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Ana - Cómo perdí mi virginidad.

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Mi nombre es Sara, y la historia de la perdida de mi virginidad empieza cuando era muy pequeña, mi madre es todavía una mujer joven, que cuando era una adolecente, se casó con un hombre 12 años mayor que ella, al quedar embarazada de mi hermano Ricardo. Pero su matrimonio duro tanto como su esposo en serle fiel (o sea nada) y porque no decirlo, ella también siempre fue muy coqueta y no le faltaba la compañía de otros hombres, así que tres años después se embarazo del que es mi padre, lo que motivo su divorcio y el porque desde entonces vivamos los tres solos.

Mi madre ha trabajado toda su vida, y casi nunca nos ha faltado nada, vivimos cerca de mi abuela, quien ha estado al pendiente de nosotros desde que yo recuerdo. Pero bien se dice, que lo que uno ve en casa es lo que aprende, y mi madre, siempre nos enseñó a estar libremente en la casa, como más a gusto estuviéramos (algo que molestaba mucho a la abuela). Mi hermano y yo siempre estuvimos muy conscientes de nuestros cambios hormonales y físicos, nuestra madre, nos hablaba de ellos y de lo que tendríamos que cuidarnos con el paso de los años. El tema del sexo no era ningún tabú en casa.

Al crecer, cada vez me parecía más a ella en mi carácter, me encantaba sentirme rodeada por amigos y compañeros, siempre procuraba ser el alma de las fiestas y saberme atractiva y sexi. Desde muy pequeña, me gusto besar a los chicos y provocarlos, pero gracias a los consejos de mi madre, nunca pasaba de calentarlos y nada más.

Cuando regresaba de la escuela, mi abuela ya había dejado la comida preparada, por lo que normalmente comía y luego me dormía un rato, para después hacer mis tareas y si quedaba tiempo, salir un rato a la calle con mis amigas. Cuando llegaba Ricardo, era quien me despertaba de mi siesta, siempre fue así, hasta que fui creciendo y entonces el cada vez se tomaba más su tiempo para verme y en ocasiones acariciarme o tocarme de más, en ocasiones me molestaba su actitud, pero varias veces disfrutaba despertar de esa manera, aunque nunca lo dejaba pasar de caricias en mi cuerpo y cuando se veía muy atrevido en mis pequeñas e incipientes tetitas.

Había un vecino de nombre Saúl, de la misma edad que mi hermano y uno de sus mejores amigos desde muy chicos. Siempre me encanto y hasta decíamos que éramos novios desde pequeños, ya en varias ocasiones nos habíamos besado, al principio en la mejilla o en los labios muy paraditos, aunque después estos se volvieron más candentes y atrevidos. El empezó a tener su novia en el colegio, por lo que así termino nuestro fingido noviazgo.

Un día, Saúl, llego junto con mi hermano a la casa, yo estaba dormida en la sala, con el uniforme de la escuela, y enseñando totalmente mis calzones, Ricardo me despertó acariciándome mis piernas y metiendo sus dedos bajo mi ropa interior, cuando desperté, molesta por sus excesivas caricias, todavía me enoje más, cuando vi que nuestro vecino veía todo aquello. Lógicamente, cuando mi madre lo supo, se molestó con ambos, con Ricardo por abusar de la situación y permitir que un amigo me viera en esas condiciones, y a mí por no ser consciente de que ya no era una niña y que si quería dormir en la tarde, debería hacerlo encerrada en mi recamara y ser yo quien me despertara por mí misma.

Pensar en esto, la verdad es que me excitaba más de lo que me molestaba, estaba en la edad plena de la adolescencia y la locura de las hormonas. Mi cuerpo y mi mente pedían vehementemente mayor actividad sexual. Obedeciendo a mi madre a medias, empecé a dormir en mi recamara pero evite encerrarme en ella, procuraba taparme con una sábana para evitar enseñar de más, pero siempre despertaba sin ella. Mi hermano seguía visitándome y en más de una ocasión lo descubrí jugando con su pene, sin dejar de observarme. Esto me enloquecía y hubiese querido tomar la iniciativa para sobarle aquello, pero me detenía al pensar lo que pudiera pasar. Lo que nunca espere, fue que mi hermano se pusiera de acuerdo con Saúl, para lo que iba a pasar.

Estaba yo totalmente dormida, cuando sentí las caricias de unas manos sobre todo el largo de mis piernas y hasta mis nalguitas, lo primero que pensé, fue que por fin Ricardo había tomado de nuevo valor para toquetearme, y no solamente eso, sino que estaba acostado a mis espaldas pegándoseme totalmente. Fingiendo que dormía y excitada por las sobadas de la que era objeto, me anime a repegar todavía más mi cuerpo al de él, y buscar su pene con una de mis manos, empecé a ser consiente del gusto que me ocasionaba todo eso, al sentir una humedad jamás sentida entre mis piernas. Mi sorpresa fue mayúscula, cuando la mano que baje buscando su pene, sintió que mi compañero estaba totalmente desnudo y que su falo se encontraba totalmente erecto. “Vaya atrevimiento de mi hermano” – pensé – pero mientras yo estuviera vestida, nada sucedería. Así que empecé a sobar su herramienta y a moverme coquetamente para excitarlo más todavía.

Mi compañero, al ver disposición de mi parte, paso su brazo bajo mi cuello e inicio a magrearme mis pequeñísimos senos, que para ese momento, parecerían más grandes al brincarme mis tetitas, mientras con la otra mano empezó a sobarme ricamente mi húmeda conchita sobre mis calzones. Su boca y su lengua empezaron a jugar con mi oído, lo que todavía me prendió mucho más, la situación ya era muy caliente y comprometedora, por una parte, deseaba seguir con el juego hasta donde acabara, por otra parte, era consiente que tenía que detenerlo. Cuando le pedí que parara, me di cuenta de que mi compañero no era quien yo pensaba, Saúl, aprovecho que gire la cabeza, para plantarme un beso en la boca y buscar con su lengua la mía, trate en vano se separarme de él, su fuerte abrazo detenía mi cuerpo, y la mano que hurgaba sobre mis calzones, empezó a buscar bajo de ellos, creyendo que la humedad de mi sexo, le autorizaba el paso.

Yo trataba con todas mis fuerzas de separarlo, al tiempo que le suplicaba me dejara en paz, pero eso parecía motivarlo todavía más,

 “Bien me decía tu hermano que eras una putita caliente, ahora veras que yo tengo mejores armas que él”.

 “No te hagas la difícil, si tú misma me excitaste más cada vez, y tu concha está totalmente húmeda de las ganas que tienes de que te coja”.

 “Por favor Saúl, no sé qué te haya dicho Ricardo, pero nunca ha pasado nada entre nosotros”.

Sus manos ya habían logrado su primer objetivo, mis pechos estaban al aire, con mi blusa desabotonada y mi brassiere subido hasta la barbilla, mis braguitas ya estaban por debajo de mis rodillas y mi falda subida hasta arriba de mi vientre.

Aunque me encontraba asustada de la posición en la que estaba, mi cuerpo reaccionaba ante sus embates, los besos en mis pechos y sus dedos en mi cuevita, conseguían que mis deseos también se acrecentaran.

Bruscamente, tomo mis piernas y doblo mis rodillas hasta casi tocar mis nalgas, abriéndolas al mismo tiempo, sin considerarme en ningún momento, se montó encima mío y trato en vano de insertarme su verga sin lograrlo.

 “Saúl, no sé, que te hayan dicho de mí, pero por favor, considera que aun soy virgen, jamás he estado con un hombre”.

No sé si eso lo enardeció mas o lo hizo dudar de lo que estaba haciendo, pero en un segundo intento, logro su principal objetivo, su pene empezó a clavarse en mi vagina, me estaba partiendo en dos y el dolor era insoportable, además me sentía humillada y sobajada, pero mis lágrimas y mis lamentos, no lograban detenerlo. Con un nuevo empujón, logro meter por completo su pija en mí, yo ya no pude soportarlo, perdí el conocimiento un momento y no recuerdo lo que haya pasado posteriormente, volví a ser consiente, cuando lo oí gimiendo mientras me bombeaba una y otra vez, pensé en mi juventud perdida, y en las consecuencias de mi coquetería con él y con mi hermano, hasta donde me había llevado. A pesar de que mi madre, me había contado de lo hermoso que era hacer el amor con un hombre y de lo bello que era sentirse poseída, en ese momento no podía sentir sino repulsión por lo que me estaba ocurriendo, no hubo un solo momento de placer, la mejor sensación fue sentir cuando él se salía de mi por completo, vaciando su leche sobre mis piernas y mi vientre.

El macho había triunfado sobre su presa, hasta ese momento se dio cuenta, gracias a la mancha de sangre sobre mi cama, que había tomado a la fuerza, lo más preciado de toda mujer. Ni siquiera se tomó un segundo para disculparse, se vistió rápidamente y salió corriendo de la casa, dejándome sola, ultrajada y deshonrada. Llorando me metí al baño y trate a base de jabón y zacate, borrar todo lo que me había ocurrido.

Al volver mi madre, le platique todo lo sucedido, llore y me desahogue con ella, fue a casa de Saúl, y lo amenazo a él y a sus padres de lo que haría si el siquiera osaba volver a mirarme, jamás volví a tratarlo, ni el trato siquiera de acercarse a mi nuevamente, a mi hermano, mi madre lo envío a vivir a donde su padre, no lo perdono en mucho tiempo, hasta que después de muchos años, el volvió totalmente arrepentido de lo que había hecho, acompañado de su esposa y su pequeña hija.

Mi vida continúo y a pesar de esa primera y horrible experiencia, mi vida sexual es totalmente plena, es más, soy una adicta al buen sexo. Mi siguiente experiencia ocurrió hasta ya bien entrada mi carrera profesional y fue totalmente diferente a esta primera vez.

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