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Las ventajas de ir a casa en bus

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Es viernes, tras una dura semana de exámenes toca volver a casa. El viaje no es muy largo, pero las dos horas que dura dan para recrearse de múltiples formas, leyendo, escuchando música, escribiendo… o como la moda manda ahora, ‘whatsappeando’.

Yo aprovechaba estos ratos para ponerme al día con los podcasts de esa semana. Tras media hora de viaje ya tenía terminado el único que me faltaba. Leer no me apetecía, el libro de cabecera no era del todo de mi gusto. Por lo tanto, me decanté por escribir un poco. Hacía unos días que tenía empezado un relato sobre una fantasía que me gustaría cumplir. El relato estaba bastante avanzado. Una relectura para retomar el ambiente y de nuevo la imaginación volaba. No podía evitar sonreír y suspirar de vez en cuando imaginándome en cada situación de aquellas que describía.

Cuanto más escribía más me excitaba, pero dadas las circunstancias era impensable satisfacer aquella imperiosa necesidad. Únicamente faltaba encontrar el final apropiado. Pronto creí dar con él. Al terminar de escribir la última palabra miré el reloj, faltaba una hora más de viaje. No sabía si cerrar los ojos y descansar… Guardé el bolígrafo. Cuando iba a cerrar la libreta la mano de mi acompañante me paró. Resultó que a medida que yo escribía él iba leyendo y le gustaba lo que leía. Por un momento me quedé sin saber qué hacer, pero dejé que lo terminase. En una hora me iba y jamás lo vería, asique la vergüenza no era problema. Sorprendiéndome aún más, se inclinó hacia mí y muy bajito me pidió que le susurrase el relato al oído. Nunca me gustó estar presente cuando alguien lee lo que escribo, pero aquella mano contundente apretando mi pierna, me obligó a hacerlo. Sentía un sentimiento de obligación placentera, la verdad.

Me dispuse en mi asiento, arrimándome todo lo posible a él. Aproveché el momento para echar un vistazo alrededor y controlar quién o quienes podían escucharnos. Con toda la gente controlada apoyé la libreta en el regazo, lo que me servía para tapar lo que la falda dejaba entrever, y comencé a relatar. El cariz de la historia lo pedía. Pedía que fuese un relato lento, suave, como un susurro. Agradecía ese matiz puesto que me otorgaba toda o casi toda la intimidad que quería. A medida que avanzaba en la lectura más excitaba me encontraba. Me revolvía en el asiento mientras ponía ojitos lascivos. Él tenía los ojos cerrados. Volví a echar un vistazo alrededor para volver a cerciorarme de que nadie se fijaba en nosotros. Aproveché para posar los ojos en su pantalón. O muy engañada estaba o el relato estaba surgiendo el efecto deseado, ¡y de qué manera!

Abrí la libreta para que abarcase más espacio y me tapase más. Comencé a rozarme, pero sin llegar a tocarme, solo me dejaba hacerlo a través del tanga. Que la lectura se entrecortase por momentos a la par que mi respiración cada vez fuese más agitada ayudó a levantar sospechas. Él abrió los ojos y me miró con cara de sorpresa. No esperaba que reaccionase así. Se quedó sorprendido de mala manera. No hizo nada, nada de lo que yo quería que hiciese. Todo eso consiguió que a mí se me quitasen las ganas también. Terminé las pocas líneas que me quedaban sin ansia alguna. Cuando acabé guardé todo en la mochila, y me levanté para cambiarme de sitio. Tenía que pasar por su asiento para salir. Estaba haciendo eso, cuando me cogió por la cintura y me sentó a horcajadas encima suyo. Pude notar que sus ganas crecían por momentos, y las mías reaparecieron en el acto. Volví a sentarme en mi asiento original de cara a él. Él le daba la espalda a los asientos de al lado, cubriendo así lo que pudiese estar pasando. Escupió sobre su mano. Se reclinó un poco para aparentar normalidad y empezó a masturbarme.

No sé si me espió sin darme cuenta o lo intuyó, pero en todo momento lo hizo sobre mi tanga, dejándolo todo mojado. Yo miraba a través de la ventana para aparentar normalidad y sobre todo para aprovecharme del efecto espejo del cristal. Por un momento me dejé llevar completamente, olvidándome de la gente, la preocupación de cuanto faltaba para llegar… Cerré los ojos y permanecí así un buen rato. Él estaba satisfaciendo con creces mis necesidades, no daba muestras de querer que yo hiciese lo mismo, y lo agradecí. Podía, por una vez, disfrutar simplemente. Y en eso estaba cuando de nuevo abrí los ojos y vi que ya había llegado a mi destino. Me incorporé de un salto. El hecho de ir toda mojada, sin acabar de llegar al éxtasis ahora me daba igual. No había tiempo para ninguna banalidad. Nada de dar las gracias, intercambiar números de teléfono o darnos el Facebook.

Tenía que coger todo y bajar, la siguiente parada restaba a kilómetros de mi casa y no tenía quien fuese a recogerme. Pasé por delante de él apresurada. Noté un pellizco en el culo, pero no me digné a volver la mirada. Estuvo bien pero no iba a dejar que trascendiera más allá, no me apetecía escribir vagas palabras por compromiso durante una temporada para luego espaciarlas en el tiempo y así cortar de forma sutil algo que nunca existió. Bajé del autobús, acomodé mi aspecto y cogí rumbo a casa. Ya en ella después de cambiarme, revisé los bolsillos antes de lavar la ropa. Me encontré un pase con la parada solicitada y un número de teléfono. La duda me asolaba, ¿qué hacer?

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