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Día en el parque acuático

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Me he inspirado con otro relato para escribir este.

Comentadme que os parece.

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El hecho es que nos conocimos y hablamos durante largas horas, sin llegar a mostrar nuestras facetas más íntimas.

En sus fotos de whatsapp se veía una chica jovial, bien parecida, con un cabello oscuro y una sonrisa deslumbrante.

Era preciosa hasta en el más mínimo detalle.

También resultaba admirable su capacidad de recuperación tras lo sufrido en su vida.

Así que al final nos cogimos cariño, me veía en la necesidad de cuidarla, de tener detalles con ella, siempre y cuando le fueran necesarios.

La verdad es que no sé cómo surgió todo. Al principio fueron discusiones incoherentes, luego nos abrimos mutuamente el uno al otro y terminamos por apoyarnos.

Ayudarle, aunque fuera en la cosa más tonta, me producía una inmensa felicidad.

En mi afán por ser su soporte quedé con ella y sentía que estaba haciendo algo bueno por ella.

Con esto, llegamos a formar cierta unión.

No puedo decir que éramos como uña y carne puesto que nos veíamos poco, pero existía un cariño un tanto especial.

Dicho cariño, nos condujo a quedar nuevamente. Esta vez, a un parque acuático cercano.

Con tal de que todo resultase perfecto, decidí adelantarme y comprar entradas online.

Esperé ansioso aquel domingo, algo se estaba germinando en mi interior y no podía saber el qué era con seguridad.

Quería que todo fuera perfecto, que ella estuviese a gusto y sin preocupaciones (ya había tenido muchas, tal vez demasiadas) y quise lo mejor para ella.

Así pues me conciencié para ello y esperé el día.

Al rato de sentarme en el ordenador, ella se conectó.

Me dijo alegremente que si aún estábamos a tiempo de ir y así disfrutaríamos de un día los dos juntos.

Me sonó convincente, así que no le dimos más vueltas y acordamos encontrarnos en la puerta del parque.

Naturalmente llegué antes, y mi espera bajo aquel sol fue larga y pesada, pero cuando llegó ella fue como si echasen un bidón de agua fría sobre mi cabeza.

Me alegré tanto que cuando fui hacia ella, que corrí y le besé en los labios.

Verla a ella en bikini fue maravilloso. Su precioso color de piel quedaba totalmente acorde con sus prendas.

Sus piernas eran bonitas, su cintura curva hasta límites insospechados, su pecho permanecía oculto tras aquel cacho de tela color blanco y su rostro como siempre, sonriente y lleno de simpatía, no podría decir si era más bello por esto.

Disfrutamos del día: subimos en los roscos, nos deslizamos por todos los toboganes, desafiamos a las olas de la piscina, almorzamos…

Era un día perfecto, no teníamos ganas de marcharnos.

Y así fue, pero no por voluntad propia, fue un "accidente" de lo más absurdo e incomprensible, claro está que nos aprovechamos de dicho accidente, incluso me atrevería a decir que ella tuvo algo de culpa.

La cosa es que por megafonía anunciaron que pronto cerrarían, así que recogimos nuestras pocas pertenencias y nos dispusimos a marcharnos.

Antes de irnos, yo me fui al lavabo y ella al de mujeres.

Yo no contaba con lo que sucedió, simplemente vi una puerta cerrada y un pomo. Cosa fácil.

Mi sorpresa no pudo ser mayor cuando comprobé que aquel pomo pintado de dorado no giraba, ni para un lado ni para el otro.

Golpeé la puerta furiosamente mientras inventaba una excusa -para quien me abriese, pero nadie parecía estar lo suficientemente cerca como para que me escuchase.

No fueron más de cinco minutos los que estuve apoyado en la puerta con cara de desesperación.

De repente escuché a alguien moverse al otro lado de la misma, llamé su atención y no resultó ser otra persona que Abi.

Al parecer no me encontraba y había preguntado a los trabajadores que si me habían visto.

Ella no tenía la llave, pero por suerte no se encontraba demasiado lejos: descansaba en un armarito de metal, que en otros tiempos habría sido un botiquín, y me abrió.

Tras los agradecimientos oportunos, fuimos a recoger nuestras cosas y nos encaminamos hacia la puerta enrejada, y digo “enrejada”, porque estaba cerrada. Las luces estaban apagadas y no había ningún coche a la vista.

Era evidente que las prisas de los trabajadores por abandonar el lugar estaban por encima del hecho de que dos personas se quedasen atrapadas en el interior del parque.

Reaccioné inmediatamente agarrándola de la mano y tirando de ella hacia la caseta del guarda; fue entonces cuando me detuvo y, con sonrisa picarona, me dijo: "¿Qué prisa tenemos?".

Entonces entendí un poco lo que la situación representaba para ella.

El parque era nuestro aunque no debíamos hacer demasiado ruido si queríamos permanecer allí el máximo tiempo posible.

Para empezar, nos bañamos en una de las piscinas más alejadas de la entrada para no ser vistos por el guarda o nadie que pasara por ahí.

Fue indudablemente hermoso contemplarla allí; en el agua oscura bajo la luz de la Luna.

Nadamos, tonteamos un poco, jugamos y hablamos sobre nuestras cosas, éramos felices tal y como estábamos.

En una de esas, ella se encontraba cerca del borde de la piscina y yo, como a unos tres metros de distancia.

Ella abrió los brazos como muestra de necesitar un abrazo, cosa que su sonrisa secundaba.

Así que me acerqué inocentemente y nos fundimos en un cariñoso abrazo mientras besaba mis mejillas.

Hasta aquí todo normal, pero es comprensible, el hombre tiene un límite.

Abrazado a ella y recibiendo numerosos besos de una mujer tan exuberante, no pude resistir la erección a pesar de la temperatura del agua.

Dado que estábamos abrazados, ella se percató y apartó su cara de la mía con ambas manos (yo pensaba que su enfado iba a ser monumental), pero me besó tan dulcemente que todo mi cuerpo sufrió un escalofrío.

Allí, bajo la luz de las estrellas, ella me dio un apasionado beso teniendo a la Luna como testigo.

A partir de ahí, todo fueron caricias, puro amor.

Nos sumergíamos bajo el agua y proseguíamos con nuestros besos, besos que hubieran hecho evaporar el agua del ardor que transmitían.

Yo no lo había planeado así, incluso no había concebido tan siquiera la idea, eso fue lo mejor.

Así permanecimos largo tiempo hasta que ella decidió jugar.

Con un "pilla-pilla" salió nadando hacia fuera y desde allí (con su silueta mojada y bajo aquella luz nocturna resultaba de lo más hechizante), me miró y comenzó a correr.

Así que salí tras ella, casi olvidando que no podía hacer ruido.

Ella subía por un camino empedrado y luego por el césped que ascendía hasta un tobogán.

Fue casi en la cima donde logré atraparla. El impulso nos hizo caer sobre la verde alfombra y continuar con el recital de besos.

Sin darnos cuenta, empezamos a rodar intercambiando nuestras posiciones, el picor después sería terrible, pero en aquel momento no éramos conscientes de ello.

Al fin caímos en terreno firme y aproveché para llevar mis besos y caricias a otros puntos de su maravilloso cuerpo.

Bajé hasta sus pechos, aún ocultos por el bikini blanco, los pezones estaban marcados por el fresco de la noche y, evidentemente, por la excitación.

Los besé profundamente pero con cierta delicadeza, ella era como un dulce que hay que ir saboreando en cada bocado.

Ella disfrutaba y sus gemidos entrecortados lo manifestaban.

Puso sus manos sobre mi cabello mojado y apretó mi cabeza contra su pecho.

Yo proseguí con mi labor, ahora más excitado aún.

Una de sus manos bajó por mi cuello hasta mi espalda y me acarició, ella quería mi cuerpo esa noche, todo mi cuerpo.

Qué remedio, debía entregarme a ella.

Desabroché el sujetador y por fin pude ver sus pechos voluptuosos. Parecían plateados gracias a la luz de los astros que nos ofrecían.

Por un momento, creí estar haciéndolo con un ser no terrenal, una diosa quizá.

Lamí aquellos pechos desnudos y los acaricié con mucho mimo y cuidado.

Ella gozaba, sus caricias en mi pelo y espalda así lo denotaban.

En una de mis acometidas, volví a subir y a besarla, filtrando mis dedos entre su oscuro pelo.

Durante esto, nos levantamos ligeramente y cambiando así de posición hasta acabar sentados.

Nos separamos un instante para coger aire, fue entonces cuando ella dirigió sus ojos hacia mi bañador y pudo comprobar el grado de excitación que me invadía.

Tras apartarse un poco más me sorprendió al dirigir sus delicados pies hasta mi bañador mojado.

Comenzó a frotar suavemente mi miembro aún oculto bajo la tela; era la primera vez que alguien me hacía esto y sin duda alguna me gustó mucho.

Levanté la vista y lancé un leve gemido hacia el cielo mientras mis manos se apoyaban tras de mí en el suelo para evitar perder el equilibrio.

Ella se afanaba jugando con mi miembro entre sus pies.

Con habilidad asombrosa, utilizó una de sus manos para ayudarse a bajar la bermuda, hecho que yo facilité al levantarme un poco del suelo durante un instante.

Entonces fue donde ya sentí una excitación plena, el edén ante mí en forma de goce.

Sus manos se manejaban de forma casi instintiva y con facilidad, masturbando mi miembro hasta erguirlo más de lo que él mismo era capaz.

Mis brazos comenzaban a flaquear, era demasiado para mí. Sus dedos y la palma de sus manos tocaban mi miembro provocándome el más grande de los placeres.

Para excitarme aún más, se llevaba los dedos de una mano a la boca y se los introducía, o se daba mordisquitos.

La escena no podía ser mejor.

Quise compensar la cosa y dirigí una de mis manos hasta la parte inferior de su bikini.

Allí lo tenía escondido ella, totalmente húmedo.

No se lo esperaba así que cuando notó mi dedo gordo palpar sobre su sexo aún oculto, pegó un salto tan sorpresivo como placentero.

Intenté hacerlo bien y para tal fin hice girar mi dedo dibujando círculos a medida que iba apoyando mayor mi mano.

Era todo muy morboso, jugando con las manos, gimiendo sobre el césped de un parque acuático cerrado durante la noche.

Me gustaba aquello, nuestros gemidos eran uno en la noche y se dirigían hacia el firmamento.

Ella cogió la mano y se la apretó fuertemente contra su sexo mientras empleaba las suyas para masturbar el mío.

Eso sí que era sincronismo.

Entonces me levanté, terminé de quitarme el bañador y me dejé caer nuevamente sobre ella, con sus ojos cerrados, su cabeza erguida y sus labios dibujando una sonrisa sobre el más bello lienzo posible: su cara.

Apoyé mi miembro, ya al descubierto, sobre su bikini, cosa que me daba mucho morbo ya que el roce era húmedo.

Procedí a moverme tal y como si la estuviese introduciendo; al principio me moví lentamente, para sentir cada milímetro; luego aumenté el vigor de mis movimientos mientras ella se aferraba fuertemente al césped y arrancaba parte del mismo con sus manos.

Sus gemidos se elevaron, tanto que temí que nos descubrieran.

Pero yo seguí frotando y frotando.

Estaba a punto de eyacular sobre ella, cosa imperdonable tan pronto, aunque tenía motivos suficientes para hacerlo; quería prolongar la cosa hasta límites insospechados.

A tal fin decidí darme un descanso y aumentar su placer, para ello bajé unos centímetros hasta que mis ojos se encontraron con la zona donde antes se apoyaba mi pene.

Acto seguido, procedí a bajarle el bikini y permitir que mis ojos se deleitasen. Su sexo parecía inmaculado (aunque no lo era), con el bello recientemente crecido, símbolo de que no se afeitaba desde hacía algunos días.

Eso no me disgustaba, al contrario, penetré con mi lengua hasta donde esta me permitía y comencé a "comer".

Lamiendo cada palmo, besando cada centímetro, saboreando la humedad de sus entrañas mientras sus contracciones de placer se hacían más y más pronunciadas.

Sus manos no tenían ya donde aferrarse, temía por mi pelo.

Así que me levanté, y a ella conmigo mientras la cogía del brazo, y la conduje hasta la piscina más cercana, sumergiéndonos en el agua fresca, para proseguir allí.

Apoyé mis brazos sobre el borde de la piscina, ella se sumergió y bajó lentamente, una vez allí introdujo mi miembro en su boca y comenzó a lamerlo con una profesionalidad deslumbrante.

Sus labios se sellaron a mi miembro mientras su lengua se movía cual anguila en el interior, provocándome un éxtasis constante.

Sus movimientos se prolongaron, de vez en cuando salía a tomar aire, luego volvía abajo a frotar con su mano y su boca mi miembro, con sus carnosos labios.

El roce era realmente perfecto, casi no pensaba en eyacular, únicamente en permanecer así toda la noche.

Pero todo no dura para siempre y ella lo evidenció irguiéndose, introduciendo mi miembro en su sexo poco a poco, y a decir verdad, penetró con cierta facilidad gracias al agua.

Mirándonos fijamente el uno al otro, ella comenzó a moverse salvajemente, agitando las aguas a su alrededor como si una ciudad sumergida durante miles de años emergiese ahora de las profundas aguas.

Yo la levantaba, casi sacaba su cuerpo del agua, sus manos se apoyaban en mis hombros, botando.

Los gemidos por parte de ambos volvieron a hacer acto de presencia en la oscuridad de la noche, mientras sus movimientos se hacían cada vez más y más pronunciados.

Jamás sentí cosa igual.

Mi miembro en el suyo, a punto de eyacular, y ella cada vez más rápido y fuerte, cada acometida era más contundente, nuestras miradas se cruzaban mientras se mordía los labios.

Tras ello, salimos del agua. La tumbé en el césped y me eché rápidamente sobre ella. No dudé en penetrarla y lo hice con todo mi entusiasmo. Me apoyé sobre mis piernas para poder seguir penetrándola mientras que con las manos jugaba con sus pechos. Nos mirábamos fijamente a los ojos, diciéndonos guarradas y algunos “más, dame más” o “me gusta” de forma muy entrecortados por los gemidos y la falta de aire.

Solté un momento sus tetas para agarrarla del cuello y besarla. Sin soltarla del cuello, seguía penetrándola. Estaba yo cerca de correrme, ella movía sus caderas junto a cada penetración que yo hacía; y de vez en cuando, hacía movimientos circulares mientras yo descansaba y dejaba mi polla totalmente penetrada.

Estábamos a punto, quizás yo más que ella, pero me rogó que aguantase, que retrasase la eyaculación, y así lo hice. Le quité lentamente las manos del cuello, me coloqué a su lado, tumbado y ella se colocó encima de mí, de espaldas.

Cuando sus movimientos eran tan rápidos y variantes y entre pequeños gritos dijo: "¡Ahora!, ¡ahora!".

Y con un profundo "Aaaaaaaah" de desahogo, ella se corrió, y yo pocos segundos después.

Su rostro extasiado era todo un poema; no podíamos movernos.

Por fin, se echó sobre mí y yo besé su oscuro pelo mojado.

No sé por cuánto tiempo permanecimos en aquella posición, pero no recuerdo haber estado más a gusto jamás.

El resto de la noche continuó con caricias y muestras de afecto.

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