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Una esclava inesperada VI

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Sin más, agradezco a toda la comunidad de ésta página y a ustedes, mis lectores. Espero, dependiendo de sus comentarios e índices de lectura, seguir compartiendo con ustedes aquellos momentos calientes que he vivido.

Por Pablo...

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El alcohol es un gran amigo de la sinceridad. De alguna manera, cuando tomas, tienes el valor de decir muchas cosas que, en un estado de sobriedad, no podrías o no te atreverías. Ese fue el caso de mis dos compañeras.

Elisa y Ga comenzaron a hablar. Elisa fue la que comenzó. Su sinceridad me abrumó, pero también sirvió para seguir con la fiesta, mientras que Ga, sumisa, también se sinceraba ante Elisa.

—Ha sido la mejor cogida de mi vida —dijo abrazada a mí— jamás pensé que fuera tan bueno. Ga, la mamas como los dioses

—Yo apoyo eso, tienes una boca privilegiada —anoté, pero Ga permanecía callada, aunque sonreía por nuestros comentarios.

—Aún quiero más —dijo Elisa.

—Yo también —dije. Mi miembro comenzaba a despertar al masajear dos pechos completamente diferentes.

—Es bueno que no les moleste estar con otra mujer. —dije.

—A mí me encanta —corroboró Elisa— ¿Qué te parece a ti Ga? ¿Soy buena?

—Puedes hablar —le dije al ver que no decía nada.

—Sigo caliente. Quiero más. Quiero que me peguen más, quiero que me humillen más. Ordénenme lo que quieran…

—Pinche enferma —dije yo riendo y apretando el pezón de Ga de manera brutal.

—¿Siempre es así? —me preguntó Elisa, quien se incorporó y aproveche para dedearla.

—Así es —respondí— pero le encanta. Mira —le dije estirando su pezón al máximo y apretándolo lo más que pude sin disminuir la fuerza— le encanta el dolor.

—Vamos a ver si de verdad le gusta el dolor. ¿Seguro que le puedo hacer lo que yo quiera?, porque me está gustando esto… —me preguntó Elisa.

—Claro. Mira —dije.

—Por favor no te contengas… —susurró Ga.

Me incorporé y le solté una cachetada muy fuerte, que le volteó la cara. Nuevamente lo hice y después le apreté fuertemente las tetas, le pellizqué los pezones de manera fiera y le solté dos madrazos a los pechos. Ga solo gemía. Le volví a soltar una cachetada y Elisa se acercó. “¿Quieres que te pegue?” le preguntó y Ga asintió mirándola a los ojos de manera casi suplicante.

Jamás había visto a Elisa actuar de esa manera, pero me excito en sobremanera. Ga se había incorporado y estaba medio hincada en la cama. Elisa la empujo y la tiró de la cama. Se bajó y comenzó a azotarle el culo sin contemplaciones. Ga se puso de perrito y comenzaba a gritar con una sonrisa estilo Colgate. De vez en vez, intermitentemente en cada azote, pellizcaba con saña el ya maltratado culo de Ga, pero ésta solo hacía más que gemir como una golfa. Por mi parte, me levanté y me puse en frente de Ga, para que mamara nuevamente mi erecta verga.

La fiesta comenzaba de nuevo. Elisa azotando un culo ya de por sí bastante rojo y Gabriela mamando a más no poder. Yo movía la cabeza de Ga hasta que se tragara mi verga por completo. Me encanta hacer esto cuando alguien me hace un oral. Es muy rico y sé que a algunas mujeres les encanta. Seguimos así por unos 15 minutos más, porque ya el culo de Ga estaba adquiriendo un tono morado.

Elisa reclamaba, nuevamente, que alguno de sus agujeros estuviera ocupado y se me ocurrió una idea. Le dije que siguiera azotando a Ga, no importara que. Le solté una fuerte cachetada a mi puta personal que ya comenzaba a dar muestras de dolor en cada azote, pero aun así no se movía de su posición. Bajé a la cocina y busqué en el refri un pepino o algo con similar forma. Encontré un pepino algo grande, pero útil. También agarré una zanahoria y un plátano. Subí y encontré a Ga mamando por enésima vez la concha de Elisa, la cual sonreía. Aún erecto, decidí darle un regalo a Ga, pues ya se lo merecía. Como Elisa estaba sentada, y Ga a cuatro haciendo su labor oral, se la clavé a Ga por detrás. Su vagina no era tan estrecha como la de Elisa, sin embargo, seguía siendo una delicia. Ga gritó de placer y en ese momento Elisa se vino en su cara lanzando nuevamente una cantidad impresionante de fluidos. Taladré sin contemplaciones a Ga, que sonreía y a ratos la nalgueaba. Ella estaba feliz, aunque su culo estaba ya morado.

Elisa se recostó en la cama y nos miraba. Yo estaba disfrutando la cogida al máximo. Pero no aguanté mucho. Quizá sólo 10 minutos y me vine en una cantidad raquítica dentro de Ga. Estas mujeres me habían secado los huevos. Aun así todavía no terminaría la fiesta. Ga estaba feliz, extasiada y cayó rendida después de que termine dentro de ella. Reparé en Elisa, quien se estaba metiendo la zanahoria por su concha y nos observaba. “¿Disfrutando del espectáculo?” le dije y solo atinó a reírse. Mi verga al parecer ya no daba para más, pero para eso tenía los instrumentos del refrigerador. Cogí el plátano e intenté meterlo en el culo de Elisa, sin embargo, era un poco más grande que su negro agujero y me estaba costando trabajo. “Lubrica ese culo con tu lengua” le ordené a Ga. Ni presta ni perezosa comenzó a mamar el ojete de Elisa, mientras yo la masturbaba frenéticamente con la zanahoria y le masajeaba sus pequeñas tetas. Ella sólo gemía. Cuando consideré que era suficiente, le dije a Ga que parara. Le ordené que chupara un poco el plátano y después de un poco de trabajo (y dolor para Elisa) logré que el plátano entrara en su culo. Esto aunado a que tenía una zanahoria en su vagina hizo que después de unas pequeñas acomedidas de los alimentos que tenía ensartados bañara nuevamente a Ga, la cual mamaba su concha, con un enésimo orgasmo.

Po otro lado, le dije a Elisa que comenzara a lubricar el gran pepino que había traído. Al principio se negó, pues dijo que eso no cabía ni en su coño y mucho menos en su culo, pero después de saber que era para Gabriela, se dedicó ávidamente a la tarea. Ga ni siquiera se inmuto, al contrario, abrió más sus piernas mientras seguía mamando la concha de Elisa. Cinco minutos después, y tras otro orgasmo de Elisa, recostamos a Ga boca arriba y nos dedicamos a la asombrosa tarea de meterle el pepino en la vagina a Ga. Elisa seguía insaciable y se colocó en algo parecido a un 69 para ayudarme mientras que Ga, seguía metiéndole la lengua en sus agujeros.

El pepino era demasiado grueso para el agujero de Ga, pero al meterle un par de dedos y probar su elasticidad, me di cuenta de que se podría hacer, sólo era cuestión de que soportara el dolor. Elisa masturbaba a Gabriela y de vez en vez le azotaba el pubis, pero de manera leve y Ga la incitaba a hacerlo más fuerte. Cuando logré meter cuatro dedos en la vagina de Ga juzgué que era suficiente. Comencé a intentar meter el pepino, pero aún era algo grueso para el agujero de Ga. “Amo, aunque grite, fuérzalo a entrar. Desgárrame, soy tuya.” Me sorprendí de tal comentario, pero no me lo pidió dos veces, pues casi golpeaba la entrada con el pepino, para que éste entrara. Al fin logró entrar un poco, aunque Ga gritaba de dolor, pero abría más las piernas para dar cabida. Elisa estaba paralizada, no creyendo lo que estaba entrando por la vagina de la mujer que le estaba mamando el culo y el coño. Sin embargo, no entraba. Elisa le dio un azote algo fuerte en el pubis y fue cuando Ga explotó en un orgasmo. “Más fuerte, pégame más fuerte cabrona, déjame la concha como un jitomate”. “Pareces niña si me pegas así, ¡¡ más fuerte chinga!! “, le decía a Ga a Elisa, que trataba, aún con cierta reticencia a cumplir las exigencias de la mujer que estaba debajo de ella. “Ya clávamela entera y hasta el fondo, por favor. Ya no aguanto. ¡Hágalo ya!” me gritaba y, yo también con miedo, comencé a forzar la entrada de la ya dilatada vagina de Ga. Impresionantemente, su vagina abría paso a semejante carajo.

Increíblemente (y con dolor) mi verga estaba erecta de nuevo. Y, por alguna razón, mi mente volvió a ceder a mi lado oscuro. Sin contemplaciones, saqué casi por completo el pepino de la vagina de Ga y de un solo empujón lo metí entero. Ga profirió un alarido, pero al instante siguiente me decía que le pegase y lastimase. Como Elisa se había quedado estática y atónita ante la situación, le solté una cachetada en el rostro y le dije: muévete, que vas a ver como se le trata a esta mujer.

La moví y comencé a azotar su pubis de una manera brutal, pero Ga sólo pedía más. Mientras la azotaba, metía y sacaba lentamente el pepino de su concha y ella me incitaba a hacerlo más fuerte. Paré y le dije que se colocara a cuatro. Le ordené a Elisa que se pusiera debajo de Ga, porque la quería penetrar mientras maltrataba a mi esclava. Ella, aún en un estado entre incredulidad y placer, no obedeció mi orden. Se me estaba olvidando que ella no era mi perra y no me obedecía, pero no lo pensé en el momento y le solté una nalgada. Como no obedecía le solté una más fuerte y rápidamente se fue a colocar bajo Gabriela abriendo sus piernas. Ellas comenzaron a besarse y yo a disfrutar. Penetré a Elisa, y comencé un frenético mete y saca mientras azotaba el morado culo de Ga y metía y sacaba el pepino de su dilatada vulva. Estuvimos así aproximadamente como unos veinte minutos, entre 2 orgasmos de Ga y un último de Elisa. No aguante más y me vine, por inverosímil que parezca, copiosamente dentro de Elisa. El culo de Ga estaba pasando a un morado oscuro, pero aun así la seguía azotando y ella no decía nada. Solo gritaba. Saqué mi miembro de Elisa y le ordené a Ga que limpiara, tanto mi verga como la concha de Elisa.

Después de eso, tomé a Ga del cabello y la arrastré al baño, mientras Elisa nos observaba desde la cama, con una sonrisa en la boca y con cara de curiosidad. “Quiero que tú le hagas lo mismo cuando tengas ganas” le dije a Elisa. Arrodillé a Ga en la regadera y sin más comencé a mear. Ya lo venía reteniendo. Ella abrió la boca gustosa tragándose lo que podía. Elisa solo atinó a decir “no mames qué asco”, pero se acercó a observar con más detalle el asqueroso espectáculo. “Por favor” dijo Ga y comenzó a mamar la concha de Elisa cuando terminé de mear. Elisa agradeció nuevamente el tratamiento de Ga y me miraba, mientras la manoseaba. Cuando estaba por venirse (fácil de notar, porque grita como una loca y cuando se viene lo hace más fuerte) me miró y me preguntó si en realidad podía orinarse “Seguro, a ella le encanta”. Ga le gritó que ya le soltara la orina e instantes después Elisa se vino en la boca de Ga y poco después soltó el ansiado líquido. Ga solo bebía y bebía mientras su mano izquierda hurgaba en sus bajos. Yo besaba a Elisa y agarraba ese culo tan perfecto que tiene. Ga se corrió por última vez.

Elisa abrió la regadera. Todos nos enjuagamos un poco y después de un leve regaderazo, nos acostamos, nuevamente en la cama. Una vez más, las dos increíbles féminas, estaba abrazadas a mí.

Antes de caer en los brazos de Morfeo, reparé en que tenía demasiada, demasiada suerte...

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