Nuevos relatos publicados: 12

Una visita inesperada

  • 8
  • 16.898
  • 8,94 (49 Val.)
  • 0

Sonó el timbre, yo aún con los ojos pesados, tome mi celular y mire la hora 8:30 AM, señalaba la brillosa pantalla, quien podrá ser a esta hora, me pregunté.

El día pintaba mal, la mañana gris, un poco de neblina y comenzaba a llover.

Me asome por la ventana, para poder ver al impertinente, que interrumpió mi sueño.

Logre ver una silueta femenina, no se me hizo conocida, así que baje a la puerta para saber quién era la visita inesperada. Abrí y ahí estaba Rosa, como siempre tan sonriente.

Ella era de estatura baja, tez morena, ojos café claros, cabello chino, con unas piernas hermosas, labios carnosos y sensuales, casi no tenía pecho, pero se compensaba con sus nalgas que quizá no enormes, pero bien puestas en su lugar.

Enseguida le dije que se pasará, no la deje hablar, puesto que la lluvia se tornaba más fuerte. Llegamos hasta el recibidor, le retiré su chamarra, su mochila y le ofrecí un té caliente. Después de aquel ritual de bienvenida, le pregunté el motivo de su visita y porque vestía con el uniforme escolar.

(Cabe aclarar, que era viernes, ese día no hubo clases pues una vez al mes en la escuela se hacían juntas, y a los alumnos nos daban el día libre).

—Bueno, quería verte y sabes que mis papas no me hubieran dejado salir, así que les tuve que decir que si había clases. Y bueno, aquí estoy. —Me dijo.

(La relación con ella, siempre fue de amigos, más como simple conocidos, ya que sólo nos saludábamos y despedíamos. Jamás le había puesto atención y, por lo tanto, no mantenía una relación muy cercana.)

 —¿Entonces para que soy bueno? —Pregunté. 

—Justamente a eso vengo, a saber, para que eres bueno.

Petrificado por la respuesta, solamente se me ocurrió reír un poco nervioso, jamás la había visto de otra manera, más que una amiga.

Entendiendo que esa era una clara indirecta, decidí continuar con el juego.

—Claro. Y la prueba para comprobar que tan bueno soy, ¿Seria?

—Pues, te seré sincera, desde el primer año me has gustado, pero nunca me atreví a decírtelo, pensé que te darías cuenta con el tiempo, aunque por lo que veo, eres un tonto, así que he decidido tomar la iniciativa.

Atiné a sonreírle, me acerqué a abrazarla, aprovechando la posición en la que nos encontrábamos, me incliné para darle un beso. Ella me lo correspondió, me mordió los labios, jugamos un poco con nuestras lenguas. La tome por la cintura y la cargue, ella abrazo con sus pies mi cintura, la lleve hasta mi recámara, y suavemente la deje en mi cama.

Afuera se escuchaba como se caía el cielo, el ambiente se sentía bastante frío, los vidrios estaban empañados, pero el cuarto era un mundo aparte.

Nos desvestimos mutuamente, dejándonos solamente la ropa interior.

—¿Hace frío no?

—Bastante, por eso me alegra estar aquí con aquí.

Acto seguido, la tome por la cintura, le quite el resto de su ropa interior. Seguimos con los besos, el reconocimiento de nuestros cuerpos, la bese en el cuello, después mordía sus labios, le acariciaba el pelo. Seguimos jugando durante 10 minutos, hasta que comencé a acariciarle el clítoris con la yema de los dedos, se tumbó en la cama, se colocó una almohada en la cara. Supongo para que no viera su rostro. Seguí tocándola, viendo cómo se retorcía, sus gemidos apenas eran audibles, pero me estaban poniendo mal, así que decidí apresurar un poco las cosas.

Le introduje un dedo, después dos y así seguí por algunos minutos, ella aún conservaba la almohada en el rostro, así que aproveché para colocarme frente de ella. Abrí por completo sus piernas, y me puse en medio. La erección que tenía era tremenda, no podía resistir esas ganas de hacerla mía.

Seguí con el juego, había olvidado el frio, la lluvia. Dentro de esas cuatro paredes solo existíamos nosotros dos.

Tome sus piernas, y la acerque a mí, ella rápidamente se quitó la almohada y trato de cerrar sus piernas, pero al yo estar en medio, no pudo cerrarlas por completo.

—¿Oye que haces? ¿Eres tan estúpido? Ponte condón o aquí se acaba la función.

Mierda, porque demonios había olvidado ese detalle, no tenía condones. 
Había dos opciones, terminar todo aquí y esperar a que se presentara de nuevo la oportunidad, o probar mi suerte. La respuesta fue obvia.

—Discúlpame, no tengo condones. Pero podemos intentarlo así.

—Eres un idiota, ni de chiste lo hago así.

Sabía que no la convencería con palabras, así que tome sus piernas y la jale hacia mí, puede que ella lo deseara tanto como yo, o simplemente pensó que podría apartarme de aquella forma.

Abrió un poco las piernas y las puso en mi pecho, tratando de empujarme hacia atrás, lo que me permitió penetrarla sin problema. Con los juegos anteriores ella estaba muy mojada, así que fue muy sencillo entrar.

Escuche un gran gemido, seguida de una sonrisa.

—No seas tonto, por favor salte, si pasa un accidente sé que no te haras responsable.

Yo seguía entrando y saliendo lentamente. Siguió repitiendo que me saliera, con voz cada vez más suave, más dócil, más sumisa. Hasta que no logro aguantar más y abrió las piernas por completo, dejándome así, entrar todo lo que pudiese. De nueva cuenta abrazo mi cintura con sus pies, sus manos se posaban en mi espalda, dándome pequeños rasguños.

Parecía un trance, jamás me había sentido así, tener sexo con ella era como flotar, era como quedar en un pequeño trance, los movimientos eran lentos pero constantes, ambos estábamos en la misma sintonía, trabajando al mismo ritmo.

Ese trance se rompió cuando sentí sus uñas rasguñando más de lo normal, acompañado de gemidos, pero gemidos tan suaves, tan armónicos, que parecía un ángel cantando en mi habitación. Era una orquesta celestial y el director era yo. Su placer era el mío, sus gemidos eran música para mis oídos.

Seguí con el movimiento, con la misma posición con la que comenzamos, esta vez los movimientos eran más rápidos, estaba llegando al clímax, cuando por segunda vez, el trance fue interrumpido por la voz de aquella sirena.

Con eso supe que el pirata, había encontrado el dorado.

A sabiendas de aquellos dos orgasmos, comencé a buscar el mío.

—Oye, me gustaría hacer algo, creo que te lo mereces. —Dijo.

La mire un poco consternado, limitándome a consentir con la cabeza.
Ella se retiró, se hizo hacia un lado, me beso y me tumbo boca arriba, beso mi pecho, acaricio mi abdomen, beso mi ombligo y se detuvo…

Me miro a los ojos, esbozo una pequeña y muy pícara sonrisa. Tomo con su mano mi miembro, jugaba con él, le daba pequeños besos y lo masturbaba, después con la punta de la lengua lo acariciaba. Bajo hasta mis testículos, les dio pequeñas mordidas y con la lengua los recorrió, hasta llegar de nuevo a donde había empezado.

Yo no podía más, me había puesto al cien. La tome de la nuca e intente bajarle la cabeza, ella se resistió.

—Todo a su tiempo cariño.  —Dijo, mientras reía sutilmente.

Después de aquellas palabras y pensando que aquella tortura, se prolongaría por mucho más tiempo, de la nada y de golpe se la metió toda en la boca, apreté todo el cuerpo, mientras veía su cabeza subir y bajar a gran velocidad, mientras con su mano me masturbaba. Sentí pequeñas sacudidas en el miembro, supongo que ella también, porque se paró de golpe, dejándome a punto de venirme.

—Cariño, te dije que todo a su tiempo.

De nuevo, con la punta de su lengua acaricio mi pene. Beso mi ombligo, acaricio mi abdomen y pecho, me beso. Sus rodillas, casi estaban a la altura de mi pecho y en esa posición se introdujo mi miembro, se movía bastante bien. A ese ritmo no podría aguantar tanto, después de unos minutos y bajo las siguientes palabras:

—¿Sabes? Al principio estaba un poco dudosa, pero después de tres orgasmos, creo que ya no tengo dudas, quiero que te vengas dentro de mí, hazme tuya.

Todo esto lo dijo, con una voz tan sexi, tan dulce, tan delicada, mientras se movía como una diosa, que no pude soportar más, y terminé dentro de ella. Me acosté a su lado, la besé y nos quedamos dormidos.

Ya casi daba la una de la tarde, solamente daba tiempo de bañarnos, ya que salíamos de la escuela a la una y ella tenía que llegar a su casa a la una y veinte, para que nadie sospechara.

Y así fue el primer encuentro que tuve con Rosa.

El primero, de cuatro años de sexo sin compromiso.

(8,94)