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La esclavita Luz y sus dos Amos

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Fue un viernes a la noche cuando Pedro, el marido AMO de la sumisa Luz, me llamó para hacerme una invitación muy especial: cenaríamos al día siguiente los tres en el departamento en el que vivían después de casarse.

Eran chicos de 27 años él y de 25 ella, a la que había conocido en un chat de BDSM para después entablar una muy cálida y excitante relación. A mis 65 años me parecía estar viviendo un sueño.

El AMO Pedro sabía de mi existencia en la vida de su esposa-esclava como su amigo y Maestro, y me dijo:

-Quiero probar algo nuevo. ¿Cuento con vos?

-Por supuesto. -le contesté intuyendo lo que Pedro buscaba y relacioné su objetivo para esa noche con algo que Luz me había narrado alguna vez como una de sus fantasías: estar con más de un AMO.

-Si estoy en lo cierto vamos a pasarlo muy bien con esa perrita... -me dije.

Al día siguiente llegué puntual a la cita, excitado por el hecho de que en instantes conocería personalmente a la sumisa Luz.

En el ascensor, Pedro me dijo que lo que pasaría esa noche no lo habían vivido nunca ni él ni su esposa-esclava, y que eso lo tenía muy excitado.

-Todo va a ir bien. -le dije. -Luz ha venido haciendo grandes progresos como esclava.

-Mucho de ese progreso te lo debe a vos, Eduardo. -se sinceró Pedro.

-Y a su real vocación. -le dije. -Luz es un diamante al que hay que ir cincelando. Será una esclava perfecta.

Pedro sonrió orgulloso y lo comprendí.

Ya en el departamento no pude menos que conmoverme ante la esclava Luz, que nos esperaba de pie, con la cabeza gacha y las manos atrás.

Miré a Pedro:

-Perfecto. -le dije, y él volvió a mostrarse orgulloso.

Luz era aún más hermosa que en esa foto que yo había contemplado tantas veces mientras chateábamos. Se adelantó hacia mí y sin alzar su cabeza dijo:

-Buenas noches, Amo Eduardo ¿cómo estás?

-Bien, sumisa Luz, y complacido, por supuesto, de conocerte en persona. -y adelanté mi mano que ella besó provocándome un estremecimiento con el roce de sus labios.

Después de los saludos, el Amo Pedro invitó a sentarnos a la mesa y su esposa-esclava se dirigió a la cocina. Mientras tomaba asiento no pude contener una mirada a la cola de la sumisa Luz, esa cola que más tarde el Amo Pedro y yo íbamos a someter a una buena sesión de spanking, como parte de lo que haríamos con la perrita si se confirmaba mi sospecha respecto de lo que se proponía el dueño de casa al invitarme. De inmediato, como si hubiera leído mis pensamientos, el Amo Pedro me dijo:

-Eduardo, quiero que los dos tengamos una sesión con Luz, por eso te invité.

-¿Ella lo sabe?

-No, no se lo dije, pero ésa es una fantasía que tiene desde hace mucho y que a mí también me excita. No podría ser con otro Amo más que vos, porque te tenemos confianza ¿entendés?

-Claro. -dije, y le pregunté a Pedro sobre los límites que yo debería imponerme en la dominación de su esposa-esclava.

-Bueno, qué sé yo, no me... no me gustaría que la penetres, por ejemplo, pero los dedos...

-¿Podré usar su boca? -arriesgué.

El Amo Pedro crispó el rostro, pareció dudar y luego dijo:

-Bueno, sí, pero sin acabarle adentro...

-Me parece razonable. Y ahora te propongo que la cena transcurra normalmente y que la esclavicemos después del postre. ¿Habrá café?

-Sí, con masitas, cognac y Tía María.

-Bien. ¿Estás de acuerdo en que sea yo quien decida el momento para comenzar a dominarla?

-De acuerdo. -aceptó Pedro con una sonrisa.

Fue entonces que Luz entró con una bandeja en la que se alzaban tres copas de camarones.

-Copa de camarones al vino blanco... -dijo Leila mientras depositaba la bandeja en la mesa. -¿te gustan, Eduardo?

-Los mariscos me fascinan, Luz… Tanto como el Sado. -acoté con una sonrisa.

Vi el rubor en las mejillas de Luz y así, ruborizada, me miró fugazmente a los ojos en el acto de poner la copa ante mí.

Cuando todos terminamos el postre, Luz preguntó mientras se levantaba para retirar los bols:

-¿Café para todos?

El Amo Pedro asintió, pero yo dije dirigiéndome a ella:

-Dejá eso y volvé a sentarte, sumisa Luz.

Me miró abriendo mucho los ojos y balbuceó algo ininteligible. Estaba confundida.

Pedro le dijo entonces:

-Vamos a hacer realidad tu fantasía.

La sumisa Luz nos miraba alternativamente a ambos, mientras sus mejillas enrojecían cada vez más.

-Sentate. -volví a ordenarle al par que encendía un cigarrillo. -Sentate como sabés que debe hacerlo una sumisa.

Obedeció en silencio y se sentó como yo le había enseñado: sin cruzar las piernas, con las rodillas juntas, la cabeza gacha y las palmas de sus manos sobre los muslos.

El Amo Pedro se acercó a ella sonriendo y comenzó a acariciarle la cabeza.

-Muy bien... muy bien... -le dijo acercando su cara a la de ella y besándola tiernamente. Me dije que el dueño de casa había actuado como la circunstancia lo exigía, tranquilizando a nuestra esclava con esa muestra de afecto.

-Ahora voy a decirte lo que vas a hacer, sumisa Luz. Quiero que retires todo esto y que vayas por el café, pero vas a servirlo vistiendo esa ropa especial.

-Sí, Amo Eduardo, lo que ordenes. -contestó sin alzar la cabeza.

-Vamos. -le dijo Pedro.

-Sí, Amo Pedro... -contestó la sumisa Luz incorporándose.

Cuando quedamos solos, Pedro se frotó las manos y sus labios se curvaron en una sonrisa:

-Esto promete, Amo Eduardo...

-Así es. -coincidí. -Va a ser muy excitante para los tres.

-Me vuelve loco cuando se pone esa ropa. –dijo Pedro.

-¿Tenés algo para atarla?. –le pregunté.

-Sí. Cuando supe que venías compré cuerdas en una ferretería y las corté con diferentes largos.

-¿Qué instrumento de azotar tenés? -quise saber.

- Un látigo cortito, de varias tiras de cuero. –me contestó el Amo Pedro.

-Y supongo que ella, siendo maestra, tendrá una regla de madera.

-¡Sí! -se entusiasmó Pedro.

-La usaremos también. -dije. -Es un objeto muy apropiado cuando se trata de enrojecer una colita.

-Y tenemos también algunos pañuelos de seda que yo uso para vendarle los ojos. -me dijo el dueño de casa.

-¡Perfecto!... perfecto. -dije y fue precisamente en ese momento cuando la sumisa Sol volvió vestida tal cual le había ordenado y trayendo la bandeja con tres pocillos de café humeantes. Estaba arrebatadoramente hermosa con el corpiño de cuero negro, de media copa, la brevísima minifalda de cuero negro también, medias oscuras de red y zapatos negros de taco aguja. Yo sabía que debajo llevaba una tanguita negra y portaligas.

Se acercó a la mesa despacio y con la cabeza gacha. Lucía realmente muy bella y sexy y nuestro homenaje a ella, a nuestra esclava, fue contemplarla admirados y en silencio.

Cuando los tres tuvimos delante nuestra tacita de café, me incorporé y fui hacia ella. Enredé mis dedos en su pelo y le dije:

-Somos tus Amos, sumisa Luz, y a partir de este momento vas a servirnos en todo lo que te ordenemos. Vas a hacer exactamente todo lo que te ordenemos que hagas. ¿Entendido?

-Sí, Amo Eduardo... Estoy para servirlos en todo lo que deseen de mí... -contestó ella con un leve temblor en la voz que hizo aumentar mi excitación. Mis manos descendieron entonces lentamente desde su pelo y fui acariciándole sus orejitas, las mejillas -que noté ardiendo-, su delicado cuello. El Amo Pedro, que había terminado con su café, se acercó y quiso que la esclava, mientras yo seguía acariciándola, se ocupara de su miembro sin sacarlo del pantalón. Sol jadeaba con los ojos cerrados, sintiendo mis manos en su piel y entre sus deditos el miembro de su marido, ya visiblemente erecto bajo la tela.

El Amo Pedro y yo teníamos a la sumisa Luz a nuestra entera disposición, lista para ser gozada.

No acercamos hasta pegarnos a ella, por delante Pedro, que le vendó los ojos con el pañuelo, y yo por detrás, haciéndole sentir nuestros miembros en el vientre y en las nalgas.

Después de unos segundos nos separamos y yo dije entonces:

-Te queremos en cuatro patas, perrita...

La sumisa adoptó la posición ordenada con movimientos algo vacilantes, por tener sus ojos vendados.

Allí estaba y yo a sus espaldas, contemplando esa colita que parecía ofrecerse a mí.

El Amo Pedro extrajo del pantalón su miembro ya erecto y se le fue acercando lentamente, la tomó del pelo obligándola a levantar la cabeza y le dijo:

-Abrí la boca.

La sumisa Luz obedeció y Pedro le introdujo su miembro que ella, sin esperar orden alguna, comenzó a succionar ávidamente.

Tomé una silla, la puse a espaldas de nuestra perrita, me senté y me dispuse a posesionarme de su cola.

Entreabrí sus nalgas provocándole un estremecimiento y luego apoyé la punta de dos de mis dedos en esa estrecha entradita que muy pronto sería atravesada. Introduje ambos dedos despacio, excitándome con sus contorsiones mientras seguía con el miembro del Amo Pedro dentro de su boca.

Mis dedos avanzaban y retrocedían dentro de esa colita mientras la sumisa Luz movía sus caderas al ritmo de la penetración y continuaba lamiendo y succionando el miembro de Pedro.

Entonces introduje mi otra mano entre las piernas de nuestra esclava, en búsqueda de su vagina que, como supuse, estaba empapada. Sin dejar de trabajar su cola oprimí con tres dedos el botoncito ya bien duro y comencé a estimularlo.

Con el miembro del Amo Pedro en su boca, penetrada por la cola y con su botoncito prisionero de mis dedos, la sumisa Luz jadeaba y gemía de placer. Era totalmente nuestra.

No quiero terminar todavía. -dijo el Amo Pedro entre jadeos y retirando su miembro.

-Nuestra perrita tampoco va a terminar... -le dije. -Le hemos dado demasiado placer y es momento de hacerle probar una sensación distinta. Saqué mis dedos de su cuerpo y entonces ella dijo, agitada:

-No, no...

-¿Qué pasa, sumisa Luz? -le pregunté.

-Quiero terminar, Amo...

-Voy a enseñarte algo... La palabra "quiero" está prohibida en una sumisa. Cuando una sumisa quiere algo debe rogarle al Amo que se lo conceda. Jamás debe decir "quiero".

-Perdón, Amo Eduardo... Te suplico que me dejes terminar...

-No por el momento, perrita... Antes vamos a castigarte por haberte atrevido a decir "quiero"...

Ella hizo entonces unos pucheritos conmovedores y excitantes al mismo tiempo y yo le pregunté a Pedro:

-¿Estás de acuerdo conmigo en que hay que castigarla, Amo Pedro?

-Sí. -contestó él. -Tenemos que enseñarle a no ser insolente con sus Amos. Creo que le vendrán bien unos azotes. -Y se retiró para volver con el látigo, la regla de madera y varias cuerdas. Empuñó el látigo y me preguntó:

-¿Preferís alguna posición en especial para castigarla?

-Así como está, en cuatro patas. -le dije. -Y mientras vos le hacés sentir el látigo en su colita va a honrar mi miembro con su boca.

-Me parece bien. -dijo Pedro tomando posición detrás de nuestra sumisa.

-Yo me acerqué a ella, saqué mi miembro erecto, la tomé del pelo enderezándole la cabeza y comencé a pasarle el pene por su carita.

La sumisa Luz gimió mientras evidentemente muy excitada acompañaba con su rostro los movimientos de mi pija. Jadeaba en tanto yo seguía deslizando mi miembro por sus mejillas ardientes, por su mentón, por su frente, por sus labios. Hice una seña a Pedro y éste le subió la mini hasta la cintura, hizo descender la tanga hasta las rodillas y le dio el primer azote, que hizo gemir a Luz. Fue entonces que le introduje mi miembro en la boca.

La sesión iba cobrando cada vez más temperatura.

El Amo Pedro no le pegaba muy fuerte; sólo lo necesario para hacerle sentir ese voluptuoso y placentero ardor que provoca un azote bien dado.

Cada vez que el látigo caía sobre su cola, la sumisa Luz corcoveaba y ese movimiento repercutía en mi miembro, que iba a y venía dentro de su boca. Me estaba dando un enorme placer con sus labios y esa lengüita que empleaba maravillosamente.

Pedro se mostraba hábil con el látigo. Lo hacía caer alternativamente en una y otra de las nalgas, con la fuerza justa. Yo sujetaba mi miembro con una mano, para retirarlo cada tanto de la boca y ofrecerlo a la lengua de la sumisa, que me lo recorría todo, desde la base hasta la cúspide. Por momentos yo se lo pasaba por la cara, y ella entonces lo buscaba a ciegas, ansiosa por volver a tenerlo. Semioculta por el pañuelo, su carita mostraba en su expresión el intenso goce que estaba sintiendo.

Yo no quería terminar aún, de modo que de pronto le dije:

-Bueno, sumisa Sol, basta de esto por ahora. Lo hiciste muy bien y ahora vas a repetirlo con el Amo Pedro. -Gracias, Amo Eduardo... -dijo ella entre fuertes jadeos que denotaban su excitación. -Gracias por estar contento de cómo lo hizo esta humilde sumisa...

Pedro había dejado de azotarla y me interesó ver cómo estaba esa colita después del castigo. Lucía hermosa, con esas marcas rosadas que el látigo había dejado en ambas redondeces. Guardé mi miembro, tomé la regla de madera y comencé a azotarla en la cola con ese instrumento tan efectivo para tal menester, mientras ella, con el miembro del Amo Pedro en la boca, corcoveaba un poco a cada golpe y emitía gemidos ahogados sin dejar de chupar y lamer.

Al cabo de veinte reglazos las deliciosas nalguitas de Luz estaban considerablemente enrojecidas y entonces le propuse al Amo Pedro que hiciéramos una pausa para beber una copa servidos por nuestra esclava.

Él estuvo de acuerdo, retiró el pene de la boca de la sumisa y le quitó el pañuelo:

-Parate, sumisa Luz. -le ordenó.

Luz se puso de pie y adoptó la posición correcta ante sus Amos: cabeza gacha, piernas juntas y manos atrás.

Pedro dijo que iba a tomar una copita de Tía María. Yo preferí cognac.

-¿Vos querés tomar algo, sumisa Luz? -le pregunté.

-Sí, Amo Eduardo, si ustedes me autorizan quisiera tomar Tía María... -murmuró.

-Por mi parte no hay inconveniente. -y consulté al Amo Pedro con la mirada.

-Estás autorizada. -dijo él.

-Gracias, Amos... –murmuró Luz. Entonces le ordenamos que trajera las bebidas.

Cuando volvió y hubo servido las tres copas, le dije mientras encendía un cigarrillo:

-Vas a beber como debe hacerlo una esclava cuando está ante sus Amos. Arrodillada, sumisa Luz.

-Muy bien. –aprobó Pedro. Luz tomó su copita y se arrodilló frente a nosotros apoyando luego la cola en los talones. Era la imagen misma de la sumisión, y se lo dije:

-Gracias, Amo Eduardo... -me contestó sin alzar la cabeza. -Me siento honrada de servir a mis Amos...

 -Deberíamos llevarla a la cama. -me propuso el Amo Pedro.

-En eso estaba pensando. -coincidí, y le ordené a nuestra esclava que se pusiera en cuatro patas.

-Al dormitorio, perrita Luz... vamos. -le dije mientras tomaba algunas cuerdas y el pañuelo de seda.

 Ya en el dormitorio la dejamos llegar hasta el borde de la cama y ella se quedó allí, inmóvil. Como sumisa sabía que no debía hacer nada que no le fuera ordenado, y se abstuvo de subir a la cama.

El Amo Pedro le ordenó que lamiera su mano, y Luz lo hizo de inmediato.

-Qué perrita tan obediente... -dije dándole unas palmaditas en la cola. -Qué bien adiestrada está...

-Bueno, a la cama, perrita Luz... -le ordené, y ella se subió.

-De espaldas. -completó el Amo Pedro.

Ya la teníamos allí, en la cama, para el final de la sesión. Era hora de liberar ese orgasmo que nuestro deseo, encendido desde hacía un largo rato, nos estaba reclamando imperiosamente.

Hice que se corriera un poco hacia los pies de la cama y me arrodillé detrás de su cabeza, con las piernas separadas, saqué mi miembro semierecto y comencé a pasárselo por la cara, de un lado al otro.

El Amo Pedro le ordenó que pusiera sus piernas en posición de ranita, le levantó un poco las nalgas con sus manos y la penetró por la cola.

La sumisa Luz gemía con la boca abierta y los ojos entrecerrados, esperando mi miembro. Se lo puse en la boca y allí terminó de endurecerse mientras ella lo sorbía ansiosamente. Sus pezones se alzaron, bien duritos, en cuanto los capturé entre mis dedos y los retorcí y estiré suavemente una y otra vez.

Después de un momento le pedí al Amo Pedro una pausa. Él retiró su miembro y yo hice lo mismo con el mío. Nuestra esclava gemía y jadeaba presa de la excitación. Le ordené que se pusiera en cuatro patas, le vendé los ojos con el pañuelo y luego até sus tobillos a los lados de la cama, de manera que sus piernas quedaron bien abiertas. Por último, le amarré las muñecas, con los brazos estirados, a los ángulos superiores de la cabecera, dejando un espacio para ubicarme frente a ella, con mi miembro a la altura de su cara.

-Bueno, sumisa Leila, -le dije acariciándole el pelo, las mejillas, el cuello, los hombros y las tetitas. -ahora tus Amos y vos vamos a gozar hasta el final, sin frenos, sin barreras... -y levantándole la cabeza, completé:

-Quiero tu lengüita en mis huevos... -y los apoyé sobre sus labios entreabiertos.

Fue en ese momento que el Amo Manu volvió a penetrarla por la cola, provocándole un largo gemido que se fue apagando cuando ella comenzó a lamerme como le había ordenado. Al contacto de su lengua me estremecí de pies a cabeza.

¡Qué figura tan bella y excitante formábamos los tres!... Y de esa figura emanaban gemidos, jadeos, monosílabos y frases entrecortadas que iban componiendo una sinfonía del más exquisito e intenso goce.

El Amo Manu tenía una mano sobre la cola de la sumisa Leila y la otra entre sus piernas ocupándose del botoncito, sin duda.

Excitadísimo por esas lamidas en mis huevos, que nuestra esclava alternaba con besitos, introduje mi miembro en su boca. Leila gimió de satisfacción al recibirlo y se puso a sorberlo apasionadamente, mientras corcoveaba por los embates del Amo Manu y esos dedos en la parte alta de su conchita. Manu le iba a dar uno de esos orgasmos que a ella tanto le gustan: combinación anal y clitoriana. En medio del intenso placer que me estaba dando con su lengua, me sentí feliz por ella y embargado de esa deliciosa sensación hecha de excitación y ternura me dejé llevar hacia el orgasmo.

Todos terminamos con diferencia de segundos. Yo, respetando el pacto con el Amo Manu, retiré mi miembro en el instante exacto y me derramé sobre el cuello de la esclava, aunque no pude resistir un gesto de picardía y le pasé enseguida el extremo del miembro por sus labios para dejarle en la boca sólo un poquito de mi semen, que ella recogió inmediatamente con la punta de su lengüita mientras se agitaba en las convulsiones del orgasmo que le había provocado el Amo Manu.

...............

Más tarde, otra vez en el living, relajados y felices, tomamos un café y coincidimos en que todo había resultado sumamente placentero. La sumisa Luz se veía radiante mientras su marido-Amo la colmaba de mimos y expresiones cariñosas. Su fantasía se había hecho realidad y yo supe que esa noche habíamos abierto una puerta al futuro.

FIN

Amo Eduardo:

Mañana, lunes, voy a cumplir con tu orden y después te cuento cómo la cumplí. Por supuesto que sigo obedeciendo la orden de sentarme sin cruzar las piernas, como corresponde a una buena sumisa.

Te mando el final de la historia…. espero que te guste....

La sesión parecía haber llegado a su fin, pero mis Amos todavía no me habían autorizado a dejar mi papel de sumisa.

-Queremos bien limpios nuestros miembros, sumisa Luz, empezá conmigo- dijo Amo Pedro.

Me acerqué a él, que seguía recostado en la cama y con mis labios y mi lengua limpié todo su pene, sus huevitos y sentí el gusto mezclado de sus jugos y los míos.

Luego hice lo propio con el pene del Amo Eduardo, que se había sentado al borde de la cama y sentí nuevamente su sabor y el mío.

Amo Eduardo le pidió a Pedro permiso para ducharse, a lo que Amo Pedro accedió y mientras se bañaba, Pedro y yo, ya terminada la sesión, aprovechamos para besarnos y mimarnos como toda pareja de enamorados.

Después de que Amo Eduardo saliera de la ducha fui yo y luego Pedro.

Ya en el living, y tomando Eduardo esta vez una copa de cognac, y Pedro y yo una copita de Tía María y comiendo una porción de tarta dulce, quisieron saber ellos cómo me había sentido, qué cosas me habían gustado más y cuáles menos.

Sólo atiné a decirles que soy la sumisa de mis dos Amos, que todo lo que ellos hagan o decidan hacer conmigo será bienvenido, porque mi placer es el de ellos y el cumplir mi fantasía de tener dos Amos, ya era más que suficiente motivación para obtener placer y complacerlos en todo lo que quisieran. Siempre en un marco de respeto y sabiendo el lugar de cada uno.

Ellos sonrieron y con miradas cómplices se mostraron satisfechos.

Amo Eduardo se retiró, y Manu y yo, abrazados, miramos por el ventanal cómo ya había llegado la noche.

Estoy segura de que ambos Amos, cuando me fui a bañar, ya estaban planeando otra sesión de TRES, no sólo para cumplir mis fantasías sino porque ellos también encontraron una nueva forma de dar y recibir placer como Amos.

Me quedé pensando en el saludo final de Amo Eduardo, antes de irse, cuando al besarme en la mejilla susurró en mi oído:

-Chau, MI perrita...                 

FIN

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