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Sexo en la vieja hidroeléctrica – 1 − Septiembre

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Una cantina de un pequeño pueblo donde unos cuantos hombres de campo juegan a cartas y otros entretenimientos de mesa mientras charlan de asuntos de trabajo o de la localidad.

Sentados en mesa aparte, un hombre con uniforme de policía del Cuerpo Rural y otro vestido de civil, dialogan mientras juegan al dominó.

-Ha vuelto a perder.

El uniformado sonríe con satisfacción.

-Ya veo.

-¿No se cansa de que le derrote una y otra vez?

-Sí, desde luego. Nunca he tenido buen perder.

-Lo disimula muy bien. ¿Qué más cosas disimula?

-Mi carácter violento.

-¿Usted carácter violento?

-Le aseguro que hay días que las ganas de asesinar a alguien me superan.

El policía le mira con rostro serio y habla a la vez que coloca las fichas bocabajo para una nueva partida:

-Yo he matado. Naturalmente que a causa del deber. Fue durante una intervención por un atraco.

-No parece lamentarlo.

-Cumplí con mi deber. Pero después de aquello busqué un destino más tranquilo. Por eso estoy aquí, en este pequeño pueblo donde casi nunca pasa nada. Lo más destacado del último año ha sido su llegada para ocuparse del papeleo del ayuntamiento. Y tengo que decirle que la gente está encantada con su labor.

-Gracias.

-No las merecen. ¿Pero qué hace un hombre como usted en este lugar? Y no me diga que no encontró otro trabajo.

-Me dijeron que aquí disfrutaría de tanto sexo como quisiera- contesta el administrativo sin pestañear.

-¿En esta pequeña aldea plagada de beaterío?

-Me informaron mal.

-Me gusta su sentido del humor. Pero volviendo a la realidad... este pueblo no es el mejor lugar para un hombre como usted.

-¿Como yo?

-Sus ojos le delatan.

-¿Puede explicarse?

-Le gustan los hombres. No me lo niegue. No sea tan torpe.

La sudoración del administrativo se ha disparado.

-¿Me va a detener por ello?

-Iría contra la ley. Usted puede meterse en la cama con quien quiera, siempre que no sea un menor. Pero los menores, con usted, están a salvo.

-Y yo que pensaba que jugaba conmigo porque le divertía apabullarme con su juego hábil. Y ahora resulta que me estudiaba.

-¿Decepcionado?

-Fue bonito mientras duró.

El uniformado, seguro del terreno que pisa, trata de relajar la situación:

-Tengo intención de seguir jugando con usted. Si quiere, naturalmente.

El trabajador del ayuntamiento se balancea hacia atrás en la silla pensando una respuesta.

-Le confesaré que yo también buscaba otra cosa jugando con usted.

-Le escucho.

-Por las noches recreo estos momentos y me masturbo pensando en su cuerpo.

El agente clava su mirada sobre el rival de partida y contrae la quijada.

-Su esposa -sigue el empleado con impertinencia- tiene suerte de tenerle de compañero de cama.

-Creo que ella tiene otra opinión. Ya sabe, el tiempo todo lo mata.

-Veo que no se toma a mal mi comentario. Otro se hubiera levantado y me hubiera partido la crisma.

-¿Otra partida?

-Si es para charlar...

Me apetece otro café. ¿Me acompaña?

-No me vendrá mal. Esta noche tengo servicio.

El administrativo, tras levantarse, solicita los cafés en la barra. Hace cuánto puede porque el pánico no se adueñe de sus nervios.

Mientras espera a que le sirvan, vuelve el rostro y su mirada se cruza una vez más con la del policía.

Al cabo, vuelve a la mesa con los cafés.

-¿Tan necesitado está que se satisface con fantasías conmigo? -retoma el escabroso diálogo el uniformado.

-Posee elementos que le hacen atractivo: agente de la ley, uniforme, aspecto viril, bigote, manos fuertes, moreno agitanado, anchos muslos, trasero marcado bajo la tela caqui de su pantalón de servicio, destacados pectorales... Sólo me falta su sexo; pero casi mejor no conocerlo, así le pongo el que quiero.

El uniformado se atusa el espeso bigote que luce y eleva el tono del tema que tratan:

-¿Le gustaría verlo? -dice sin asomo de ironía.

-¿Le gustaría que se lo tocase?

-¿Quiere tocarle los cojones a la autoridad?

-Ni se imagina a quién he sido capaz de tocar los cojones por un poco de placer que, más de una vez, ni lo obtuve.

Ambos se concentran en dar el primer sorbo a su café.

El representante de la autoridad rompe la tregua:

-Se le ha visto rondando por la vieja instalación hidroeléctrica.

El administrativo frunce ligeramente los labios. Su cuerpo, de aspecto macizo, se tensa.

-Es peligroso que se acerque. El edificio, por llamarlo de alguna manera, amenaza ruina. Y el río, cuando hay lluvias torrenciales en su cabecera, ha llegado a inundarla.

-Gracias por el consejo.

-¿Volverá a ir?

-Si no hay nada mejor que visitar y no llueve torrencialmente...

El uniformado sonríe por la ironía. Pero entra de inmediato en el fondo de lo que busca.

-¿Con quién se cita allí?

-No tiene derecho a saberlo.

-Puede que me sienta celoso.

-Eso sí que tiene gracia.

-¿Obtiene placer o le ocurre como todas esas veces que tocó los cojones a otros y usted se quedó a dos velas?

El aguante del administrativo ante las descaradas frases se resiente.

-No está siendo así.

-¿Cuántos encuentros han sido?

Por un momento, el interrogado se siente tentado de levantarse de la mesa y dar por acabado el cara a cara. Pero clava sus ojos en el rostro del policía y responde:

-Unos cuantos.

-¿Todos satisfactorios?

-Nos cogemos con ganas.

-¿Tendré que preguntarle como José Luis Perales “y quién es él...”?

-Ya le he dicho que no tiene derecho.

-¿Cómo le da placer? Cuénteme. Tengo curiosidad.

-Yo también tengo curiosidad. Curiosidad sobre usted.

El policía mantiene la mirada desafiante del administrativo y responde:

-¿Qué quiere saber, qué número de zapato calzo?

-Hablemos del tamaño de su sexo.

-Creía que prefería la fantasía a los datos.

-Todo cambia. ¿Qué opinó su esposa la primera vez que lo cogió?

El agente restaña sus nudillos.

-Es una mujer de caderas anchas, ya la conoce -dice pausado- Aun así, necesita adaptarse al tamaño. ¿Le basta?

-¿Cuál es su momento preferido para el sexo?

-La madrugada. Me gusta tomarla por la espalda y entrarle sin permiso. Al principio se queja. Pero en cuanto se acostumbra, se relaja y me confiesa lo mucho que disfruta cuando la lleno.

-Me dijo que existía cierta fatiga entre ambos.

-Nada que no se supere con un buen polvo.

-¿Así que no existe ni la más remota posibilidad de que me busque para un desahogo por aquello de intentar algo nuevo?

El rural suelta una sonora carcajada.

-Tal vez en mi próxima reencarnación.

-Presumo que está siendo sincero.

-Tanto como yo presumo que usted lo será conmigo.

-No me queda opción. Al parecer, mi alma es pura transparencia a sus ojos.

-¿Por qué en ese lugar en ruinas?

-Nadie se acerca por ahí.

-Supongamos que siente grandes ganas de sexo. ¿Qué hace?

-Voy donde sé que mi contacto faena y me dejo ver. Lo mismo él conmigo. Ya sólo queda esperar en el lugar.

-Siempre el mismo.

-Hasta ahora, sí.

-¿Y cómo actúan cuando están juntos?

-Nos damos placer.

-No quiere entrar en detalles.

-Si entro en detalles daré pistas. Y esas pistas le conducirían hasta mi contacto carnal.

El agente, que ha estado jugueteando con las fichas del dominó, levanta una: es el seis doble. Entonces dice:

-Sé el nombre de su “contacto”.

Se produce un silencio.

-Se está marcando un farol.

-A su “contacto” le gusta llevar los primeros botones de la camisa desabrochada exhibiendo una densa pelambrera. Y no se afeita mucho. Debe de pinchar esa barba tan recia.

-Veo que no sólo es hábil con el dominó.

-Soy policía, de la Rural, pero al fin policía. Mi deber es saber y estar preparado.

-Si ya lo sabe todo, no sé a qué viene este interrogatorio -contesta el administrativo fingiendo superficialidad.

-Sólo estamos intercambiando información.

-Con su sabiduría, no hay intercambio que valga.

-No, no lo sé todo.

El agente duda si decir lo que tiene en la punta de la lengua.

-No sé, por ejemplo... cómo se las arreglan dos hombres para darse placer. Verdadero placer. ¿Usted lo obtiene en esos encuentros?

Los jugadores se miden.

-Antes debe de contestarme usted.

-Lo encuentro razonable.

-¿Qué es lo que más le gusta de lo que le hace su mujer?

-¡Humm! No sé si contestar a eso.

-¿Se achanta?

-Es usted un demonio peligroso -dice burlón- Pero vamos allá: me toma el sexo entre sus pechos y me masturba con lentitud. Mi esperma termina... estrellándose contra su rostro y yo... yo se lo limpio con mi lengua.

-¿Se come su propio esperma?

-¿Sorprendido?

-¿Ella no le pide parte?

-No le complace.

-¿Nunca le ha realizado una felación con todas sus consecuencias?

El agente se resiste a comunicar tal información.

-Debe responder si quiere que yo responda a sus preguntas.

-No hasta donde me gustaría.

-Es una pena. Porque esa fue mi primera fantasía con usted. Una abundante eyaculación que me veía obligado a ingerir. Y fíjese que digo “obligado”.

-¿Su contacto le “obliga”?

-Es un hombre sumamente cuidadoso en la intimidad.

-¿Cómo de cuidadoso?

-Cuando hacemos el amor...

-¿De qué manera?

-Cuando me tiene a su merced en la oscuridad, me toca suavemente, me abraza contra su cuerpo y siento el calor de su verga. Sus manos son ásperas...

-No pueden ser de otra manera con esas labores a los que se dedica.

-Pero cuando las desliza por mi espalda son delicadas. Y lo siguen siendo mientras me hurgan entre las nalgas.

-¿No es... molesto? Unos dedos recios de uñas duras y renegridas...

-Los dedos de un hombre que se gana la vida en duros trabajos del campo. Para mí, lo más erótico. Y eso hace que lo desee aún más.

-Siempre creí que un hombre de su aspecto, de cuerpo más bien fornido, buscaría la compañía de un muchacho ambiguo...

-La vida es pura sorpresa.

-¿Está enamorado?

-¡Noooo! Es sólo sexo.

-Pero ha estado enamorado. Me refiero a otro momento, otro lugar... otro hombre.

-Me gusta entregar mi culo, y nada más.

-Es usted dolorosamente claro.

-¿Está usted enamorado de su esposa?

-Es la madre de mis hijos.

-Razón para respetarla. Pero eso no contesta a mi pregunta. ¿Piensa en ella a todas horas, en tomarla, en hacerle el amor como si fuera la primera vez?

-Usted ha leído demasiado a Corín Tellado.

-Yo puedo pasarme el día pensando en la verga de un hombre. Puedo mantener con usted esta conversación y sin embargo no dejar de querer esa verga en mi trasero. Despedirme de usted y marchar corriendo al encuentro de ese hombre para que me cabalgue a su antojo.

-¿Es eso amor?

-Es todo lo que siento.

-Su contacto... ¿le cabalga a su antojo?

-Es lo que necesito. De otro modo, no le hubiera buscado más.

-¿Y usted a él?

-Con él no soy ambidiestro. Ni lo pretendo. El lo sabe; creo que por ello me busca. Además, no le pongo inconvenientes a ninguno de sus juegos. Soy un culo bien dispuesto.

-¿Ha usado la violencia con usted?

-¿Violencia?

-Ya sabe, tendencia a prácticas de corte sádico.

-Bueno... A veces es algo salvaje. Pero se trata de pasión al rojo. Y me gusta.

-¿Le ha dicho alguna vez que no?

-No le comprendo.

-¿Se ha negado alguna vez a las propuestas de su contacto?

-Hasta ahora, no.

-¿Se negaría si yo se lo pidiera? Poner una excusa del tipo “hoy no me apetece” ...

-Pero si yo quedo con él es porque quiero sexo.

-Se lo pido como un experimento, para ver cómo reacciona.

-Reaccionará mal. Pensará que le hago perder el tiempo y no querrá saber más de mí.

-No me lo niegue, hombre. Yo también le deslizo los dedos suavemente por la espalda. De otra manera, pero lo hago.

Y le confesaré que ayer, mientras hacía el amor con mi mujer, pensé en usted.

-Miente.

-¿No me cree?

-Mi instinto me dice que usted es peor que un áspid.

Nueva risotada del agente.

-Está bien. Le diré la verdad: me inquietan sus encuentros con ese hombre.

-Deme una razón.

-Le tengo aprecio.

-Otra mentira.

-¿Me ayudará?

El administrativo apura su café, se pasa la lengua por los labios para limpiarlos y se recrea en el rostro de su interlocutor.

-Dígame que es una orden -dice despacio.

El agente se inclina hacia él y en un tono seductor le responde:

-No volveremos a jugar al dominó hasta que acceda a lo que le pido.

-Eso es chantaje.

El uniformado se levanta y coge su gorra.

-Tenía razón, soy peor que un áspid.

Después paga los cafés en la barra y sale de la cantina, no sin antes dedicar una última mirada al empleado municipal.

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