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rey o esclavo?

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El muchacho camina descuidado.

El sol es tibio, el roció empieza a desaparecer.

Lleva tres horas andando.

Despertó, al amanecer, cuando la luz entro en la cueva.

La eligió, tal como le enseño su abuelo: lejos del camino, en la ladera opuesta, orientada a levante, alta y seca.

Puso zarzas secas en la entrada, pero no hizo fuego. En la noche el fuego protege de los lobos y los jabalís, pero se ve desde lejos.

Ha dormido con la cabeza sobre el peto, la espada entre las piernas, el pomo sobre el sexo, dispuesta.

Soñó con su madre y sus hermanas. Cantando, entre lagrimas la palinodia de despedida.

Queriendo, la madre, arrepentirse del permiso prometido.

Después soñó que encontraba lo que busca, que llegaba al borde del mar y una nave, con la vela blanca, cuadrada, le esperaba. El gallardete cretense en lo alto del palo.

En su aldea, ha dejado cumplidas las condiciones para su libertad.

La madre se las impuso.

No hasta que tu hermano cumpla 18 años.

No hasta que tu semilla haya fructificado en el vientre de mi nuera.

“Si no vuelves, tu hijo continuara.”

Se ha desayunado con un trozo de tasajo.

Sus hermanas se lo pusieron en el zurrón de piel de cabra, sin curtir, con el pelo vuelto hacia fuera.

El arroyo junto al camino le ha dado agua clara e hierbas sabrosas. Pan, ya no le queda.

El viaje no es cómodo.

Viaja casi desnudo, una túnica corta de lana, sin mangas, el ceñidor suelto para andar mas cómodo.

Descalzo, las sandalias con suela de cuero de cerdo y tiras de piel de cordero, las lleva colgadas del cuello. Quiere tenerlas presentables cuando encuentre lo que busca.

El peto y el espaldar, de cuero bruñido, sueltos los cordones que los convierten en solida coraza, colgados a la espalda.

La corta jabalina recta entre los omoplatos, sobresaliendo sobre la cabeza.

La espada de cobre atravesada sobre los riñones, bajo el tahalí, el pomo a la izquierda, bien engrasada en su funda, lista para ser usada con la mano derecha.

Ni escudo, yelmo ni penacho.

Ni los tiene, ni podría caminar con tanta impedimenta.

Es alto, claro de tez, rubio.

Aunque camina en busca del mediterráneo, su aspecto señala la migración nórdica que trajo a sus antepasados a las montañas del interior.

Distraído, da la vuelta a la peña que oculta el frente del camino.

Siete mujeres le cierran el paso.

Morenas de pelo y de piel.

Una cabeza mas bajas que el.

Casi desnudas, pero bien armadas.

Un peto de cuero les cubre desde el estomago hasta la escápula.

Una ancha banda de piel, les ciñe el talle, y en el centro, bajo el ombligo desnudo, una gran argolla la une a otra banda mas estrecha, que pasa entre sus piernas.

Descalzas.

Todas llevan una espada corta, pulida, destellantes al sol, todavía bajo.

Sorprendido.

Le impiden el paso. la mano en el puño de su espada, en semicírculo cerrado.

Antes de que el pueda sacar su espada, la muchacha del centro señala arriba de la peña.

Siete mujeres, como las del camino.

Sin peto, solo una correa entre las pequeñas tetas sujeta el carcaj a la espalda.

Todas tienen el arco, tenso, dirigido hacia él.

Todas llevan el extraño ceñidor de cuero. Nada mas.

Deja caer la mano.

La misma mujer que le señalo hacia arriba se acerca y le coge la espada y la corta pica.

Le toma de la mano y él, sin ofrecer resistencia la sigue.

Bajo el camino, a la sombra de la peña, hay una litera.

Los estribos en el suelo, en las varas, ocho hombres fornidos, ahora descansado, sentados sobre los talones.

Alrededor, siete mujeres, también casi iguales, con el peto de cuero y el ancho cinturón, con la argolla y la tira de cuero entre las piernas.

En vez de espada, ellas rodean la litera armadas con jabalinas.

La contera en tierra, la aguzada punta de cobre brillante arriba.

Detrás otro grupo de mujeres, a caballo, con pequeños escudos redondos, de cobre brillante y espadas largas.

Es  una de las falanges de la Reina.

Una falange como esta,  siempre esta a su lado.

Su ejercito se compone de cuatro falanges como iguales.

Son mas de cien muchachas, todas vírgenes, elegidas a los 18 años y entrenadas para servirla.

Siempre están junto a la Reina.

A la puerta del palacio, en la torre, incluso en sus habitaciones privadas, allí donde ella este.

Todas llevan el extraño ceñidor. No se puede abrir. La anilla se remacha cuando son elegidas y solo se rompe al cabo de siete años, cuando son licenciadas del servicio.

Cuando el muchacho llega junto a la litera, la mujer que le guía le empuja para que se arrodille.

Una doncella descorre la cortina.

La Reina no es joven, pero esta perfectamente adornada y acicalada.

Él nota su poderoso atractivo.

El collar de oro, con el emblema de la Diosa Madre, la poderosa Madre Día, la muestra como sacerdotisa de la diosa.

“Viajero, ¿como osas aventurarte este día en mi ciudad?”

“Hoy es el comienzo del nuevo año”

“Tu presencia impedirá que la fertilidad de Madre Día descienda sobre mis campos”

“Debes morir”

El muchacho recordó las historias que le contaba su abuelo sobre las extrañas ciudades del Sur: Los dominios de la Diosa Madre.

“Piedad, mi Reina”

“No sabia que había llegado a tus dominios”

“Dejadme volver”.

“No es posible”

“Ya has hollado mis campos y Madre Día necesita un holocausto, para perdonar a mi pueblo”

“Pero aun puedes salvarte”

“Lucharas con el rey, el vencedor será mi esposo, y así se asegurara la fertilidad de mi ciudad”

“Y el vencido debe morir. El humo de su pira subirá en hecatombe para apaciguar a la Diosa”.

A una señal de la Reina, la mujer que le guía le empuja hacia el estibo de la litera.

Inmediatamente los hombres arrodillados se levantan y la comitiva, precedida por las siete amazonas marcha a la ciudad que se ve en el valle.

Cuando se descorren las cortinas le ve.

En el estribo opuesto, abotargado, de edad indefinible, indiferente a todo lo que ocurre esta el rey.

El muchacho esta desnudo, en el baño.

Le han quitado las armas, la coraza, todo.

Esta en  una sala circular, con suelo de barro batido, inclinado, una estrecha tira de mármol, cruzada, la atraviesa y sirve de desagüe, hasta un agujero en el centro.

Él esta de pie en el centro, mientras unas jóvenes, vierten cantaros de agua sobre su cabeza.

Otras le frotan con manojos de hierbas.

Después riendo y pellizcándole, admirando sus músculos y su pelo, le empujan sobre una mesa.

Amasan todo su cuerpo y le ungen con aceite oloroso.

Le cubren con una túnica de lino y le llevan al comedor.

Gachas, cordero y vino.

Come vorazmente.

Le llevan a una habitación: Las paredes son blancas, barro encalado. El suelo rojo barro batido con almagre.

La ventana, estrecha, cubierta con un lienzo de lino.

Una cama, ancha en el centro.

En un rincón, sobre el escabel, su peto, limpio y lustrado.

La espada, fuera del tahalí, recién aguzada.

El tahalí engrasado.

Las sandalias, limpias, solo falta su túnica de lana.

Esta sofocado por las sorpresas, se deja caer sobre la cama y a pesar de que las jóvenes cuchichean a su alrededor, se duerme...

Abre los ojos, y la ve a los pies de la cama.

De la Reina emana un extraño poder que le subyuga.

Sus ojos le dominan.

A pesar de ser una mujer madura le atrae mucho mas que las jóvenes desnudas.

La Reina se lleva las manos a los hombros y deja caer la amplia túnica. Esta desnuda, opulenta.

Se echa junto a el.

Cuando él intenta asirla, le aparta las manos: “Todavía no”.

Sus vírgenes les rodean, riendo.

En la puerta de la ciudad, delante del templo de la Diosa.

El palenque.

El suelo es solo polvo: tierra desmenuzada por el ejercicio diario de las vírgenes de la guardia.

En el pórtico del templo la reina-sacerdotisa.

A su alrededor la falange de su guardia.

A los lados del palenque el pueblo, gritando y alborotando.

A una señal de la Reina se hace el silencio.

Entre varias muchachas guerreras aparece el rey.

Armado de la espada, con la coraza bruñida, sigue pareciendo tan indiferente como en la litera.

Se acerca al muchacho.

Se miran.

El muchacho descubre en sus ojos la derrota.

Ni siquiera quiere combatir.

El rey esta extrañamente resignado.

Una señal de la Reina y comienza el combate.

Todo el pueblo grita, seguro del resultado: “¡el rey debe morir!”.

El rey apenas se defiende.

El joven, lleno aun con el hechizo de la reina, y con la esperanza del premio de su cuerpo, en seguida le hiere en el estomago, debajo de la coraza.

El rey cae de rodillas.

Cuando cree que todo ha terminado, una nueva señal de la Reina hace el silencio.

Una muchacha  de la guardia le entrega un hacha de doble hoja, la “labrys” sagrada, las dos caras de la luna.

Sin una palabra el muchacho lo entiende.

Su mirada se cruza con la del rey arrodillado.

Él le pide perdón y el rey, antes de inclinar de nuevo la cabeza y presentar la nuca desnuda, parece perdonarle con los ojos.

Nada es como esperaba.

Es el “rey” si, pero solo es el esclavo de la reina, su semental.

Apenas sale de palacio, cuando se aventura por las calles nota las miradas de desprecio de los hombres y las risitas de las mujeres.

Vive solo para esperar a la reina.

Ella gobierna su pueblo, guía los cultos a la Madre.

Imparte justicia, controla a su ejercito de vírgenes.

Después, todos los días, él la espera en el gran dormitorio real.

Ella se abandona apasionada, le enerva hasta que la satisface plenamente.

Después se vuelve de nuevo fría e impávida le deja hasta el día siguiente.

Siempre en presencia de las siete vírgenes de su guardia personal, entre sus risitas y bromas.

Ellas “ayudan” cuando la situación lo necesita.

Día a dia, el siente cada vez mas la dominación de la Reina.

Ya no hace mas que comer y beber.

Cada vez le cuesta mas satisfacerla.

Ha abandonado el ejercicio físico.

Sus armas y su coraza estan descuidadas.

Cuando un dia, se mira al espejo de plata pulida, se ve extrañamente parecido al rey que encontró sentado en el estribo de la litera de la reina.

Pronto será el principio del año.....

 

 

© “Arquerociego” 2008

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