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La historia de Claudia (13)

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Más tarde, una vez que Claudia levantó la mesa y terminó de lavar la vajilla, ella y la cachorra comieron en cuatro patas sus alimentos para perros.

Estaban haciéndolo cuando sonó el teléfono. Era Inés con una buena noticia:

-Tengo confirmadas siete asistentes a la subasta, Blanca, ¿qué te parece?

-¡Qué bien, Inés! –se entusiasmó la señora. –Bueno, el martes la cachorra tiene que ir a tu casa así que podemos organizarla para el jueves, digamos... a las nueve de la noche. ¿Estará bien para ellas ese horario?

-Sí, querida, es una buena hora. Ya mismo empiezo a llamar para avisarles.

-¿Y esa otra idea que tenés? ¿Vas a contarme o...?

-Sí, Blanca, ya lo pensé todo. –dijo Inés y empezó a comentarle su plan.

Al escucharla, la expresión de la señora iba pasando del asombro al entusiasmo alternativamente mientras miraba a sus perras que seguían comiendo sin alzar la cabeza, aunque escuchaban a su dueña con cierta inquietud al saber que se hablaba de ellas y que les estaban preparando algo que ignoraban. Sabían de la subasta pero, ¿de qué se trataría esa otra idea que había mencionado la señora?

-¡Es genial! –exclamó Blanca en un momento. –Lo hacemos el próximo fin de semana.

Se despidieron y la señora envolvió a sus sumisas en una mirada sádica al par que sus labios se curvaban en una perversa sonrisa.

-Será muy excitante... –dijo como para si misma y se inclinó sobre los recipientes comprobando que no quedaban restos del alimento pero sí había un poco de agua en uno de los de Laura. Le hundió la cara en el recipiente y le ordenó con voz dura:

-Terminá de tragar eso. ¡Vamos! –y la cachorra, asustada, lamió hasta secar el fondo del recipiente.

-La próxima vez que dejes algo te voy a hablar con el rebenque, ¿oíste? –la amenazó.

-Sí, señora, perdón... –dijo entonces Laura en un susurro.

Poco después Blanca despedía a sus sumisas teniéndolas en cuatro patas tras la puerta de calle.

-Vos mañana te vestís con ese conjunto azul de chaqueta y pollera, blusa blanca y zapatos negros de tacos altos. –le dijo a Claudia, y agregó dirigiéndose Laura:

-Y vos acordate de que el martes desde la veterinaria te vas a lo de Inés para pasar la noche con ella, y más te vale que te portes bien, porque le voy a dar carta blanca para que te castigue en forma ante la menor indisciplina. ¿Oíste?

-Sí, señora, lo que usted diga.

-Y ahora tomen estos chiches. –dijo y les entregó los dos dildos anales.

-Se los ponen en el culo en cuanto suban al taxi y se los sacan antes de acostarse, y mañana se los vuelven a meter antes de salir y los llevan durante tres horas. ¿Está claro?

Ambas asintieron, saludaron a su dueña besándole la mano y se retiraron. Abordaron un taxi en la esquina y apenas el automóvil arrancó obedecieron en silencio la orden que les había dado la señora. Con la ropa por las rodillas ambas se introdujeron los dildos entre jadeos que no pasaron desapercibidos para el chofer, un anciano de rostro enjuto que comenzó a observarlas por el espejo retrovisor.

Sin preocuparse por él, ambas empezaron a hablar sobre esa conversación telefónica de su dueña con Inés:

-¿Oíste a la señora? Además de subastarnos van a hacernos alguna otra cosa. ¿Te diste cuenta? –dijo Laura ya con el dildo metido en su culo hasta la base.

-Sí. -contestó Claudia -Claro que me di cuenta de que están preparando algo, pero somos propiedad de la señora y tenemos que soportar lo que ella decida hacer con nosotras. – concluyó mientras ambas empezaban a experimentar una turbadora mezcla de incomodidad y placer con los dildos metidos en sus culos.

A todo esto, Inés estaba llamando a las mujeres que se habían mostrado interesadas en concurrir a la subasta.

Acordó con cada una el día y la hora indicados y de inmediato llamó a Blanca para dar por cerrado el asunto.

A la mañana siguiente, ambas sumisas salieron rumbo al trabajo con los dildos colocados, tal como les había ordenado la señora.

Laura debió explicarles a algunos clientes habituales el motivo del rapado, y a cada uno le decía que simplemente había tenido ganas de cortarse así. Al mediodía, cuando se cumplieron las tres horas que debía llevar metido el dildo, se lo quitó en el baño venciendo, con esfuerzo, la tentación de masturbarse sin el permiso de su dueña, ya que el estar así empalada durante tanto tiempo la había puesto muy caliente.

Claudia, mientras tanto, se encontraba manteniendo su tercera entrevista del día con la dueña de una farmacia en el centro de la ciudad. Recién había ingresado a la oficina cuando al mirar su reloj se dijo que tenía que quitarse el dildo, y le dijo a la mujer que debía pasar al baño.

Volvió acalorada, respirando fuerte y con las mejillas ardiéndole de calentura después de esas tres horas que había llevado el dildo. La farmacéutica la esperaba de pie junto a su escritorio. Era una mujer muy atractiva, de unos cuarenta años, pelirroja, de cabello espeso y enrulado cayéndole sobre los hombros, grandes ojos verdes y un cuerpo de formas redondeadas que el guardapolvo blanco no alcanzaba a disimular. Miró a Claudia como si pretendiera desnudarla con los ojos, le ofreció una silla y no se sentó al otro lado del escritorio sino frente a ella, que trataba de calmarse.

-¿Te pasa algo, querida? ¿Estás bien? –le preguntó tomándole las manos.

-Sí... sí, no se preocupe... estoy bien... –contestó Claudia estremeciéndose ante ese contacto. –y agregó mirando al piso: -Es que... me bajó un poco la presión... nada más...

-Ah, no, querida, vamos a ver eso. –dijo la farmacéutica poniéndose de pie.

-Quitate la chaqueta. –dijo mientras tomaba de una repisa el aparato para medir la presión.

-Ay, no, no se preocupe, ya estoy...

-Quitate la chaqueta. –insistió la mujer con un tono firme que puso en alerta a Claudia. Su instinto de sumisa le hizo comprender que era una orden y se sintió confundida. Ella era propiedad de la señora, ¿por qué debía obedecer a esa desconocida?

-Vamos, querida, hacé lo que te dije. –agregó la farmacéutica suavizando nuevamente su voz. –Nos va a llevar sólo un minutito y nos quedamos tranquilas. El tono persuasivo logró lo que no había conseguido la orden y Claudia hizo lo que se le indicaba. Ofreció su antebrazo desnudo a la pelirroja y ésta, mientras tensaba la goma por encima del codo aprovechando para rozar sus dedos sobre la piel, dijo:

-Qué piel tan suave...

Claudia notó que el ardor de sus mejillas aumentaba, no por vergüenza, porque bajo la dominación de la señora había perdido ese sentimiento, sino por la atracción que le despertaba la farmacéutica, cuyos dedos se deslizaban ahora con descaro y muy lentamente desde el codo hasta la muñeca, provocándole un estremecimiento.

-Señora Estévez, por favor... –suplicó con un hilo de voz, y con gesto decidido se quitó la goma. Ella le pertenecía a su dueña y no tenía derecho a sentir lo que estaba sintiendo y mucho menos a entregarse a otra mujer si su dueña no se lo permitía. Intentó ponerse pie mientras se bajaba la manga de la blusa, pero la farmacéutica se lo impidió aferrándola por ambos brazos. Acercó su cara a la de Claudia hasta casi rozarla y le dijo:

-Vamos, querida, sé que estás tan mojada como yo... ¿acaso sería tu primera vez con una mujer y eso te hace sentir algún reparo?... –y comenzó a rozar con sus labios entreabiertos la mejilla de Claudia, presa ya de un temblor que no podía controlar.

-No... –dijo la sumisa. –No es eso... es que... es que no soy... no soy libre...

Al escucharla, la farmacéutica se irguió con una expresión de contrariedad en su cara que lucía enrojecida por la calentura.

-Ah... ya veo... ¿Y tan seria es la cosa?...

-Sí... –contestó Claudia con la vista baja mientras se ponía la chaqueta.

-¿Es hombre o mujer?

-Mujer... –dijo la sumisa y pensó en lo que diría su dueña cuando le contara el espisodio.

"Posiblemente quiera prestarme a ella" –pensó y estuvo a punto de blanquear su situación ante la farmacéutica, pero habría sido una decisión propia y eso no le estaba permitido.

En cambio tomó su carpeta y mientras se dirigía hacia la puerta dijo:

-Es... es posible que nos volvamos a ver, señora Estévez.

La farmacéutica, con asombro y esperanza a la vez ante la sorpresiva y prometedora respuesta le dijo:

-Me encantaría, queridita. Llamame. –y en cuanto quedó sola corrió al baño para masturbarse frenéticamente.

Claudia se dijo que necesitaba reponerse de tanta agitación y entró a un bar, pidió un café y llamó a la señora desde su celular:

-Buenas tardes, señora. Tengo algo para contarle. –dijo.

-Adelante. –la autorizó Blanca.

La sumisa le comentó con detalles lo sucedido sin que Blanca la interrumpiera.

-¿Es todo? –le preguntó.

-Sí, señora.

-¿Cómo es esa mujer?

-Unos cuarenta años, pelirroja, de muy buen cuerpo, señora. –evocó Claudia sintiendo que otra vez estaba excitándose.

-Ah, por lo veo te gustó, ¿eh, perra en celo?

-Sí, señora.

-Y seguro estás deseando que te preste a ella.

-Sí, señora... –contestó Claudia tras una breve vacilación.

-¿Te pareció que puede ser una sumisa?

-No, señora, al contrario, me pareció un poco... un poco autoritaria.

Hubo una pausa que le aceleró el corazón y después Blanca le dijo:

-Lo voy a pensar. –y cortó.

-Claro que te voy a prestar a esa mujer, perra. –se dijo enseguida. -pero será a mi manera.

Inmediatamente mandó un mensaje de texto al celular de Claudia: "dame el teléfono de esa farmacéutica" –y la respuesta fue inmediata, con un número celular y el de la farmacia, que eran los que Claudia tenía en la ficha de clienta de cuando había convenido la entrevista comercial.

Blanca llamó al número de la farmacia y cuando fue atendida por la mujer dijo sin más:

-Buenas tardes, señora Estévez, soy la señora Blanca, la dueña de Claudia.

Su interlocutora, sin el menor asombro, contestó:

-Bueno, deduzco entonces que usted es Ama, señora, y esa hermosa hembra es su esclava.

-Así es. –confirmó la señora. –Y por lo que mi perra me ha contado usted está interesada en ella.

-Muy interesada y déjeme decirle que también soy Ama.

-Me da placer prestarla, ¿sabe? y tendré mucho gusto en cedérsela, digamos... ¿por una noche?

-Está bien, pero quisiera que selláramos el acuerdo en mi casa, estimada señora. Siendo usted Ama estoy segura de que le encantará conocerla.

-Claro que sí, señora Estévez. Dígame cuándo sería posible visitarla con mi esclava teniendo en cuenta que el jueves voy a subastarla a ella y a mi otra perra.

-¿Una subasta?... Muy interesante, explíqueme.

-Las mejores postoras se llevarán a mis perras en alquiler por una o dos noches.

-¿Y qué tal es su otra esclava?

-Es una cachorrita de 19 años.

-¿Le molestaría traerla cuando venga con Claudia?

-En absoluto.

-¿Le parece bien que arreglemos su visita para el lunes próximo a las 9 de la noche, Ama Blanca?

-Perfecto. –aceptó la señora, y después de anotar la dirección se despidieron.

Inmediatamente llamó a Claudia al celular:

-Ya estás prestada a la farmacéutica, perra. ¿Sabías que es Ama?

-No estaba segura, señora.

-Bueno, lo es y nos espera en su casa el lunes que viene a las 9 de la noche.

-Lo que usted diga, señora. –contestó sumisamente Claudia.

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A todo esto llegó el martes, día indicado para que Inés gozara de una noche con Laura.

A las 20,30 la cachorra fue recibida en la puerta del edificio por Amalia, la mujer que era para Inés una especie de ama de llaves y secretaria y que estaba en conocimiento de las aficiones sexuales de la peluquera.

-Seguime. –le dijo la mujerona yendo hacia el ascensor e instantes después la dejaba en el living ante Inés, que vestía pantalones negros algo amplios, zapatos también negros de altos tacones y una blusa blanca sin mangas.

Para sorpresa de Laura no estaba sola. Junto a ella había una chica de no más de veinticinco años, alta, grandota, de larga cabellera rubia, con un vestido de hilo blanco y sandalias.

-Buenas noches, señora Inés. –saludó Laura, que llevaba puesto un jean celeste, remera blanca, zapatillas sin medias y una mochila cargada en la espalda. "¿Sabrá esto la señora?" –se preguntó inquieta por la presencia de la rubia, e Inés, como si le hubiera leído el pensamiento, dijo:

-Hola cachorra, ella es Leticia. Le comenté a tu dueña que pensaba invitarla, si ella lo autorizaba, claro, y no tuvo inconvenientes.

-Buenas noches, señorita Leticia. –saludó entonces la jovencita ya más tranquila.

-Hola, queridita. –dijo la rubia que se adelantó hacia ella y con gesto decidido le desprendió la mochila diciéndole:

-Así vas a estar más cómoda, bebé.

Inés se había sentado en el sofá y desde allí dijo:

-Representás menos edad de la que tenés, cachorra. Si te veo por la calle te doy quince años... Me siento una depravada y eso me gusta, jeje... Además, vestida así, como podría vestirse un chico, me da mucho morbo ¿sabés?... –y agregó dirigiéndose a la rubia:

-Leti, ¿querés desnudarla, por favor?

-Claro... será un placer... –contestó la rubia y le dijo a Laura que se quitara las zapatillas. Después le sacó el jean, la remera, el corpiño y finalmente la tanga.

-Traela aquí. –indicó Inés y Leticia la tomó de un brazo y la acercó a la peluquera, que empezó a recorrer con sus manos el contorno de Laura desde las rodillas, subiendo lentamente por los muslos largos, finos, deliciosamente torneados, luego la curva suave y larga de las caderas, la cintura alta y estrecha, los límites del torso.

-¿Lo ves, cachorra? -Todo es tan suave en vos... tan sugerente... tan alejado de la desmesura... tus tetitas, que una puede encerrar en la palma de la mano... Claudia es otra cosa, muy deseable también, claro, pero otra cosa, como más potra... Vos hubieras podido enamorar hasta la locura a la mismísima Safo...

Laura se sentía entregada por completo a las palabras de Inés, a sus manos que la recorrían, a ese mensaje que la embriagaba. Sintió la boca de la peluquera en sus tetas, sintió sus labios, su lengua y después sus dientes mordisqueándole los pezones. Gimió más de placer que de dolor y comenzó a mojarse cuando los dedos de Inés le entreabrieron la concha. Separó las piernas que le temblaban y exhaló un suspiro al sentir los dedos entrando hasta los nudillos mientras esa boca experta y apasionada continuaban recorriendo sus tetas.

De pronto, sin dejar de trabajarle la concha, Inés llevó una mano hasta las nalgas y tras masajearlas un poco buscó la entradita oculta entre ellas. Laura corcoveó un poco al advertir lo que venía, pero Inés no le dio tregua y cuando ubicó el orificio comenzó a introducirle un dedo, arrancándole un largo gemido.

-Mamita y Leticia van a usar todos tus agujeros, cachorra. –le dijo y estuvo un rato horadándola doblemente, sintiendo cómo la jovencita se mojaba más y más mientras no dejaba de jadear y gemir temblando de pies a cabeza.

Inés sacó sus dedos y se puso de pie.

-Limpiámelos. –ordenó acercándolos a la cara de Laura, quien dócilmente abrió la boca y succionó sus propios jugos.

-Muy bien, cachorra, muy bien, así me gusta, que seas obediente con mamita. –dijo Inés, y Leticia sugirió llevarla al dormitorio.

Una vez allí la peluquera se sentó en el borde de la cama y con Laura en cuatro patas ante ella le ordenó que le quitara los zapatos.

La jovencita lo hizo y entonces debió lamer los pies de la peluquera, que temblaba en continuos estremecimientos al sentir esa lengua una y otra vez desde los dedos hasta los tobillos. Además, la excitaba sobremanera tenerla allí tan rendida a sus deseos. Entonces se puso de pie y se hizo quitar por la sumisa el pantalón y luego la bombacha. Cuando estuvo desnuda de la cintura para abajo se sentó nuevamente y le dijo:

-Ahora quiero esa lengua subiendo por mis piernas, cachorra... por una y otra pierna... lentamente... vamos. –y Laura obedeció sintiendo cuánto le gustaba el sabor de esa piel lozana todavía. Y fue ascendiendo despacio, tal como le había sido ordenado. Cuando llegó a las rodillas Inés se tendió de espaldas en la cama, entre suspiros. La lengua comenzó a recorrerle los muslos en lamidas largas y lentas mientras sentía que se mojaba cada vez más. Llevó una mano a su concha y notó que los flujos brotaban de entre los labios, desbordándolos. Esa lengua seguía acercándose con lentitud y ella estaba ardiendo de calentura, como electrizada en cada centímetros de su cuerpo y jadeando con la boca muy abierta.

Por fin, Laura llegó a destino y su lengua lamió primero los labios mientras Inés se arqueaba hacia delante y volvía a caer de espaldas en medio de un largo gemido.

-Adentro, cachorra... adentro... ¡Meteme esa lengua bien adentro!... –gritó aferrando entre sus manos crispadas la cabeza de la jovencita. Laura entonces separó ambos labios con sus dedos y hundió la lengua en esa cavidad de la cual manaban flujos que ella iba sorbiendo como si se tratara de un licor embriagante. Muy pronto comenzó a ocuparse del clítoris, erecto y durísimo, envolviéndolo entre sus labios y lamiéndolo a veces muy fuerte y luego con extrema suavidad y lentitud.

-¡Quiero por el culo, cachorra! –gritó Inés. -¡Seguí con esa lengua endiablada en mi concha y meteme tus dedos en el culo!

Y la jovencita lo hizo. Sin detener sus lamidas buscó a tientas el orificio anal y mientras Inés movía sus caderas de un lado al otro en el extremo de la calentura introdujo un dedo.

-¡Más, cachorra! ¡Máááááááaáááás! ...–exigió la peluquera y Laura entonces le metió otro dedo y los fue moviendo de atrás hacia delante y de adelante hacia atrás una y otra vez al par que su lengua nadaba en un mar de flujo que seguía surgiendo incontenible de la concha.

Fue en ese momento que Leticia entró en acción. Después de desnudarse se había colocado el arnés doble y ubicándose entre las piernas de la cachorra le hundió en la concha el dildo que resbaló hasta el fondo entre un río de flujo. Inmediatamente tomó uno de los vibradores, de dimensiones considerables, lo accionó a velocidad máxima y después de algún esfuerzo y controlando a chirlos los corcovos de Laura se lo fue metiendo en el culo hasta la base.

Por fin Inés explotó a los gritos en un orgasmo que, tras hacerla arquear hacia delante como sacudida por una descarga eléctrica, la derrumbó jadeante y entre convulsiones sobre la cama.

La cachorra, con la boca llena de los jugos de Inés, gritaba de dolor empalada por Leticia, tratando inútilmente de desprenderse de ese ariete que la torturaba en violento contraste con el placer intenso que sentía en la concha. Sin embargo, poco a poco el sufrimiento dejó su lugar al goce e instantes después alcanzaba el orgasmo al mismo tiempo que su violadora.

Poco más tarde la cachorra debió bañar primero a Inés y después a Leticia, luego de lo cual la peluquera hizo que Amalia pidiera empanadas y cerveza en una rotisería cercana y las tres cenaron desnudas en el living.

Durante la cena Laura supo que la rubia era una de las clientas especiales que Inés atendía en el gabinete privado desde algún tiempo atrás. Estaba de novia, pero muy poco le había costado a la peluquera despertar sus instintos lésbicos y convertirla en una de sus amantes. Aunque Inés se cuidó muy bien de no decírselo a la cachorra, iba a ser una de las participantes en la realización de esa idea que se le había ocurrido y que consistía en victimizar de un modo muy especial a las dos sumisas durante el fin de semana.

Después de cenar Leticia se retiró y luego de despedirse de Laura con un apasionado beso en la boca le dijo a Inés sonriendo:

-Agradecele a tu amiga de mi parte este hermoso regalito.

La peluquera la acompañó hasta la puerta de calle y al regresar le preguntó a Laura:

-¿Sabés que vas a quedarte a pasar la noche conmigo, cachorra?

-Sí, señora Inés, mi dueña me lo dijo.

Y fue muy trajinada la noche, al punto de que la jovencita debió a ir su trabajo casi sin haber dormido de tanto que la cogió la dueña de casa.

 

(continuará)

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