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Detrás de una ventana

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Al fondo suena una música insoportable. Mientras la veo en su cuarto, por entre las cortinas. No puedo evitar preguntarme si ella me ve, si siente mi presencia.

Esta vez no hay mucho en mi cabeza, nada que me distraiga de la vista que la ventana me proporciona. Ella, una morena espectacular, de casi un metro ochenta, de pelo negro, delgada, una diosa. Yo, simplemente un tipo sin gracia.

Fue definitivamente la suerte la que me puso esta noche en la ventana.

A veces quisiera saber su nombre, pero hoy eso no tiene una pizca de importancia. 

La veo tendida en la cama. Lee un libro. Pasa las páginas con delicadeza. Mueve sus piernas envueltas en un pantalón que le queda perfecto. Se acomoda y se le ve una camiseta blanca que deja sus pechos como un par de montañas. Montañas que todos quisiéramos escalar.

Mis ojos terminan en su cara. Delgada y delicada. Una nariz perfecta y unos labios chiquitos. ¿Qué tal seria el sabor? Me imagino que es dulce. Toda ella es dulce. Sus ojos miel no dejan de seguir las líneas de ese libro.

La música insoportable para, y ella también se detiene. Se levanta de la cama y deja el libro a un lado. Se va. Me quedo con la visión de toda ella. Su espalda recta, termina en una espectacular parte posterior. Sus nalgas son el cielo, redondas. Más chicas que sus pechos, pero igual de peligrosas. Estamos en territorio desconocido.

El morbo me excita. Siempre hay peligro en observar de lejos.

La morena regresa. Trae una copa de vino. Rojo.

Bebe y sus hermosos labios tocan el cristal. Me imagino como el cristal. Simplemente quiero probar. Necesito su sabor. 

Pasa de página otra vez. No sé qué está leyendo, pero cada palabra le llega a la piel. Se acaricia el pecho, suave. Cada vez el gesto es más largo. termina dentro de la camiseta. 

Yo, de mi lado, veo como mi erección ya empieza a ser más que un simple inconveniente.

Ella sigue en sus caricias. Puedo ver su mano resaltando por debajo de la tela. Se hace masajes circulares. Cada palabra es más penetrante que la otra. 

Ninguno resiste. La tela solo es un obstáculo. Ella se quita la camiseta, yo hago lo mismo con el pantalón.

Su brassier es rojo, tiene encajes. Veo la piel. Mi ropa interior apenas resiste mi pene erecto.

Su mano baja hasta los ajustados pantalones. Juega con su sexo por encima de ellos. Yo hago lo mismo con el mío. Mis manos están sobre la tela de mis calzoncillos. Los dos rondamos, sin llegar directamente al punto.

Sus dedos se deslizan dentro de ellos. 

Llegado a este punto, ya no aguanto más. Mis calzoncillos terminan en mis tobillos. Mi pene es abrazado por mi mano derecha.

Ella se abre el botón y desliza la prenda por sus infinitas piernas. Unas bragas rojas para hacer juego.

Se mete dos dedos dentro de las bragas. Veo la mano moverse. Veo las manos moverse. La de ella dentro de su ropa interior y la mía recorriendo mi miembro. Ella hace círculos, yo voy de arriba hacia abajo.

Suelta el libro. El ritmo aumenta.

Con su mano libre, libera sus pechos. Grandes. En forma de pera. Sus pezones, morenitos, más oscuros que su piel, están erectos. Estamos casi paralelos. 

Se alterna la mano, cada seno espera su turno. Un masaje aquí, un masaje allá.

Tal vez...realmente no sé, por cuestiones de cosas, los dos avanzamos a la misma velocidad.

Nos encontramos en una carrera para llegar al éxtasis. El placer de competir.

Ella llega primero por unos segundos. Se retuerce, se arquea, cierra los ojos, los abre. Queda con la mano allí, en su sexo, mientras todo se calma. 

Yo termino explotando. Mis fluidos terminan en mi mano. Mi pene se expande y luego se encoge. Cierro los ojos. Un hormigueo se forma en mi estómago. Me recuesto en la silla sudoroso.

Ella ya tiene demasiado con la tela. Se quita las bragas y me muestra su vello púbico. Su sexo hermoso. ¡Como quisiera probar eso!

Se levanta otra vez. Me da una mirada. Si me sentía, si me veía. 

Divina, cierra las cortinas y me dedica un beso. Bueno morena, yo te dedico esta faena.

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