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Extorsión a una mujer casada (Parte 03)

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A la semana siguiente arreglamos otro encuentro a solas con Victoria, la mamá de nuestro amigo Pablo. Mi amigo Héctor fue el encargado de organizarlo, por lo que habló por teléfono con ella y me contó que la señora se había negado terminantemente y hasta había llegado a amenazarnos con contarle lo sucedido a Luis, su esposo, estando dispuesta inclusive a soportar las consecuencias. Pero al día siguiente de la áspera conversación, Héctor le hizo llegar el video que grabara en nuestro último encuentro y le advirtió que si persistía en su negativa se lo haría llegar a su marido y a la escuela donde concurríamos con su hijo.        

- Terminó aflojando.  Me pidió, llorando, que no le muestre a nadie la grabación – me contó mi amigo mientras íbamos a la casa de la señora -, y que haría lo que le pidiésemos.

Recordé el contenido del video y se me aceleraron las pulsaciones cardíacas. Su caliente contenido, debidamente editado como lo hizo Héctor, resultaría por lo menos difícil de explicar. Me había pajeado varias veces viéndolo, y era un material de lo más caliente.      

Llegamos a la puerta de la casa de Pablo, tocamos el timbre y aguardamos. Escuchamos unos pasos tras la puerta y esta se abrió. Del otro lado, Victoria nos observó por un momento y bajó su cabeza, turbada. Entramos y nos dirigimos al comedor. Por supuesto, su hijo Pablo estaba en la casa de su tía Florencia pasando la tarde y llegaría recién a la noche.

La señora llevaba puesto un short de jeans que dejaba ver sus carnosas y bien torneadas piernas al descubierto y una musculosa blanca cortada por la mitad, convertida en un casero y sugerente top que abultaban sus gordas tetazas.            

Nos sentamos en el sillón del comedor. Victoria ingresó y se paró junto al modular. Evitaba mirarnos. Su expresión era una mezcla de desagrado, temor y vergüenza.  

- ¿No nos ofreces nada para tomar? – preguntó Héctor con una cínica sonrisa. 

Victoria avanzó y se detuvo frente a nosotros.

- ¿Qué quieren tomar? – preguntó con un hilo de voz.

- Cerveza bien fría, Vicky. 

Cuando la señora se dirigía a la cocina, Héctor la llamó. Victoria se dio vuelta. Su mirada reflejaba temor. Entonces Héctor le dijo:

- Nos vas a atender como corresponde, Vicky. Sacate toda la ropa.

Victoria agachó su cabeza y mordió sus labios en señal de impotencia. Luego de un instante que me pareció eterno, se quitó la musculosa y quedó con las tetas al aire puesto que no llevaba corpiño. Luego desabrochó su pantaloncito y se lo bajó hasta los tobillos, sacándoselo. Llevaba una bombacha oscura estampada.

- La bombacha también, Vicky – ordenó mi amigo.

La señora cerró sus ojos por un momento, humillada, y se quitó la bombacha quedándose solo con los zapatos puestos. Confirmé una vez más que se trataba de una exuberante y preciosa mujer. Vaya premio que había ligado el imbécil de su marido. Entonces Héctor se puso de pie, abrió su inseparable bolso y extrajo un collar de perro color negro y una fina cadena que oficiaba de correa. La mamá de Pablo se sorprendió tanto como yo al ver aquello.   

- No te asustes, Vicky – le dijo Héctor – es un regalito para vos. 

Victoria, inmovilizada por el temor, no se resistió a que Héctor le colocase el collar alrededor de su cuello y le abrochase al mismo la cadena. La señora nos observaba sin comprender bien todo aquello. Héctor le ordeno que regresara a lo suyo, y cuando ella giró para dirigirse a la cocina, mi amigo le dio una sobradora palmada en las nalgas que la hizo agachar su cabeza, humillada.  

Instantes después, Victoria regresó, desnuda como se había ido, con dos latas de cerveza sobre una bandeja y no las ofreció. Luego se dirigió hacia la mesa, dejó sobre ella la fuente y volvió a su lugar. Con uno de sus brazos intentaba cubrir sus gordas tetas. 

- Vení para acá, putita – le ordenó Víctor.

Victoria amagó con protestar, pero se lo calló y avanzó hasta nosotros.

- Arrodíllate – le indicó mi amigo. Victoria obedeció. Entonces Héctor le alcanzó su lata de cerveza recién abierta y le ordenó que tomara. La señora se negó diciendo que no tomaba alcohol. Mi amigo le dijo que eso no le importaba. La mamá, resignada, empuñó la lata y tomó un trago e hizo un gesto de desagrado.   

- ¿Vos sos ama de casa, no? – Preguntó Héctor -, ¿eso quiere decir que te encargas de las cosas de la casa?   

Victoria asintió en silencio. Héctor la obligó a seguir tomando hasta terminarse la lata, lo que la señora hizo sin disimular su aversión.

Entonces mi amigo se dirigió al modular y tomó un plumero. Regresó y le indicó a la señora que se pusiese en cuatro patas. Luego soltó un espeso gargajo sobre su culo y le introdujo la punta del plumero en el ano. La señora dio un respingo y soltó una exclamación de dolor. Una lágrima rodó por una de sus mejillas. Entonces Héctor le ordenó que se diese vuelta, sin levantarse, y me mostrara el culo. Victoria giró despacio sobre sus rodillas y así pude ver su culo, ensartado por el palo del plumero.          

Héctor regresó al sillón y le dijo que se pusiese a “plumerear” el modular. Victoria se incorporó lentamente, caminó rígidamente dando cortos pasitos hasta el mueble, se dio vuelta hacia nosotros y empezó a mover su gordo culo, humillada, pasándole el plumero al mueble. Empezó a lagrimear en silencio, consciente de la degradación a la que la estábamos sometiendo.

Pero luego de un rato de hacer eso, la señora empezó a decir que se sentía mareada. Empezó a transpirar. Corrí hasta ella y la sostuve.  

- La cerveza - balbuceó –, voy a vomitar…

La tomé de la cadena del collar y la llevé rápidamente al baño. Héctor me siguió. Una vez allí, la hicimos arrodillar frente al inodoro y Victoria comenzó a vomitar, abrazada a la taza, con el culo parado y el plumero enhiesto apuntando hacia arriba.

Entonces mi amigo, relamiéndose, se desabrochó los pantalones, se arrodilló tras ella empuñando su carajo parado, retiró el plumero, escupió el fruncido ano de la señora y guio su verga con su dedo pulgar penetrándole el culo. La mujer soltó una exclamación de dolor, pero merced a su debilidad no podía salir de la posición en la que se hallaba. Mi amigo la tomó con fuerza de sus nalgas y empezó a enterrarle su pija lentamente en su retaguardia.         

- Lo tiene bien cerrado, la puta – dijo Héctor disfrutando de aquello.

Victoria tuvo una arcada e introdujo la cabeza en el interior del inodoro, vomitando nuevamente, lo que mi amigo aprovechó para enterrarle su verga hasta los huevos. Luego empezó a penetrarla con fuerza. Del interior del inodoro brotaban palabras incomprensibles emitidas por la señora, quien tenía la cabeza bien metida en su interior.     

Héctor la enculaba furiosamente, entonces el cuerpo de la mamá empezó a contraerse. Recordé el encuentro anterior con ella, y supe que eso preanunciaba la inminente llegada de un orgasmo.      

- ¡Va a acabar por el culo, dale! – exclamé sorprendido.

- ¡Que perra! – exclamó Héctor dándole con toda la fuerza de la que era capaz. Victoria emitió un ahogado y prolongado gemido y su cuerpo empezó a sacudirse.

Para no ser menos, mi amigo extrajo su verga y se corrió copiosamente sobre las nalgas y la espalda de Victoria.   

- Te toca – dijo Héctor tomando del cabello a la aturdida Victoria y alzando levemente su cabeza. La señora lucía una expresión enajenada en su rostro y movía sus labios intentando hablar.

- Mi culo, me duele… - farfullaba.

Ignorándola, me arrodillé detrás de ella, separé sus blancas nalgas embardunadas de leche y la penetré. Debo decir que entró fácilmente debido a que su ojete ya estaba bien dilatado. Victoria soltó un intenso gemido al sentir mi verga rompiéndole el culo y entonces tuvo otra arcada y metió su cabeza en el inodoro comenzando a vomitar. La verdad es que en ese momento me importaba bien poco su estado estomacal; solo quería encularla como lo estaba haciendo y se trataba de una sensación deliciosa.   

- Tomala, Vicky – pronuncié extasiado -, te estoy rompiendo bien el culo.

De pronto observé hacia la puerta y descubrí a Héctor, sonriente, filmando toda la bizarra situación. Victoria sollozaba y gemía abrazada al inodoro, encajando dolorosamente mis embestidas. Empecé a empujar con todas mis fuerzas, hasta que mis bolas pegaron contra su concha. Entonces la mamá empezó a contorsionarse una vez más y supe que empezaba a correrse.       

- ¡Tomá, puta de mierda, acaba por el culo! – exclamé echando el peso de mi cuerpo sobre sus nalgas. Victoria emitió un fuerte gemido, la cabeza metida en el inodoro, y volvió a correrse. Yo no pude contenerme y eyaculé en el interior de su abierto culo.

Cuando terminé, retiré mi verga y Héctor me dijo que le separase sus nalgas. Así lo hice y mi amigo hizo un primer plano de su ano exageradamente abierto, chorreante de semen e hilitos rojos, sangre, que corrían hacia abajo por la cara interior de sus muslos. Para no ser menos, extraje mi celular y le hice unas bonitas fotos a su culo bien roto. 

Victoria seguía exánime, con la cabeza metida dentro del inodoro. Entonces Héctor levantó una de sus piernas y apoyó su pie sobre la cabeza de la rendida señora de modo que esta no se moviese; luego, con una mano apretó con fuerza el botón del depósito que instantáneamente expulsó un fuerte y prolongado chorro de agua que la pobre Vicky recibió de lleno en su rostro. La mujer se sacudió presa de la conmoción, pero el pie de mi amigo impidió que pudiese sacar su cabeza del inodoro.

- Para que se reanime – dijo sonriente mi amigo.

Cuando el agua cesó de salir, Héctor retiró su pie y Victoria levantó lentamente su cabeza. Su cara y cabellos estaban empapados, la mirada extraviada, los ojos inflamados por el llanto y las mejillas rojas.   

Entonces Héctor me pasó la grabadora de video y la tomó de la cadena tirando de ella.

- ¡Vamos, perra puta! – la apuró palmeando sus nalgas, hacia el comedor.

La señora avanzó torpemente en cuatro patas, atontada, tras mi amigo. Yo, por supuesto, lo filmaba todo. 

Una vez en el centro del comedor, mi Héctor se detuvo y tiró de la cadena. La sufrida Victoria frenó, exánime. Mi amigo, de pie frente a ella, le ordenó:  

- Quiero que mi perra ladre.

Luego de un momento, Victoria, comenzó a ladrar como lo haría una perra.    

- Mirá a la señora, eh – festejó mi compinche.

Luego de eso fuimos a la cocina por unas cervezas y maníes y nos echamos en el sillón. A la mamá la dejamos en cuatro patas en el centro del lugar. Luego Héctor la hizo arrodillarse, pararse de manos como si se tratase de un animal amaestrado, sacar la lengua y respirar por la boca. La mamá de Pablo obedeció todos los requerimientos. Y en eso estaba cuando se le escapó un sonoro pedo que la ruborizó, lo que hizo que nos riéramos con ganas.

Antes de irnos nos hicimos mamar las vergas y volvimos a eyacular, solo que esta vez en su boca y su cara. Después de eso, la mamá de Pablo se dejó caer al suelo, exánime. Evidentemente por ese día no podía más. Pero ya tendríamos otros… 

Continuará…

(9,02)