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“Touch and go”. La secretaria bien atendida, me hizo fama entre sus íntimas

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Tengo habilidad y facilidad de lenguaje para gustar a las mujeres, desfachatado, atrevido, simpático, agradable sonrisa, dicen que algo de canas me da un toque de distinción.  Un winner según comentarios interesados de una mujer madura que me mira con ojos de loba hambrienta.

Con mis treinta y algo cometí el error de sumarme al bando de los casados con una joven doce años menor, cabe mencionar que un hijo de poco más de un año, obviamente creado antes de pasar por el registro civil fue el perentorio motivo del casamiento.  Previo a este casamiento he tenido varias relaciones, todas habían sido cama afuera.  Como habrán podido entender, la rutina y la fidelidad no es lo mío, llevo en la sangre los generes del cazador empedernido.

En la empresa donde trabajo tengo a Maia como secretaria desde hace seis meses. La muchacha orilla los veintitrés, buen cuerpo, piernotas, cintura y cola de concurso, más de una vez me pescó tratando de descifrar el código genético de tan buen cuerpo, mirando esa silueta que se trasluce bajo el ajustado pantalón, algo así como una segunda piel, sonríe y acusa el efecto que le causa verme “espiándola”.   Una tarde asistimos a una reunión en la casa matriz de la empresa.   Esta termino algo tarde, por lo que me pidió si podía acercarla hasta su casa.

—No te va a salir gratis…  –atrevido, simulo tono dramático.  

—¡No importa! –respondió, jugando al mismo tono, como la misma naturalidad que si le hubiera preguntado la hora.

—¿A dónde vamos?

—No estoy para pensar..., decidí vos a donde me quieres llevar…

A buen entendedor…, seguí los códigos del manual del pirata.   Entramos al primer hotel que se me presentó en el camino, al placer no se lo debe hacer esperar.  Necesitamos dos turnos (4 horas) para saciarnos la calentura, nos matamos haciendo el amor. 

Maia estaba “regalada” (entregada) desde hace tiempo, solo faltaba la ocasión para cazarla.   Hacía todo fácil, sin histeriqueo, directo al asunto, claro luego contó que siete meses sin carne en una mujer como esta hacen el sí fácil.  Sin ser una gran belleza, tiene gracia natural, desnuda exhibe sin pudor alguno las caderas de ensueño.   En la ducha nos reconocimos mano a mano, el agua no podía calmar la fiebre de Maia por falta de atención, entregada, dócil para ser triturada por la maquinaria del sexo, bajo la ducha le llené la conchita de carne hasta conseguirle el primer grito de triunfo

Era la imagen viva de la lujuria, labios carnosos como para comerle la boca, lengua ávida e inquieta como anguila, tetas en oferta, pero el trofeo estaba oculta entre los pendejos enrulados, la chuchi boqueaba como pez fuera del agua, aleteando a la espera del ariete de carne que pusiera fin a la atroz calentura, elevó la pelvis para ir pronto al encuentro final.   El pasaje estrecho, los músculos ávidos de carne en barra aprietan al miembro, haciendo más agradable el tránsito hasta el fondo.

Un polvo breve, pero intenso, adornado con mimosos quejidos, primero ella, uno bien largo, el mío fabricado dentro de la vagina hasta que se avecina el final feliz, es tiempo de llevar la pija entre sus tetotas para los movimientos finales, prefirió la boca como refugio de la abundante eyaculación.  Me sacudió dentro de la boca, en varias emisiones vacié todo, como para alimentar a un bebé, voraz, hasta la última gota.   Me sintió caliente, espesa y no tan amarga como la que bebía hasta hace poco.

Lejos de calmarse, el ave fénix renació de las cenizas del éxtasis, más lujuriosa, el pecado hecho mujer, incitando a calmar la herida abierta y rezumando jugos, los labios aleteando como mariposa en vuelo al sol, más caliente que antes, me puso a tono con su fiebre, y con leves mordiscos nos acomodamos en 69 sensacional. La mariposa detuvo el vuelo cuando mi lengua mojó sus alas y quedó muerta cuando le comí el piquito.   Soltó el miembro para tomar aire y explotó en ruidoso orgasmo, sacudía como conectada al tomacorriente, sin parar, azuzando el clítoris, alargué tanto su orgasmo que me sacó de ritmo.  Respira muy agitada, la mirada errante, babeando, expresión ausente, como desmayada. Este brutal orgasmo pudo con ella. 

Alegría impagable, deseaba devolver placer, dijo:   

—Hacé de mí lo que quieras.  – sonreía, aliviadamente agotada.

—¿Lo que quiera? ¿Lo que quiera??? - respondió:  - ¡Lo que quieras! - enfatiza.

De espaldas, la esperé como amazona.   Se montó, hasta el mango, inicia la cabalgata, lento paseo, acomodada en la montura puede galopar al trote, experta, nuevamente llega con rapidez a la meta, briosa sigue galopando, consiguió otro orgasmo.  Sin parar, moviéndose con todo adentro.   Me hacía un súper macho poder darle tanto placer, podía controlar los tiempos.   Cambiamos, boca abajo, hasta con algo de brusquedad, montada por agresivo jinete que quiere domar a esta potranca.

—¡Te voy a domar yegua!

—Dije “lo que quieras”.   – mimosa:  -pero… sé buenito, la nenita se deja domar…

Preparo el hoyo con el dedo enjugado en sus propios jugos.   Abre el aro y juega a chupar y expeler, las nalgas levantadas y sujetas con sus manos incitan al reviente total.   Se arrodilla en el borde del lecho, parado sobre el piso, tomado de sus ingles con firmeza, presión del glande forzando el aro anal, busca abrir paso por la estrechez del recto, caso omiso a sus últimas prevenciones, urge entrar todo.   Más fácil, menos doloroso, gime, jadea y goza. 

La calentura me subleva, el paroxismo por la visión del hermoso culo que me estoy comiendo, con toda la fuerza de la calentura, gemidos, bufidos, ayes y quejidos se confunden, dolor y placer se mimetizan, en medio del vértigo de sensaciones, la sublime eyaculación, desde el fondo de los riñones emerge el deseo liberador de mi simiente en profusos chorros de leche caliente para suavizar el dolor de la sodomía.  Sensacional acabada.

Maia es una máquina sexual, preparada para la guerra, por el frente y por la retaguardia, por donde sea, siempre está dispuesta.  Fue un encuentro pletórico y exitoso.

Mujer al fin, no pudo con su genio, el secreto de nuestro encuentro ya no fue tal, se “pavoneó” con algunas íntimas alardeando en las charlas de toilette de “lo bien calzado que esta el jefecito” y los buenos polvos que le hice disfrutar.   La buena prensa, germinó y los ratones femeninos entraron en actividad.                 

Salía del garaje, cuando me atajó una morocha de ojos esmeralda, tetona, con buena cola, casada con un tipo de la tesorería, conocidos de vista, pide que baje el vidrio y me dice:

—No serías tan amable de acercarme, ¡por favor!  – mal intencionada, remarca el “por favor”.

—Subí, pero… no es gratis.   – todo con una sonrisa prometedora 

—Tengo todo esto para pagarte… -se palmea la cadera.

—¿A dónde?  -le sonrío.

—Donde tenga aire acondicionado, uf, hace calor...  –pausa, y sigue: - Tengo tiempo para un turno, porque tenía que pasar a retirar unas cosas para mi marido, pero aquí (señaló un sobre) las tengo, me gané tres horas para mí, bueno para disfrutarte…

Todo claro, compinches repentinos, amigos que se confiesan, se disculpa diciendo el consabido “no sé qué vas a pensar de mí...”.    Maia ensalzó tus habilidades y los elogios del tamaño que calzas que ando mojadita y caliente desde ayer. Esta declaración me puso al palo, ¡cómo se levantó!  Era curioso como esta cuarentona, tipo de ama de casa común, tal vez eso, de golpe me pone como un macho cabrío, con todo el furor por cogérmela.

—¡Papito, la tenés lista!, ¿puedo tocar?   - metió mano.  – ¡Qué gorda! ¡Wow lo que me voy a comerrrrr!

No bien entramos, nos fuimos desprendiendo de las ropas camino a la cama, desesperados, ganando tiempo al tiempo.  Con el pantalón en los tobillos se prendió de “la gorda”, se le notaba que no comía así en mucho tiempo.   Nos revolcamos en la cama, nos besamos todo, todo lo que hacía con ella producía la respuesta duplicada.

—Papito, ¡soy toda tuya!, haceme gozar como quieras, estoy lista y protegida, todo al natural... y por... “dónde quieras”.   – las últimas dos palabras sonaban gozosas, sensuales.

Volcada otra vez sobre el palo de carne, me dejaba con la comodidad de acariciarle la concha e

incursionar por el culo, bueno sin duda, movido con experiencia. Con la mano la hice llegar, uno corto, con la lengua llegó a un par, prolongados que acompañó de quejidos aprobatorios.  Calificaba con buen puntaje, se colocaba como yo quería, cambiamos varias veces antes de darle la primera ración de leche, llenando la conchita con el producto espeso que tanto se esforzó y coronó con el tercero a modo de recepción de honor.

Un cigarrillo marcó la pausa, mirando el techo, charlando de cómo se dio esta relación. Cómo lo disfrutó ella, sin culpas, con libertad para gozarme en premio a la fidelidad de los tantos años de casada sin dejarse por otro hombre que no fuera el legal. Me sorprendí como esta mujer, que no encuadra en mi “target” de levante pero que me colmó de placer. 

—Ahora con premeditada alevosía te voy a hacer el orto.

—Qué bien!, ¿no se nota que me gusta?  – mimosa aceptación, haciendo “pucheritos”

Con prisa y sin pausa la dejé más que satisfecha, me eché un polvazo en el hermoso culo, cogía tan bien, era una gloria ir y venir por el recto, se lo sentía lubricado y permitía entrar y salir con comodidad. Terminada la faena, era tiempo de abandonar el hotel, ella se viste primero, pero… aún tenía un as en la manga, es un golpe de efecto cuando alguna mujer me gusta más de lo común, lo hago para que ese acto sorpresa se lo lleven como el “bonus games” por el buen sexo. 

Con la mano en el picaporte, me arrepiento y la enfrento, le arrebato la cartera de la mano, lanzo sobre la cama, la tiro de bruces sobre la cama, hago a un lado la bombachita y se la mando de un golpe hasta el fondo. En pleno fragor suena el teléfono: “ha terminado su turno”, la prisa urge un polvo urgente que le descargo dentro de la vagina.  Sin tiempo para más, recomponemos la vestimenta y dejamos el cuarto.

En el viaje se limpia el semen que comienza a escurrirse.  Antes de despedirnos le recuerdo lo maravillosa que estuvo. Fue recién al despedirnos que le pregunté el nombre, tan ocupados estuvimos en cogernos que ni tiempo tuve.

—Norma, este es el número de interno, llámame ¡por favor!, volvemos a vernos con menos prisa y con más ganas...

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Lobo Feroz

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