Una vez en la habitación, sus bocas se fundieron en un interminable y esperado beso. Las ropas empezaron a caer como hojas secas hasta quedar en cueros.

El acarició sus pechos cuyos pezones oscuros se pararon al roce de esos dedos atrevidos. Un gemido escapo suave de la boca de Sandra que fue melodía para Armando.

-“¡Woow, la tienes más grande que la de mi marido!”- Se sorprendió ella al tocar el pene de su amante.

La boca de Armando se llenó de un seno y luego del otro. La mujer cuya boca parecía gritar un gol silencioso, era un tanto a favor de ella, a su derecho de gozar y disfrutar de su cuerpo con alguien que realmente la deseara.

Su cara se iluminó con una sonrisa de placer cuando sintió las manos de ese hombre apretando hambrientas sus nalgas y jamás imagino abrirse sus nalgas para que los dedos de Armando exploraran sus orificios. Se sintió puta, eso le gusto de sobremanera y no tuvo el tupe de susurrarle al oído de su compañero que era muy rico lo que le estaba haciendo.

Armando, estaba encantado por todo lo que tocaba. Cómo era posible que Darío no disfrutará de este manjar, se preguntaba.

Los cuerpos de los amantes cayeron en la cama envueltos en lujuria. Ella, abrió instintivamente las piernas y la verga de Armando entró de una, hasta el fondo.

-“Ahhhh si mi amor, cojéeme toda ”- celebró ella encendida de pasión.

-“Sandrita, que divina estas…”- exclamó el agitado.

Ella, sentía como aquel miembro viril se movía en sus entrañas haciéndola delirar de placer, hacía años que no la cogían así, es más, no recordaba haberlo hecho con esas ganas con Darío.

La última vez había sido en su querida Panamá, a los dieciséis años, cuando ese moreno, vecino suyo, la hacía tocar el cielo con las manos, como ahora ese hombre que estaba encima de ella. La acabada fue genial, ambos sudorosos se miraron felices, como sacándose un peso de encima. Armando le confesó que le encantaba su acento y su timbre de voz entre otras cualidades que acababa de disfrutar.

Sandra le comento que alguna vez, fantaseó con este momento con él, pero la realidad fue mucho mejor por unos cuantos centímetros.

Siguieron jugueteando con sus cuerpos, como dos niños traviesos, las manos de ella no dejaban de acariciarle el pene, le resultaba muy bonito y suave al tacto.

-“Voy hacer algo que no pensaba hacer…” Aviso a su pareja y se acomodó hasta quedar cara a  cara con ese musculo que tenían entre sus manos.

-“Ahhhhhhh……”-  Explotó de placer Armando al sentir la lengua tibia y húmeda de Sandra recorrer su tronco y sus huevos.

La boca de Sandra saboreó el glande de su amigo al tiempo que lo miraba como disfrutaba de la chupada que le estaba practicando. Se sintió poderosa y se excitó de tal manera que le pidió que la penetrara por detrás.

-“Sera un placer”- Respondió entusiasmado Armando.

Sandra se puso en cuatro patas mirando a la pared espejada y vió por el reflejo del espejo la cara desencajada de lujuria de Armando al instante que sentía su pija atravesar su anillo anal.

-“Que ricooo, oooh oooh … hasta los huevos, papi” Exclamo ella gustosa y se acomodó mejor para que su amante pudiera penetrarla más profundo.

La hundida fue sin problema, Sandra tenía la cola bien hecha, su primo a los quince años la había hecho mujer una tarde de vacaciones y ocio. A pesar del dolor inicial, había disfrutado mucho, tanto es así que, a ninguna de sus parejas anteriores le negó ese placer de disfrutar de su “colota” como ella se refería a esa parte de su cuerpo. Ella gozaba como loca, sentir la respiración agitada en su nuca, los gemidos y delirios de los hombres al montarla le encantaba. Placer que con Darío había olvidado, porque al señor no le gustaba.

En ese momento, olvidaba que era una esposa, una hija de buena familia y una madre… era una hembra en celo, una zorra, una prostituta, incluso mejor que las putas esas que salían por televisión y se masturbaba su marido, porque esas lo hacían por plata y ella porque le gustaba.

Si, sentir la pija de Armando taladrándole el orto para ella era una sensación sublime que le arqueaba el cuerpo, borracha por esa fiesta de los sentidos que la hacían gritar como una gata en celo.

Armando estaba afiebrado de lujuria, aquel culo era una verdadera delicia, se había comido muchos, como el de Marita, su profesora de Inglés, una cincuentona de amplias caderas que le enseño los placeres de la carne cuando él apenas era mozalbete que asomaba a la vida.

El culo de Sandra era especial, tal vez, por el morbo que le daba cogerse a la mujer de su enemigo. Y lamentó que Darío no viera como gozaba su mujer con verga ajena.

Tras el intenso movimiento de los cuerpos poseídos por los demonios del placer, acabaron tumbados en la cama satisfechos, con una amplia sonrisa en sus caras.

Se bañaron juntos, se vistieron y cada uno volvió a su rutina.

Ella, dijo en su casa que todos los viernes tendría reuniones en la oficina y vendría más tarde. El, avisó que empezaría terapia con un psicólogo todos los viernes después del trabajo.

Fernando Malvino

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