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El encuentro (4ª parte)

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Seguía en contacto con algunas amigas, en común, aunque eran más de ella que mías. Con el tiempo nos aceptábamos, éramos amigas del alma. Compartíamos algunas cenar o íbamos tomar copas, se podía decir que nos llevábamos bien. Este mundo que me pareció tan tétrico al principio, cuando era una heterosexual recalcitrante y ahora era mi mundo... irónico... ¿verdad?... Me parecía mentira.

Una noche el grupo decidió que iríamos a uno de esos locales donde los espectáculos eran de pago por monedas. Te sentabas, en una cabina estrecha y veían a través de un cristal, como dos tías se lo montaban juntas. Me pareció un poco fuerte, pero por no hacerlas un feo, fui. En alguna ocasión pensé en ir a algunos de esos locales, pero por miedo a ser reconocida, me asustaba. Quizás era una buena forma de tener sexo, sin problemas. Llevarme alguna a la cama... la cual no conoces de nada y previo pagar... disfrutas de una mentira y siempre podías pedir lo que más te gustaba. Se me hacia extraño.

Al llegar el sábado, por cierto era el quinto aniversario de la muerte de Luisa, mi anterior pareja, fui a donde habíamos quedado con las otras. En la entrada, todas ya me esperaban en la escalinata, cerca de la puerta de entrada.

Aparque y un aparca coches se lo llevo. Las bese, una a una. Entramos casi todas juntas. Mire un poco a mí alrededor, estaba llenísimo de tías impresionantes, mientras adelantábamos como a paso de tortuga, íbamos rozándonos con todas. Me encontré ridículamente vestida, al ver las demás, hasta mis acompañantes, estaban mejor vestidas que yo, con un vestido negro largo, pegado al cuerpo, con un fular negro, también, que tapaba mis hombros y zapatos del mismo color. Parecía que iba de luto, mientras el resto, con multitud de colores y vestidos mucho más despampanantes que el mío.

Por fin nos acercamos a la barra, pedimos una ronda de whiskys. Lo necesitaba y lo trague de golpe, bajo la sorpresa de mis compañeras. No quería que ninguna se diera cuenta pero estaba algo decaída. La más cercana a la barra pidió otra ronda y nos sentamos en una mesa, dentro de una de las salas contiguas. Cada vez que pasaba alguna de las bellezas por nuestro lado, mis compañeras me comentaban lo buena que estaba y el polvo que la echarían. Yo las sonreía, pero no las miraba siquiera. Pensaba en Luisa y que si estuviera viva, hoy lo celebraríamos juntas y no me encontraría en esta situación.

Tras cinco rondas, bastante ebrias. Entramos en los diferentes cuartitos. Eran estrechos, solo tenían un banco rojo y poco espacioso, se podían estirar las piernas a lo sumo, pero pensé que en el fondo, era mejor así, ninguna de las otras podría entrar conmigo. Cuando se encendieron las luces, dos tías impresionantes, tumbadas sobre una tela de seda negra, tapas con unas capas negras, empezaron a balancear sus brazos como si fueran mariposas, a contorsionarse, enseñando todo su cuerpo, en su toda su extensión.

Llevaban mascaras negros que cubrían toda su cara y cabeza, en donde solo se podían ver sus ojos, bocas y sus larguísimas melenas. Sujetadores abiertos, enseñando sus tetas bien formadas con pezones rosados, erectos. ¡Silicona!. Dije. Con unas braguitas de cuero negro naturalmente, abiertos por debajo, enseñando sus rubios vellos púbicos, como sus cabelleras. Unas medias de red, sujetas con ligeros. Ejecutaban una danza.

Dejo de interesarme cuando empezaron a besarse y sobrase. Me parecía muy sexy, pero solo podía pensar en la tontería que estaba echo al aceptar sus invitaciones de mis amigas... Estar ahora mirando esta ficción y lo bien que estaría en mi casa leyendo un buen libro. Cuando termino, bostezaba, se apagaron las luces, pero antes de que saliera, alguien golpeo con los nudillos el cristal y me llamaba por mi nombre. Al girarme, una tía de grandes ojos azules, me señalaba que me acercara a la cristalera. Me acerque, la mampara se abrió, hacia dentro. Apoyándose en mí hombro, bajo a mí compartimiento. Mire a mí alrededor, estábamos solas. Con la única iluminación de una luz roja tenue. La mire encerrada, como un murciélago, en su capa negra.

Me dijo que era un regalo de aniversario, de mis amigas. No la dije, nerviosa. Se quito la capa y debajo no llevaba nada. Trague saliva, era como una diosa. Parpadee varias veces, para podérmelo creer. Me cogió de los hombros y me sentó en el banco, sentándose a mi lado. Tenía las piernas abiertas delante de mí. Empecé a sudar al ver su pecho perfecto y su sexo a mi merced. Cogió mi mano derecha muerta y la llevo a su sexo, haciendo que se lo tocara, mientras me miraba a los ojos. Me ruborice. Sentí como el mío se humedecía. Las luces se volvieron a encender, pero ella corrió unas cortinas y cerró ese reservado. Seguí como una autómata tocándoselo, tragando saliva. Nuestros labios se juntaron, en un beso tierno, ella tenía los labios muy rojos, por el carmín que fui saboreando y se mezclaba con el mío, a su paso, mientras mi boca estaba seca, la suya tan húmeda como mis braguitas.

No podía verla bien, pero sus ojos lucían en la oscuridad como las de los felinos, ahora. Podía sentir sus manos bajándome los tirantes del vestido y tirando de él para dejar libre mi pecho, que en estos momentos era una piedra. Inclinándome contra la pared, me iba lamiendo los pezones y mamando de ellos, una leche imaginaria, que me mareaba. Cerré las rodillas con fuerza, mi hendidura chorreaba ya, pedía ser abierta, lo antes posible.

Como no había luz, se quito la mascara para poder trabajar mejor. Mis manos como siempre en mis primeras relaciones, volaban sobre ella sin saber que hacer, pero esta era de pago y no tendría que dar cuentas a nadie. El vestido la molestaba y me lo quito por encima. Lo tiro descaradamente tras ella y me arrastro hacia ella, dejándome apoyada sobre la banqueta. Mi cabeza quedaba en la pared. Me entro miedo e intente sujetarme a algún lado, no encontraba nada cercano.

¡Me voy a caer!. Dije. ¡Tranquila, no te dejare caer... Déjate llevar, al paraíso de los placeres!. Pasando sus manos por encima de mis pezones y bajando por mis muslos abiertos. Toda mi piel respondió a su caricia, pero aun así no me encontraba cómoda. ¡No... no me siento bien... así!. ¡Vale!. Levantándome sobre sus muslos y bajando al suelo donde nos tumbamos, besándonos y acariciando, todo el cuerpo. No había mucho espacio, pero el suficiente, para que sus manos levantaran mis piernas, me quitaran las braguitas y dejar una sobre el taburete. Empezó a chuparme los muslos por su parte interna, mientras yo arañaba el parque del suelo. Gemía y bufaba, cada vez que su lengua pasaba por mi rajita roja e hinchada y la hacia suya.

Me estaba humedeciendo cada vez más y ella lo notaba a cada pasada, ya que quedaba cada vez más tiempo enganchada dentro de mi vagina y acariciaba mi clítoris, magreándola con su lengua y dedos. Mientras no descuidaba, ni un minuto mis pezones o mi boca. Se puso sobre mí, arrastrando algo rasposo, sobre mis piernas. Pensé que seria de su atuendo, algunas tiras de cuero de su careta, que se había enredado.

Pero la sorpresa llegaría en unos minutos más tarde cuando algo duro, caliente y grueso, no sabía muy bien que era. Unas correas me acariciaron el abdomen, pensé que lo estaba ajustando.

Doblo la rodilla de la otra pierna, hasta subirla a sus hombros, con un ligero masaje de sus dedos en mi entrada, fue introduciéndolo lentamente, en su interior. Mi vagina fue penetrada sin problema. No sentía su vello pubico pegarse al mío todavía, así que pensé que no estaba del todo dentro.

Con su peso pélvico, sentí como bajaba mi vagina, a cada suave penetración del artefacto, se pegaba cada vez más a mi suave pared anal, en la que tenía algo duro también en su entrada, pero por el momento solo daba ligeras caricias en mi orificio, con uno de sus dedos. Lo hacia con mucha suavidad. Me dolía la resistencia de mi ano, a aceptar la otra parte. Gemía y me quejaba. El objeto iba en una perpendicularidad perfecta, pero luego apretando mi ano y separando mis nalgas, mi orificio fue lentamente cediendo a la otra parte del pené artificial, insertándolo ligeramente. Di un gemido cuando de un empujón entro todo y chocando con mi pubis.

Quedo quieta dentro, sin moverse. Ella me dio tres fuertes embestidas, pegando con fuerza sobre mis huesos pélvicos, haciéndome gritar con fiereza ante el dolor, que me produjo. Paro de nuevo unos segundos, me tapo con fuerza la boca y volvieron las sacudidas, como una descarga de penetraciones, muy rápidas. Me intente mover, pero su peso y presión me lo impedía. Seguían y seguían las embestidas cada vez con más violencia.

Mi sexo se excitaba a cada empujón. La arañaba con fuerza su espalda, haciendo que con las uñas la hacia daño y probablemente sangre. Estaba desbocada, jadeándome, gimiéndome, respirando entrecortadamente, cabalgándome como una posesa. Al quitar la mano de mi boca, gemí, llore y la gritaba de placer, esta vez. Mis flujos vaginales corrían por los anales. En una de sus embestidas, note como salía del todo el mecanismo y como volvió a entrar con violencia.

¡Estoy a punto... no lo puedo soportarlo más... Dame... Dame!. Ahora era yo la que no podía esperar más y le gritaba, que no parara. La mordía el hombro derecho, para no hacer tanto ruido. Salió como una explosión, como una catarata, que inundo todo lo que encontró a su paso, ya que ella también se deja llevar y ambos flujos se entremezclaron. Ambas quedamos quietas, sin aliento, una sobre la otra, jadeantes, intentando recuperar el aliento. Nos besábamos, con esos besos secos, sin aliento, como dándonos aire mutuamente.

Haciendo con sus brazos palanca para que me abriera todo lo que pudiera y dejara todo mi sexo expuesto a su lengua. Chupo ambos flujos, arrodillada en mi dorso. Lamiendo todo lo que no recogió el suelo. No podía alzar mi cabeza, era como si llevase un peso como collar. Según friccionando su lengua contra mi sexo, volví a sentir que me iba excitando de nuevo. Me pidió que me diera la vuelta. Fue acariciando con suavidad mi espalda y metió las dos manos, entre mis nalgas.

No intente oponer resistencia, estaba cansadísima. En un principio solo jugaba y mordía mis cachetes, acariciaba y chupaba mis cachetes. Pero lo dejo de ser, al sujetarme por la cintura y dejando mi culo enpompa a su merced. Introdujo el pené de nuevo en mi vagina, de un solo golpe y con un ligero vaivén, casi volvía a correrme de nuevo, lo saco y lo metió en mi ano. Dando un grito e intentando esquivarlo, pero no fue sencillo. Como si de una corriente eléctrica me recorriera al sentía su miembro apretándose de nuevo en mis paredes anales. Casi me orino encima del dolor/placer.

Balanceaba mis nalgas, arriba y abajo, con mucha rapidez, mientras chocaba contra su pelvis. Me estiraba para adelante, casi sacándolo y luego lo penetraba con viveza al ser atraídas de nuevo. Pensé que me iba a romper por dentro y me tendrían que dar puntos. Cediendo a su resistencia. Atrapo mis pezones, estirándolos y pellizcándolos. Su bombardeo me estaba volviendo loca, por momentos. Me deje llevar ante su insistencia y poco a poca dejo de dolerme, para pasar a disfrutar de ello. Volvía a correr con más violencia, sí cabe que la anterior.

Al terminar me lo saco lentamente y chupo mi vagina, como mi ano, chorreante, mientras me recuperaba. Respiraba entrecortadamente, gemía y movía a cada libación de su lengua, mis nalgas. Ella me ayuda a levantarme del suelo y sentarme en el taburete agotada. Me dolía, hasta el alma. Como apareció, desapareció de mi vida... Por la misma ventana de la que salió. Cuando me vestí y como pude me arregle el pelo, peinándolo con los dedos y el maquillaje, que ya estaba tan acostumbrada a hacerlo, que lo hacia a oscuras. Al encontrar un lavaba cercano, entre para comprobar mi aspecto. Dentro caminaban algunas de las artistas.

Aunque me miraron, ninguna me dijo nada. En la misma mesa donde estuvieron antes de entrar a ver el espectáculo, estaban mis compañeras de juergas que reían y seguían tomando copas. Al acercarme me miraron. Cogí el whisky de una de ellas y lo tome de un trago y pedí otra ronda. Me senté, pero tenía la sensación de tener almorranas y no me podía sentarme bien, lo hice de lado. Todas mis partes bajas estaban dolorida. Ninguna de ellas hizo ningún comentario sobre lo ocurrido en el reservado, ni por que había tardado tanto. Tras un tiempo razonable, me despedí de ellas y me fui a mi casa.

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