Admito que fue algo incómodo. Ponerme enfrente de tres hombres mayores mientras usaba sólo un pequeño bikini negro. Pero si llegué hasta ahí fue por decisión propia.
Los tres me observaban en silencio, sentados. Todos como de sesenta años, con trajes elegantes y rostros pensativos. Yo iba dispuesta a sobrellevar los nervios. Así que me dediqué a modelar, usando mis brazos y mis caderas, pesadumbre como una diosa.
El más calvo se inquietó cuando le vi directo a los ojos. Y el de bigote habló.
-¿Cuál es tu nombre, pequeña?
-Iris
-Tienes un cuerpo muy bien formado.
-Gracias
-Me gustaría comprobar la firmeza de tus piernas.
-Adelante.
Se levantó de su asiento, y estirando sus brazos, se inclinó para acariciar con sus dos manos la pierna que yo le había puesto hacia adelante. Tras unos treinta segundos, se dirigió hacia los otros dos.
-Su piel es suave, y sus piernas firmes.
Llegó mi turno de presumir.
-Así es. Tengo una rutina de ejercicios bastante intensa, y dedico un tiempo para practicar deportes.
El tercero, el más gordo, habló.
-¿Por qué crees que tienes lo necesario para ser esposa de alguno de nosotros?
Ahora revelaría un secreto.
-porque los conozco muy bien. A cada uno de ustedes. Sé lo que les gusta y lo que odia cada uno de ustedes. Los admiro desde hace mucho. A usted, don Salomón -el Calvo- le encanta el color negro. Y en especial un bikini de ese color. A don Tomás -el de bigote- le gustan las piernas femeninas. Por eso me dedique a tener las mejores. Y don Elio -el gordo- adora a las chicas de carácter fuerte. Me alegro de decirle que este es su día de suerte.
Los tres sonreían, maravillados. Yo me puse las manos en las caderas, mostrando altanería. No imaginaba todavía que luego iría a ser débil ante uno de ellos.