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La historia de Claudia (final)

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-¿Aprendiste que aquí la cosa es obediencia o castigo?

-Sí, señora Amalia... –murmuró la jovencita cada vez más nerviosa.

La vieja sonrió satisfecha y se hizo a un lado.

Paola se metió casi corriendo en la sala, donde el Ama esperaba sentada en el camastro con Claudia y la cachorra arrodilladas ante ella.

-Ya está, Ama, ya hablé con mamá... –murmuró mirando al piso.

-Bueno, cachorra, esta preciosura es toda tuya. –dijo Inés incorporándose. –Podés llevártela a tu habitación. –y tomando a Claudia de una mano agregó dirigiéndose con ella hacia la puerta:

-Y vos vení conmigo que te voy a dar de lo lindo.

Una vez en su cuarto y no bien hubo cerrado la puerta, la cachorra se volvió hacia Paola, que la miraba embelesada, con los labios entreabiertos.

-Llevo meses y meses esperando este momento... –le dijo en un susurro mientras se le acercaba lentamente.

Paola la miró a los ojos y se estremeció cuando Laura la abrazó por la cintura.

-No hagas nada, quedate quieta... –le dijo la cachorra apretándola contra ella y deslizando después sus manos hacia esas nalgas redondas y firmes que la vara empuñada por Amalia había inflamado y enrojecido.

-Me excita abrazarte desnuda estando yo vestida... –susurró Laura con su boca apoyada apenas en los labios de Paola, que se abrieron anhelantes dejando escapar un gemido.

Laura capturó esa boca con la suya, mordisqueó un instante el labio inferior y luego adelantó su lengua en un beso largo e intenso que Paola correspondió apasionadamente sintiendo que sus piernas flaqueaban.

En pleno beso, Laura se separó un poco y llevó sus manos a las tetas de la chica, acariciándolas suavemente primero, luego presionando con fuerza y apresando entre sus dedos los pezones erectos y duros como pequeñas clavijas.

Sin dejar de besarse, tambaleándose cual ebrias y cada vez más calientes, ambas fueron hasta la cama y se dejaron caer sobre ella abrazadas y jadeantes como animales en celo.

Laura comenzó a deslizar una mano hacia abajo muy lentamente mientras le besaba la cara, el cuello largo y esbelto, los hombros redondos. La mano ávida llegó a destino y Paola exhaló un largo gemido cruzando una pierna por sobre la cintura de la cachorra, que hundió un dedo y enseguida otro en ese nido tibio ya inundado de flujos y comenzó a moverlos hacia atrás y hacia delante al tiempo que Paola la penetraba de la misma forma convirtiéndole en una maravillosa realidad esa fantasía que la había atormentado durante tanto tiempo.

Ambas se besaban y acariciaban en el extremo de una calentura que las bañaba con un sudor ardiente. Laura retiró sus dedos y apresó el clítoris haciendo que Paola corcoveara en medio de un aguijonazo de placer.

-Sí, amor, así... así... aaaahhhhhh... así, mi amor... así... aaahhhh... ¡mi amooooooor!...

-Me volvés loca... –jadeó la cachorra poniéndola de espaldas e inclinándose sobre ella para besar y lamer largamente esas tetas que la deslumbraban con su perfección. Su lengua se deslizó después por una y otra de las suaves aureolas en medio de las cuales se erguían los pezones que sus labios sorbieron con deleite mientras volvía a hundir dos dedos en esa concha que era ya una fuente de jugos.

Paola movía la cabeza de un lado al otro, con los ojos cerrados y entregada a una violenta marea de sensaciones. Había deseado a Laura hasta el delirio, pero jamás imaginó que fuera tan intenso, tan exquisito, tan dulce el placer que ella le proporcionaría y que estaba haciendo vibrar cada centímetro de su cuerpo.

-¡Te amo, Laura!... ¡Te amoooooo!... ¡Haceme tuya! ¡Haceme toda tuya!... ¡Por favoooooor! –clamó desde lo más profundo de sí misma.

Laura se tendió junto a ella de frente, volvió a besarla en la boca y luego le dijo al oído:

-Haceme lo que yo te haga... –y le hundió la punta de la lengua en la oreja para después llevar una mano hasta esa concha que seguía derramando flujos. Metió allí dos dedos mientras comenzaba a estimular el clítoris con el pulgar sintiéndolo duro y erecto. Pasó el brazo izquierdo por debajo del cuerpo de Paola y buscó con el dedo medio el orificio anal, donde lo introdujo despacio y excitándose aún más con los corcovos de su amante que, apretada a ella, ya le había metido dos dedos en la concha y le hacía sentir el pulgar tembloroso en el clítoris.

Sintió una mano de Paola deslizándose por sus nalgas y luego un dedo en la entrada del ano.

-Metémelo, gatita... –le dijo. –Hacémelo sentir bien adentro... –y Paola lo metió en el estrecho orificio para después empezar a moverlo tal como la cachorra lo hacía en su culo.

Poco más tarde ambas estallaban en un orgasmo que las dejó exhaustas y en el cual se había expresado, por fin, esa pasión contenida durante tan largo tiempo.

La noche transcurrió entre adormecimientos y despertares que renovaban la pasión de ambas y el deslumbramiento de Paola ante las delicias del sexo lésbico, del cual sería fiel e incondicional cultora para siempre.

Al día siguiente, cuando llegó Amalia, el Ama reunió a todas en el living antes de salir para la peluquería, ya que cerraba el local sólo los lunes. Aún no tenía respuestas a los avisos que había puesto ofreciendo a Claudia y a la cachorra como prostitutas, de manera que dispuso que ambas fueran usadas como sirvientas para hacer limpieza y ocuparse de la comida.

-Vos podés irte. –le dijo a Paola que a diferencia de las otras dos estaba vestida. –Le ordenó que le diera el número de teléfono de su casa y de su celular y agregó: -A partir de ahora vas a estar atenta a mis órdenes. Puedo llamarte en cualquier momento. ¿Entendido?

-Sí, Ama. –contestó la joven.

-Muy bien. Ahora arrodillate y saludame besándome la mano. –ordenó Inés. La chica obedeció y después de intercambiar con Laura una mirada ardiente se dirigió hacia la puerta seguida por la vieja con sus ojos clavados en esas nalgas que se balanceaban rítmicamente a cada paso.

El día transcurrió con ambas esclavas deslomándose en las tareas domésticas estrechamente vigiladas por la regente, para quien el culito de la cachorra era una obsesión.

Ponía especial atención en supervisar su trabajo a la espera de encontrar algún error que le diera la oportunidad de azotarla, pero Laura se esmeró en cumplir muy bien con todo lo ordenado y la vieja debió quedarse con las ganas.

Por la noche, a su regreso, Inés escuchó el informe que la regente le proporcionó antes de retirarse a su casa y después de mandar a Laura a su pieza se quedó con Claudia en el living.

-Bueno, perra, te voy a comentar cuáles son mis planes. –comenzó diciendo con la esclava arrodillada ante ella, y le comunicó su decisión de vender las dos casas que Claudia poseía.

-¿Venderlas? ¿vender mis casas?... no, Ama, yo... yo no quiero venderlas... Además, ¿qué haría yo con ese dinero?

-¿Y quién te dijo que ese dinero será para vos?... –le preguntó Inés con una expresión maligna. –No, perra, vos aquí tenés cucha y alimento. No necesitás nada más. Ese dinero será para mí.

Al escuchar semejante cosa, Claudia sintió que algo muy fuerte estaba comenzando a ocurrirle. Algo que resquebrajaba la estructura de su sometimiento a esa mujer.

"No puede ser... –pensó. –Quiere aprovecharse de mí para su beneficio económico... No puede ser que me robe de esta manera... No puedo permitírselo..."

-No, Ama. –dijo con tono resuelto mientras se ponía de pie. –Usted no va a vender mis propiedades.

-¿Te estás resistiendo, grandísima puta? –le dijo Inés con el ceño fruncido.

-Me estoy oponiendo a que usted me robe, Inés. –contestó Claudia con tono firme. –Acabo de darme cuenta de que usted no es un Ama. Usted es una estafadora.

-¡Pero qué decís, perra miserable...! –gritó Inés furiosa poniéndose de pie y yendo hacia ella con intención de golpearla.

Claudia retrocedió un paso y dijo mirándola fijamente a los ojos:

-No se atreva a tocarme. –e inmediatamente llamó a Laura con un grito.

La cachorra apareció en el living y al ver a ambas una mueca de confusión se dibujó en su rostro:

-¿Qué... qué pasa, Clau...?

-Pasa que quiere robarme, Laura. –dijo Claudia sin dejar de mirar atentamente a Inés, que estaba como clavada al piso, sin decidirse a avanzar, y rápidamente puso a la cachorra al corriente de las intenciones de la peluquera.

-No la dejes que haga eso, Clau... –dijo Laura que no salía de su asombro ante el giro que estaban tomando los acontecimientos.

-Claro que no voy a dejarla, me vuelvo con la señora Blanca.

-Y yo me voy con vos. –dijo la cachorra.

-¡Ustedes no van a ningún lado, putas! –gritó Inés pretendiendo imponer una autoridad que ya no tenía. Se abalanzó sobre Claudia hecha una furia y cuando quiso darle una bofetada la esclava la aferró por la muñeca, la hizo girar y le retorció el brazo en la espalda doblándoselo con violencia en dirección a la cabeza, obligándola a agacharse en medio de un grito de dolor,

-¡Ayudame, Laura! –exclamó, y la cachorra fue hacia ellas aprisionando la cabeza de Inés con un brazo y apretándola contra su costado.

-¡¡¡¡Déjenme, putas de mierda!!! ¡¡¡Suéltenme o se van a arrepentir!!! –bramó la mujer.

-¡¡¡La que se va a arrepentir es usted, ladrona!!! –le gritó Claudia mientras con la cachorra arrastraban a Inés por el pasillo hacia la habitación sado.

Una vez allí arrojaron a Inés al piso y mientras Claudia aplacaba su resistencia a cachetadas, Laura la fue despojando de las ropas para después, entre ambas, dejarla inmovilizarla en el cepo.

Ambas esclavas se miraron satisfechas, jadeando por el esfuerzo, y Claudia dijo:

-Quiero castigarla por su infamia.

-Se lo merece... –dijo la cachorra mientras Inés pataleaba desesperadamente presa del miedo y la rabia al mismo tiempo.

Claudia se dijo que era necesario impedirle ese movimiento y entonces buscó una cuerda en uno de los estantes y le amarró fuertemente los tobillos con las piernas en una inclinación de 45°, dejándola así completamente indefensa y lista para darle su merecido. Tomó una de las varas que pendían de la pared y le entregó otra a Laura.

-Nunca lo hice, Clau... –dijo la cachorra luego de tomar la vara con mano temblorosa.

-Yo tampoco. –le contestó Claudia. –Pero no debe ser difícil. –y alzando el brazo descargó sobre el culo de Inés un primer varillazo. Laura, a su izquierda, la azotó también y así siguieron ambas haciendo que las martirizadas nalgas se vieran cada vez más rojas mientras Inés no dejaba de gritar de dolor mezclando insultos y amenazas inútiles que no hacían más que exacerbar la furia de ambas esclavas.

Con el transcurrir de la paliza, el culo de la peluquera iba adquiriendo un tono rojizo cada vez más subido y pronto empezaron a aparecer esas líneas inflamadas de color blanquecino que preanunciaban las primeras heridas.

-¡¡¡¡Aaaauuuuuuuu!!!... ¡¡¡¡¡Aaaaayyyy!!!... ¡¡¡Paren!!! ¡¡¡Paren, perras desgraciadas!!!... ¡¡¡Paaaaaaaaaaren!!! –gritaba Inés, pero las esclavas siguieron azotándola sin piedad hasta que se produjo el primer corte del que comenzó a brotar la sangre.

Laura contuvo el azote que estaba a punto de dar y miró a Claudia como interrogándola. Inés, debilitada por el tremendo castigo, se limitaba a exhalar algún gemido a cada golpe de vara sobre sus maltratadas nalgas.

-Está sangrando... –observó la cachorra. -¿seguimos, Clau?

Claudia dudó un momento y finalmente dijo:

-No... por ahora paremos... vení, acompañame que voy a llamar a la señora Blanca.

Al escucharla, Inés se revolvió alarmada y dijo con tono casi suplicante:

-No... no la llamen... no la llamen...

Claudia dio la vuelta y se paró ante ella:

-Claro que voy a llamarla para contarle todo y pedirle que nos venga a buscar... –le dijo. –Y mejor que usted se vaya preparando para lo que le espera, ladrona, porque estoy segura de que la señora Blanca querrá vengarse... –y sin más tomó a Laura de un brazo y ambas se dirigieron al living dejando a la mujer embargada por el miedo al ver que la situación con las dos esclavas, que había creído poder manejar, se le había ido de las manos poniéndola en un trance muy difícil.

Blanca atendió el teléfono y por un momento creyó estar soñando cuando reconoció la voz de Claudia.

Pasada esa impresión inicial tan fuerte, escuchó al principio asombrada y después furiosa la historia que la esclava le contó y al finalizar el relato anotó la dirección del departamento y le dijo a Claudia que la esperaran, que ella saldría inmediatamente para allí.

Cortó la comunicación y mientras tomaba su cartera con incontrolable ansiedad y se dirigía a la puerta pensó en el dramático acontecimiento de la sorpresiva muerte de su esposo y en el cambio que eso iba a provocar en su vida de allí en más.

"Ya les contaré a las perras" –se dijo mientras paraba un taxi.

Al llegar tocó el portero eléctrico y poco después se encontró con Claudia, que bajó para abrirle la puerta del edificio.

Ambas se miraron durante un momento, agitadas por emociones hechas de morbo, calentura y alegría. Claudia sintió algo parecido al afecto al estar otra vez ante quien reconoció en ese instante como su legítima dueña, la mujer que la había iniciado en la sumisión y hecho de ella una esclava, una auténtica esclava. Sin importarle que alguien pudiera verla, se arrodilló y besó la mano que Blanca había extendido al comprender la intención de la joven.

Mientras subían en el ascensor, la señora le preguntó por la cachorra:

-Está muy bien, Ama... ¿Sabe?, pudo cazar a esa Paola y la trajo acá ayer. Pasaron cosas que después le contaremos, pero creo que la chica está enamorada de Lau y seguramente usted podrá hacerla su esclava... si a usted le interesa, claro...

-Claro que me interesa si está tan buena como me dijo la cachorra, pero ya habrá tiempo para hablar de eso, ahora lo que quiero es encargarme de la turra de Inés y hacerle pagar muy caro lo que me hizo. –dijo Blanca y cuando Claudia la miró vio que los ojos de su Ama brillaban de odio.

-¿Dónde la tienen? –preguntó la señora en cuanto entraron al departamento.

-Venga por aquí, Ama. –dijo Claudia y la condujo a la habitación sado.

Al entrar, Blanca lanzó una exclamación mientras sus ojos deslumbrados iban de un lado a otro mirándolo todo con avidez hasta posarse en su ex amiga, a la que veía de espaldas en el cepo.

La cachorra, que estaba sentada en el camastro, fue hasta ella con una expresión de alegría y se arrodilló para saludarla besándole la mano.

-Me hace feliz verla, señora... –dijo con esa vocecita infantil que siempre había fascinado a Blanca.

-A mí también me gusta reencontrarte, cachorra. –le dijo sincera mientras con una seña le indicaba que se pusiera de pie. Después se acercó lentamente a Inés y le miró las nalgas, con esa pequeña herida de la cual partía un hilo de sangre ya coagulada.

-Ja, parece que estuvieron dándole duro...

-Sí, Ama, me puse como loca al saber que quería robarme, despojarme de esas dos casas que papá pudo comprar con un esfuerzo muy grande, trabajando como un burro durante años y años. –dijo Claudia y agregó mirando al piso: -Castígueme si cometí una falta, se lo suplico, Ama.

-No, Claudia, no cometiste ninguna falta, al contrario, estuviste muy bien. Pero lo que le hiciste a esta turra de mierda es sólo el comienzo de lo que le espera conmigo. –dijo Blanca y con pasos deliberadamente lentos rodeó el cepo hasta quedar frente a Inés, que enderezó la cabeza y la miró con el miedo reflejado en sus ojos.

-Hola, amiga... –le dijo Blanca sonriendo cruelmente y acentuando esa palabra con un tono burlón.

-Blanca, yo... –balbuceó Inés intentando explicar lo inexplicable.

La señora la tomó del pelo y le cruzó la cara de una cachetada, luego de lo cual siguió hablando con ese tono tranquilo que sin embargo sonaba inquietante:

-¿Sabés, Inesita? Te estuve mirando el culo... ¡Cómo te lo dejaron las chicas!...

-¡Esas pu...! –se exaltó la peluquera al recordar el castigo que había soportado.

Blanca, sin ninguna alteración aparente, le dio otra cachetada aún más fuerte que la anterior.

-Lo que las chicas te hicieron no fue nada, amiga, comparado con lo que yo voy a hacerte.

En los ojos de Inés brilló el terror y al advertirlo, la señora se dijo que era el momento de comenzar su venganza.

Se apartó de su indefensa víctima y observó durante un rato todos los objetos que había en los estantes y las paredes: instrumentos de azotar, dildos, vibradores, hasta que reparó en los velones cuyo uso como elementos de castigo había descubierto cierta vez en una de las páginas de Internet que solía frecuentar.

Sentadas en el camastro, Claudia y Laura la miraban expectantes y poseídas por una oscura excitación.

Blanca tomó uno de los velones, de color rojo, y le preguntó a Claudia:

-¿Hay fósforos aquí?

-En la cocina, Ama. –contestó la esclava incorporándose.

-Traelos. –ordenó la señora y un instante después tenía en su mano el velón encendido.

Mientras tanto, Inés sentía que el miedo iba creciendo en ella a tal punto que se decidió a intentar una salida desesperada:

-Blanca, por favor, escuchame... –dijo.

-Lo que quiero escuchar son tus gritos cuando yo empiece a darte lo que te ganaste, amiga. –le contestó la señora mirando como la cavidad superior del velón empezaba a llenarse de cera ardiente.

-¡Blanca, escuchame! –insistió Inés y entonces la señora, casi como al descuido, le pegó otra cachetada.

-¿Con cuál de estos hermosos instrumentos la azotarías, Claudia? –la consultó el Ama. La esclava, después de una larga mirada se decidió por un strapp negro de buen grosor y unos 10 centímetros de ancho por 40 de largo.

Blanca lo tomó de la pared, lo estudió durante un momento y dictaminó:

-Mmmm... buena elección, perra Claudia... me imagino que esto debe doler mucho...

Ante la inminencia del castigo Inés gritó:

-¡Blanca, por favor escuchame! ¡Te doy plata! ¡Dejame libre y te doy plata! ¡Mucha plata para pagarte lo que te hice!

La respuesta de la señora fue una carcajada estremecedora.

-¿Plata?... ay, amiga, no necesito tu plata... lo que quiero de vos es tu miedo, tu sufrimiento, tu angustia, tus súplicas inútiles, tu llanto... y todo eso es lo que voy a tener...

Claudia y la cachorra asistían presas de una extraña y profunda fascinación al desarrollo de los acontecimientos. Jamás habían vivido semejante nivel de sadismo y se sentían envueltas en una morbosa excitación.

En ese momento la señora le ordenó a Claudia que vendara los ojos de Inés y la esclava lo hizo ayudada por Laura, que sujetó la cabeza de la peluquera cuando ésta empezó a moverla angustiada de un lado al otro, entre ruegos vanos.

-Muy bien, ahora sí la tenemos lista. –dijo Blanca y comprobó que la cera acumulada en el velón ya era suficiente. Lo fue inclinando entonces lentamente a sólo cinco centímetros del culo de Inés y la cera ardiente comenzó a caer.

La peluquera corcoveó en medio de un quejido al sentir la primera quemazón y después se puso a gritar mientras Blanca iba escribiendo muy despacio sobre la carne la palabra "puta", con la primera sílaba en la nalga izquierda y la restante en la derecha.

Después, deleitándose con las expresiones de dolor y movimientos inútiles de su víctima, que transpiraba de miedo apresada en el cepo, siguió quemándole el trasero con puntos que terminaron formando un círculo alrededor de la leyenda.

Blanca contempló su obra con una sonrisa perversa:

-¿Arde, puta? –preguntó inclinándose sobre Inés.

-Por favor, Blanca... por favor, basta... –jadeó la peluquera obteniendo como respuesta una carcajada.

-¿Basta?... ¿Pero qué decís, Inés? Si esto recién está empezando... ¿Acaso tenés alguna cita? –se burló. –Si es así lo siento, amiga, porque esta noche no vas a ir a ningún lado... –y de inmediato le dio el primer azote con el strapp.

-¡¡aaaaayyyyyyyyyyyyy!!

Hizo una pausa para gozar de ese grito y después siguió azotándola con fuerza, poseída de un deseo de venganza que no decrecía.

Inés gritaba y lloraba al mismo tiempo empapando la venda que le cubría los ojos y aumentando así el placer que Blanca sentía al martirizarla. El culo de la pobre se veía ya bien rojo, inflamado por todas partes y no había rastros de la palabra que había sido escrita con cera ardiente.

Blanca palpó ambas nalgas y luego las pellizcó, haciendo gritar a Inés. Respirando agitada devolvió el strapp a su sitio y tomó el velón para después volver a colocarse a espaldas de la peluquera, que olvidándose de todo orgullo sollozaba quedamente.

-Qué pena... –dijo Blanca afectando un tono de fingida lamentación y mirando a sus recuperadas esclavas que habían contemplado el castigo poseídas por un intenso morbo. –Se ha borrado la leyenda... -¿ustedes qué piensan? ¿debo volver a escribirla?

-¡¡¡Nooooooooooooooooo!!! ¡¡¡Noooooooooooooooooooooo!!! –aulló Inés al advertir de qué se estaba hablando. La cachorra miró a Claudia y ésta dijo con tono sombrío:

-Sí, Ama, escríbala otra vez...

Blanca sonrió cruelmente y con deliberada lentitud fue acercando el velón hasta comenzar a inclinarlo a escasos centímetros del ya muy maltratado culo.

La cera empezó a dibujar sobre la nalga izquierda la primera letra y entonces la peluquera lanzó un alarido estremedor balanceándose de un lado al otro limitada por el cepo y la cuerda que le amarraba los tobillos. El dolor que la cera ardiente provocaba al contacto con la piel irritadísima era tan extremo que cuando la palabra "puta" fue completada empezó a sentir vahídos y se desvaneció.

Blanca permaneció un momento mirando esa figura exánime, con las piernas dobladas, vencida, y las ampollas que empezaban a formarse en las nalgas por las quemaduras de la vela.

-¿Pagó bien caro lo que hizo, ¿cierto, Ama? –dijo Claudia recobrándose de una suerte de trance en el que la había sumido la última escena.

-Todavía falta. –le contestó Blanca con un tono que estremeció a la esclava y cuando minutos más tarde Inés comenzó a despertar, tomó una de las varas para completar el castigo.

Se paró ante ella vara en mano y le enderezó la cabeza tomándola del pelo.

-¿Qué... qué vas a... qué vas a hacerme ahora?... no puedo más... –le dijo Inés con voz apenas audible.

-Voy a despellejarte el culo a varillazos. –fue la brutal respuesta de Blanca, que volvió a colocarse detrás de su víctima. Hizo silbar la vara en el aire varias veces, alzó después el brazo y asestó el primer golpe. Inés estaba tan debilitada que aunque el dolor fue tremendo sólo tuvo fuerzas para exhalar un gemido.

Blanca quería que la leyenda escrita sobre las nalgas no se borrara, de manera que apuntaba cada azote a las zonas circundantes, donde en medio del rojo carmesí empezaron a verse líneas blancas que poco después se convirtieron en heridas de las cuales comenzó a manar la sangre.

Inés se sentía desfallecer, atormentada por un sufrimiento indescriptible que se traducía en gemidos dolientes y la iba arrastrando a un nuevo desvanecimiento. Cuando volvió a perder el sentido, Blanca miró con expresión sádica ese fluir de sangre e hizo que las esclavas sacaran del cepo a la peluquera y la echaran boca abajo en el camastro, con la almohada doblada en dos debajo del vientre.

-Átenle las manos y los pies a las cuatro puntas. –ordenó, y cuando tuvo a la mujer así sujeta fue hasta la pared donde estaban los diversos instrumentos de azotar y luego de mirarlos reiteradas veces eligió un látigo con un mango de cuatro centímetros de ancho y punta redondeada. Lo descolgó del muro y empuñándolo con firmeza se acercó al camastro sonriendo diabólicamente.

Inés seguía desvanecida, pero Blanca comenzó a darle bofetadas y la peluquera fue recobrando el sentido entre quejidos y expresiones confusas. Cuando recuperó plenamente la conciencia volvió a ser presa del terror ante la situación en que se encontraba.

Blanca, que le había quitado la venda de los ojos, la tenía tomada del pelo y con la cabeza hacia arriba, obligándola a mirarla.

Le acercó el látigo a la cara e Inés suplicó con la voz quebrada:

-Por favor, Blanca, no me... no me azotes más... no me azotes más...

-Pero no, querida, si no voy a azotarte... Voy a usar este precioso juguete de otra manera... –y se sentó en el borde del camastro.

-Claudia, abrile las nalgas. –ordenó. La esclava lo hizo y el solo contacto de las manos sobre su maltratado trasero hizo gemir de dolor a Inés.

Blanca apoyó entonces el extremo del mango en el orificio anal y la peluquera, dándose cuenta de lo que se venía comenzó a gritar desesperada:

-¡Nooooooooooo! ¡¡¡No, Blanca, noooooooo!!!!

-Sí, querida, sí... –dijo la señora con tono suave y helado, y empezó a presionar el mango contra el pequeño orificio mientras Inés se revolvía impotente y aterrorizada en sus ataduras. Claudia ayudaba estirando hacia afuera con sus dedos el diminuto agujero hasta que finalmente el extremo del mango comenzó a introducirse dificultosamente. Blanca fue empujando sin pausa y a cada centímetro que el duro ariete avanzaba era mayor el sufrimiento de Inés, que gritaba y suplicaba con el cuerpo bañado en sudor frío. La dilatación del agujero ya era tanta que al fin se produjo un desgarrón del cual comenzó a manar la sangre justo cuando la peluquera, después de proferir un aullido, volvía a desmayarse.

Claudia y Laura permanecían en silencio, agitadas por fuertes emociones. Blanca había vencido, demostrando más poder que Inés y exhibiendo, además, una ética que la otra no tenía. Blanca no iba a estafar a Claudia robándole sus casas. Blanca era un Ama auténtica, no una vulgar delincuente.

En esas cavilaciones estaban cuando la señora les dijo:

-Bueno, ahora sí he terminado con esta miserable. Ahora sí me cobré lo que me hizo, así que prepárense para irnos.

-Sí, Ama. –respondieron casi al unísono.

Luego ambas debieron hacer sus maletas mientras Blanca elegía algunos objetos que había decidido llevarse, como dildos, vibradores, pezoneras, mordazas, esposas, algún látigo, el strapp que había usado en el culo de Inés, dos collares con cadena, unas cuantas cuerdas y la máquina. Metió todo en un bolso grande que encontró en el placard de la habitación de la peluquera y fue al living a consultar la guía telefónica en busca de una agencia de fletes, habida cuenta de que un taxi sería insuficiente para trasladar tantos bultos.

Una hora después estaba de regreso en su casa, con las maletas, el bolso y sus dos esclavas en la caja del rastrojero.

El chofer ayudó a Claudia y a la cachorra a dejar todo en la puerta de la casa y luego entre ambas trasladaron las maletas y el bolso al living, donde la señora esperaba arrellanada en el sofá, profundamente satisfecha con el éxito de la misión que le había permitido recuperar a sus perras y vengarse de Inés.

Les ordenó a ambas que se arrodillaran ante ella y que le contaran todo lo ocurrido desde que fueron secuestradas.

Cuando Claudia y Laura terminaron de describir los hechos, Blanca les dijo:

-Hay cosas que apruebo, perras, como eso de hacerlas renunciar a sus trabajos, prostituirlas y que vos, cachorra, sigas yendo a la facultad para ver de seducir chicas y traérmelas. Y ahora voy a contarles mis novedades. –hizo una pausa para estudiar la reaccionar de las perras ante los planes que tenía para ellas y al ver que seguían tranquilas, prosiguió:

-Mi esposo murió hace unos días en un accidente automovilístico en La Rioja. Al saberlo me sentí muy mal...

En ese momento, Claudia quiso intentar algún consuelo, pero la señora la detuvo con un gesto:

-No digas nada. Fueron más de veinte años juntos y sufrí con su muerte, pero estoy asumiendo ese dolor, el destino es así. Lo cierto es que dejó un seguro de vida muy suculento y además cobraré mensualmente una buena pensión que sumada a los ingresos por la prostitución de ustedes me permitirá vivir sin ningún sobresalto, y tampoco a ustedes va a faltarles nada. Voy a vender esta casa y con el dinero que saque más una parte del seguro compraré otra más grande donde vivamos las tres, con un cuarto para cada una de ustedes y que allí atiendan a las clientas. Mientras tanto vos te volvés a tu casa, Claudia, y vos, cachorra, vas a vivir aquí, conmigo. ¿Algún comentario, perras?

Ambas negaron con la cabeza y entonces el Ama se dirigió a Laura:

-Contame sobre esa tal Paola y lo que pasó cuando estuvo en casa de Inés.

La cachorra lo hizo y entonces la señora le dijo:

-Así que esa putita está enamorada de vos, ¿eh?...

-Sí, Ama, creo que sí.

-Bueno, vas a llamarla para contarle cómo están las cosas y que quiero conocerla.

-Sí, Ama, lo haré... ¿la llamo ahora?

-Primero acomodá todas tus cosas en el placard del dormitorio. Hay mucho lugar porque cuando mi esposo murió yo di su ropa a una entidad de beneficencia. Me hubiera hecho muy mal anímicamente mantener todos esos recuerdos.

Laura tomo sus dos maletas y la mochila y marchó a cumplir con la orden.

Blanca entonces le ordenó a Claudia que tomara el bolso que habían traído del departamento de la peluquera y dispusiera todos los elementos sobre la mesa.

La esclava lo hizo y empezó a excitarse al ver tantos allí tantos objetos de dominación y esa máquina que ya había probado.

La señora les echó una larga mirada apreciativa y sonrió al pensar en cuánto se enriquecía su patrimonio en esa materia.

Momentos después volvió la cachorra y Blanca le ordenó que desvistiera a Claudia. Para la esclavita, desnudar a su compañera era siempre una fiesta de los sentidos y se abocó a la tarea de inmediato, procurando controlar lo mejor posible el temblor de sus manos.

Cada parte del espléndido cuerpo que iba quedando al descubierto aumentaba su calentura. Tenía la boca seca y la respiración agitada y al quitar cada prenda aprovechaba para deslizar sus dedos por esa piel suave y ligeramente morena. Cuando Claudia estuvo desnuda tuvo que hacer lo mismo con Laura y luego ambas, visiblemente excitadas, debieron tomar de la mesa los dos collares y entregárselos a Blanca, que estaba sentada en el sofá. Luego de acollarar a las dos esclavas hizo que Claudia se arrodillara sin apoyar las nalgas en los talones y con las manos en la nuca, y le ordenó a la cachorra que llamara a Paola.

-¿Cuándo quiere que venga, Ama? –preguntó la esclavita mientras iba hacia el teléfono.

-Mañana mismo, al mediodía. Creo que no tiene clase, si no recuerdo mal.

-No, Ama, las clases son los miércoles, jueves y sábados, así que mañana tiene todo el día libre.

-Bueno, mañana entonces la quiero aquí.

La cachorra marcó el número y quien atendió fue la misma Paola.

-Pao, soy yo, Laura...

..............

-Sí, yo también te extraño, pero escuchame y no me interrumpas, porque tengo que contarte algo muy importante... –y empezó a narrarle todo lo acontecido.

...............

-Sí, es así, tal como te lo conté, así que la señora Blanca te quiere acá mañana al mediodía.

...............

-Oíme, Paola, no empieces con dudas ni pavadas. ¿Me querés o no?

...............

-Bueno, entonces ni una palabra más. Venite mañana a las 12 y punto.

..............

-Perfecto, te mando un beso... –concluyó diciendo Laura y cortó la comunicación sonriendo con cierta perversidad.

-¿Vendrá? –preguntó Blanca.

-Sí, Ama, va a venir. –aseguró la cachorra. –Primero dudó un poco, pero me dijo que vendrá porque no puede vivir sin mí y que quiere estar donde yo esté.

-Muy bien, cachorra... ¡Muy bien!... –dijo la señora con el entusiasmo reflejado en su rostro. Todo lo vivido en las últimas horas, el haber recuperado a sus esclavas y el prolongado martirio al que había sometido a Inés como venganza por lo que le había hecho la tenían de muy buen ánimo. Se abría para ella un futuro muy venturoso, a salvo de toda estrechez económica, dueña absoluta de dos hermosos animales de raza y la perspectiva cierta de hacerse de una nueva presa. Se sentía muy excitada sexualmente y pensó que una buena cogida con sus dos perras iba a ser una excelente forma de terminar la jornada.

Se irguió entonces ante ellas en toda su majestuosa estatura y mandó que la desvistieran.

Una vez sin ropas fue hasta la mesa y luego de observar el conjunto de objetos eligió dos dildos anales con base plana, de forma cónica y unos 15 centímetros de largo por 4 en su parte más ancha. Volvió con ellos y les ordenó a las esclavas que se arrodillaran con la cara en el piso. Cuando las tuvo en esa posición se regodeó durante unos instantes con la visión de ambos culos; grande, casi enorme el de Claudia; perfecto en su deliciosa pequeñez el de la cachorra, y luego de alguna duda decidió empezar por este último. Empapó el dildo con su propia saliva, con la cual humedeció después la estrecha entradita y apoyó en ella la punta del dildo, presionando un poco mientras Laura, advirtiendo lo que se venía, movía sus caderas de un lado al otro con miedo y ansiedad al mismo tiempo.

Blanca fue metiendo el dildo despacio, muy despacio, solazándose con los gemidos que brotaban ininterrumpidamente de la boca de la cachorra. A medida que el objeto se iba introduciendo cada vez más en su culo, la esclavita percibía que la sensación entre dolorosa y placentera crecía en intensidad estremeciéndola toda. Por fin, cuando terminó de enterrar el dildo por completo, Blanca empezó a ocuparse de Claudia y después de un momento tuvo a las dos empaladas, jadeando roncamente con la cara en el piso, sudorosas y hambrientas de placer.

Se paró ante ellas y les ordenó que le besaran los pies. Cuando ambas lo hicieron les preguntó:

-¿Qué son ustedes dos? –con el propósito de asegurarse de que esos días pasados en manos de Inés no había debilitado en ellas su sentido de pertenencia ni su disciplina.

-Somos sus esclavas, Ama. –se apresuró a responder Claudia sin alzar la cabeza.

-Son más que eso. –dijo el Ama.

Y esta vez fue Laura quien contesto:

-Somos sus perras, Ama Blanca.

-Muy bien, cachorra, eso son, mis perras esclavas. ¿Tienen algún derecho?

-Sólo los que usted se digne concedernos, Ama. –dijo Claudia.

-¿Extrañan ser libres?

-No, Ama. –respondieron ambas casi al mismo tiempo, y Claudia agregó: -No sabríamos qué hacer si estuviéramos en libertad.

-Han nacido para ser animales en cautiverio y yo he llegado a sus vidas para hacerles cumplir con ese destino. –dijo Blanca sintiendo en lo más profundo de sí misma, una vez más, el goce incomparable de la dominación total.

-Sí, Ama, es así. –murmuró la cachorra.

-Agradézcanmelo una por una. –exigió el Ama.

-Gracias, Ama, por haber hecho de mí lo que fui siempre aunque lo ignoré durante muchos años. –dijo Claudia.

-Gracias, mi Ama, por haberme abierto los ojos y ayudado a ser yo misma. Me siento feliz como nunca siendo una perra esclava... Gracias por todo esto, Ama...

Semejante nivel de servidumbre que las esclavas expresaron en sus respuestas había aumentado la excitación de Blanca a tal punto que empezó a mojarse y a sentir un imperioso deseo sexual. Cogerlas, penetrarlas, entrar en ellas a través de sus conchas y sus culos iba a completar esa sensación embriagadora que experimentaba.

Había sido desde su adolescencia y durante buena parte de su vida una pobre sirvienta que se deslomaba de sol por sueldos siempre paupérrimos, y ahora era una suerte de reina, la dueña y señora de esas dos hermosas hembras de cuyas mentes y cuerpos disponía por completo y a su antojo para hacer con ellas lo que su imaginación cada vez más perversa le dictara.

Tomó las cadenas de los collares y las llevó en cuatro patas hasta el dormitorio, donde las hizo trepar a la cama y colocarse una junto a la otra. Abrió inmediatamente el placard en busca del arnés con el dildo doble y tras colocárselo apresuradamente se ubicó a espaldas de ambas hembras, les quitó los dildos y cuando les metió una mano entre las piernas para inspeccionarlas comprobó lo que ya imaginaba: de las conchas de una y otra fluían los jugos con una abundancia que hablaba a las claras de la calentura que sentían.

Ella también, con el dildo posterior ya bien adentro, manaba flujos y dudaba respecto de cuál de esos culos perforar primero. Sabía que no demoraría mucho en alcanzar el orgasmo, y sus perras tampoco. Se decidió por Claudia y entonces comenzó a pasarle el dildo por toda la amplia superficie de su voluminoso trasero mientras le metía dos dedos en la concha y empezaba a moverlos cada vez más velozmente hasta que la esclava se puso a jadear como un animal.

La cachorra gemía a su lado cuando el dildo entró en el culo de Claudia y empezó a avanzar empujado por los embates de las caderas de Blanca, que seguía con sus dedos en la concha.

De pronto el Ama retiró el dildo y sin vacilar lo introdujo en el ano de Laura, que lo recibió con un largo grito de placer en tanto Claudia, abandonada, se ponía a sollozar suplicando por la continuidad del goce.

Durante un breve lapso el dildo estuvo yendo de un culo al otro alternativamente, mientras los dedos de Blanca nadaban ríos de flujo en ambas conchas.

Por fin todo se hizo gritos y convulsiones y las esclavas se derrumbaron sobre la cama con el Ama sobre ellas y las tres agitadas por orgasmos interminables.

Un rato después, ya algo recuperadas, Blanca dispuso que las esclavas durmieron en el suelo, a los pies de la cama, y cuando las tuvo allí sin una protesta, se tendió en el lecho desperezándose largamente. Luego, mientras se entregaba sin resistencia a ese agradable sopor que precede al sueño, pensó en sus esclavas con profundo orgullo de propietaria mientras recordaba su lejano inicio como spanker de Claudia cuando aún era mucama en su casa, la dominación que de inmediato había empezado a ejercer sobre ella, el reencuentro algunos años después de que la madre de la joven la despidiera, sus temores –más tarde desechados- ante ese incipiente lesbianismo que entonces comenzaba a sentir, su progresivo convertirse en Ama, el trabajo que había realizado con Claudia y Laura hasta moldearlas a su gusto y ejercer sobre ambas un poder total. Toda esa secuencia fue pasando por su cerebro como en una película que culminaba en este presente que la ponía a las puertas de un camino hecho de intensos y refinados placeres, con Inés aplastada como una rata en su propia madriguera. Al pensar en ella soltó una risita sádica antes de quedarse profundamente dormida.

Fin

(9,71)