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Perra obsesión (4)

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Resumen Perra obsesión I: Me obsesioné con una desconocida en la calle, logré que ella fuera al Spa donde trabajo como masajista y me gané su desprecio gratuitamente.

Resumen Perra obsesión II: Me dediqué a observar a aquella mujer "Diana" y a su amiga Carmen las cuales tenían una extraña relación de dominación. Carmen y yo nos volvemos tan amigas que terminamos masturbándonos mutuamente ante la atónita mirada de Diana.

Resumen Perra obsesión III: Carmen le ha tomado gusto al juego de humillar a Diana teniendo sexo conmigo en sus propias narices. Carmen va demasiado lejos con su juego rompiendo el corazón de Diana.

*******

Los días pasaron lentamente y por un buen tiempo no supe nada de Carmen y Diana. Parecía como si se las hubiera tragado la tierra. Incluso intenté buscar a Diana en la dirección que había dejado en su ficha de inscripción del Spa con tan mala suerte que nunca la encontraba o a lo mejor hasta era una dirección falsa.

Volver a mi casa cada tarde era una pesadilla en vez de un alivio. Al menos durante el día mantenía viva la esperanza de ver aparecer a Diana, aunque fuera para recibir de ella una mirada de desprecio. Pero durante las noches mis esperanzas se desvanecían, era imposible siquiera soñar con verla llamar a mi puerta puesto que ella solo sentía por mi odio o desprecio... y ninguno de esos dos sentimientos me parecía agradable viniendo de ella.

Confieso que una noche lloré como una niña pequeña pensando en Diana, a lo mejor y sin darme cuenta mi obsesión por ella se había convertido en algo menos superficial, en un sentimiento verdadero. Era consiente que le había hecho daño metiéndome en medio de su relación con Carmen y de la manera que lo hice, escudándome en el creer que hacía lo correcto... y aún lo pensaba, estaba firmemente convencida que esa relación no era buena para ella, que le hacía daño no solo porque Carmen no era una buena mujer sino porque no sabía cómo amarla y Diana merecía alguien que la amara, que la supiera querer... ¡que me estaba pasando! Estaba pensando como una mujer enamorada... y sumida en esos pensamientos volvía a llorar con más ímpetu.

Un día cualquiera, viernes en la tarde, me encontraba en la oficina organizando el archivo pues no había mucha clientela. Estaba embebida en mis pensamientos cuando apareció Diana y se sentó en mi escritorio sin ni siquiera pedir permiso. Mi corazón dio un brinco y le sonreí como tonta pensando que a lo mejor venía en son de paz.

- Vengo a pedirte que por favor te alejes de Carmen – me dijo ella sin siquiera saludarme.

Mi rostro se transformó en una mueca y el corazón se me encogió al escuchar esas palabras. Tonta de mi al pensar que venía a buscarme "a mi"... era obvio que era un caso perdido, que no valía la pena seguir pensando en ella pues era un triángulo amoroso-obsesivo demasiado malsano para mí.

- Está bien – le dije – me alejaré de ella, no volveré a buscarla, ni siquiera le hablaré de nuevo.

- De acuerdo – contestó ella respirando aliviada – eso era todo lo que tenía que decirte, ahora me voy.

- No tan rápido muñeca – le dije sonriendo maliciosamente – en esta vida no hay nada gratis y esta no es la excepción.

- ¿Qué quieres decir? – preguntó Diana - ¿Acaso me estás chantajeando?

- Algo así – le dije yo en tono de burla – aunque la palabra chantaje se escucha fea en esa boca tan bonita que tienes.

- ¿Qué diablos quieres? – preguntó ella incorporándose - ¿Dinero acaso?

- Jajaja – me reí con ganas ante su mirada atónita – se nota que no me conoces y no tienes por qué conocerme ya no que se te ha dado la gana de tomarte la molestia ni de contestarme el saludo – le dije sin sonreír ya.

- Dime que quieres para alejarte de Carmen – insistió ella – estoy dispuesta a darte lo que sea.

- ¿Lo que sea? – dije yo con los ojos brillantes imaginando mil deliciosas posibilidades – que palabras tan tentadoras.

Después de tenerla en suspenso unos segundos le contesté.

- Lo que deseo es muy simple – le dije – y no tiene discusión, es eso o nada. Quiero acostarme contigo.

Esperé un bofetón, un NO rotundo, gritos e insultos como era su costumbre, pero me sorprendió su respuesta.

- Lugar y hora – me dijo.

- Mañana a las 7 p.m. en mi casa y no tienes que llevar nada en especial– le dije alargándole un papel con mi dirección.

Tomó el papel o más bien me lo quitó de las manos y dando media vuelta salió dando un portazo. Yo comencé a saltar por toda la oficina como una loca de felicidad, al fin me iba a salir con la mía, no de la forma que hubiera querido, pero... lo importante eran los resultados, que iba a tenerla, que iba a ser mía.

Esa noche no pude dormir, me sentía plácida, feliz después de mucho tiempo al pensar que solo 24 horas después mi sueño se iba a hacer realidad, que Diana iba a llamar a mi puerta... ufff... de solo pensar lo que pasaría después... se me hacía agua la boca, las piernas me temblaban, me faltaba el aire... parecía enferma y Diana era mi droga, era mi enfermedad y mi remedio, me quitaba la respiración y a la vez me la daba, me robaba el aliento con solo una sonrisa imaginaria creada por mi mente enfermiza.

Teniendo en cuenta lo excitada que estaba me quite toda la ropa, me pasee un poco por mi habitación hasta que me di cuenta de que las cortinas estaban abiertas, las cerré y a salvo de miradas curiosas comencé una lenta y sensual paja tumbada en mi cama con las piernas muy separadas, a todo lo que daban. Con el clítoris erecto, mojé mi dedo con saliva y la esparcí por el contorno que se iba hinchando poco a poco. La humedad y el calor hicieron que me excitase totalmente en pocos segundos.

Comencé el clásico movimiento de mis caderas, mi mano rodeando el contorno de mis labios vaginales, notando lo suave de la piel, y sintiendo cada uno de sus pliegues, mis dedos entrando y saliendo tímidamente de mi vagina. Sabía que no iba a durar mucho por lo que me fui al cuarto de baño para poder terminar sin miedo a manchar nada. Me acosté en la bañera, el frío contrastando con mi calor interno. Fui acelerando el movimiento y noté que unas gotitas de flujo se escapaban por la rajita.

Sin dudarlo hice algo que había descubierto hace poco y que me encantaba: con un dedo recogí una gotita y me la llevé a la boca chupando. Lo repetí a medida que se iban escapando gotas, disfrutando de ese sabor tan único, como si se tratase de un postre. Debí beberme una media docena de gotas y cuando la excitación que sentía estaba llegando al máximo, aceleré el ritmo. Pronto noté el orgasmo que se fabricaba a lo largo de mi cuerpo, recorriendo mi canal de placer y terminando con un sinfín de descargas eléctricas en mi rajita. No me pude aguantar más, doble las rodillas, un último empujón de mis dedos y dejé que mi cuerpo entero vibrara, mis pezones, mi vientre, mi vagina por supuesto, su aroma llenando mis sentidos. Estuve tentada de beber un poco más de flujos, pero con mi corrida la calentura bajó de repente y la idea ya no me parecía tan atractiva...

Regresé a mi cama un poco más tranquila y me dormí. En los últimos tiempos el masturbarme se había vuelto mi pastillita para poder conciliar el sueño y ese día no había sido la excepción.

El día siguiente se me hizo eterno, no veía el momento de irme a casa a prepararlo todo para la llegada de Diana. Por suerte me dieron permiso de salir un poco antes. Ya en mi casa y después de haber comprado un par de cosas que necesitaba me encargué especialmente de mi aseo personal, momento que aproveché para hacerme la pajita de rigor, pues era lo único que lograba mitigar un poco mi excitación.

La esperé con flores en la mesa y una botella de buen vino, ataviada con una camisola negra semitransparente con la cual hasta yo misma me gustaba. Nada de cuero, látex o tacones y látigos que era a lo que ella estaba acostumbrada en su relación con Carmen.

Aunque en un principio me interesaba probar sensaciones fuertes con Diana ahora quería darle a probar lo que era el romance y la suavidad que puede ofrecer el amor entre dos mujeres. No era una experta en la materia, pero estaba segura que mis propios sentimientos me guiarían en la aventura de amarla.

CONTINUARÁ...

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