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Cuernos por venganza. Lola se cobró la infidelidad del marido, con su vecino

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Estoy siendo protagonista de una situación para contar en este espacio, cómplice de nuestras trapisondas. Una historia simple pero no menos disfrutada. Mi amiga, Lola, me propuso que difundiera su historia, de cuando le plantó una buena cornamenta a Gerardo, el gran cornudo. Luego de consumado el acto de plantarle la cornamenta a su marido me pidió que relate ese encuentro con todos los detales de esta primera.

Esta ocurrencia de salir a contarlo fue algo que surgió entre polvo de esa mañana a todo dar, y hasta se le ocurrió crear una especie de club de mujeres para formar una especie de club del cornudo (en proceso de formación) donde recopilar las historias referidas por los futuros socios/as que adhieran a esta idea de Lola.

Nuestro testimonio comienza así:

 

Ella es Lola, nos vemos con cierta habitualidad, cuando salimos para el trabajo, en las mañanas, ella con el marido adosado como cancerbero que custodia el tesoro. Somos vecinos desde no hace tanto tiempo, tan solo un par de casas nos separa, coincidimos muchas veces en los horarios, ella con su marido, haciéndole “marca personal” como el mejor jugador de la defensa conyugal, yo sacando el automóvil del garaje.

Hasta este día he guardado las formas, para no hacer evidente lo que me atrae su figura, buenas piernas, mejor cola y un buen tentador par de opulento “tetamen”. Con el disimulo que corresponde a las normas de la buena vecindad, recorro cada parte de su seductora anatomía con el mayor disimulo, aunque me pude dar cuenta que me registró varias veces “echándole una mirada para comérmela”, el cruce de miradas decía que no estaba ajena a la intencionalidad que ponía en observar sus movimientos, que todo este ida y vuelta de miradas furtivas quedaría tan solo en nuestro inventario personal.

Con la mirada le hacía saber de mi admiración, deseo y esas ganas de ser algo más que vecino respetuoso, ella con un discreto gesto aparenta agradecer el galante piropo. Con el correr de los días esa expresión de admiración fue tomando cuerpo y esencia, hasta diría que se había instalado una especie de juego de seducción compartida y disfrutada por ambos. En camino al trabajo, más de una vez, he fantaseado con na relación pasional.

Esa mañana, llovía copiosamente, Lola sale sola, lucha, y pierde, la pelea con el paraguas; cruzamos esa mirada cómplice de muchas veces.  Espero que se aleje algo de su casa, despacio, muy, bordeando la acera, por el mal tiempo la calle estaba desierta, bajé el vidrio de la ventanilla, ofrecí llevarla, me arrimo a la acera como para hablarle, se anoticia de mis intenciones, me hace señas con la mano, que doblará en la esquina…

Giro antes que ella, espero casi al final de esa cuadra, instantes interminables, con el corazón latiendo a mil, como todas las veces que siento la ansiedad de una aventura, urge pensar a toda velocidad las posibles alternativas de que podría pasar algo y la eventualidad de concretarla. Las deducciones a velocidad del deseo, lo primero que surge es que me hizo girar en dirección opuesta a la parada del bus, doy como posible, en calidad de muy, que esta será la oportunidad que estuve fantaseando. Ya está todo pensado, a suerte y verdad, la tengo junto a la puerta, se la abro para que ascienda.

—¡Uff! —Suspiró aliviada— Me has salvado de una buena mojadura.

—¿A dónde vas? —sonreímos puesto que lo dijimos casi a dúo. 

Pregunté con la voz y con los ojos arrobados por esa cara angelical.

—Yo lo dije primero… —sonreímos…

—A cualquier lugar... —Cierra los ojos— Hoy no pienso ir a trabajar, ¿tienes un tiempo para mí? —Agregó.

A buen entendedor... no era necesario hablar demasiado, la suerte había caído de mi lado, el deseo se había convertido en realidad, con forma de mujer. Somos dos adultos que se vienen reconociendo, diría que como que se venían buscando, sabiendo por vecindad de la relación que dejamos en casa. Del coqueteo mañanero en las miradas, solo hizo falta que el diablo metiera la cola esa mañana para encender el fuego que nos consume. Para un pirata como yo, habituado a las conquistas de las esposas ofendidas, podía deducir que ella era una más en esa etapa donde el enojo con el marido tiene más entidad que las anteriores, que esa mayor entidad también amerita un escarmiento, hacerle algo que pague su culpa. Ella misma es arte y parte en esta sanción, es el sujeto y el objeto, necesita consumar esa condena marital. Podía sentir en sus gestos, exageradamente alterados, y en la mirada deliberadamente furtiva, que tenía delante a una vulnerable mujer, entregada para lo que dispusiera de ella.

Si bien es cierto que soy un pirata consumado, tampoco soy un abusador de las circunstancias, me gusta ganar en buena ley, bueno no tanto tampoco, soy de hacer alguna trampa, con el justificativo de que “en el amor y en la guerra todas las argucias sirven”, pero con ella y estas circunstancias esa regla del buen pirata, no aplicaba.

—Conozco un lugar... y discreto, donde podamos tomar un capuchino bien caliente para que te quites esa mojadura y… echar una buena charla. ¿quieres?... —dejé la pelota en su campo. Asiente, con la cabeza y suspira.

Con toda seguridad ella había también descifrado mis intenciones, era bien fácil, para asegurarse de mis intenciones y que la llevara cuanto antes, besó su dedo índice y me lo puso en la boca por toda respuesta.

Ordené mis pensamientos más lujuriosos y exageradamente lascivos, le obsequié mi sonrisa más atrevida y puse rumbo al hotel más cercano.  

Se dejó llevar, mansita, entregada, sólo le faltó decir estoy vulnerable, resignada al juego de la conquista. Apretó mi mano por toda respuesta, era una forma de rendir la plaza al asedio de tantas mañanas de deseo y fantasías.

Un par de capuchinos sirvieron para producir el impasse necesario, que se despojara de las ropas húmedas por la lluvia, un par de whiskies, para aflorar bronca y despecho, así comenzó a decirme, ocultando la cara entre sus manos:

—Ni te das una idea de cuánto quiero vengarme del infiel y crápula de mi marido, darle de su propia medicina y… qué medio más propio que hacerlo con mi vecino, que seas tú el que pueda tener estas carnes que me dices con los ojos desear tantas mañanas. De ese modo puedo matar dos pájaros de un tiro, hacerle pagar a ese gran hijo de puta su afrenta de haberme corneado con mi amiga y al mismo tiempo cumplirse una secreta fantasía, hacerlo con otro hombre, le entregué mi virginidad y solo hice el amor con él. 

Siempre hay un momento para todo, lo importante es estar en ese preciso instante, ¡ahí y ahora!, si el que está es uno cuanto mejor.

—Necesito un tiempo... para ordenar mis pensamientos y serenar mis sentimientos…

—Todo lo que necesites… no hay prisa, puedo estarme esperando todo lo que necesites. Pedí otros dos whiskies, tenemos toda la mañana y si no se da, tengo la promesa de lo mejor estará por llegar…

—Gracias, gracias. —me besó en la mejilla, gesto de ternuroso agradecimiento. Un “piquito” en los labios como para firmar y confirmar sus dichos.

Recostados sobre la cabecea de la cama, solo con prendas interiores, compartiendo la segunda ronda de un buen escocés con hielo. El llanto asoma al balcón de sus ojos color miel, buscó el asilo de mi pecho, dócil, se deja contener entre mis brazos, en esta postura habla mientras termina de beber. 

El licor, la contención y el calor del pecho masculino le dan el cobijo necesario, para bajar la guardia, dejarse acariciar. El lloriqueo se va esfumando, el calor de los mimos prodigados, van entonándola, el fervor interior va expandiéndose y trepando, la espiral de excitación sube y crece sorprendiéndola, cambia timidez por osadía, pudor por deseo, cayendo vencido el último de los obstáculos, expedito el camino hacia el triunfo del pirata.

La caricia bucal humedece y entibia su cuello, cumple el efecto deseado, casi todas las mujeres sucumben a los besos en esa zona altamente erógena y receptora del deseo. Avanzo con fe ganadora, ansiosa de contención se deja conducir por los insondables vericuetos de la lujuria, enredarse en la realidad de sus propias fantasías.  Giró la cabeza, los labios se encontraron, las lenguas suman intimidad al beso profundo, es la llave que abre las puertas de mi deseo y su venganza. Los besos se vuelven atrevidamente obscenos y deseablemente impúdicos, el cuerpo es terreno fértil, la semilla del deseo germina, se transforma en pasión descontrolada, el dique pasional desborda el deseo descontrolado inundando los cuerpos ardientes.

Los gemidos adquieren tono, textura y consistencia de ansiedad, seca la garganta por el acalorado tránsito a la pasión desenfrenada, la página de deseo está en blanco, solo falta meter manos a la obra y escribirla en detalle, con pelos y señales, tatuar en la piel de su primer infidelidad un “eres mía”, que en realidad no le he tatuado, sino que fue escrito con un bolígrafo sobre el vientre, bien cercano al pubis, con la promesa de que se lo lleve como testimonio de que de ahora en más, me pertenece.

Entregó su desnudez al elogio de mis caricias, a punto de ser tomada por el macho ansioso, el cuerpo vibra y sacude al ritmo de los mimos.  Flexiona y arquea su cuerpo, abre las piernas, ofrece el papo abultado (vagina) oculto en negro vello, suavemente enrulado y prolijamente recortado. Ofrendo mi admiración y adoración ante el templo de todos los deseos masculinos, separó los labios, la roja carne trémula exhala esencia de mujer en celo, el clítoris asoma como pimpollo energético y estridente sonido del placer. La inminencia del contacto los hace vibrar y aletear como mariposas en la luz, el húmedo barniz del deseo tapiza de terciopelo nacarado del interior, toda ella está dispuesta al sexo furtivo, entregarse a la hoguera de las pasiones desatadas, dejarse llevar en el caballo alado del amor prohibido. Una breve sesión se sexo oral, la llevó el erotismo de la calentura a la cima de su monte de Venus, y la excitación al borde mismo del abismo del orgasmo, pero… no era el tiempo que su maestro ceremonial tenía en mente para esta primera infidelidad, aún no dispongo que sea su tiempo, llevarla otro par de veces al mismo borde del abismo intensificará su energía femenina, sumar grados térmicos en el marcador del deseo. Cuanto más elevado el marcador y más tiempo se mantenga a tope, cuanto mayor será el triunfo al hacerla llegar a ese orgasmo tan temido como entronización del placer máximo a que tiene derecho una mujer bien agasajada por su hombre.

Su manera de ser, tan vulnerable y tan llena de ternura, ameritan mis mejores acciones, hacerla sentir respetada y deseada, que transite este momento fundacional de su infidelidad como un acto algo digno de recordar y venir por más, se arte y parte de un momento mágico, que le haga sentir ese “eres mía” en carne viva este momento de amor prohibido. 

Arrodillado ante el altar de los placeres, hago los honores de recibir la entrega y sumisión de la hembra, separo el delicado velo, interior pletórico de jugos, se detiene su reloj pasional cuando la cabeza de mi verga se asome entre los labios palpitantes, halaga la estrechez vaginal, dulce resistencia, trampa mortal para sucumbir al deseo más fantasioso. La dulce entrega gesta el despertar de la boa constrictor que me aprisiona y devora con inusual fervor al intrusivo miembro de su macho.

Ojos cerrados, gemido profundo, jadea ahogándose, responde a la penetración, caliente y húmeda, sus músculos vaginales aprietan mi carne dura que se abre paso dentro de ella.  Está consciente de que este es su momento, el momento que la causalidad le otorga, siente el deseo de gozar y ser gozada, e vaivén del metisaca se torna violenta e impiadosa a su pedido, entregados al goce pleno no dejamos perder en la vorágine de la locura pasional.

Lola gime, preludio de un orgasmo… Nuevamente el macho sabe cómo manejar estas situaciones, entiendo sus necesidades, hacérselo difícil no es un acto perverso, sino hacerle acumular el deseo para que cuando sea llegado el momento supremo sea algo distinto a todo lo experimentado.

Alternando profundidad y velocidad, sin abandonar el mar de su ostra, voy haciendo las alteraciones y movimientos aleatorios para hacerla disfrutar del movimiento del coito, sin anticiparle mis intenciones. De este modo puedo sentir en sus músculos y sentir en sus vibraciones la emoción de transitar el recorrido turístico por tantas sensaciones inéditas hasta que me pareció que era tiempo de hacerla llegar al final de la recorrida exploratoria, el momento donde culminan todo el esfuerzo y la pasión, donde terminan las palabras, donde acaban las ilusiones y se hace realidad brutal esa fantasía de hacer el amor con otro hombre.

Soy ese otro hombre que la hace desembocar en el orgasmo, breve, tímido, suave, que se deja llevar mansamente, pero… esto no es el final, tan solo es el comienzo de todo.

Detengo por un momento, confundo sus emociones, altero sus sentidos y cuando todo se parece a la calma… sin salirme de ella, solo la hago girar, de modo tal que seguimos encastrados, pero yo voy por debajo y ella es la jinete. Un par de nalgadas azuzan sus sentidos y la pongo en movimiento, incito a moverse al compás de mis elevaciones de pelvis, tomado de sus caderas baja hasta empalarse hasta el fondo de su vagina. Entiende el sentido y la forma de moverse que le indica su hombre, comienza con timidez, pero las nalgadas la ponen a tono de cogida enérgica y casi salvaje en su rítmico deseo de gozar y ser gozada. 

Un nuevo orgasmo le estalla dentro de ella, sorprendida y aturdida se detiene luego de un par de vibrantes latidos, y nuevamente las nalgadas avisar que debe retornar al movimiento, otro más y otro más la llevan a estallar en jadeos, gemidos y obscenidades gritadas al mejor estilo de un carrero. Comenzó una mujer tímida y con el estallido emocional de los orgasmos encadenados descubrió esa otra mujer, tan hembra, tan atrevida en la hora suprema del exagerado goce sexual y tan desaforadamente gritado.

Ahora es mi tiempo, nos miramos a los ojos, los míos fulgurantes por el deseo, los de ella con el rímel esparcido entre lágrimas de pasión, entendíamos que era llegado mi tiempo. Volvimos al movimiento, ahora sus abundantes jugos hacer chapotear mi verga dentro del estuche, igualmente ella cierra sus músculos para hacer más prieto el contacto, la fricción más intensa y apurar la llegada de la esperma que pugna desde hace un buen rato por buscar derramarse dentro de su carne. Entiende el código masculino, de los movimientos previos al momento de correrme, el silencio y la concentración del varón son señales inequívocas de que está llegando a la culminación del coito. 

Mis manos, mis ojos y todo mi ser le avisan que estoy en la recta final, con la bandera de cuadros de la eyaculación levantada y por caer sobre la línea de sentencia…

—¡Dale, vení! ¡Adentro! Llename “la argolla” (la conchita), ¡Rompe la concha! ¡Hazlo bien cornudo, cogete a su puta mujer! ¡Ven, dame, dame toda mi leche!

Llamó al deseo, empujé para atravesarla, el semen llega, lo recibe gloriosa. Las últimas contracciones de su vagina aplauden al glande, cíclope que abre su único ojo, late y el chorro lácteo tapiza el ámbito vaginal. Delira frenética, se agita, se inclina y me pone sus tetotas en mi cara. Sigue montada en mí, sin dejar de observarme, los ojos color de miel, tienen una mirada suave, contemplativa, agradeciendo el momento tan sentido. Disfruta los últimos latidos de la pija dentro de su vagina, y comienza a gestar su regalo.  Los movimientos vaginales sobre el miembro producen el efecto que había pergeñado: Hacer que el semen vertido en la eyaculación, sean escurridos casi en su totalidad, y fue abundante, se queden descendiendo en mi verga.

Entonces hizo algo que me sorprendió, sobre todo por ser nuestra primera ocasión de intimidad, que se inclinara y sin dejar de observarme comienza a meterse la verga en la boca y lamerse el semen que su hombre hizo por ella y en ella, terminó de lamerla toda completita. 

Arrodillada, volvió a mirarse en mis ojos, las miradas eran distintas, la mía de satisfecho, ella agradecida y feliz por tantas y buenas sensaciones recibidas.

Estorban las palabras cuando los gestos son tan elocuentes. La ducha tiene las paredes vidriadas, la observo entrar y evolucionar bajo la lluvia de la ducha, extiendo el mullido toallón para darle la bienvenida al regreso del baño.

El abrazo contenido en la tela para recoger la humedad del baño, sirven para acercar cuerpos y sentimientos, creo que ese fue el instante de vincularnos afectivamente.

Sentía el deber moral de hacerle sexo oral, de hacerla sentir latir en mi boca nuevamente, ponerla otra vez en la cima de sus emociones. Esta vez el orgasmo surgió con la espontaneidad de la confianza y la habilidad de su hombre.

Es tiempo de coger, otra vez entrar en el placer de Lola, sin las tensiones y con el deseo a flor de piel, menos demora y muchas ganas nos estamos dando una buena cogida. Es tiempo de cambio de posturas, de bruces, boca abajo, me recibe en su vagina, con toda la vehemencia que esa postura nos propicia, asido de sus hombros impulsado a fondo en ella, elevo mis nalgas todo lo posible para enterrarme a fondo, con la furia propia de las calenturas que nos permite esa postura que prioriza las actitudes de dominador y someter a la hembra a la insistencia de entradas bien profundas.

—¡Esto es tuyo, toma, recibe mi leche amor! —noté que dije esa palabra mágica unos instantes después.

Después del último latido de la eyaculación, desenvainé la verga, salí de Lola. Volteó, se quedó mirándome a los ojos.

—¿Te escuchaste? —asentí con gestos— Hmmm… y un gesto moviendo la cabeza.

Se levanta del lecho, despacio, al poner los pies en el suelo, siente que el semen comienza a escurrírsele de la vagina, la mano a modo de cuchara recoge las primeras gotas del fluido vital, levanta la palma y me muestra cómo se las lame.  

—Hmmmmm, es tuyo, sabe bien, sabe a mí… amor. —Hmmm mueve la cabeza como cuando yo dije eso mismo.

Habían transcurrido más de seis horas, desde que entramos al cuarto, un café nos volvió a encontrar como al comienzo, desnuditos de ropas y de pudores, pero ricos en placer y la experiencia. Es bien sabido que la mujer para ser infiel necesita justificarse, el hombre tan solo tener una mujer delante. Ella necesitó justificarse y comenzó a decir: “Sentí la necesidad de darle un escarmiento a ese cabrón de mi marido, porque hace dos semanas lo pesqué saliendo de un hotel con mi hermana, durante tres días estuve mascullando la forma de vengarme, pero con inteligencia y disimulo para no perder los beneficios económicos que dispone hoy. Tu servías a mis planes, por eso decidí cuando sería el momento oportuno, el encuentro en la calle no fue azar, sino causalidad, provocado por mí. Pero ahora… esa palabrita que has dicho hace un momento me hizo “temblar el piso” en un instante de lucidez entendí que la causalidad no solo era la venganza, sino que había una parte de fantasía y más de ganas por hacerte mío.”

Luego devino la pregunta con propuesta incluida de continuar con esta forma de encuentros, de seguir con esta relación de amor prohibido, que ella lo deseaba y que, si yo también podríamos continuar esta relación, que también ella sentía que había algo más que sexo, pero, así como estaba de momento nos dejaba a ambos con el sabor del encuentro, que debemos repetirnos… Hubo acuerdo, un beso profundo y bien trabajado con la lengua selló el pacto de ser amantes hasta que… nos separe.

Luego de volver a escribir, con bolígrafo, en su vientre, más cerca del pubis angelical, “eres mía” me pidió que escriba esta historia, para recordar su venganza y memorar nuestro primer encuentro de muchos más. 

Ahora que he contado esta historia pequeña y bastante más común de lo creemos, estoy esperando que tú, que has podido leer la mía, me quieras contar la tuya y disfrutar de compartirnos, ¿te parece?

[email protected] es mi correo, estaré esperándote.

 

Nazareno Cruz

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