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Lo que no aprendes en la prepa

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Conocí a Itzel en la prepa y siempre me había parecido que estaba muy rica. Me imaginaba lo que sería cogérsela, pero en ese tiempo éramos amigos y yo era muy tonto para insinuar algo más. Sin exagerar, tiene buen culo, buenas tetas, buen cuerpo, cabello oscuro, ojos cafés y cara normal, es una chica guapa dentro de lo que cabe. Yo, Arturo, tengo cuerpo normal tirándole a atlético (por temporadas), soy moreno, con barba, ojos cafés y cabello oscuro.

Desde hacía tiempo teníamos pendiente un café, así que le dije que fuéramos por él. Aceptó y nos vimos en un centro comercial. Quise comérmela ahí mismo en cuanto la vi. Blusa pegada y escotada, jeans igual de pegados, todo le resaltaba, se alació el cabello y se pintó los labios con un tono “rojo pecado” o “rojo lujuria”, como quieran llamarle. Fuimos por el café y caminamos durante un buen rato, hablando de cualquier cosa que saliera a la conversación y en cualquier momento que podía me agarraba el brazo o se me pegaba mucho, al grado de sentir hasta el bra que llevaba o sentir sus ricas tetas.

Cansados de caminar nos sentamos en una banca. De repente, se me acercó, pegó su cuerpo tanto al mío que pude sentir sus senos, empezó a jugar con mi cabello y se me acercó al oído. “Vamos al motel que está cerca de aquí”, me dijo. Me quedé helado. Yo la creía una santa y hasta cierto punto, muy inocente. Si dudaba de lo que eso quería decir, el inocente era yo. Todo sucedió en una fracción de segundo, pasé del susto a los nervios y de los nervios a la confianza. “Ok”, le respondí. Traté de verme lo más calmado posible, la tomé de la mano y fuimos al estacionamiento por el carro. El motel estaba a una cuadra del centro comercial, entramos en él, le abrí la puerta y caminamos hacia la recepción y mientras eso pasaba tomó mi mano, la puso en su delicioso culo y le di un fuerte apretón. Ya me había aguantado muchos años.

 “Un cuarto, por favor”, le dije al chico de la recepción. Itzel estaba de espaldas a mí así que no vio cuando el chico la miró de arriba a abajo y me hizo una seña con el pulgar hacia arriba como diciendo “bien, campeón”. Pagué y medio la llave. “Está luego saliendo del elevador”, alcancé a oírle.

Entramos en el ascensor y el viaje duró nada, apenas dos pisos. Caminamos hacia el cuarto y abrí la puerta. A pesar de ser motel, la habitación estaba decente, una cama, dos burós, un tocador con un espejo grande, un pequeño sofá y un baño con regadera. Nada mal para 400 pesos. Entramos y ella dejó su bolsa en el tocador. “Espérame tantito”, me dijo y se metió al baño.

Moría de nervios así que me senté en la cama para relajarme, me quité los zapatos, los calcetines y el cinturón, lo demás me lo quitaría ella. Pasaron unos minutos y salió del baño completamente desnuda. Se me puso durísimo. Se paró frente al espejo, se hizo una cola de caballo y se revisó el maquillaje. Yo seguía sentado en la cama completamente apendejado. Veía el reflejo en el espejo de sus exquisitas tetas y de su vagina sólo con una línea de vello. Casi podía saborear su sexo.

Volteó, se sentó sobre mí, me quitó la playera, pasó sus manos alrededor de mi cuello y me besó. El beso me calentó más. Despacio, recorrí sus labios, dando pequeñas mordidas mientras ella bajaba sus manos, tomaba las mías y las ponía en sus nalgas. Las apreté tan fuerte que ella dio un brinco y me apretó más a su boca. De pronto, se detuvo y miró hacia abajo, a mi pantalón. Se veía un bulto por la erección que tenía. Volvió a besarme y poco a poco me recostó en la cama, me desabrochó y fue bajándolo hasta que quedó al descubierto mi miembro. Al verlo, se mordió el labio de una forma muy lujuriosa. Se sentó en mis piernas, lo tomó en sus manos y comenzó a jalarlo lentamente. Yo simplemente cerré los ojos y me dejé llevar. Creo que de inocente no tenía nada. Empezó a jalarlo más rápido hasta que con la vagina lo aplastó a mi cuerpo y comenzó a masturbarse con él. Poco a poco sentí sus fluidos mojar mi miembro. Ella sólo doblaba hacia atrás la cabeza por el placer que sentía y soltaba pequeños gemidos, a ratos abría los ojos para mirarme y esbozar una sonrisa. Tomó mis manos y las puso en sus senos, los apreté fuertemente y ella soltó un gemido mientras seguía frotándose con mi pene. Cuando empecé a apretar sus pezones sus gemidos fueron más constantes hasta que ya no pude más y en un movimiento la penetré. Se abalanzó sobre mí, me puso los senos en la cara y me apretó contra ellos mientras empezaba el furioso vaivén. Sus gemidos se hacían más fuertes y me apretaba más contra sus senos. Yo los besaba y lamía los pezones y a la par apretaba su delicioso culo, por momentos bajaba la cabeza para besarme y morderme el labio sólo para acelerar el movimiento y gemir más.

“Duro, Arturito”, me decía. Me prendía tanto que me llamara Arturito que sólo me quedaba corresponderle penetrándola más duro. De pronto, me besó y soltó un gemido que seguro se escuchó en el pasillo. Había tenido un orgasmo, sentía sus fluidos resbalaban por mi miembro. La visión de su cuerpo bañado en sudor sólo hacía que se me pusiera más duro. Di una vuelta en la cama, la recosté y me abalancé sobre su sexo. Necesitaba comerme esa vagina. Abrí bien sus piernas y con frenesí lamí el clítoris. Ella no dejaba de gemir ni de arquear el cuerpo, la sentía temblar, apretaba mi cabeza contra su vagina. A la par, metí dos dedos en ella y con la mano libre tomé un seno y lo apreté con fuerza. “Cómetela”, me ordenó. Ella sólo gemía y se arqueaba extasiada, sus fluidos mojaban mi mano, podía sentirlos resbalar en mi boca mientras lamía su clítoris. De nuevo sentí que se arqueaba y mi mano se mojó más, había tenido otro orgasmo. No parecía cansarse y yo después de haberme comido su riquísima vagina, menos. Había sido una especie de revitalizante.

Se levantó rápido de la cama, me jaló por el pene y mientras se apoyaba de frente al tocador, se metió mi miembro. La tomé de las caderas y empecé la embestida. Podía ver el reflejo de su cara en el espejo cerrando los ojos de placer, poniéndolos en blanco o mirándome y esbozando una sonrisa pícara. “Dame más duro”, me gritaba. Yo sólo obedecía y la embestía con más fuerza. Sus gemidos y el golpeteo de su culo contra mi cuerpo era lo único que se escuchaba. Bajó su mano y por debajo comenzó a masajearme los huevos. No pude evitar gemir y de nuevo embestirla más fuerte. La jalé hacia mí y tomé sus senos en mis manos, los apretaba y al mismo tiempo la embestía. Giró su cabeza para besarme y de nuevo se lo metí más duro, sentía sus gemidos al besarla. De pronto, se separó de mí y me sentó en la cama para besarme y al mismo tiempo jalármelo. Esta vez sus besos eran más agresivos. Con su mano libre me apretaba contra su boca. Sin dejar de jalármelo, recorrió mi cuello besándome hasta la oreja. “Échamelos en la boca”, me dijo al mismo tiempo que se arrodillaba y se metía mi pene en la boca. Lo metía y lo sacaba rápido sin dejar de jalarlo y al mismo tiempo me masajeaba los huevos. Me sentía en el cielo, muchas veces imaginé coger con ella y venirme en su boca y estaba a punto de hacerlo. Se lo sacaba de la boca y lo lamía de arriba abajo, lamía la punta haciendo círculos con la lengua para después volver a metérselo y jalarlo rápido y yo mientras acariciaba su cabello viendo cómo se devoraba mi miembro, tal como la había imaginado tantas veces, lujuriosa y salvaje. Empezó a jalarlo y a lamerlo más rápido y sin sacarlo de su boca, sentí mi esperma llenarla. Siguió jalando y succionando, quería hasta la última gota. Poco a poco sentí que la erección pasaba y ella bajaba el ritmo. Levantó la cabeza para verme y vi el hilo de semen que le escurría por una comisura del labio, se lo límpió con un dedo, lo metió en su boca y se lo trago todo. Se levantó, se sentó en mis piernas y me abrazó para besarme el cuello mientras yo recorría sus senos con pequeños mordiscos y besos.

No sé cuánto tiempo pagamos por el cuarto pero nos quedamos así por un buen rato en completo silencio.

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