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Desayunando

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Esto me ocurrió hace ya bastantes años, casi cuarenta. Mis padres, cuando él hizo los sesenta y cinco, se fueron a una residencia de mayores, en Albacete, y no porque mi padre quisiera salir de su casa en Alcaraz, (Albacete), sino porque se emperejiló en ello mi madre, que con mi "papi" tenía una "mano izquierda" que para ella se quedaba, pues a su marido lo traía como una seda. Recuerdo que mi padre solía decir más que a menudo: "Mujer inteligente, la que manda en casa haciéndole creer al marido que quién manda es él".

Pues bien, yo, como mi hermana, íbamos de vez en cuando a verlos, a pasar un día con ellos; comíamos con ellos, en el comedor de la residencia, el mismo menú que ellos comían y, yo sobre todo, pasaba con mi padre ratos y ratos en la cafetería, con unos cuantos amigos que mi padre se había echado entre los residentes; también mi madre solía estar en la misma cafetería bastantes veces, pero no con los hombres, como ella decía, sino con amigas que también encontró, se hizo, allí.

Entre aquellos residentes había una mujer, ya mayor, más de setenta años, siempre sola, excepto por las mañanas en que se la veía acompañada de un hombre también mayor, setenta y muchos años, si es que no llegaba a los ochenta. Le veía llegar por la mañana, temprano, y entrar con ella al comedor, a desayunar los dos juntos; luego, a última hora de la mañana, poco antes de que los residentes fueran a comer, se despedía de ella y se marchaba.

Un día me acerqué al hombre.

—¿Es usted pariente de la señora?

—Soy su marido.

Me respondió él, y yo quedé algo extrañado de que, siendo matrimonio, no estuviera él también allí, en la residencia, como residente también él; el vejete se dio cuenta de mi extrañeza y se apresuró a explicarme.

—Es que, ¿sabe usted? Mi mujer padece Alzhéimer y en casa no puede estar Tenemos hijos, cinco, pero ya sabe usted cómo son hoy día las cosas; las mujeres trabajan y apenas si tienen tiempo para ocuparse de sus hijos, cuanto más de sus padres, de sus suegros… Y si ella no puede estar en casa, porque a ver quién la atendería, pues ya ve, yo, con setenta y ocho años, qué podría hacer sólo con ella en casa, yo tampoco podría estar aquí, pues al primer día me subiría por las paredes Por eso, vengo cada día a estar un poco con ella…a disfrutar un rato de ella. Mi mujer, desde hace cinco años, ya no sabe quién soy, no me reconoce… Bueno, no reconoce a nadie, ni a sus hijos… Pero ¿sabe otra cosa?... Yo sí sé quién es ella… Mi mujer; la mujer que he querido, que quiero, de toda la vida; la mujer que me dio, amorosa, su juventud y que me quiso, me amó, como sólo ella era capaz de amar, de querer… Sí; es mi mujer…

Este cuento no es mío; yo esa vivencia nunca la viví; lo leí, como "La Buena Educación", en un "post" del "Facebook" que yo "arreglé" para poderlo subir aquí, ya que era corto y me daba error al enviarlo. Seguramente pensaréis que soy un gilipollas, a veces también yo pienso que lo soy por ser tan "romántico", tan sentido en estas cosas, pero casi me eché a llorar de pura emoción al leerlo... Y hace unos minutos, al leerlo de nuevo para subirlo a ésta página...

Como digo, lo que en el "cuento" narro, yo no lo viví... Nunca hablé con ese vejete, tan enamorado aún de su anciana esposa, pero hace dieciocho años casi justos sí que viví, vi en vivo y en directo, algo que, recordándolo ahora, también se me encoje un tanto el alma al acordarme; digo que hace casi justos dieciocho años porque fue en el bautizo de la mayor de mis nietos, Andrea, mi princesita, que en el reciente Junio cumplió los 18 veranos de su vida. En el restaurante que celebrábamos el evento se celebraba también otro, unas mesas más allá de las nuestras; era una boda, con su pareja de novios perfectamente ataviados, ella de novia, con su traje impolutamente blanco, y él de "pingüino", como está mandado y ordenado, sólo que los "novios" eran dos ancianos que ninguno de los dos hacía ya los setenta y bastantes. Eran un matrimonio que celebraban sus Bodas de Oro, sus cincuenta años de matrimonio; de feliz matrimonio, pues bien, que se veía lo alegres, lo felices que eran; y bien que se veía cómo se querían, a pesar del tiempo transcurrido, besándose en "toos" los "morros" como colegiales. Y qué queréis, amigas, amigos, que también me emociono al recordarlo... Y después, hoy día, hay gente, mucha gente, que afirma que el amor no es más que sexo; que el sexo es lo único importante en este mundo, en esta vida... ¡Qué pena me dan esas gentes, normalmente jóvenes!… Y, cómo no; “fartabe” más, la mar de “progres” …

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