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Mi vecina Rosa (1)

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Hacía poco más de cuatro meses que Laura yo nos casamos. Nuestras relaciones sexuales han funcionado bastante bien ya que desde que comencé a trabajar como profesor de matemáticas en un pueblo cercano a Salamanca, ella se vino a vivir conmigo, de esto hace ya cinco años en los que, pobre de mí, creí conocerlo todo sobre las mujeres.

Los padres de Laura, Martín y Ana, tenían un restaurante en una zona de la Sierra de Cazorla, en un principio bastante deshabitada y que con el paso del tiempo se fue poblando de chalet que se diseminaban por una ladera hasta llegar al río. Cuando el padre de Laura se jubiló, cerró el negocio de restauración pero dejó intactas las instalaciones, "por si nos interesa alquilarlo" decía. Vivían en la parte de arriba del edificio, aunque toda su vida la hacían en lo que fue el restaurante.

El chalet que hay más próximo, al otro lado de la carretera, siempre había estado cerrado, decía mi suegro que era de una familia de Madrid, que los padres estaban ya mayores y a los hijos no les gustaba la sierra. Este año sin embargo, me sorprendió verlo abierto, con los toldos nuevos y macetas en las ventanas. Enseguida me enteré que lo había comprado un matrimonio de Alicante, la nueva inquilina, y su marido habían vuelto de Alemania después de haber estado trabajando 20 años en una ciudad cercana a Munich, y con los ahorros, decía ella, habían cumplido el sueño de su vida: vivir en el campo.

Mi afición a la fotografía me llevaba todas las tardes a dar largos paseos por la sierra, estaba deseando llegar para "perderme" con la cámara. A la vuelta de mi primer paseo encontré a Laura con sus padres sentados a una mesa grande que había en el comedor del restaurante, justo delante del televisor. Ana se levantó.

– Mira Diego, estos son Rosa y Ángel, los nuevos vecinos.

Ambos deberían rondar los cuarenta y algo de años, Ángel era un tipo normal, más bien bajito y algo escaso de pelo, Rosa guardaba la esencia de haber sido una joven atractiva, sus ojos no eran grandes, pero esta carencia la suplía con un brillo pícaro en la mirada y una boca sensual. Su estatura era normal y estaba perfectamente proporcionada. Decir que es una joven en plena maduración, creo que la define perfectamente.

Estuvimos hablando un rato de mi afición a la fotografía, de las reformas que estaban haciendo en su nuevo chalet, de mi trabajo… Ellos volvieron a sentarse de nuevo a la mesa y yo fui al piso de arriba para dejar la cámara, ducharme y cambiarme de ropa.

Cuando volví seguían con su tertulia Ángel y mi Martín, jugaban a las cartas y mi suegra deleitaba con relatos de la sierra, de cuando ella era una niña. Uno de los juegos que hacían entonces para pasar las veladas, consistía en hacer llegar un mensaje de una persona a otra sin que el que se quedaba lo interceptara, guiñar un ojo, tocar el pie debajo de la mesa, dar un golpe con la rodilla, eran algunas formas de transmitirlo.

Era divertido ver la cara que hay que poner para despistar. Rosa estaba sentada a mi lado, por lo que normalmente, los mensajes debían pasar de ella a mí o viceversa. Recuerdo que llevaba puesto un vestido abotonado por la parte de adelante que le tapaba hasta la rodilla. al estar sentada, se le había subido un poco dejando ver un trozo de su muslo, terso y morenito, entre dos botones,

Me uní al juego y prácticamente todos los mensajes que me llegaron se los pasaba a Rosa, ella hacía lo mismo. Empecé por golpear mi rodilla con la suya, a lo que siguió un roce en la pierna cada vez mas intenso. Aprovechado el mantel que había en la mesa, metí las manos debajo y el siguiente mensaje que envié a Rosa fue una palmadita en la parte interior de su muslo. Pareció no inmutarse, pero enseguida me devolvió la señal girándose un poco hacia donde yo estaba escondió también las manos bajo el mantel y dando un golpe con la punta de los dedos en mi entrepierna. Para cuando le hice llegar el siguiente mensaje, había soltado un par de botones del vestido y la yema de mis dedos alcanzaron el montoncito de algodón que atesoraba al final de los muslos ligeramente abiertos. Ella contestó deslizando su mano por mi entre mi muslo y el amplio pantalón de deporte. Apretó con suavidad mi palpando el tamaño que estaba tomando mi polla. Ella abrió las piernas y apoyando la espalda en la silla se deslizó hacia delante. Esta mujer me estaba poniendo a hervir. Dibujé su raja con un dedo y lo deje pegado. Le presionaba suavemente y notaba cada vez que excitación. Movía el dedo a un lado y otro podía percibir sus labios inflamados por la excitación. Vi como apretaba la boca y se hizo hacia atrás en la silla para separarse de mi mano. Me miró con gesto de disculpa y creo que adivinó también en mi mirada un poco de decepción que intentó consolar buscado en mi pantalón. Sacó mi erección de su protección y la acarició dando movimientos circulares con los dedos, luego adelante y atrás. No sé como pude aguantarme, cogí su mano para que parara y la miré a los ojos, Rosa me devolvió una mirada pícara, justificando así su comportamiento anterior.

– Alguien tiene un mensaje retenido desde hace un rato, reclamó mi suegra. La advertencia sonó en mi cabeza como una campana. Estaba tan atrapado entre las piernas y las manos de de esa mujer que olvidé por completo que estaba jugando.

Terminamos con el juego y seguimos hablando y tomando algo de picar, me ofrecí de camarero, como ya había hecho otras veces en aquel local. Miraba a Rosa y creo que le gustaba sentirse observada por mí. Se inclinaba a coger algo de la mesa y lo hacía mostrándome como se perdían sus pechos entre el vestido y el sujetador. Ya de pié intentaba rozarla de forma accidental y me respondía haciendo más intenso el encuentro fortuito.

–Me tienes que enseñar tu casa, le dije a Rosa, debe de estar quedando preciosa.

–Cuando queráis nos hacéis una visita, dijo mirando a Laura y haciéndola, de esta forma, partícipe de la invitación.

A la mañana siguiente me levanté más tarde de lo que acostumbro, serían las diez de la mañana. Estaba preparando el desayuno cuando mi suegra entró en lo que antes había sido el bar y me dijo que había estado Rosa preguntando por mí y que cuando tuviera un momento libre me llegara por su casa para ayudarle con algo de una antena. Terminé rápido el desayuno y me fui en busca de Rosa.

En la casa parecía no haber nadie, grité su nombre un par de veces hasta que por fin, su voz contestó desde un jardín que hay detrás de la casa.

–Tienes una casa grande y muy alegre, nunca he estado aquí, la recuerdo siempre cerrada, le comenté mientras me aproximaba a ella. Su mirada delató que se estaba acordando de la noche anterior. Se movía contorneándose entre las plantas, se recogía el pelo llevándose las manos a la nuca y marcaba ante mí dos pechos preciosos. 

Se inclinó para coger una maceta del suelo presentándome un culo increíblemente, redondo y duro, en el que se dibujaban las líneas de unas braguitas pequeñas. Yo jugaba a no darme cuenta de nada y ella enseguida entendió el juego. Cortó un capullo de rosa a punto de abrir y lo acercó a la nariz para olerlo, luego lo besó suavemente, acariciando con él sus labios, se lo `pasó lentamente por cuello y por el descote de su blusa. Creo que esto la estaba excitando tanto como a mí. 

---Continuará.

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