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Las confesiones de Jorgito (final)

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Esa noche va a ser siempre inolvidable para mí. Hubo después muchas otras parecidas con los mismos señores y otros que se fueron sumando, pero ésa noche fue la primera con varios hombres que me dieron verga o pija, como ellos le llaman al pene, hasta dejarme el culo en terapia intensiva y en la boca el sabor de todo el semen que me habían hecho tragar.

El señor Manuel los acompañó hasta la puerta del edificio y al volver se sentó en el borde de la cama, me regaló una larga y lenta caricia en mi pierna izquierda y mientras su mano la recorría me dijo: -Te quedás a dormir conmigo, Jorgito… -no era una pregunta sino una decisión tomada que yo acepté.

-¿Lo pasaste bien, lindo?

-Ay, sí, señor Manuel… Fue… fue maravilloso todo… Van a volver, ¿cierto?...

-Claro que van a volver cuando en dos o tres días tengas el culito en condiciones, porque a pesar de que comieron muy bien se quedaron con hambre… -y remató el comentario con esa risita tan excitante por lo perversa.

Ahora estoy… muy caliente… Me gustaría masturbarme… ¿puedo?

-Entiendo que estés caliente, Jorgito, pero esperá para desahogarte, porque ahora te voy a usar yo… Me puse a mil mirando cómo te daban leche todos ellos y hablando de mirar, mirá cómo tengo la verga…

La había sacado afuera del pantalón y al mirarla la vi hermosa, bien parada y palpitante… Valía la pena esperar para masturbarme después de disfrutar de ese ariete tan tentador.

Mientras él se desvestía estuve sobándome el pene, aunque cuidando de no derramarme. ¡Es que estaba yo tan caliente!

El señor Manuel, ya desnudo, se tendió a mi lado y sentí sus manos hábiles recorrerme todo hasta centrarse en mis muslos, que recorrió de arriba abajo, por dentro y por fuera una y otra vez mientras yo me deshacía en gemidos y súplicas por ese pene: -quiero chupárselo, señor Manuel… ¡Déjeme comerlo!... ¡Por favor!...

-Qué calentón sos, Jorgito… Me encanta eso… -dijo él mientras sus labios y su lengua me recorrían las mejillas, el cuello…

Yo a esa altura estaba erizado de la cabeza a los pies y no daba más del deseo de albergar en mi boca ese pene que el señor Manuel me refregaba sabiamente.

-Arrodillate, Jorgito… -me dijo por fin y yo obedecí inmediatamente, jadeando y cubierto de sudor.

Él, de pie en la cama, me ordenó: -Abrí esa linda boquita…

La abrí ansioso de engullir ese hermoso pene que palpitaba delante de mi cara y entonces el señor Manuel me lo metió y se puso a mover las caderas para hacerlo avanzar y retroceder. Todo fue placer para mí, un placer que me iba convirtiendo aceleradamente en lo que ya soy: un adicto al pene.

Después de un rato de tener en mi boca esa deliciosa mamadera de carne el señor Manuel la retiró unos segundos y dijo: -Voy a correrme, nene putito, y vos vas a tragar toda mi leche…

-Sí, señor Manuel… quiero su leche… quiero tragarla toda… -dije con voz algo enronquecida por la excitación.

Estuve chupando ese pene durante un rato más, agitado por sensaciones opuestas. Por un lado, era tal el goce que sentía chupándolo que hubiera querido que no acabara nunca, pero a la vez ansiaba que me llenara la boca de semen y yo beber todo ese néctar.

El orgasmo, abundante y prolongado, me encontró temblando y así, temblando, oí los jadeos del señor Manuel mientras yo tragaba ávidamente su leche.

Nos dormimos y despertamos a la mañana siguiente con el sonido del reloj despertador. Él saltó de la cama y desde la puerta del dormitorio me dijo: -No vuelvas a dormirte, Jorgito, vestite mientras me ducho que después desayunamos y te llevo a tu casa.

-Lo que usted diga, señor Manuel… -murmuré feliz mientras trataba de alejar de mi mente las brumas del sueño.

Cuando volvió al dormitorio ya duchado, para vestirse, yo tenía el pene erecto y no daba más del deseo de masturbarme. Cuando me autorizó corrí hacia el baño.

Más tarde, durante el desayuno, sentí que debía decirle al señor Manuel lo que yo estaba sintiendo con fuerza.

-Señor Manuel…

-Sí, lindo, decime…

-Me da vergüenza, pero…

-Vamos, Jorgito, vamos… -me animó él.

-Bueno, es que… es que usted va a pensar que soy un depravado…

Él me miró a la cara durante unos segundos, después emitió esa risita que me calentaba y me dijo: -Me gusta que seas un depravado, Jorgito… Te quiero cada vez más depravado, cada vez más puto, ¿sabés?

-Ay, señor Manuel… ¿De veras?...

-Él movió la cabeza en un gesto de afirmación y yo, entonces, cobré valor:

-Lo de anoche fue maravilloso, señor Manuel, ¡maravilloso!... pero ahora me… me encantaría que me usaran diez hombres, usted y el señor Enrique incluidos, claro, y que me cogieran uno detrás de otro, sin parar, por donde cada uno quiera, por el culo o por la boca… -dije con las mejillas ardiéndome de vergüenza y con la mirada fija en la raza de café con leche.

Él volvió a emitir esa típica risita y luego dijo:

-Me va a volver loco de gusto esa orgía, Jorgito… Pero oíme, habrá que ver qué pasa con tu culito, porque hoy éramos cinco y mirá cómo te quedó el ano.

-Sí, es verdad, señor Manuel, pero yo espero que mi culito se acostumbre a tragar cada vez más penes… -dije compungido y esperanzado a la vez. Y le digo algo, señor Manuel… Quiero esos diez señores dándome y… y que no paren aunque… aunque yo diga que me arde…

-Estás un poco loquito, nene, pero creo que yo también, jejeje, así que seguí aplicándote la crema varias veces al día y llamame en tres días, te hago venir, veo si el agujerito ya se normalizó y le damos para adelante. ¿De acuerdo, Jorgito?

-¡Ay, gracias, señor Manuel!... ¡Ojalá sea posible! –me entusiasmé.

-Para ir ganando tiempo hoy mismo voy a hablar con Miguel Ángel y con los otros dos a ver qué pueden hacer ellos para conseguir a otros cinco cincuentones como ellos y con ganas de comerse a un hermoso jovencito… Después de que hable con ellos te llamo y te cuento.

-Otra vez muchas gracias, señor Manuel… -y media hora después yo entraba a casa cuando mis padres ya habían salido rumbo a sus trabajos. Ese día no tenía clases en la Universidad, así que todavía con ganas de una buena puñeta me recosté en la bañera lamentando profundamente no poder meterme el vibrador en el culo y me hice una puñeta apasionada que derramó varios chorros de semen en el piso. Luego de unos segundos pasé la lengua por esos goterones y los tragué con avidez.

Después, distendido y algo cansado volví a aplicarme esa crema en el orificio anal, para luego acostarme y dormir unas cuantas horas más ilusionado con esa descomunal cogida que ansiaba y que el señor Manuel iba a tratar de hacer realidad. Si se concreta prometo contarla.

Fin

(9,00)