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Las confesiones de Jorgito

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Soy muy tímido y callado y por eso no tengo amigos, apenas un trato de compañeros de estudios con algunos pocos chicos de la Universidad, donde curso la carrera de Sociología.

Vivo con mis padres, que trabajan mucho como profesionales que son: papá abogado y mamá diseñadora de modas. Eso hace que me sienta aislado hasta en el seno de la familia y creo que ese aislamiento acentúa mi timidez, tanta que cuando alguna persona desconocida me habla no puedo evitar el ponerme colorado.

Ni pensar en abordar a alguna chica porque creo que la vergüenza me impediría toda posibilidad de vínculo.

Para completar mi descripción debo decir que no pocas veces me han dicho que soy un lindo chico. Me lo han dicho personas mayores, en general hombres, comerciantes en locales donde he comprado cosas, docentes y administrativos de la Universidad, en fin, varios señores. Eso terminó por despertar mi curiosidad y una tarde, hace poco tiempo, estando solo en casa me quité toda la ropa y estuve de pie ante el gran espejo del living mirándome largamente, observando cada detalle de mi cuerpo y claro que también mi cara, mi pelo.

Mi cara es un óvalo perfecto de facciones delicadas, ojos grandes y oscuros, nariz breve y recta, boca pequeña, redonda, de labios carnosos. Mi pelo, que llevo algo largo, es castaño y enrulado.

Tengo el cuello fino y el torso es como un triángulo invertido desde los hombros hasta la cintura alta y estrecha. Mis piernas son largas, de rodillas finas y muslos llenos.

No tengo otra vellosidad que la de las axilas y la zona genital; en los muslos, una suave pelusita apenas perceptible sobre la piel clara y casi femeninamente tersa.

Por último, giré para verme de espaldas por sobre el hombro izquierdo. Mis ojos bajaron a través de esa otra versión del triángulo invertido, pasaron por mis nalgas, apreciaron la comba de las caderas y siguieron por las piernas hasta los pies para después volver a subir y detenerse en mi culo.

Recuerdo, del vestuario y la ducha posterior a las clases de gimnasia en la preparatoria, haber visto muchos culos, los de todos mis compañeros, todos culos chatos y algunos hasta un poco caídos, pero el mío es redondo y empinado.

Al terminar el largo examen visual de mi figura me sentí raro, por un lado, me gustó lo que vi pero me sentí turbado y por eso tuve que volver a vestirme rápidamente. Supe que esa gente que opina que soy un lindo chico tiene razón.

Después de esa tarde frente al espejo me ocurrió, no sé si casualmente o no, darme cuenta de que hay hombres que me miran en la calle. Cada vez que capto una de esas miradas siento que mis mejillas arden, bajo la cabeza y apuro el paso asustado.

Vivo confundido y con miedo, miedo de esas miradas y de lo que siento. Antes no era yo de masturbarme mucho y cuando lo hacía era sin imágenes en mi mente. Ahora es distinto. Me masturbo mucho pensando en esos hombres que me miran. En mi cabeza vuelvo a verlos y así llego al orgasmo.

Casi todos los días repito eso de pararme ante el gran espejo, pero ahora me toco, paso mis manos por mis muslos, por mis nalgas, me acaricio las tetillas y me estremezco cuando imagino que es uno de esos hombres quien me acaricia, me manosea, me retuerce los pezoncitos. Después corro al baño a masturbarme.

Estuve dando vueltas para no enfrentar la verdad, pero es inútil. Tengo que aceptar que soy gay y que esos hombres que me miran me dan miedo, pero a la vez me calientan mucho.

Después de dudar durante varios días decidí ir a un sex shop a comprar un vibrador. Quiero probar y aunque suene grosero lo digo: quiero darle de comer a mi culo.

Me costó, pero al final fui por esa compra. Averigüé en Internet y ubiqué un sex shop cerca de casa. Para darme coraje repetí lo del espejo, pero sin masturbarme, para estar bien caliente cuando volviera con el juguete.

Lindo local el del sex shop, chiquito, pero bien surtido, preservado por cortinas de miradas indiscretas desde afuera y… y atendido por un hombre que era justo del tipo de los que me miran por la calle.

De unos cincuenta años, estatura media, robusto, cabello canoso, rostro ancho y mirada penetrante con la que me recorrió de la cabeza a los pies apenas entré.

-Hola… -saludé mirando al piso y coloradísimo.

-Hola… -contestó él saliendo desde atrás del mostrador. -¿Qué estamos buscando? –preguntó y el plural me estremeció, porque era como que establecía rápidamente un vínculo entre los dos.

Me costó responderle mientras con la cabeza gacha veía yo por el rabillo del ojo, a mi derecha, un estante donde se exhibían varios modelos de vibradores y dildos.

-Tranquilo… -dijo él, que seguramente había advertido mi turbación. –Sos muy chico y es lógico que estés nervioso…

“Otro que no me da la edad que tengo”, pensé y por fin, después de tragar saliva y aclararme la garganta pude decir mirando los juguetes:

-Quiero uno de… de esos que… que se llaman vibradores, creo, ¿no?...

-Sí, vibradores se llaman… -pensá en cuál de éstos le gustará a tu novia… Si es virgen no lleves uno demasiado grande…

Las mejillas me ardían tanto que tuve miedo de que se prendieran fuego. ¿Por qué el hombre había dicho lo de la novia? ¿habrá sido para probarme?

De pronto me sorprendió con algo más:

-Voy a cerrar la puerta con llave. Veo que te vas a tomar tiempo y no quiero que nos interrumpan. –y la cerró nomás, dejándonos a solas en ese local colmado de juguetes eróticos de todo tipo.

Yo me sentía cada vez más nervioso, con algo de miedo también, pero al mismo tiempo excitado porque el vendedor era del tipo de hombre maduro, un cincuentón en este caso, que me calentaba. Además, manejaba muy bien la situación, con mucha seguridad. Después de echarle llave a la puerta tomó uno de los vibradores y lo exhibió ante mí:

-Mirá éste, es interesante para empezar… -dijo. –no muy grande, 15 x 3…

“¿Para empezar? ¿se habrá dado cuenta?” –me dije alarmado con la vista clavada en el chiche, que simulaba un pene real por el color y la textura.

-Vamos a ponerle las pilas… Porque creo que te vas a llevar éste… -y otra vez me estremeció con su seguridad.

Vi que ponía las pilas y después me dijo: -Tomá, lindo, ponelo en marcha…

“¡¡¡Lindo!!!” –me dijo…

Tomé el vibrador sin poder controlar el temblor de mi mano y él me dijo: -Hacé girar la parte roja…

Lo hice y el vibrador se puso en marcha. Lo sentí palpitar en mi mano y lo imaginé vibrando dentro de mi culo.

-¿Y?... ¿Te gusta?...

-Lo llevo…

Me atreví a mirarlo y lo vi sonreír mientras envolvía el juguete y lo ponía en una bolsa pequeña con el nombre del negocio –sin especificar el rubro- ni la dirección.

Pagué, me dio el vuelto, y mientras hacía girar la llave en la cerradura de la puerta me dijo:

-Volvé, lindo, y contame cómo te fue… con tu novia… -completó después de una pausa muy significativa.

Salí poco menos que corriendo, respirando por la boca y el corazón latiéndome a toda velocidad.

(continuará)

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