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La psicóloga de mi mujer

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Ana, mi mujer, me ha dejado encima de la mesa una libreta de teléfonos abierta por la letra S. En letras grandes y en rojo, destacándose del resto de nombres y números puede leerse Silvia. Silvia es su psicóloga, lo es desde que poco después de nacer Toni, nuestro primer hijo, ella cogiera una pequeña depresión. Al principio yo no creía demasiado en eso. Pensaba que la psicóloga no iba a solucionar nada y que tan sólo íbamos a estar pagando dinero a cambio de nada. Pero he de reconocer que mi mujer mejoró mucho en poco tiempo y que tras un par de meses volvía a ser la jovial y divertida Ana que me enamoró hace ya 12 años

El caso es que desde hace unos meses mi mujer y yo no hacemos el amor. Mi pequeño soldadito, que hasta hace unos meses se había comportado como una auténtica arma de destrucción masiva hoy en día no era más que un pequeño revolver, recuerdo de épocas anteriores. Yo lo achacaba al estrés puesto que la empresa últimamente no nos daba más que disgustos y en vista de eso decidí tomarme unas pequeñas vacaciones. Me llevé a mi mujer y a mi hijo una semana a la nieve. Yo pensaba que una vez que volviera la tranquilidad y el sosiego aquello volvería a funcionar. Pero no fue así. Las vacaciones acabaron igual que habían empezado, haciendo trabajitos con la lengua a mi mujer para que al menos ella tuviera su ración de sexo. Lo mío era bastante más complicado. Mi rabo, en otros tiempos orgulloso y espléndido no era más que un colgajo de pellejos que no conseguían ponerse en pie por más piruetas que Ana intentara, y juro que intentó bastantes. Ella me decía al principio que no me preocupara, que no le diera importancia, que eso les pasaba de vez en cuando a todos los hombres pero a medida que iba pasando el tiempo y veía que la cosa no se solucionaba comenzó a preocuparse también. Lo intenté todo, revistas, películas, shows en directo, incluso probé con las pastillas pero las mini erecciones que conseguía eran incompletas e insatisfactorias. A veces conseguía penetrar a mi mujer pero eso duraba poco y tenía que acabar la faena haciéndole un dedo y con una molesta herida en mi ego machista.

Ana no me decía nada, para no agobiarme aún más, pero yo era consciente de que para ella tampoco debía estar siendo fácil. Desde que la conozco Ana siempre ha sido muy solícita en lo que al sexo se refiere y no es por presumir pero conmigo siempre había estado bien servida. Ahora en cambio no era así ¿pero qué narices podía hacer yo? Creo que en una de las periódicas visitas que Ana hacía con su psicóloga ella le comentó algo de lo que me estaba pasando. Luego, ya en casa, me sugirió que quizás mi problema era mental y que quizás Silvia me podía ayudar como en el pasado la había ayudado a ella. Como he dicho anteriormente yo no creía demasiado en eso pero quería que mi mujer estuviese contenta y que viera que por mi parte estaba dispuesto a cualquier cosa.

He marcado el teléfono y la he llamado para concertar una cita. Voy esta tarde.

Silvia es una mujer muy atractiva. Debe tener unos treinta y pocos pero como digo la conocemos desde hace unos años, y digo la conocemos porque en la primera entrevista que Ana tuvo con Silvia me pidió que la acompañara. Silvia es de esas mujeres que con los años se vuelven más interesantes. Segura de sí misma, independiente, inteligente, con un buen físico y unos ojos azules que irradian optimismo y alegría Su voz era dulce y calmada y al hablar parecía que lo hiciera en susurros.

-Hola Carlos, ¿qué tal? ¿Cómo va todo? Hace tiempo que no nos veíamos ¿verdad?

-Sí así es.

Mi voz era entrecortada y temblorosa debido al nerviosismo que me producía tener que hablar de un tema tan íntimo con una desconocida, por muy psicóloga que fuese.

-Bueno, tu mujer me ha contado más o menos lo que te trae hoy aquí. Dime, ¿desde cuándo notas esa disfunción?

-No sé, hará un par de meses más o menos.

-¿y te pasa siempre?

-Sí, siempre que intento mantener relaciones con mi mujer.

-¿lo habéis hablado?

-Sí, lo hemos hablado, hemos intentado no darle importancia pero nada.

-Ya. Dime, ¿habéis probado algo para solucionar el problema?

-Sí, lo hemos intentado todo. Desde lencería atrevida hasta pasar tardes enteras en un sex shop viendo películas y actuaciones en directo y nada.

-Ya. ¿Y las erecciones matutinas como son, son igual que antes?

-No, no son tan fuertes. –hice un gesto con las manos para apoyar mis palabras pero al mismo tiempo que lo hacía me arrepentía de ello por si Silvia lo encontraba grosero.

-Bien, eso es bueno pues significa que las erecciones no han desaparecido totalmente.

-No totalmente no pero…

-¿te masturbas, puedes llegar a masturbarte tú mismo o tu mujer?

-Hace tiempo que ya no lo intento. Al principio lo hacía pero no conseguía mucho.

-¿recuerdas si te sucedió algo inmediatamente antes de la primera vez que tuviste el bajón?

-No, no sé, ¿a qué se refiere?

-Bueno, a algo que pudiera haber bloqueado tu mente y que por eso no tengas una buena respuesta sexual.

-No, no sé, no recuerdo.

-Intenta recordar aquellos primeros días, si conseguimos saber qué es lo que te ha bloqueado conseguiremos que vuelvas a tener erecciones fuertes. –Silvia realizó el mismo gesto que minutos antes había realizado yo y eso me relajó bastante.

-No sé, quizás sea una tontería, pero recuerdo que pocos días antes de que me sucediera esto tuvieron que hacerme un reconocimiento médico anal porque tenía problemas con mis intestinos.

-¿una exploración anal?

-Sí, me tuvieron que introducir unos aparatos por el ano para ver cómo estaba por dentro el intestino.

-Ya, ¿y cómo asumiste ese reconocimiento? ¿Lo viste como algo normal, como parte de un chequeo o lo vistes como algo negativo?

-Sí, creo que sí, que lo vi como algo negativo ¿sabes? Yo siempre he sido muy hombre y cuando el médico me introdujo aquel aparato por el culo fue como si me violaran, como si después de aquello fuera menos hombre.

-Entonces estoy segura que ahí tienes la causa de todos tus problemas.

-¿usted cree?

-Estoy segura. Pero déjame hacer una prueba.

Entonces Silvia comenzó a desabrocharse la blusa lentamente ante mi sorpresa. Su blusa de color pistacho dejaba paso a un sensual sujetador de color negro que dejaba al descubierto buena parte de sus pechos.

Yo, que debía tener los ojos como platos debido a lo inesperado de la situación comencé a sentir un picorcillo conocido en la entrepierna.

-No puede ser. –dije en voz alta

-¿qué es lo que no puede ser? –dijo ella a la vez que se deshacía de su sujetador.

-No puede ser. –repetí de nuevo. Creo que voy a tener una erección –le dije con una sonrisa estúpida mientras me bajaba la cremallera de los pantalones.

Silvia se levantó de su asiento y bordeando la mesa de su despacho se situó en cuclillas a mi lado.

-A ver, déjame ver.

Yo me bajé los pantalones y los calzoncillos para que Silvia pudiese admirar la robustez de mi polla que se estaba poniendo tan dura como en los viejos tiempos.

-Creo que el hablar conmigo de esto ha desbloqueado tu mente. Vaya, tienes una buena polla. –me dijo mientras la cogía con una mano y la recorría de arriba abajo- Déjame ver la consistencia. –y la apretó varias veces antes de introducírsela en la boca.

Yo no me lo podía creer. Esa mujer con sólo unas palabras había hecho que mi polla recobrara el vigor que ya le creía perdido y ahora me estaba ofreciendo una mamada que ni las putas lo hacían mejor. Alcancé sus pechos desnudos que quedaban a pocos centímetros de mis manos y comencé a masajearlos al ritmo que su lengua proponía en mi glande. Silvia estaba siendo deliciosa. No sé si eran los meses que hacía que no tenía sexo o las cualidades innatas de una boca hecha para mamar pollas el caso es que sabía que de un momento a otro podía llenarle la boca de leche.

Intenté avisarla para que se retirara a tiempo pero la chica parecía estar pegada a mi rabo con pegamento y no se retiró ni siquiera cuando los chorros de semen se vertieron inundándole la boca.

-Lo siento. –le dije cuando Silvia se incorporó para limpiarse los restos de semen que aún le quedaban en la boca.

-No tienes que sentirlo, a mí me encanta ayudar a la gente. De todas formas creo que esta terapia será más larga de lo que yo pensaba en un principio así que te daré hora para la semana que viene.

Hacía ya una semana desde que su pericia y su lengua habían hecho revivir a mi otro yo. Desde entonces había hecho el amor con mi mujer cada día, en ocasiones varias veces, pues la pobrecilla había estado pasando hambre durante los últimos meses.

-Ya te decía yo que esa chica era muy buena en su trabajo. –dijo Ana la primera vez que vio mi polla de nuevo dura. Y tanto que lo es, pensaba yo recordando las caricias que su lengua me había regalado pocas horas antes.- A mí me ayudó mucho cuando lo de mi depresión. -Continuaba hablando Ana y en mi mente imaginé a mi mujer, sentada en la misma silla en la que había estado yo, con la falda remangada y las bragas en las rodillas mientras Silvia, acurrucada junto a ella, le lamía el coño con voracidad.

-Ya, ya me imagino. Pero Silvia dice que aún no estoy totalmente recuperado y que para evitar recaídas deberé ir un par de veces más a su consulta.

-Eso me parece muy bien. –dijo mi mujer mientras me llevaba de la mano al dormitorio.

La segunda visita a Silvia duró unos 20 minutos. Nada más llegar me hizo pasar a su despacho.

-¿Qué tal? ¿Cómo vas de lo tuyo? –me preguntó picarona.

-Muy bien, desde que vine a verla la última vez todo funciona como las agujas de un reloj.

-¿Puntuales?

-No, imparables.

-Está bien, bájate los pantalones, tengo que examinarte de nuevo.

Yo creía que Silvia iba a premiarme con otra buena limpieza de sable y sólo con pensarlo mi rabo se puso duro e inhiesto. Ella misma lo cogió con la mano antes de que comenzara a desbordarse por el lateral de los calzoncillos

-Sí, ya veo que funciona bastante bien pero tengo que hacerle una prueba de resistencia para asegurarnos de que se encuentra en perfectas condiciones.

-Lo que usted diga. –le dije mientras me relamía sólo con pensar en lo que Silvia me iba a hacer.

Silvia comenzó a desnudarse y antes de que me diera cuenta la tenía frente a mí, tan sólo con un minúsculo tanguita de color rosa.

Silvia estaba realmente tremenda. El otro día, entre el apuro que llevaba yo por lo de mi impotencia y la sorpresa que me llevé cuando se me amorró al nabo no había sido capaz de apreciar su sensual atractivo en toda su plenitud. Su piel bronceada, supongo que con algunas sesiones de uva, contrastaba con el color claro de sus ojos y el rubio chillón de su cabello que ahora le caía suelto hasta sus pechos. Éstos no eran excesivamente grandes, normalitos diría yo, pero muy firmes y duritos, con los pezones duros y pequeñitos como dos botones. Llevaba un pearcing en el ombligo y un pequeño tatuaje en uno de los cachetes del culo, aunque eso no lo vi hasta más tarde. Debía llevar el sexo depilado pues el tanga apenas si podía tapar su delicada rajita.

-Tengo media hora antes de la próxima visita. –y mientras decía eso pasó nuevamente una de sus manos por mi verga.

Estaba claro que esta vez me iba tocar trabajar a mí y que no disponíamos de demasiado tiempo y que por eso ella me estaba apremiando.

De pie, el uno junto al otro, nuestros cuerpos se unieron. Mis manos salieron disparadas en busca de sus tetitas mientras que ella restregaba su tanga por mi polla.

-Mi mujer dice que eres muy buena haciendo terapia.

-¿Ah sí? ¿Y tú que le has dicho?

-Que sí, que realmente eres muy buena.

-Bueno, intento ser bastante profesional.

Después de varios minutos de besos y caricias, de susurros y chupetones, de mordiscos y obscenidades al oído una de mis manos abandonó sus pechos y se dirigió inexorable hacia su entrepierna. No fue nada difícil deshacerse del tanga y mucho menos aún introducir en su chochito un par de dedos que exploraban el nivel de excitación de Silvia. En una escala de 1 a 10 marcaba 100 así que no esperé más y estirándola sobre la mesa del despacho comencé a follarla lentamente.

-¿Te parece que aguanta bien? –le decía yo mientras la penetraba profundamente.

-Sí, va muy bien, pero deberías moverte más rápido para ver cómo responde.

-¿Más rápido? Así, así, así…

-Sí, sí, sigue así. Lo haces muy bien.

-Así, así, así…

-Siiiiii, asiii, no pares, sigue.

Silvia tenía una forma muy escandalosa de joder y tuve miedo de que la siguiente visita ya hubiese llegado y que nos estuviese escuchando desde fuera pero al mismo tiempo sus gritos y gemidos me excitaban mucho y pronto tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no correrme.

-Siiii, siiii, siiiii, maaas, maaaas, dámela toda, vamos no pares, ya, ya, ya, siiii.

Silvia se corrió con un grito escandaloso y poco después yo me dejaba ir en su interior llenando su coño con mi esperma.

Cuando nos incorporamos para vestirnos nos dimos cuenta que habíamos dejado la mesa perdida y que incluso algunos papeles se habían manchado de nuestros fluidos.

-¿Y eso? –le pregunté yo, en referencia a los papeles manchados.

-No pasa nada, es tu historial clínico pero creo que ya no va a hacer falta.

-¿Entonces eso significa que me das el alta?

-No, aún no, estas cosas son muy delicadas y hay que ver cómo evolucionan en el tiempo. Vuelve la semana que viene. Ah, y dale recuerdos a tu mujer, ahora entiendo muchas de las cosas que me contaba en la consulta.

Me despedí de Silvia con un beso intentando imaginar que tenía preparado para mí la próxima vez aquella diosa del sexo.

Cuando regresé de la consulta de Silvia mi mujer me esperaba en casa con ganas de marcha. Llevaba puesto un sugerente albornoz de color amarillo pues acababa de darse una ducha y sus voluptuosos pechos de madre aparecían visibles en parte por entre la bata de baño. En condiciones normales, sólo con la visión seductora y sensual de mi mujer me hubiese empalmado como un caballo pero yo acababa de echar un polvo con la psicóloga y mi rabo estaba saciado de sexo.

-¿Qué tal? ¿Cómo ha ido con Silvia? –dijo mientras se desataba el albornoz.

-Bien, ya sabes, hemos estado hablando y eso.

Ana dejó el albornoz tras la puerta del baño y desnuda por completo se acercó a mí y me dio un beso en la boca mientras con sus manos me palpaba los bajos.

Mi polla comenzó a endurecerse pero lo hacía sin la potencia con que lo hacen las pollas cuando están ávidas de sexo.

-Vamos a la cama, tenemos todavía un rato antes de que venga Toni.

Cuando acabé de quitarme la ropa la tenía de nuevo tan dura como una roca y me tumbé al lado de mi mujer que me esperaba echada boca arriba en la cama. Al verla desnuda recordé también el cuerpo desnudo de Silvia. Silvia era algo más joven que mi mujer pero al no ser madre conservaba aún un cuerpo mucho más estilizado. Sus pechos, por ejemplo, aunque no tan grandes como los de mi mujer eran más firmes y duritos. Ana tenía las caderas más anchas y el culo más grande que el de Silvia. Recordé el tacto de mis manos en sus nalgas, mientras la follaba sobre la mesa de su consulta. Eran unas nalgas apretaditas, seguramente bien trabajadas en el gimnasio que contrastaban con las nalgas flojas de Ana.

Se las acaricié, pellizcando suavemente en sus mofletes como solía hacer cuando novios para indicarle que tenía ganas de follarla. Ana se puso de lado dándome la espalda y ofreciéndome su culito.

Mi verga se restregaba contra sus riñones y algo más abajo aún, justo donde empezaba la rajita de su culo. Le pasé una mano por el coño y lo encontré excitado como de costumbre. Ella abrió las piernas para facilitar mis caricias pero tan sólo buscaba su flujo, sus fluidos, su humedad que me permitiera lubricar su ano.

Mi mujer entendió rápidamente mis intenciones y se puso boca abajo sobre la cama. Su culito había dejado de ser virgen mucho tiempo atrás, antes incluso de llegar a casarnos y aunque no era lo que más gustaba a Ana nunca me había rechazado cuando sin palabras se lo proponía.

Coloqué un cojín bajo su estómago para que su culito quedara aún más expuesto y volví a hurgar en su chochito para extender más cantidad de flujo en su ano y en mi polla.

-Relájate cariño, voy a entrar.

Con las manos le separé las nalgas y con mi polla en su agujerito comencé a empujar hasta que conseguí introducírsela toda. Nada que ver la resistencia de ese ano ya experimentado a la que ofreció la primera vez, y sin embargo, por la preocupación de no hacer daño y de que Ana también disfrutara recuerdo que aquella primera vez fue bastante normalita, dadas las grandes expectativas que tenía en ella.

Pero ahora mi polla entraba y salía con cierta facilidad de su culito y a medida que el ritmo de mis embestidas aumentaba escuché los crecientes jadeos y gemidos de mi mujer. Vi que tenía una mano en el coño como solía ser costumbre cuando adoptábamos esta postura y decidí darle con más fuerza. A cada penetración mis huevos chocaban contra sus nalguitas provocando un sonido indecente y morboso.

Clak, clak, clak, no dejaba de sonar mientras un fuerte orgasmo se iba fraguando en el interior de la vagina de Ana.

Ella se corrió antes que yo, que tenía el deseo algo más calmado que ella pero cuando la escuché correrse por segunda vez me imaginé que era el culo de Silvia el que me estaba follando y me vacié en ella dejando caer mi cuerpo sobre el suyo y permaneciendo así durante un buen rato.

Pasó la semana como habían pasado todas desde que fui por primera vez a la consulta de Silvia. Hacía el amor todos los días con mi mujer pero a veces, mientras la follaba imaginaba que se la estaba metiendo a Silvia y me excitaba recordando nuestros dos encuentros. El martes era el día fijado por Silvia para nuestro encuentro. No sé bien cuál fue el motivo, quizás Ana sospechara algo, quizás se me había escapado en algún momento el nombre de Silvia mientras hacíamos el amor y yo no me había dado cuenta, el caso es que mi mujer se empeñó en acompañarme a la consulta y no hubo forma de hacerla cambiar de idea. Me preguntaba si Silvia se cortaría sabiendo que mientras ella estaba en el despacho conmigo, fuera iba a estar mi mujer, en otros momentos también paciente suyo pero pronto me di cuenta de que no iba a ser así.

Nada más entrar a su despacho y verme entrar vi cómo se relamía los labios mientras enviaba una primera mirada lasciva hacia mi paquete.

-¿Cómo es que has traído a tu mujer?

-Ha querido venir y me ha sido imposible convencerla de lo contrario.

Silvia se levantó de su asiento y me endiñó un morreo sin más.

-Entonces tendré que ser más discreta cuando tenga un orgasmo ¿no?

Esa Silvia era increíble. Tenía la misma facilidad para hablar como para quitarse la ropa.

-Vamos, dame tu pollón, quiero sentirte dentro una vez más.

Se había bajado los pantalones y las bragas y peleaba con el cinto de mis pantalones mientras en mi paquete comenzaba a marcarse un tremendo bulto.

No tardó en tenerme como ella, con los pantalones bajados hasta los tobillos. Yo lucía una hermosa erección mientras la observaba a ella quitándose también la blusa y el sujetador. Tenía los pezoncitos tan duros como la primera vez que se los vi y la piel de sus pechos estaba tan caliente que parecía que tuviera fiebre.

-Vamos, fóllame, ¿a qué esperas para metérmela?

Silvia se abrió el sexo con los dedos como si yo no conociera cuál era el camino que debía tomar pero mis dudas se debían a un terrible pensamiento que me asaltaba desde hacía unos días.

-Quiero follarte el culo. –le dije para que no pensara que estaba atontado.

-¿Cómo dices? ¿Quieres mi culito?

-Sí, quiero joderte por detrás, llevo días soñando con ello.

Entonces, por primera vez desde que conocí a Silvia la vi dudar. Era como si la idea de ser penetrada por detrás no le hiciese demasiada gracia.

-Verás, es que….

-No importa, si no te apetece lo dejamos y ya está.

-No, no es eso, es que verás… Es que nadie me ha tocado el culo nunca, ¿sabes? No sé si me va a gustar.

-Si no lo pruebas nunca lo sabrás. –dije yo intentando mostrar decisión y seguridad en mis palabras.

-Prometo ir con cuidado, tú sólo déjate llevar.

Entonces repetí la operación que había hecho tantas veces con mi mujer. Le acaricié el coño y le restregué sus flujos por el ano y cuando me pareció que podía comenzar a intentarlo le ordené que se pusiera a cuatro patas en el suelo.

Yo me puse tras ella y observé su trasero durante unos segundos. Era un trasero delicioso. Tenía un pequeño tatú en una de las nalgas que decía devórame. Me extrañaba que hasta entonces ningún hombre hubiese querido poseer ese lindo agujerito. Le separé las nalgas como solía hacer con Ana le inspeccioné el ano. Parecía que lo tenía muy cerrado. Intenté presionarlo con un dedo y aunque hubo cierta resistencia, gracias a la buena lubrificación pareció aceptarlo bien.

-¿Te duele? –le preguntaba yo de vez en cuando.

-No, de momento no.

-¿Y ahora? –le decía mientras le intentaba introducir un segundo dedo.

-Un poco.

Costó un poco pero al fin conseguí que aceptara tener varios dedos dentro de su culito. Era el momento de penetrarla. Acerqué la cabeza de mi polla a su culo y presioné sobre su ano que comenzó a abrirse poco a poco. Costaba lo suyo introducir una polla como la mía en un agujerito virgen como era ese pero poco a poco conseguí introducir la punta de mi nabo.

-Ya la tienes dentro. –le dije para darle ánimos. Con mis manos le acariciaba el coño para que sintiera más placer y se relajara aún más, pero la tarea era lenta y ya comenzaba a arrepentirme de haber querido forzar ese culito.- Voy a metértela un poco más. –le dije y apreté con fuerza.

Silvia soltó un gemido mitad dolor, mitad placer pero ahora mi polla estaba ya dentro de su culito.

-Ya ha pasado lo peor, a partir de ahora disfrutarás de lo lindo.

Comencé a moverme adelante y atrás sacando y volviendo a meter todo mi rabo en su interior cuando la puerta del despacho se abrió y Ana apareció tras ella.

Yo me quedé petrificado al verla pero Silvia prácticamente ni se inmutó, era como si no hubiese pasado nada, como si nada tuviese sentido fuera de lo que estaba sucediendo en su culo.

-¿Estás disfrutando? –me preguntó burlona Ana mientras se acercaba a nosotros.

Yo no sabía que decir. Hice la intención de salirme de su trasero pero Silvia no me dejó.

-Espera… –dijo Silvia

Aturdido por lo inesperado de la situación vi como Ana se subía la falda de color negro que llevaba puesta y le mostraba impúdicamente su coñito desnudo a Silvia.

-Tu mujer es parte de la terapia, terapia de pareja que le llaman los expertos. Fui yo quien la llamé. –dijo Silvia.

Entonces Silvia hundió su cabeza entre las piernas de mi mujer y comenzó a lamerle mientras yo continuaba perforándole el culo.

-¿Así que vosotras dos también estabais en algo? –pregunté a mi mujer que había cerrado los ojos para concentrarse en las agradables sensaciones que le provocaba la lengua experta de Silvia.

-Desde el primer día.

La visión de mi mujer siendo comida por Silvia me acabó de poner como una moto y agarrándome a su trasero cogí impulso para penetrarla con fuerza.

Clak, clak, clak, volvían a sonar mis cojones contra el culo de Silvia, clak, clak, clak, hasta que no pude aguantar más y una tremenda lechada de semen salió disparada de mi polla para desbordar el estrecho culito de la psicóloga de mi mujer.

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