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Perra obsesión (5)

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Resumen Perra obsesión I: Me obsesioné con una desconocida en la calle, logré que ella fuera al Spa donde trabajo como masajista y me gané su desprecio gratuitamente.

Resumen Perra obsesión II: Me dediqué a observar a aquella mujer "Diana" y a su amiga Carmen las cuales tenían una extraña relación de dominación. Carmen y yo nos volvemos tan amigas que terminamos masturbándonos mutuamente ante la atónita mirada de Diana.

Resumen Perra obsesión III: Carmen le ha tomado gusto al juego de humillar a Diana teniendo sexo conmigo en sus propias narices. Carmen va demasiado lejos con su juego rompiendo el corazón de Diana.

Resumen Perra obsesión IV: A cambio de alejarme de Carmen le pido a Diana que se acueste conmigo y por suerte ella acepta.

*******

Diana llegó puntualmente a nuestra cita, aunque en su rostro se notaba que había llorado, seguramente por el hecho de acostarse conmigo a la fuerza, por culpa de las circunstancias. Eso me dolió un poco pero no me importaba, era mi única posibilidad con ella y no pensaba desaprovecharla.

- ¿Quieres tomar algo? – le pregunté para romper el hielo.

- Si, gracias – me dijo – creo que necesito un trago.

- Compre algo de vino tinto, espero te guste – le dije.

- Si, vino está bien – me contestó.

El ambiente estuvo un poco tenso y la conversación monotemática hasta un par de copas después cuando ambas estábamos más relajadas. Aun así, no sabía cómo dar el siguiente paso para acercarme a ella; parecía pegada al sofá donde me encontraba sin atreverme a levantarme y hacer algo más que simplemente conversar.

- ¿Estás preocupada por algo? – me preguntó.

La pregunta me sorprendió mucho, creí que poco o nada le importaba lo que pudiera pasar conmigo. Para mí era un sueño hecho realidad verla en mi casa, en mi sala y dirigiéndome la palabra, no como si fuéramos amigas, pero al menos tampoco como enemigas.

- Si – le dije – algo me preocupa mucho. La verdad no sé cómo acercarme a ti... no quisiera estar contigo y sentir que te estoy violando. Quisiera que tú también te entregaras.

- No te preocupes – me dijo – pienso cooperar. Si lo que temes es que me quede quieta con cara de tedio mientras tu utilizas mi cuerpo... despreocúpate. Puede que fuera de la cama no signifiques nada para mí (esta parte me dolió) pero en la cama pienso entregarme como si te amara. Así que... ¿por qué no vamos al grano?

Lo dudé por unos segundos, no era lo mismo estar con alguien sintiéndose correspondida que hacerlo de esa manera. Pero me tragué el orgullo y me acerqué a ella sentándome en el mismo sofá.

- Estás muy bonita hoy – me dijo para mi sorpresa – el negro te luce mucho, casi siempre te he visto vestida de blanco por tu trabajo, pero definitivamente el negro es tu color.

Por única respuesta le dediqué la mejor de mis sonrisas. Animada por el halago acerqué mi rostro al suyo, mi boca a la suya que a pesar de las circunstancias me esperaba húmeda y entreabierta. Cuando nuestros labios se juntaron sentí como un estallido en mi interior, como una chispita de deseo y emoción tan grandes como no sentía desde mi primer beso como a los 8 años. No sé si ella también lo sintió, si logré transmitírselo el caso es que nuestras bocas resbalaron mojadas por la abundante saliva, separé sus labios aún más pues todavía se negaban a sentir, a dejarse llevar, mi boca irrumpió en su canal, usurpándolo todo, sintiendo cada milímetro del interior de la suya. Que hermosos labios tenía, que rosados, gruesos, delicados... que sabor, el sabor de esos labios era tan especial como ella misma lo era para mí, su aliento me invadía por completo y el mío se fundía con el suyo.

Me moría por hablarle, por decirle todo lo que estaba sintiendo, lo que me estaba pasando, por gemir, por gritarle que me estaba muriendo por ella, cuanto la deseaba y la amaba... pero no podía, sentía que si abría mi boca para otra cosa que no fuera besarla toda la magia desaparecería, despertaría de mi sueño, de mi cuento de hadas que se hacía realidad. Mi cuerpo, ávido de expresarse no encontró otra salida que las lágrimas, pero no fueron muchas, solo un par que resbaló por mis mejillas y luego hasta mi cuello donde se perdieron. Entreabrí un poco los ojos para mirarla y me tropecé con unos ojos que me asustaron y no porque estuvieran vacíos, al contrario, me miraban con asombro, con esa mirada de quien ha descubierto algo nuevo, o al menos eso me suponía yo, eso quería creer para no enloquecerme.

Comenzamos a acariciarnos suavemente por encima de la ropa, nuestras lenguas se encontraron ya fuera de nuestras bocas, al aire libre, chupándose los labios, peleando entre ellas por devorar a la contrincante. Mis manos merodeaban por la pequeña camiseta blanca que Diana llevaba puesta, acariciando sus pequeños pechos duros, su vientre plano, con cada vez más curiosidad. Ella se dejaba hacer, sus manos en mi nuca, su respiración cada vez más acelerada. El sofá se nos iba quedando estrecho y lo que llevábamos puesto no hacía más que aumentar el ya considerable calor de nuestros cuerpos excitados. Lo primero en desaparecer fue su camiseta, exponiendo sus pechos ocultos tras un sujetador blanco. Al fin podía acariciar su suave y cálida piel, besar las cúpulas de sus senos, morder sus pezones erectos a través de la fina tela. Mi mano se abría paso bajo su vientre, por dentro de los pantalones, contenta de sentir el calor húmedo que emanaba de sus bragas. Interrumpí mi avance para ponerme más cómoda y ella me ayudó a quitarme la bella prenda que tenía puesta quedando solo en tanga, una muy bonita de encaje.

Diana no se quedó a la zaga, rápidamente se quitó sus pantalones tirándolos al suelo y enseguida llego hasta mi su intenso y delicado aroma, de animal salvaje, volviéndome más loca aún de deseo si cabe. Ambas en ropa interior, mirándonos fijamente unos segundos, volvimos a besarnos con pasión, y esta vez nuestras manos se volvieron menos tímidas y se dedicaron a explorar las partes que más les gustaban. Aparte levemente su braga hacia un lado para poder introducir un dedo entre la tela y su ardiente piel, atraída por su calor, por su olor. Jugué con sus labios unos segundos, recogiendo los licores del placer que destilaba su coño, esparciéndolos por su raja, por su vello, distribuyendo su aroma intimo por toda esa zona. Ella se había apoderado de mi coño, haciéndome una suave paja por encima de la ropa interior, masajeándome, acariciándome levemente, volviéndome loca poco a poco, jugando con mi vello. 

No sé cómo nos quedamos totalmente desnudas, retozando sobre el sofá, con una mano yo masajeaba su culo, amasando sus nalgas como si fuese masa de pan, abriéndolas y separándolas, respirando los perfumes que emanaban de su intimidad más profunda, ella a su vez acariciaba las mías con una mano, apretando y aflojando suavemente, acariciando por momentos el suave vello de mi ano y ese trocito de piel que tan loca me vuelve entre la rajita y el ano.

Cambiando ligeramente de posición conseguí meter mi dedo índice en su raja caliente, babeante. La sensación era única, sentir mi dedo abrazado por esas paredes húmedas, calientes y palpitantes era incomparable. En seguida subí la punta del dedo para llegar a su punto G, ella se abrió más de piernas para facilitar la tarea y la vista tan deliciosa casi me lleva al orgasmo.

Comencé a masajear su punto G y al dedo índice se le unió el dedo medio que poco a poco fue entrando por su estrecha rajita, empapándose bien de sus zumos, jugando, explorando. Tras unos segundos saque el dedo babeante de su chocho y lo lleve de inmediato a su agujerito marrón. Diana dio un saltito y un suspiro de placer en cuanto noto la humedad en esa zona tan sensual. Mientras no dejaba de lado su punto G trazaba círculos alrededor de su orificio secreto, mojando y lubricando toda esa zona. Me lleve el dedo a la boca para llenarlo de saliva, pudiendo saborear la exquisita combinación de sabores, en esos momentos de extrema excitación no hay nada más rico. Mojándolo bien lo volví a llevar a su estrecha puerta trasera, y con un poco de presión empezó a entrar por su húmedo y relajado ano.

La estrechez, el tacto y el calor eran distintos a los del chocho, pero igual de excitantes. El ir abriéndome paso milímetro a milímetro era sumamente gozoso. Diana, acostada de espaldas, piernas abiertas y levemente levantadas, ojos cerrados, disfrutando de la doble penetración digital a la que la estaba sometiendo Nuevamente tuve que hacer esfuerzos para no correrme ahí mismo, estaba excitada a tope, viendo como mis dos dedos desaparecían en el interior de Diana, casi tocándose, notando la presencia el uno del otro a través de la fina membrana de piel que los separaba. Conseguí meter mi dedo medio del todo en su estrecho culito, y comencé a moverlo lentamente, un mete saca casi imperceptible.

Estaba en el colmo de la excitación por lo que saque lentamente el dedo del calor de su culo, y el otro de su abundante humedad. Fue una agradable sorpresa para mí cuando Diana se arrodilló entre mis piernas y comenzó a lamerme a grandes velocidades. Pensé que acababa ahí mismo. Estuvo unos segundos saboreando mis licores hasta que le tuve que pedir que parara o iba a correrme enseguida.

Paró, pero solo unos segundos, ante esto, mi lengua se fue buscando su pequeño tesoro estrecho, quería acariciar sus pliegues, sentir la suavidad única de ese pequeño anillo de piel, y durante unos segundos pudo disfrutar de esa textura y ese sabor únicos e incomparables, pero tuve que parar súbitamente ya que el placer se hacía demasiado y notaba que iba a explotar.

Después de saborearnos mutuamente nos tumbamos sobre la alfombra una frente a la otra. Su chocho a pocos centímetros del mío sediento y babeante, palpitante y totalmente ansioso a mas no poder, segundos de concentración, de deseo latente, sus ojos cerrados, los míos no perdían detalle, su gesto se relajaba...

Pegué mi pubis al suyo y comenzamos un movimiento lento y cadencioso. Las sensaciones son imposibles de plasmar en este relato porque es imposible describir el amor, la pasión, el deseo, las ganas salvajes y animales, el querer devorar y que te devoren, la sensación de que vas a morirte en ese mismo instante o que estas naciendo a través de esa vagina que te proporciona tanto placer.

El calor era delicioso, no quería que acabara nunca, me embriagaba la visión, el aroma, la humedad sobre mi piel ardiente. Las ganas largamente contenidas salieron a la superficie y me corrí en un orgasmo intensísimo, mis gemidos llamaron su atención y juraría que hasta se sonrió. No por eso dejé de moverme esta vez incorporándome y tumbándome sobre ella, tomando sus manos entre las mías, enlazándolas sobre su cabeza, besándola como loca en la cara, el cuello, los hombros, el canal entre sus senos hasta que sus gemidos me anunciaron que también había llegado y más allá de lo que ella misma imaginaba a juzgar por la hermosa expresión en su rostro y las convulsiones que su pequeño cuerpo no podía controlar.

Solo hasta ese día comprendí cuánto daño podía hacerme esta mujer, podía destruirme con solo una palabra. Sentí mucho miedo, miedo a esos sentimientos que se habían apoderado de mí, que me lastimaban y a la vez me producían tanto gozo.

Me tumbé a su lado de nuevo rodeándola protectora con mis brazos, llenándola de besos tiernos, suaves, sin decir una palabra, pero hablándole con mis ojos mientras su cuerpo se relajaba. Ella también me abrazó durante un minuto, pero no me miraba. Me dio la espalda y yo la acuné como a una niña pequeña acariciando su pelo, oliéndolo, peinándolo con mis dedos. Ella no me hablaba tampoco y en ese momento me di cuenta que lloraba por un leve estremecimiento de su cuerpo y porque intentaba cubrir su rostro. Dejé de acariciarla, me incorporé y me retiré a mi habitación, más que todo para dejarla a solas con su dolor o con lo que fuera que estuviera sintiendo. Ella para mí era un enigma, un jeroglífico indescifrable, era imposible saber lo que estaba pensando y mucho menos sintiendo. Se me ocurrieron unas cuantas posibilidades, pero luego las dejé de lado, estaba harta de romperme la cabeza con todo lo que tuviera que ver con ella, pensando a cada momento que diablos había hecho mal. Era increíble, me había sentido en la gloria con ella hasta hace solo unos minutos y ahora me sentía como una mierda. Fue entonces cuando sentí como la puerta que daba a la calle se cerraba. Era Diana que se marchaba de mi casa y de mi vida, tan fugaz como había llegado, en silencio como había aparecido, sin una palabra, sin una explicación, irrumpiendo en mi corazón sin pedir permiso siquiera.

Me tumbé en mi cama para hacer lo único que me apetecía hacer en ese momento: llorar y gritar, la tortura de los enamorados de un imposible, sentir ese dolor en el pecho que a veces no se puede ni soportar, la impotencia de no saber que esperar del futuro, la rabia contra mí misma.

Algo así como una hora después logré calmarme. Me miré en el espejo y tenía el rostro rojo e inflamado. Sentí un poco de pena por mí misma, pero respiré muy hondo decidida a hacer lo que fuera para superar lo pasado. Me puse una pijama cómoda, me lavé el rostro y comencé a cepillarme lentamente el cabello con la mirada y la mente perdidas. En esas estaba cuando sonó el teléfono. Era Carmen... lo que me faltaba...

- Hola – me dijo ella simplemente – ya me enteré de lo que pasó esta noche entre Diana y tú.

- Vaya – le contesté yo – las noticias vuelan. ¿Qué quieres?

- Estás muy agresiva conmigo y yo llamo en son de paz – me contestó. Diana me lo contó todo antes de irse para tu casa esta noche, estaba muy alterada... aunque el hecho de que hayas contestado la llamada y el tono de tu voz me dice que no te fue muy bien con ella.

- Carmen – le dije yo en el colmo del hastío – realmente no sé qué es lo que quieres ni lo que pretendes. En este momento no quiero hablar con nadie y menos contigo.

- De acuerdo – dijo ella - yo como buena amiga que soy solo quiero decirte que puedes quedarte con Diana, hace tiempo dejó de interesarme, es de esas mujeres de las cuales uno se cansa rápidamente, tú me entiendes....

Realmente no le entendía, casi ni la escuchaba, Carmen era una estúpida, una mujer superficial y sin escrúpulos.

- Ay Carmen – le dije – nunca lo entenderé... llevo meses vuelta miseria pensando en Diana, amándola... hasta me metí contigo para acercarme a ella y a ti nunca te ha importado esa mujer. Que injusta es la vida que le da pan al que no tiene dientes. Nunca te diste cuenta de lo que te quería Diana, tampoco en que momento la perdiste y al final de cuentas ya no es tuya, pero por desgracia tampoco mía.

Palabras más, palabras menos colgamos al tiempo con una supuesta promesa de mi parte de volvernos a ver para "hacer cositas". Ni loca que estuviera.

Apagué la luz y me acosté para tratar de dormir intentando pensar en otra cosa que no fuera Diana, pero como fuera se colaba de nuevo en mi mente... y cuando eso ocurría la maldecía en silencio solo para volver a recordar sus besos de mentiras, sus caricias fabricadas que solo insultaban mis sentimientos.

Cuando a pesar de todo lo ocurrido estaba a punto de dormirme escuché un ruido en la sala. Me incorporé de un salto con el corazón en la mano y caminé por el largo pasillo hasta llegar al lugar de donde provenía el sonido. Me llevé el susto de mi vida cuando vi a Diana sentada en el mismo sofá donde había estado al inicio de la velada. Me miraba como esperándome, nerviosa y ansiosa.

- Pensé que te habías ido – atiné a decirle.

- Era mi intención – contestó – e incluso alcancé a abrir la puerta, pero la cerré de nuevo.

- ¿Y has estado aquí todo este tiempo? – le pregunté sabiendo que la respuesta era más que obvia.

- Si – contestó – realmente no tenía ganas de estar en ningún otro lado. Por cierto, escuché toda la conversación que tuviste con Carmen hace un rato, me siento muy halagada por la manera como te referiste a mí. También te escuché mientras llorabas y me siento culpable de esas lágrimas.

Me senté muy cerca de ella, dispuesta a escuchar todo lo que tenía que decirme. Hablamos por espacio de dos horas; me contó acerca de su vida, cosas que nunca hubiera imaginado, especialmente de su relación con Carmen, una relación malsana que la había llevado incluso al borde del suicidio. Por último, me confesó esa lucha interna que había tenido que soportar las últimas semanas y especialmente aquella misma noche.

- Diana – le dije - ¿sentiste algo conmigo hoy?

- Si – me contestó – pero te pido que por ahora te conformes con eso, con saber que me gustó y mucho, que fue algo completamente diferente a todo lo que había sentido en mi vida reciente.

- Por ahora me basta con eso – le contesté feliz, más de lo que me atrevía a demostrar.

- Solo te pido tiempo – me dijo – y te prometo que tu paciencia será recompensada.

Le contesté con un asentimiento de cabeza, con el corazón latiendo a mil, incrédula por todo lo que acababa de pasar.

- ¿Puedo pasar la noche en este sofá? – me preguntó – es tarde.

- Diana, hace solo un par de horas estábamos haciendo el amor en este mismo lugar, por eso te pido que te quedes en mi cama, prometo no tocarte.

Ella asintió sonriendo de esa manera extraña que tanto me gustaba.

¿FIN?

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