Nuevos relatos publicados: 0

Mi cumple

  • 6
  • 13.637
  • 9,04 (28 Val.)
  • 0

La semana pasada fue mi cumpleaños, y mi chica me preparó una fiesta sorpresa de lo más original.

Me recogió a la puerta de casa con su coche, y me vendó los ojos con un pañuelo suyo que olía divinamente a su carísimo perfume.

El camino recorrido no fue muy largo, pero dimos varias vueltas antes de llegar a nuestro destino. Reconozco que bajamos a un parking. Me hace salir del coche, y sin quitarme la venda de los ojos, entramos en un ascensor y subimos tres plantas. No le digo nada, pero descubro que casi seguro nos dirigimos a su apartamento.

Abre la puerta y entramos.

Me quita la venda de los ojos y descubro que estamos en el salón.

La luz está apagada, pero hay infinidad de velas encendidas a nuestro alrededor.

La estancia está a una temperatura sumamente agradable, pues la chimenea está encendida y chispeante.

Mi chica se quita el abrigo, y solo lleva puesto un tanga y un sujetador color rojo, que yo le había regalado por Navidad, pero que aún no se lo había visto puesto.

La verdad, que entre la ropa tan sensual que llevaba puesta, y la iluminación tan sugerente que evocaba el salón, yo ya me puse como una moto.

De golpe toda la sangre de mi cuerpo, se desplazó al mismo lugar, mi polla.

Se dirige hacia una cubitera y saca una botella de cava y dos copas.

En menos de veinte minutos nos la hemos acabado. Como no hemos cenado, se nos ha subido a la cabeza. Sobre todo, a ella, que es bastante sencilla corporalmente.

De repente, se lanza sobre mí y de un tirón me arranca los botones de la camisa, me la quita rápidamente y la tira al fuego de la chimenea, lo mismo hace con mis pantalones y calzoncillos.

—Verte tan vestido me daba muy mal rollo. Echate sobre la alfombra y no te muevas.

Le obedezco en silencio.

Ella se deshace el sujetador y también lo lanza sobre los troncos candentes.

—Ven que te voy a volver loco.

Abre las piernas y se me sienta encima. Yo permanezco echado y casi sin respiración.

Me sujeta fuertemente el pene, y lentamente va subiendo y bajando su mano derecha, mientras que con la izquierda coge a tientas una vela gruesa de color amarillo, que, al encenderla, desprende un agradable olor a vainilla.

Intento levantar un poco la cabeza para ver que está haciendo, pero ella me empuja, y vuelvo a estar tumbado a su merced sobre la alfombra.

Espera unos segundos a que se funda la cera, y acto seguido, la inclina sobre mi cuerpo.

El líquido humeante y caliente, cae sobre la piel de mi tórax.

Va formando círculos desde mi hombro derecho hasta la ingle izquierda.

—¡Ah...!

No puedo soportarlo y gimo.

No me duele, pero me escuece, allí donde va cayendo el líquido.

Estoy preso y entregado a su lujuria.

La cera se va solidificando y atrapa los pelillos de mi cuerpo.

Me da una orden

—Ahora quiero que te des la vuelta, y te pongas boca abajo.

Obedezco de nuevo en silencio.

Vuelvo a notar el líquido ardiente derramándose a lo largo de mi columna vertebral. Desde la nuca, hasta el nacimiento de mi trasero.

Noto un dolor de placer en los testículos. Esta sensación no la había sentido jamás. Están duros como piedras. Y no hablemos de mi polla, parece estar a punto de estallar.

Me escuece de nuevo levemente, pero la sensación agradable es infinita.

Pasea la vela chorreando de un lado a otro de mi cuerpo, sin salvarse rincón alguno de la agonía sensual.

—Acabo de convertirte en mi vela particular, y ahora voy a desprenderte de la cera a mordiscos. Será como comerme tu tarta de cumpleaños. Será como comerte entero.

Mi chica abre la boca y se sitúa pegada a mi hombro.

—Me encanta verte de espaldas contra el suelo. Eres un ser indefenso a merced de mi boca, que te va a devorar, milímetro a milímetro.

Nota lo nervioso que estoy, pues la sensación es totalmente desconocida para mí, y se mezcla el miedo con el placer.

—Tú tranquilo, que te lo vas a pasar de miedo.

Lentamente y sin prisa, mi chica va recorriendo suavemente con sus dientes, todos los rincones de mi cuerpo, por los que anteriormente ha vertido la cera líquida.

A medida que se desliza por mi espalda, noto lo excitada que está, porque deja un rastro húmedo por allí donde va pasando.

La cera se ha solidificado y noto alguna molestia cuando arrastra con los dientes la masa que se ha adherido al leve vello que comienza a crecer en mis piernas.

—Date la vuelta, que ahora le toca a mi parte favorita.

Me doy la vuelta, y ahora sí noto el miedo en mí.

—Tranquilo, que no te la voy a quemar.

La aprecio demasiado.

Solo te la voy a chupar.

Se la mete en la boca y hace círculos lentamente en la base, metiéndola más y más adentro, hasta tocar fondo.

—¡Hum! Sabe a nata y a vainilla. Mis ingredientes favoritos de tu tarta de cumpleaños

Yo ya no puedo más, y estoy al límite.

—Pero me falta un ingrediente. Todo, todo, tú.

Me dice en un lenguaje lascivo y sensual.

De repente y de forma brusca, se aparta de mí y me entrega un cuenco.

—¡Quiero que te corras aquí dentro!

La miro de forma muy extraña, porque la verdad, no doy crédito a lo que está pasando. Observo el cuenco, y dentro, están los restos de la cera que ha arrastrado de mi cuerpo.

—¡Hazlo rápido! Para que no se enfríe.

Obedezco y me corro en el cuenco, tal y como ella me ha ordenado.

La miro fijamente.

—Ahora ya tengo la tarta completa.

La nata, la vainilla y el bizcocho. Ya te tengo entero para mí, y te voy a comer.

Rápidamente amasa los ingredientes hasta formar una bolita.

—¡Mírame!

Yo la observo absorto.

Me mira fijamente y se introduce la bola en la boca.

Le pega un par de dentadas y se la traga entera.

No pasan ni cinco minutos y suena el timbre. Rápidamente nos vestimos, y ella abre la puerta.

Van entrando los invitados a la fiesta.

Mis amigos, sus amigos, nuestros amigos. También nuestros respetuosos familiares.

Llevan bandejas con comida y bolsas con la bebida.

Los últimos en llegar traen la tarta.

Se nota que hay hambre, porque todos se lanzan como fieras sobre las bandejas.

Yo también estoy hambriento, derrotado, pero con hambre.

En cambio, mi chica está como si nada hubiera pasado, paseándose y saludando a la gente.

De pronto, oigo como su prima le pregunta.

—Oye ¿Tú no comes nada?

—La verdad, no tengo apetito. ¡Llevo un empacho encima! He picoteado una tontería de nada antes de que llegaseis, y me da la sensación de que me he comido un hombre entero.

Y se queda tan ancha.

(9,04)