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Sexo en la vieja hidroeléctrica -6- Principios de diciembre

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El administrativo mira, desde la ventana del modesto salón la casa donde vive alquilado, cómo cae la nieve. Una capa, aún leve, de blancura tiñe el olivar que arranca pegado a los muros y que llega hasta la falda de una colina cercana.

Da un sorbo a una taza de café humeante y suspira profundamente.

Después se acerca a una estufa de hierro forjado ubicada en un ángulo de la estancia y mete un par de trancos de encina.

Se tumba en un sofá con años de solera y brazos de madera cubiertos por cojines. Cierra los ojos para dormir una breve siesta.

Pero el sueño no llega y se incorpora. Echa un vistazo a un folio, con membrete del ayuntamiento, que se encuentra sobre una mesa baja frente al sofá. Parece leerlo una vez más por si hubiese cambiado su contenido desde que lo dejó ahí. Evidentemente, nada ha cambiado. Repentinamente lo estruja y lo estrella contra la pared. El papel cae al suelo y ahí queda.

Llaman a la puerta. El administrativo no hace caso.

La llamada se repite.

Resignado, se levanta del sofá y abre.

El agente de la Rural espera con nieve sobre las hombreras del abrigo reglamentario y la gorra.

-¿Puedo pasar?

-¿Trae una orden?

-Sólo vengo de visita.

-¿Le he invitado?

-Vengo porque me preocupa.

-¿Que le preocupo?

Espere que lo traduzca... ¡Ah, ya lo tengo: necesita algo y ha pensado que el imbécil del administrativo le puede servir!

-Si quiere, me vuelvo por donde he venido -replica el rural cabizbajo.

El administrativo no se decide a dar una respuesta. La atracción que siente por ese hombre le convierte en vulnerable.

-Pase y tómese un café -cede - Será mi oportunidad de acabar con usted. Tengo un matarratas muy eficaz.

-Echaba en falta su humor ácido.

El agente traspasa la puerta y se desprende del abrigo y la gorra que cuelga en un perchero al que le falta un apéndice. De inmediato toma posiciones junto a la estufa.

-¡Vaya frío!

-¿A qué debo el honor?

-La última vez que nos vimos...

-...usted intentaba bajarme los pantalones y arrancarme los calzoncillos regalados a modo de morboso obsequio.

-¿Me guarda rencor?

-Naturalmente. Pero no se lo guardo por el hecho de que me quisiera humillar delante de vivos y muertos...

-Le pido perdón. Se me fue la cabeza. Estaba muy nervioso.

-Le guardo rencor porque se ha reído de mis sentimientos.

-¿Yo? ¡Nunca me he reído de sus sentimientos!

Puede que le haya manipulado y utilizado. Pero ¿reírme? ¿Qué ganaba con ello?

-¿Sentirse superior?

-Si quiero sentirme superior sólo tengo que retarle al dominó y propinarle una soberana paliza.

-Debería de echarle de mi casa.

-No sea cruel. Nieva y el frío es inaguantable.

-Razón de más para echarle.

-Vale, écheme; pero que sea después del café con matarratas. ¿Qué me dice?

-¿Por qué sólo con ponerse delante de mí ya me desarma?

-Porque estoy muy bueno y soy su tipo.

¿Y mi café? Me tiene aquí, falto de estimulantes.

-Le traigo el café, se lo bebe y se marcha.

-¿Tiene alguna bebida espirituosa con que acompañarlo?

-¿Va a beber estando de servicio?

-¿Algún inconveniente?

-Usted sabrá.

El administrativo se mete en lo que parece la cocina y se le oye trajinar.

Mientras, la expresión del policía ha cambiado a sombría y sus ojos miran sin ver el resplandor del fuego de la estufa.

Al poco vuelve el anfitrión portando una bandeja con el prometido café, unos vasos y una botella sin descorchar que no lleva etiqueta alguna. Deja la bandeja sobre la pequeña mesa frente al tosco sofá.

-¿Qué trae ahí?

-Me regalaron esta botella en agradecimiento por agilizar un papeleo.

-Eso es licor ilegal, destilado sin permisos ni garantías.

-¿Qué esperaba, un brandy gran reserva? Soy el administrativo, no el alcalde.

-Entre lo que ha traído y el alcohol de quemar no existe diferencia.

-Pues no tengo otra “bebida espirituosa”.

El agente se sienta en el sofá y toma la taza con el café bien caliente.

-Si no me mata el café envenenado -dice bebiéndolo- lo hará esa pócima.

-Es libre de consumirlo o no.

Yo sí que me serviré -dice descorchando la botella- Espero ahogar mi malestar por no ser capaz de clavarle el cuchillo jamonero que tengo en la cocina.

-Bien. Celebremos su falta de agallas.

Llenan los dos vasos y beben.

Tras el primer trago sus expresiones se tornan torturadas.

-¡Acabo de destruirme el estómago!

-Yo no siento el esófago. Estoy convencido de que el salfumán es más benigno.

-Se lo dije.

-Ya sabe que tiendo a no creerle.

-¿Le sirvo más? -dice el agente.

-Esperaré a recuperar mis constantes vitales.

-Pues con su permiso, yo me precipitaré al coma etílico.

Y se sirve otro vaso que de inmediato consume.

-Le confesaré que necesitaba algo así, duro y enérgico. ¡Uf, hasta ya siento calor! - dice desabrochándose un par de botones de la camisa.

-¿Se va a despelotar en mi casa?

-Como continúe ingiriendo esta pócima del diablo, no le quepa duda.

Y tras unos segundos de silencio, se encara con el administrativo:

-¿Sabía usted que su contacto se ha presentado a testificar?

-No tenía ni idea.

¿Significa que me van a llamar a mí también?

-No le nombró. Ha declarado que, al enterarse del descubrimiento del cadáver, sintió la necesidad de contar lo que vivió esa noche en la hidroeléctrica y lo que el padre de Cipriano le dijo a su hijo antes de dispararle. También ha mostrado las cicatrices que le quedaron de las perdigonadas.

-¿Le han creído?

-De momento, sí. El hombre se derrumbó varias veces durante la declaración.

 

Tuvo que pasar un calvario.

Al final, su estrategia con él ha funcionado.

El policía ingiere un sorbo del licor y después pregunta:

-¿No lo ha vuelto a ver?

-Una mañana pasó por la cantina mientras me tomaba el café en el descanso del trabajo. Es la manera de proponer una cita en la vieja hidroeléctrica.

Pero no fui.

-¿Desganado de sexo, usted? No me lo puedo creer.

El rural se ha acomodado plácidamente en el sofá, sus ojos han comenzado a tener un brillo especial.

-¿Por qué esa desgana?

-Que si el crimen, que si mi parecido con el asesinado, los vaivenes de la investigación, sus calzoncillos...

-¡Ah, mis calzoncillos! ¿Qué ha hecho con ellos?

El agente se sirve más licor y también al anfitrión.

-Los quemé en la estufa.

-¡Pero si eran de marca y estaban nuevos! Mi mujer me preguntó por ellos. Tuve que inventar una excusa.

-¿Se la tragó?

-Por las miradas de bruja que me dispensa desde ese día, no.

-Una mujer dura.

-Sí, lo es.

El rural se queda pensativo y de repente deshace su cómoda posición, como si en la habitación hubiera entrado su propia esposa.

-Y no sé cómo se lo va a tomar -añade.

-¿A qué se refiere?

Saca una carta del bolsillo trasero de su pantalón, junto a las esposas que cuelgan del cinto. Extrae un escrito y se lo entrega al empleado.

Éste, tras una ojeada rápida, lee en voz alta:

- “... le informamos que no es posible atender su solicitud de traslado por razones de servicio. No obstante, desde esta Comandancia se le transmite una felicitación oficial por la resolución del caso Rodrigáñez... etc.”

Los dos hombres quedan en silencio.

Se oye el crepitar de la madera consumiéndose dentro de la estufa.

-Lo siento -dice el empleado devolviendo el escrito.

El agente se sirve más licor.

-La culpa es mía.

¡Ante usted se encuentra el príncipe de los ingenuos! -y alza el vaso como si brindase a una grada- Ingenuo por creer que resolviendo el caso obtendría puntos, ingenuo por creer que esforzándome en el deber redimiría mi historial, por creer que en este cuerpo se valora la capacidad de sus agentes y no su habilidad de chuparle la polla a la superioridad...

Se bebe de golpe el licor del vaso.

-¿Su mujer lo sabe?

-¡Aún no ! -confiesa casi retorciéndose- Por eso estoy vivo todavía.

¿A qué se alegra?

-¿Por qué ?

-Por la patada que me han arreado en el culo.

El administrativo no responde.

-Si yo estuviera en su lugar, me alegraría.

-Pero yo, no.

-Pues yo, sí. Diría: jódete, poli cabrón, te creías muy listo y sólo eres un paria de mierda, hundido en un pueblo de mierda y rodeado de tarugos de mentes retorcidas. ¡Chupa destino, aguanta a tu histérica mujer y transfórmate poco a poco en un inútil, fofo y barrigón, como esos agentes a los que tanto detestas y criticas! ¡Sí, eso diría!

Acaba derrumbado sobre el sofá.

El administrativo le mira con preocupación y obedeciendo a un instinto de amistad le coge una mano.

El agente se la estrecha con fuerza.

-Siento un impulso que apenas puedo controlar de presentarme en la comandancia y emprenderla a tiros.

-Vendrá otra oportunidad, no se preocupe.

-¡Otra oportunidad! -responde asiendo con más fuerza la mano del anfitrión- No sé.

-¿Ya se ha dado por vencido? ¿Por una negativa? ¿Eso es toda su capacidad de sufrimiento? Pues vaya mierda. ¡Y pensar que me he matado a pajas fantaseando con su valor y fortaleza! ¿Y ahora resulta que no hay nada de lo que imaginé?

-Mi mujer...

-No me venga con la excusa de su esposa. Usted tiene los suficientes huevos para ponerla en su sitio. Se la chupó cuando usted quiso. Y sé que se la seguirá chupando le guste o no. ¿O tampoco hay huevos para eso?

Las cosas serán porque usted lo quiere. Si no es a la primera, a la siguiente, o a la siguiente. Me lo debe. Es usted mi referente erótico. No me puede dejar sin las virtudes de su hombría.

-¿Y no le pondría mucho más imaginarme entrando en la comandancia y cargándome hasta a la señora de la limpieza?

-Si es con alguna clase de machete, y despacha a sus enemigos en combate singular, aún me provocaría una sólida erección.

-¿Me cree Sandokán?

-Me la meneé imaginando un fornicio selvático con él en mi adolescencia.

El agente rompe a reír.

-Es usted imposible.

Sabía que tenía que venir a verle. Y no me he equivocado.

Se sirven más licor, brindan y beben.

-Y dígame -dice el agente retomando una posición relaja- ¿usted también se ha dado por vencido?

-¿A qué se refiere?

-A mí.

Los ojos del agente brillan, sus labios gruesos están húmedos a la sombra del espeso mostacho.

-Le confesaré algo -continúa- El otro día, en la cantina, cuando fui al lavabo a esperarle... Ya sé que todo empezó como un chantaje. Pero mientras le esperaba supe que lo que realmente quería era... metérsela.

Las palabras del policía hacen girar la cabeza del administrativo.

-No habla usted. Habla el alcohol.

-¡Es la verdad! ¡Que me caiga muerto si miento! ¿Sabe que sólo pienso en su verga y en su trasero?

-Por favor...

-Desde que le vi casi desnudo en el coche, siento la necesidad de tener una buena sesión de sexo con usted. Sexo de lo más cabrón. ¿Me ha oído?

El rural deshace su posición relajada y le coge una mano.

-Si le tomo una mano como ahora... sé que la puedo llevar aquí.

La pone sobre su bragueta.

-¿Ve? Y usted no grita ni me llama guarro o vicioso.

La mano acaricia el tenso paquete del policía. Éste cierra los ojos y se deja invadir por la voluptuosidad de las caricias.

Él también ha puesto su mano sobre el muslo del administrativo y la lleva hasta su entrepierna para bajarla de seguido hasta presionar sobre la entrada del culo.

-Quiero que se baje los pantalones, como en el coche patrulla -pide en un susurro.

Como un dócil perro que obedece el mínimo capricho de su amo,el administrativo se baja los pantalones hasta las pantorrillas.

El sexo se marca bajo la ropa interior que ya tiene una mancha de humedad.

El rural mete la mano bajo el calzón y atrapa la verga.

-Su contacto ¿le cogía el miembro, se lo meneaba?

-No. Sólo quería entrarme.

-Un comportamiento necio.

Le quita con rapidez la prenda. El sexo late endurecido.

Después baja la mano por la entrepierna y busca con los dedos el orificio anal.

-Sólo quería entrarle... ¿aquí?

-Sí.

-Enséñemelo.

El administrativo se deshace de pantalones y calzón y eleva las piernas. El ojete se muestra oscuro en sus bordes y ligeramente encarnado hacia el centro.

Los dedos del rural se deslizan con suavidad por encima.

-Sólo quería entrarle -dice como si lo meditase.

Presiona en el centro y el esfínter cede.

-Una vez tuve la curiosidad con mi esposa -confiesa muy quedo- Pero no hubo manera. Le parecía sucio.

Arroja un salivazo sobre el punto y presiona hasta que sus dedos pasan adentro. La acción le arranca un hondo suspiro al administrativo.

-¿Le gusta?

-Mucho.

 

Con la otra mano le busca la boca y en ella también mete los dedos.

-¿Nunca le han follado por los dos lados a un tiempo?

Yo quisiera poder hacerlo. Y aún más: comerle también la polla. Todo a la vez.

Inopinadamente el agente se mete el sexo del anfitrión en la boca sin abandonar la presión de sus dedos sobre el ano y el gaznate.

El administrativo se agita de placer. Con su mano atrapa el sexo del policía que se esconde todavía tras la tela caqui de sus pantalones.

Los dos hombres, saciados de alcohol y sedientos de placer, se entregan al juego erótico con vehemencia.

El agente se ha tragado el sexo del empleado hasta el ahogo, pero no lo suelta, lo disfruta con todas sus ganas.

Al cabo de unos minutos, libera la verga.

Los rostros de los dos hombres están rojos y se miran con un deseo vicioso y denso.

-¿Le gusta que le coman la polla? ¿O le gusta más comer polla? -pregunta el policía- Le diré que creo que he sentido un flechazo hacia su cipote desde la primera vez que lo vi. Debería de escribir a Corín Tellado para que relate mi historia ¿no cree?

-La pobre ya falleció.

-Una pena. Por fin hubiera tenido algo interesante que contar. Una fotonovela con los dos bien a tono.

Vuelve a engullir el sexo del administrativo con todas sus ganas. Y de nuevo se afana en trabajarle tanto el trasero como la garganta con sus fuertes dedos.

El administrativo, con el cuerpo rígido para no acabar corriéndose, le aparta la cabeza de su sexo.

-Veo que le estoy provocando una lenta eyaculación.

Sin decir nada, el empleado le toma la mano cuyos dedos hurgan en su ano, y la mueve más adentro con ímpetu. El policía comprende y de seguido aumenta la fuerza y el alcance de la invasión.

De la garganta de su presa se escapan gemidos medio ahogados. Y de su sexo fluye abundante secreción espermática.

-¡Me está dejando alucinado! Con sólo juguetearle por ahí dentro y ya parece una fuente.

-No pare, se lo suplico.

-No lo pretendo.

Pasa la lengua por la lefa que se vierte.

-Conocía el sabor de mi esperma. Pero aquí me tiene, catando el suyo. ¿Y si me lo diera todo? ¿Le importa? No sé ni por qué se lo pregunto si al final haré lo que se me ponga.

De nuevo ataca el sexo del administrativo, sacude con fuerza sus dedos en boca y culo y tras un inacabable minuto, obtiene lo que buscaba en medio de los resoplidos del anfitrión.

Cuando decide dejar escapar el pijo de su boca, del bigote le cuelgan trazas de lefa.

-¿Le ha gustado?

-No debía de haberlo hecho. Esto me atrapa todavía más en su juego.

-Yo también estoy atrapado en el suyo.

Bebe directamente de la botella.

-Tiene el bigote manchado -señala el administrativo aun recuperándose de la eyaculación.

-Límpieme. Con la boca.

El administrativo se incorpora y se siente a horcajadas sobre las piernas del agente. Sus labios se aproximan al bigote y trata de chuparlo. Pero el agente se los atrapa con los dientes, le sujeta la cabeza firmemente y termina por entrarle la lengua, buscar la suya y tomarla con sus gruesos labios tirando de ella.

-Si fuera caníbal -dice soltándole- me lo comería entero.

-Me encuentro en un momento donde no me importaría ser pasto de sus apetitos más desordenados.

De repente, el administrativo coge por las muñecas al agente sujetándolas con firmeza.

-Quiero hacerle algo en contra de su voluntad.

Ha metido las amos en un bolsillo del pantalón del agente y ha sacado unas llaves.

-¿Cómo sabía que las guardo ahí?

-Soy observador.

Toma las esposas del cinto del agente. Las abre.

Los dos hombres se observan con los sentidos distorsionados por el alcohol.

El administrativo atrapa una de las muñecas del policía con una de las esposas y la cierra.

-Déjeme saciar algo de sus apetitos desordenados. No se arrepentirá.

El rural, con una sonrisa desafiante, le ofrece la otra muñeca.

Poco después se encuentra atrapado en el sofá con las manos ancladas a las esposas y éstas al brazo de madera del viejo tresillo.

-¿Más bebedizo? -dice poniéndole la boca de la botella en los labios.

-Usted ordena.

Le deja saborear un buche del licor.

-Le voy a dejar en cueros. Porque su cuerpo, su jeta, sus ademanes... todo lo suyo me obsesiona. Debería coger el cuchillo jamonero y comérmelo a lonchas.

-No hay huevos para eso.

-No. Sabe que no. Sabe que sólo exagero. Pero déjeme que lo sea.

-Le dejo lo que quiera.

El administrativo desabrocha los pantalones del agente. Los desciende hasta las botas de invierno que calza. Se para a mirar las piernas desnudas y vigorosas. Le toca los muslos y experimenta el grato contacto de la piel caliente.

Acuciado por un frenesí repentino, lame y muerde la carne.

-Usted no debería de existir -dice- Es una aberración. Está demasiado bueno. Me atrae enfermizamente.

Le atrapa el sexo aun oculto bajo el calzoncillo.

-No sé qué es -sigue hablando bajo el influjo del alcohol y sus propios deseos- Si sólo fuera su polla, me la hubiera tragado y ahí se hubiera terminado el asunto. Pero no. Porque usted se ha empeñado en convertirme en su cómplice. Es ese amigo hijo puta que se tiene y al que le permitimos abusar porque nos sonríe, nos acaricia incluso y nos tiene a sus pies.

Le saca el sexo completamente mojado de excitación.

-Me hubiera gustado ser su amiguito del barrio o de la pandilla. Un amiguito al que citar a espaldas de todos y al que hablarle de sexo canalla e incitar a practicarlo a escondidas.

Le masturba despacio.

-Ya sé que le gusta que se la chupen. Pero me pregunto si le gustaría ir más allá.

Baja los dedos hasta el trasero del agente.

-¿Quiere mi culo? Es usted infinitamente más vicioso de lo que imaginaba.

-Quiero entrarle con mi lengua. Quiero que sienta lo máximo también por detrás.

-¿Y a qué espera? Mucho blablabla pero ni rastro de sus promesas.

El administrativo le junta las piernas la pecho, le retira la ropa interior y sin pensarlo ni un segundo más, aplica su boca contra el ano del rural. También toma con las manos el fluido de la verga del agente y le unta el culo para volverlo a degustar y entrarle la lengua.

Es evidente que al rural le gusta lo que le hace. El aumento de fluido de su sexo lo dice todo.

-Soy un puto macho. Se supone que no tendría que dejarme tentar la trasera -dice colmado de deleite.

-Usted es un agente de la ley que no ha dudado en apretar el gatillo. Y yo soy un puto pervertido que encuentra irresistible todo lo suyo.

Se pone de pie sin dejar que el agente abandone la postura.

-Mire, se me ha vuelto a poner tiesa. Su culo me la pone tiesa. Me lo follaría.

Le da un sonoro cachetazo.

-Pero sé que aún no está preparado. Ahora quiere otra cosa. Y se la voy a dar.

Se sienta en el bajo vientre del agente. Le termina de desabrochar la camisa. Acaricia con brío el torso cubierto por un hermoso reguero de vello.

-Tiene unos morbosos cuarenta años.

-Treinta y nueve.

-No le encuentro edad, esa es la verdad. Aunque tuviera cien años le seguiría deseando.

-Hasta envuelto en la mortaja -ironiza el agente.

-Me ha prometido silencio. Y respetar mis exageraciones.

-Mis disculpas. Usted manda.

El administrativo echa sus nalgas hacia atrás y entra en contacto con el sexo de su “prisionero”. Maniobra hasta conseguir situarlo en su ojete.

Un escalofrío le sacude.

Los dos hombres se miran una vez más.

-No hay vuelta atrás -dice el empleado- Dígame si aún me lo permite.

-Usted manda -repite como si citara una ley suprema –Sólo le pido que me deje ver cómo le entra.

-¿No le basta sentirlo?

-Quiero verlo. No me lo niegue.

El administrativo se alza ligeramente y sujeta sus propios testículos hacia arriba para facilitar la vista de su ojete.

Después, lentamente se deja caer sobre la punta de la vigorosa verga. El esfínter cede despacio y arropa con su elástica piel el glande brillante de seminal.

El agente observa emocionado la maniobra, le tiembla levemente el labio inferior por el placer que siente.

El empleado se contiene de dejarse caer y recibir por fin y de una vez, el deseado miembro.

Es el policía quien no puede más y da un golpe con las caderas para colarse hasta el fondo.

-¡Joder, está de lo más caliente! ¡Es un horno! ¡Joder, un puto horno!

-Fólleme.

-Si tuviera las manos libres, le cogía por las ancas y le aplastaba a pollazos.

-Pues arrégleselas.

El agente se retuerce sobre el sofá como si se tratara de un potro salvaje al que se intenta ensillar.

-¡Eso es, duro conmigo! -le anima el anfitrión.

Pero de repente, el agente, sudoroso, se para.

-¿Ya se ha cansado?

-No quiero correrme aún. Quiero más.

-Esa no es su voluntad.

El administrativo inicia un lento vaiven de cintura con el sexo clavado en sus entrañas.

Al instante el rostro del agente demuda asaltado por densas y lúbricas sensaciones.

-¿Qué hace?

-Lo que le prometí: el mayor placer.

El agente aprieta los dientes, suspira, resopla, gime, se siente esclavo de lo que el hombre al que derrotaba sin compasión al dominó, le provoca.

-¿Qué le ocurre? Parece molesto -dice el administrativo sin cesar de menear sus músculos más internos para gozo del rural.

-¡Dios, que no tenga fin!

Una mano del anfitrión ha bajado hasta el ano del agente que permanece empapado en saliva. Y sin acudir a consultas ni peticiones de permiso, lo traspasan con los dedos hasta dar con el punto prostático.

El agente se queda mudo, rígido, casi sin aliento.

-¿Qué me hace? -le da tiempo a decir antes de que los dedos le acaricien y presionen por dentro y un orgasmo ciego, abrasador y desbocado, se adueñe de su persona y comience a dar furiosos gritos y a moverse como si le estuvieran traspasando con un hierro al rojo.

DOS HORAS MAS TARDE

Cuando el agente de la Rural despierta, se encuentra tumbado en el sofá y arropado con una manta. Tiene puesta la camisa y los pantalones aburruñados a los pies. De una de las muñecas cuelgan las esposas con un brazalete abierto.

Ilumina la habitación el resplandor de la estufa y nada más.

Trata de incorporarse rápidamente pero la sensación de resaca le frena.

Oye ruido que proviene de otra habitación.

Haciendo esfuerzos, se levanta. Tiene restos de esperma reseco en los muslos y en el sexo. Se adecenta la ropa lo justo para moverse y entra en la estancia de la que provienen los ruidos.

Allí encuentra al administrativo atareado en vaciar un cajón y meter el contenido en una maleta.

-Se ha despertado -dice éste con una medio sonrisa.

-¿Qué hora es?

-Es tan tarde que ya no merece la pena preocuparse.

-¿No tiene algo que me haga más soportable el dolor de cabeza que se me ha puesto?

-Hay medicinas en un armario en el baño. Dúchese y coja lo que le más le convenga.

-No pensaba ducharme.

-Todo usted huele a alcohol. Hágame caso: dúchese. Se sentirá mejor.

-¿Hace el equipaje?

-Dúchese, tómese la medicina que precise y hablamos.

Obediente, el agente se mete en el baño.

Mientras, el administrativo termina de llenar una maleta y la pone junto a otra ya preparada y que permanecía tras la puerta.

Después entra en el salón, enciende la luz y corre una cortina de la misma época que el sofá.

Al poco, el agente sale del baño con otro aspecto.

-¿Mejor?

-El agua helada hace milagros.

-¿No me diga que se ha terminado el gas?

-No finja. Lo sabía.

-Algo intuía. Pero no tenía la certeza.

-Es usted un ser vengativo y despiadado.

-Pues mi madre no piensa así.

-Lo hará el día que hable con ella.

Guardan un extraño silencio de repente. Hasta que el policía lo rompe.

-Tengo que irme. Debo comunicar a mi costilla que no me conceden el traslado.

-Usted ha hecho cuanto estaba en su mano. No se sienta culpable.

El agente se acerca al perchero y coge el abrigo y la gorra.

-¿Y esa maleta que le he visto llenar?

El administrativo piensa por unos segundos qué decir.

-Quiero la verdad -insiste el agente.

-Mis servicios ya no son necesarios en el ayuntamiento.

-¿Qué?

-La sobrina del alcalde ocupará mi puesto.

-¿Esa analfabeta?

-Hizo un curso de informática y creo que en su tierna infancia estudió algo de contabilidad.

-Usted ha puesto al día el papeleo de estos catetos ¿Y ahora le dan la patada?

-Sabía que sería así.

Mañana viene mi hermano a recogerme.

El rural termina de ponerse el abrigo y de calarse la gorra.

-Entre usted y yo le diré que esto no va a quedar así -dice en un tono inquietante.

-No irá a montar un escándalo o algo peor.

-Sólo le digo que esto no va a quedar así.

El agente abre la puerta. Aún sigue nevando fuera.

-¿No siente a veces que existe alguna clase de confabulación de las estrellas para quitarle lo que de verdad le importa? -dice ya fuera de la casa- Habrá que poner todos los medios para que la confabulación no prospere.

Hasta la vista.

El agente comienza a caminar hollando la nieve virgen.

El administrativo mira cómo se aleja hasta que lo pierde de vista.

Pese a que ya no lo ve, no se decide a entrar en la casa, como si esperara a que el agente deshiciera sus pasos y regresara.

Al final, cede ante la evidencia y entra. Todavía le esperan un par de maletas más por llenar.

PRINCIPIOS DE AGOSTO DEL AÑO SIGUIENTE

La cantina del pueblo. Los lugareños comentan y juegan a sus juegos de mesa favoritos.

El agente de la Rural entra. Se produce un momento de tensión en el que las voces se amortiguan y las miradas se tornan desconfiadas.

-Un café -pide en la barra- Y pásame un dominó.

Le contestan que en ese momento no hay disponibles.

El policía, escéptico de que sea así, se sonríe y replica.

-Esperaré a que uno quede libre.

Se sienta en una mesa apartada con el café. Lo degusta lentamente mientras observa a la parroquia.

La parroquia también le observa a él.

Hace mucho calor. Un pobre ventilador intenta aliviar el bochorno moviendo el aire cargado del local.

De vez en cuando, se escucha el achicharramiento de una mosca en el único atrapa insectos eléctrico que cuelga sobre la barra.

Al poco, entra, apartando las tiras plastificadas de la cortina de la puerta, el administrativo. Se ha dejado crecer una espesa barba.

Se acerca a la barra y pide una cerveza bien fría.

Tras darle el primer trago, repasa a la clientela y ve al agente sentado en la mesa apartada.

Con pasos tranquilos va hacia él.

-Buenas tardes, agente.

-Buenas tardes. Me alegro de verle después de todos estos meses de ausencia.

-Lo mismo digo. ¿Puedo acompañarle?

-Me decepcionaría si no lo hiciera.

Entre los dos hombres se establece una emoción contenida.

-¿Ha sentido nostalgia y por eso ha regresado a esta “encantadora aldea”?

-Supongo que se habrá enterado de que el alcalde ha sido encausado por desfalco de las no muy boyantes arcas públicas.

-Me ha llegado alguna noticia.

-Y que ha sido apartado del cargo.

-Muchos lamentan el suceso -dice señalando con la cabeza hacia los otros parroquianos- Piensan que se les ha terminado eso de ser contratados para trabajos inexistentes y cobrar un dinero con cargo al ayuntamiento y su deuda inexplicable.

-¿Y de dónde salió la información?

-Alguien recopiló datos, ató cabos e insinuó delito a Anticorrupción.

-¿Puedo saber quién actuó con tanta meticulosidad contra las dudosas costumbres de gobierno del cesado alcalde?

-Alguien a quien le había tocado los cojones.

Veo que ha quedado un dominó libre. Me gustaría comprobar si ha mejorado su juego. Por cierto, se quitará esa barba.

-¿No le gusta?

-Hay una estatua de un apóstol en la iglesia con su misma pinta.

-En este pueblo sólo me encuentran parecidos.

El agente se ausenta un instante. Reclama el dominó en la barra. El camarero no tiene más remedio que entregárselo pero con gesto frío.

Regresa a la mesa.

-¿Una partida?

El uniformado revuelve las fichas sin esperar respuesta.

-¿Ocurre algo? -se interesa el administrativo que ha visto la falta de entusiasmo del camarero.

-¡Oh, nada! No se preocupe. Tan sólo que los perjudicados quisieran lapidarme.

-No se le puede dejar solo. Enseguida se busca problemas.

-¿Ha hablado con mi mujer? Porque tienen opiniones calcadas.

-No he tenido el placer. Por cierto ¿qué tal están ella y sus vástagos?

-Mi esposa ha ido a visitar a su hermana y se ha llevado a nuestros hijos. De eso hace casi un mes. Empiezo a tener dudas de si regresará.

-¿Habla en serio?

-Muy en serio. Se disgustó mucho con la denegación del traslado. Hubo crisis. En fin, no le voy a saturar con esa clase de problemas que ni le van ni le vienen.

Seis doble. Yo arranco.

¿Por qué no me llamó? No he sabido nada de usted.

-Es un hombre casado, con familia... Y ya conoce lo que usted me provoca.

-¿Se lo sigo provocando?

-Ha sido verle y ya tengo un cosquilleo en mis partes bajas. Pero no le he guardado fidelidad, no se preocupe.

-Yo sí que le he guardado fidelidad.

-Bromea.

-Mis encuentros carnales han sido exclusivamente con mi esposa.

-O sea, que no ha acudido a la vieja hidroeléctrica a suplirme con el campesino rijoso.

-No me tentaba demasiado. Además, su campesino se ha marchado. Tras la resolución del caso de Cipriano, vendió cuatro cosas que tenía y ha emigrado. Dicen que al sur.

-Espero que tenga suerte.

-Yo también.

Una vez me aseguró que había aceptado el trabajo en esta aldea porque le habían informado de que aquí encontraría todo el sexo que quisiera.

-¿Yo dije tal?

-¿Por qué ha aceptado esta vez?

-Tengo previsto seducirle y que termine follando conmigo un día sí y otro también.

 

El agente se sonríe con malicia.

-Veo que no ha cambiado.

El administrativo pone una ficha en la mesa y sin apartar la mano de ella, dice:

-Quiero ser el primer hombre que le meta la polla. Y el único.

Las facciones del rural se endurecen, los labios se contraen a penas ocultos por su espeso bigote.

-Acaba de llegar y ya me está tocando los cojones.

-Es mi naturaleza, no lo puedo evitar.

-Sus pretensiones no le saldrán de balde.

-¡Vaya, una negociación!

-¡No se haga el sorprendido!

-De acuerdo, negociemos. Soy todo oídos.

Ambos hombres se miran. El desafío está servido.

-Hubo un accidente de caza en un coto cercano.

-¡Cómo lo lamento!

-La muerta es quien más lo lamenta.

-Déjeme adivinar: usted no acaba de ver muy claro que sólo fuera un accidente.

-¡Qué perspicaz!

-E intuye oportunidad para un nuevo asalto a un cambio de destino.

-¡Humm! Está en forma.

-Y tiene una encomienda para mí.

-¡Pero cuánta sagacidad! Le felicito.

Verá: el apenado hijito de la difunta es un caballero de vida disoluta y aficionado a placeres de los que usted posee bastos conocimientos.

-Comprendo.

-No me vendría mal que entablase con él amistad. No le costará mucho. A juzgar por las compañías que se le conocen, usted encaja en su tipo.

-Usted tiene un físico infinitamente más atractivo que el mío. Le resultaría muy fácil conseguir lo que quiere.

-En cuanto conociera mi profesión, el sujeto se cerraría como una almeja. Además, esta clase de trabajos sucios son asunto suyo.

-¿Dónde pone eso?

-En la palma de su mano. Es su destino.

-¿Y desde cuándo está versado en quiromancia?

El agente coloca una ficha que cierra el juego.

-¡Oh, ha perdido la partida!

No veo que haya mejorado en su juego.

¿Echamos otra?

-Mi espíritu masoquista así lo reclama.

El agente y el que de nuevo es empleado del consistorio siguen manteniendo una conversación viva y llena de pequeños desafíos mientras inician la siguiente partida.

Bajo la mesa, las piernas de ambos se tocan y ninguno de los dos hace lo más mínimo por evitarlo.

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