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En la carpa del camping

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Ella sintió entresueños la mano que despacio se metía entre su piel y la tela de su bombachita diminuta. Los dedos parecían teclas de piano jugando en los cachetes de su cola. Julieta estaba tendida boca abajo luego de un día agotador en la pileta de natación. Durante la noche compartió junto a su marido un fogón que se extendió hasta la madrugada. Pero a las cuatro de la mañana se despidió de todos y se metió en la carpa, con forma de iglú. En el encuentro nocturno Julieta había cruzado miradas furtivas con un joven, que estaba alojado con su novia en una cabaña. Pero no le dio mayor importancia. Ella sabía que la vida en el camping y al aire libre le aumentaba la libido y explotaba su sensualidad. A sus treinta años se mantenía en forma y se sentía orgullosa de sus tetas redondas, casi perfectas. Adoraba que se las acaricien y que se las mamen con fuerza. Era el momento en que las aureolas de sus pezones se tornaban más rosadas. 

Al llegar a la carpa se acomodó en el colchón doble inflable y sólo quedó vestida con una remera azul y una bombachita blanca, cuyo hilo recorría la línea de su cola. Aunque tenía ganas de coger, había visto demasiado borracho a su marido y descartó cualquier entrevero sexual. Acostada boca abajo se abrazó a la almohada. No supo cuánto tiempo pasó hasta que las caricias atrevidas hurgaban en su culito. Al principio no pudo descubrir si era parte de un sueño. Un instante después, en la penumbra de la carpa, supo que a su lado no estaba su esposo. No eran sus caricias ni su perfume. Tampoco su respiración. Pensó en gritar o pedir auxilio, pero la voz sedante del muchacho la apaciguó. De manera incomprensible para ella no ofrecía casi resistencia. 

“Tu marido se quedó dormido en el pasto”, le dijo, mientras le seguía tocando con una mano todo el culo. Julieta lo dejó. La mano recorrió la piel de la cola, la división de los cachetes y subió por la espalda. 

“Desde que te vi en la pileta tengo ganas de cogerte”, le susurró al oído.

Julieta sintió que su conchita se humedecía. Le calentaba que le hablen así. Con un movimiento ayudó a quitarse la remera y su acompañante comenzó a besarle toda la espalda. Desde los hombros hasta la cadera. El cuerpo de Julieta se relajó. Sus pechos firmes se frotaban en el colchón. Los labios de su vagina se humedecían. La excitaba saber que en pocos minutos un casi desconocido la cogería. Lo dejó hacer. Permitió que le bese la espalda y hasta colaboró para que le chupe todo el culo. Fue el instante en que alzó su cola, y sintió todo el ancho de la lengua que subía y bajaba por su culito. El agujerito se mojaba con las lamidas. 

“Dame todo”, dijo ella.

Julieta giró y quedó desnuda con sus imponentes tetas apuntando al techo de la carpa. Se besaron enredando las lenguas, para encadenarse aún más. Él atrapó los pechos con devoción. Con los labios y la lengua dibujo redondeles en los pezones duros. Los jadeos aumentaron. Ella lo ayudó a retirar la remera y metió la mano por debajo de la malla. Los dedos femeninos sintieron el pene altivo. La pija erecta, que Julieta imaginó más grande que la de su esposo. Con habilidad recorrió la piel del tronco y la cabeza del glande.

“La quiero toda”, dijo.

Entonces la desnudez de ambos se cruzó y comenzaron un 69. Julieta atrapó con toda su boca la dureza. Los labios se activaron para gozar con la rugosidad del pene, mientras los labios de la vagina eran seducidos por las lamidas de ese hombre desconocido, pero que sabía cómo chupar una concha sedienta. Julieta derramó jugos, cuando la lengua penetró en su vagina para recorrer las paredes internas. Entraba y salida de su cueva, con habilidad.

Ella se quitó por un instante la pija de la boca y alzó la voz: “chupámela toda, por favor; dámela hasta el fondo”.

La frase enloqueció a su eventual amante, que agilizó más las lamidas en la profundidad de la conchita de Julieta. Después de sentir que los jugos inundaban su cara, se retiró. Colocó a ella de espalda y con la punta de la pija comenzó a rozar los labios de la vagina. Como una danza de deseo frotaba el glande en el ingreso de la conchita hambrienta, hasta que de un solo movimiento ingresó hasta el fondo. Julieta maulló de placer, al sentirla toda adentro. El tronco de esa pija que llenaba su conchita. Él comenzó movimiento acompasados. Algunos despacio y otros más rápidos. “Cogeme toda”, le decía ella al sentir su sexo todo lleno. Cuando el desconocido sintió que su semen contenido pedía ser expulsado, quitó su pija y apuntó hacia las tetas de Julieta, que pudo ver cómo chorros blanquecinos caían en su piel. Las gotas bajaban por los médanos de sus pechos y, como un río, buscaron su ombligo. 

"Mañana quiero más", dijo ella y lo despidió con un beso acalorado. Afuera su esposo seguía con sus ensueños.

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