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El bocadillo

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Aclaro los últimos platos de la cena y me quedo mirando el remolino que forma el agua en el desagüe. Me gusta ver como se desliza la espumilla por el fondo del fregadero hasta caer engullida por el orificio de acero inoxidable. Algunas pompita de jabón se resisten y juego con el grifo abriéndolo a intervalos cortitos hasta que la fuerza del agua termina por hacerlas desaparecer. Las yemas de mis dedos están arrugadas, las miro con detenimiento. Tendré que darme crema. De este verano no pasa, con lo de las extras compraremos el lavavajillas.

Me seco las manos concienzudamente y, cuando me giro, lo veo sobre la mesa. Dios!! Mi marido se ha dejado el bocadillo. Que tonto!, me hace prepararle una tortilla de gambas como a él le gusta y ahí está muerta de risa sobre la mesa de la cocina.

Mi marido es policía. Normalmente patrulla día. Pero hoy le toca turno de noche porque ha hecho unos cambios para poder irnos unos días a ver a mi familia. Se casa una prima mía, Maite. Me quedo unos segundos recordando lo bien que lo pasábamos de pequeñas, con ella descubrí tantas cosas…

Quería acostarme pronto, pero me tocará llevarle el bocadillo a la comisaría. Bueno, está muy cerca de casa, me vendrá bien dar un paseo después de la cena, creo que he comido demasiado. Me palpo la tripita, me gusta cuidarme.

Voy al baño a retocarme un poco, me miro en el espejo del baño y sonrío. A mis 29 años estoy en todo mi esplendor. Tengo un cuerpo seductor. Unas tetas medianas bien redonditas y un culo que hace volverse a los hombres por la calle, me gusta vestir provocativa. Nunca he sido infiel a mi marido, pero disfruto sintiéndome deseada.

Tendré que vestirme, no tengo ganas de arreglarme mucho, total será un paseo de nada. Abro la ventana de la habitación y no corre una brizna de aire. La temperatura es más que agradable. Busco en mi armario un vestido sencillo que me encanta. Todavía no me lo he puesto este año y hoy será la ocasión. Es estampado, entallado en la cintura y de tirantes. Se ajusta muy bien a mis pechos y los realza. Quizás sea un poco corto pero me gusta lucir mis piernas, son muy bonitas. Me lo pongo sin sujetador porque la tela es muy fina y se marca todo. Elijo una tanguita minúscula que se pierde entre mis nalgas sin dejar huella. Unas sandalias de plataforma con tiras que se atan por las pantorrillas y de tacón fino, ya estoy lista. Joder! Me veo en el espejo del armario y me excito yo sola. Una rebequita de punto me hará parecer una señorita recatada.

Se ha levantado un poco de aire y la brisa se mete entre mis piernas acariciando mi sexo casi al descubierto. No quería perderme esta sensación y me he puesto unas medias muy livianas, de esas con liga incorporada que se ajustan perfectamente en los muslos, nada de pantys. Vaya, parece que está cambiando el tiempo. El viento hace remolinos y me levanta la falda. Miro a todos los lados, afortunadamente no hay nadie por la calle. Apuro el paso mientras siento mis pezones endurecerse bajo la fina tela de mi vestido.

De pronto el viento cesa, no se oye nada, sólo el rítmico taconeo de mis zapatos. Vaya, me ha caído una gota. Otra. Maldición, menos mal que estoy a dos manzanas de la comisaría. Las gotas de lluvia comienzan a multiplicarse y, en menos que canta un gallo, estalla la tormenta. El sonido de la lluvia lo inunda todo y aligero el paso. No puedo correr con estos tacones. Trato de protegerme andando pegada a la fachada, pero la cornisa debe ser muy estrecha y sólo consigo que me caigan los goterones que escurren desde el tejado. Me estoy calando. Por fin estoy en la puerta, coño.

―Pero Isabel!! Si estás calada―Es Juan, un policía ya mayor que siempre está en la puerta. El pobre no sabe hacer otra cosa y lo tienen ahí hasta que se jubile.

―Cómo quieres que esté con la que está cayendo―Entro al portal y me sacudo el pelo. Dios mío debo tener una pinta horrible.

―Pasa, pasa a dentro y sécate, vas a coger algo.

Subo los cuatro escalones y cruzo la puerta de cristal que da acceso al enorme vestíbulo. Levanto la cabeza y me ruborizo. Está lleno de policías uniformados, todos jóvenes, altos y bien parecidos. Es extraño porque no conozco a ninguno. Todos se me quedan mirando sin decir nada. En otro momento me sentiría flotar, pero según estoy, calada hasta los huesos y con el pelo echo un cristo, noto que la sangre se agolpa en mi cara y agacho la cabeza para comprobar que mis pezones se trasparentan escandalosamente bajo la tela mojada. No sé dónde meterme.

Por suerte aparece Carlos, un inspector muy amigo de mi marido. No es muy alto pero tiene buena percha. Somos muy amigos y su mujer me llama casi todos los días. Si no fuera por eso y porque amo a mi marido, no sé lo que le haría. Pero ahora no estoy en condiciones de pensar en eso.

―¿Pero que haces tú aquí a estas horas? ¿Te ocurre algo?- me pregunta seguramente alarmado por la pinta que llevo.

―Es que mi marido se ha dejado el…- digo mostrando el bocata envuelto en papel de aluminio antes de que me interrumpa.

―¿Pero te has visto como vas? Anda, pasa por aquí y quítate eso que vas a coger una pulmonía―Pasando su brazo por mi hombro me dirige por los pasillos hasta su despacho. Al entrar me quedo parada. Lo comparte con el inspector Cuadrado, ni siquiera sé su nombre, todos le llaman así. Es el jefe de mi marido y siempre está despotricando contra él. Que si es un hijo de puta, que si me tiene harto, que si hoy papatín, que si mañana patatán… Yo le conozco de algunas cenas de navidad en las que no me quitaba ojo de encima. Tiene fama de mujeriego y a fe que se la tiene merecida. Tras una de esas cenas acabamos en una discoteca. Me cogió en el pasillo de los servicios y quiso besarme mientras me metía mano a su antojo. Suerte que estaba bastante borracho y pude escaparme. Nunca le dije nada a mi marido porque bastante tiene él con aguantarle todos los días.

―Pasa, no te quedes ahí, ya conoces al inspector Cuadrado. Isabel, que ha venido a traerle el bocadillo a su marido y le ha pillado el chaparrón―dice finalmente dirigiéndose a su compañero.

―Buenas noches―No recibo contestación. Me echa una breve ojeada por encima de las gafas que sujeta en la punta de su nariz y vuelve a lo suyo.

―Pasa por aquí y ponte este chándal. Es mío, te estará un poco grande, jeje. Pero te servirá hasta que se seque tu ropa. Aquí tienes una toalla para que te seques bien. Estaré afuera por si necesitas algo.

Es una estancia contigua a su despacho que no tiene puerta. Parece mitad sala de reuniones, mitad almacén multiusos bastante desordenado, así que me deslizo hasta un rincón que quedaba fuera de miradas indiscretas y me quito la rebeca estirándola sobre el respaldo de una silla. Joder!! El agua ha calado todo mi vestido, sobre todo por delante, y mis pezones parecen botones de gabardina aprisionados bajo el vestido. Me lo quito por la cabeza sintiendo el frío sobre mi piel. Me cubro con la toalla a la vez que intento secarme el pelo con ella. Las medias están caladas de rodilla para abajo, así que me las quito también. Un espejo roto apoyado en la pared de enfrente me devuelve mi imagen desaliñada y resoplo disgustada. Sigo mirándome en el espejo mientras seco mi cuerpo. Paso la toalla por mis pechos para que entren en calor, pero mis pezones siguen en punta. Me agacho para secarme los pies y, después de unos segundos, me azoro pensando que alguien puede verme en esa postura, con el culo en pompa.

Al incorporarme, compruebo a través del espejo que el Inspector Cuadrado se ha levantado de su mesa y me observaba detenidamente con unas carpetas en la mano. El susto ahoga el típico grito histérico mientras me cubro con la toalla, pero enseguida se gira disimulando y se va hacia otro lado fuera de mi ángulo de visión. Tengo que vestirme a toda prisa, no sé si él seguirá viéndome desde otro punto a través del maldito espejo. Vuelvo a ponerme los zapatos y me siento ridícula.

―Carlos! Ya estoy lista―Digo asomando la cabeza dentro del despacho.

―Adelante, deja que te veamos con tu nuevo look. Oh!! Te sienta realmente bien―dice bromeando―Siéntate aquí, charlaremos en rato.

Compruebo que el inspector Cuadrado estaba en su mesa y que no ha seguido espiándome, seguramente porque no está solo. Es un tipo enorme, de unos 45 años. Realmente tiene cara de pocos amigos, pero he de reconocer que, para su edad, se conservaba estupendamente y para muchas mujeres resultará atractivo. Sin embargo, además de por las cosas que me cuenta mi marido, yo no le soporto desde el incidente de la discoteca.

Un creciente murmullo comienza a escucharse en los pasillos poniendo en guardia a Carlos, que me habla de su mujer y de sus hijos. A los pocos segundos un joven poli de los que vi al entrar se asoma a la puerta:

―Ha habido un atraco en el Casino, han robado un coche y huyen por la avenida central.

―No jodas! Es mi zona―y sale escopetado. Su compañero se ha quedado impasible, sin levantar la cabeza de sus papeles. Al instante vuelve Carlos a coger su chaqueta―Lo siento, Isa, tengo que salir pitando. Quédate el tiempo que necesites, yo no creo que tarde demasiado, pero nunca se sabe. Si te vas, deja el bocata en recepción, ellos se lo darán a tu marido―No he tenido tiempo ni de decir adiós. Todos corren apresurados por el pasillo y en pocos segundos el silencio se hace tremendo en el edificio, han debido salir todos menos este cabrón.

Me siento incómoda con él a solas. La ropa no tardará en secarse, al menos el vestido. Si deja de llover me iré cuanto antes, aunque no esté seco del todo. Me levanto para mirar por la ventana, sigue lloviendo. Veo salir los últimos coches del parking, no queda ni uno. Supongo que alguien habrá quedado en el edificio, por lo menos Juan, el de la puerta, ese siempre está ahí, pobrecillo.

―Parece que nos hemos quedado solos―Su voz me hace estremecerme, es grave y profunda. Se ha quitado las gafas y las ha dejado sobre el escritorio.

―Si, vaya despliegue. ¿Tú no vas?- Me siento rara, mi marido siempre le trata de usted, pero yo hablo de tú a todo el mundo, es una manía.

―Es la zona de Carlos, a nadie le gusta que se metan en sus asuntos.

―Pero podrías echar una mano…

―Aquí las cosas no funcionan así y las manos prefiero echarlas en otro sitio―Su sonrisa sarcástica me da asco y ni siquiera le contesto. Vuelvo a mirar por la ventana―Tiene morbo verte con esa ropa, me obliga a agudizar la imaginación para recordar las curvas que tanto te gusta marcar―Ni siquiera me vuelvo―Vamos, no seas antipática, no me digas que no te gusta provocar con tus vestiditos.

―Me gusta vestir bien y sentirme guapa, ¿es eso un delito?

―Jaja, no, no voy a detenerte por ahora. Además, a mí me gusta verte con esas minis que llevas, me pones muy cachondo. Parece que estás pidiendo que te den verga.

―No seas grosero, yo no soy tu subordinada―Se levanta como un resorte y viene hacia mí parándose a escasos centímetros. Se me queda mirando de arriba abajo como si quisiera descubrir mi cuerpo a través de este chándal horroroso. Yo no me inmuto, no quiero que se de cuenta del miedo que le tengo.

―Así que la mujercita del patrullero se pone chulita… Tú no eres mi subordinada, pero tu marido sí, así que más vale que seas complaciente conmigo si no quieres que le degrade.

―Deja en paz a mi marido, él es un buen policía.

―Qué sabrás tú… Es un calzonazos, ni siquiera me dijo nada cuando te metí mano en la disco.

―No te dijo nada porque yo no le dije nada y no me llames zorra, chulo de mierda―Joder ya me he pasado, este maldito repente siempre me trae problemas, pero es que este tío es un hijo de puta de los grandes.

―Sujeta esa lengua zorrita, sólo por eso que has dicho podría esposarte, ¿es eso lo que quieres…, que te espose?- Cada vez está más cerca de mí y yo no quiero retroceder para no darle alas―Así que no le dijiste nada, eres más puta de lo que pensaba. Seguro que si hubiese sido en otro sitio no habías salido corriendo―siento su asquerosa mano en el culo y le aparto bruscamente.

―Ya está bien, ¿qué te has creído? ¿Que puedes manejar a todo el mundo a tu antojo? Yo no soy de esas y tú no me gustas, para que te enteres. Ni siquiera sé como te llamas.

―Me llamo Alejandro, pero tú puedes llamarme Alex, Jajajaja.

―Mira, está dejando de llover. Voy a vestirme y me voy a marchar. No tendré en cuenta tus impertinencias y tú vas a salir de aquí para que pueda vestirme tranquilamente.

―Menudo genio tiene la sumisa, jajaja. ¿Te crees que no sé que te gusta vestirte de zorrita, ponerte en cuatro y que te azoten el culo?- Joder, no puede ser que mi marido se lo haya contado.

―Pero qué estás diciendo, eres un obseso que se cree que todas las mujeres son unas putas, eso es lo que te pasa―Digo esperando que sus palabras sólo hayan sido un farol.

―Mira, eso también es verdad, pero tú las ganas a todas. No te hagas la estrecha conmigo que la policía no es tonta. Aquí todos sabemos de tu afición al cuero y a que te den con la fusta―Este marido mío es idiota, me va a oír, ¿Será posible que lo vaya contando, será gilipollas?

―Y qué, eso lo hago con mi marido, nuestra vida íntima a ti ni te va ni te viene.

―Jajaja, claro que me importa, porque a mí me gusta dar caña a las putitas como tú.

―Quítame tus manazas de encima, cerdo―me ha cogido por la cintura y me aprieta contra su cuerpo. Puedo notar como su pene se va empalmando, siento asco―Suéltame o voy a gritar.

―No lo harás. Como te pongas burra tu maridito no va a dormir una sola noche en casa. Lo voy a tener patrullando los barrios bajos y como me toque los cojones lo mando a Bilbao―Joder con el hijo de puta, eso asusta al más pintado y lo peor es que estoy convencida de que es capaz de hacerlo. Puedo sentir como el muy cabrón se ha empalmado totalmente. Su enorme verga me oprime el estómago. De repente me suelta y poniendo sus manos en mis hombros me obliga a sentarme―Siéntate aquí y espérame. Enseguida vuelvo.

Maldita sea, en que momento se me ocurrió venir a traerle el bocata al imbécil de mi marido. Cuando me lo eche a la cara se va a enterar. Pero ahora tengo que hacer algo. Me levanto y me asomo a la puerta que ha quedado abierta. No se ve a nadie. Yo me largo. A toda prisa me quito la parte de arriba del chándal y me enfundo el vestido. Joder!! Está helado y todavía húmedo, mis pezones vuelven a erizarse. Quiero quitarme el pantalón pero se engancha con los tacones de mis zapatos. Forcejeo y caigo al suelo perdiendo el equilibrio. En ese momento vuelve el hijo de puta.

―Ooooohhhh… pero ¿qué haces cariño?, ¿no ves que puedes hacerte daño?- Se acerca para ayudarme pero me pongo en pié rápidamente tratando de subirme los pantalones al mismo tiempo. Se me enredan entre las piernas y pone su mano en mi culo. Quiero separarme pero casi no puedo moverme. Mueve sus dedos rozando mi coño. Tengo puesto el tanga, pero es tan pequeño que sus dedos se pierden entre mis labios. Por fin consigo subirme el dichoso pantalón y me separo encarándole.

―Eres un cerdo, ¿no te da vergüenza?

―¿Vergüenza? Vergüenza tendría que darte a ti zorrón. Además, has intentado escaparte. Y yo que confiaba en ti dejándote sola…- Le miro asustada. Trae en la otra mano una porra muy rara, de goma flexible, y unas esposas―Ay… tendré que asegurarme de que no vuelves a intentarlo―Se vuelve hasta la puerta y la cierra con llave.

―Déjame salir de aquí o voy a montar un escándalo―le digo mientras se acerca con paso firme. Levanta su mano derechas y… zas, me suelta un tortazo que me deja atontada por unos segundo. Cuando me quiero dar cuenta me ha esposado la mano izquierda a la pata de la mesa. No puedo más y me echo a llorar.

―No llores zorra, que esto te va a gustar. Ponte a cuatro patas―Yo no hago caso y sigo gimiendo acurrucada bajo la mesa―¿Quieres que te de otra ostia?

―No por favor, no me pegues―Digo entre sollozos.

―Pues ve obedeciendo si no quieres que te rompa la cara, zorra. Ponte a cuatro patas y bájate ese pantalón, si no quieres que te lo quite a ostias―Está claro que no tengo salida. Este cerdo se va a aprovechar de mí me ponga como me ponga. Tal vez sólo quiera reírse un rato de mí y me deje en paz. Pero que ilusa soy a veces, según tenía la polla hace un momento no creo que me deje marchar sin que alivie esa tensión. Mi única salida es esperar que Carlos vuelva y le sorprenda. Él es de su rango y no tendrá problemas en denunciarlo. Aunque, por otro lado, quizás sea mejor que acabe cuanto antes y me deje irme. No sé que hacer, pero tengo que obedecerle―Así me gusta, putita, parece que vas entrando en razón.

―Venga Alejandro, no seas bruto, pueden volver y sorprenderte. Si quieres te hago una mamada , te quedas tranquilo y me marcho.

―Jajajaja, así que te gusta mamar pollas… Bien, a mí también me gusta que me la mamen las mujeres de mis chicos. Conoces bien a la mujer de Carlos, ¿verdad?- mis ojos se abren como platos aunque él no puede verlos―Me la follo cuando quiero.

―No seas fanfarrón, Carlos no es uno de "tus chicos" y Claudia no tiene por qué ser complaciente contigo.

―Uy… la gatita saca las uñas cuando le mientan a su amiguita. Para que te enteres yo soy el inspector jefe y Carlos es mi delfín, ascendió porque yo lo decidí. La mamada que me hizo Claudia en el baño el día que tú saliste corriendo ayudó mucho, jajaja.

―No te creo, no creo que Claudia sea capaz de hacer eso.

―¿Qué no? Jajaja. Que tonta eres. Si hubieras andado más lista tu marido podría ocupar esa mesa y tú gozarías de mi verga en el culo todos los viernes por la tarde.

―¿Qué estás diciendo?

―Lo que oyes, que tu amiguita viene todos los viernes por la tarde a mi casa, me come la polla con sus labios de zorrita y luego le doy verga hasta que se harta―Será puta… por eso nunca puede venir los viernes al gimnasio, no me lo puedo creer. Ahora entiendo por qué nunca habla mal de este cerdo y hasta se molesta si yo le critico. ¿Será posible que se lo haga con él y además le guste?- Pero basta de palabrería.

Mete las manos por debajo de mi vestido y me baja el pantalón bruscamente. Se arrodilla detrás de mí y empieza a tocarme el culo, a masajearlo. Cierro los ojos, quiero que esto pase cuanto antes. Sus dedos recorren mi coño, noto el calor de sus manos. Presiona con su dedo gordo en mi raja y casi lo mete con braga y todo. Si sigue así voy a mojarme y no quiero que lo note. Trato de concentrarme en el asco, pero la imagen de Claudia follando con él no se me borra. Es una mujer espectacular. Tenemos confidencias sexuales y sé que le gusta casi todo. Dios!! ¡Que dedazos!

―Qué culo más rico tienes, te lo voy a comer todo―No por Dios, que no me lo coma. Si lo hace no podré resistirme. No quiero darle esa satisfacción.

Levanta mi vestido y aparta la tira del tanga con un dedo. Siento que se acerca y noto su lengua en mi agujerito. Sigo con los ojos cerrados tratando de pensar en otra cosa, pero no puedo evitar que mis caderas se muevan levemente. Pasa su lengua por mi coño y de nuevo por mi ano. La verdad es que lo hace muy bien el cabrón. Lleva así un buen rato y no puedo evitar un cosquilleo por todo el cuerpo, mi coño se calienta por momentos. Cada vez estoy más mojada y él se encarga de repartir mis fluidos por toda la zona, lubricando también mi puerta de atrás. Me mete un dedo en el coño, casi ya no puedo estarme quieta. Lo mete y lo saca, me lo lleva a la boca para que lo chupe. Me resisto, pero ese olor me enloquece y los labios se me relajan. Penetra mi boca con sus dedos y yo los chupo llenándolos de saliva. De repente noto algo frío en la entrada de mi vagina. Doy un pequeño respingo y me separo.

―Quieta, zorrita. Verás como esto te gusta―Me sujeta por la tripa con una mano y me doy cuenta de que me está metiendo la porra que traía. Me tenso un poco, porque está fría, pero enseguida empieza a entrar y se me escapa un gemido―Bien, guarrilla, ya es hora de que te decidas a gozar. Esto es sólo el principio.

La porra me llega hasta el fondo y comienza a moverla despacio pero profundamente. Me está destrozando, no quiero que me vea gozar, si sigue así no podré evitarlo. Me toca las tetas por encima del vestido y sigue con el movimiento de su porra. Se para y le siento manipular tras de mí.

―Aaaahhhhh!- está doblando la porra y aplastándome el clítoris con ella―Aaaaahhhh!! Aaahh!! Aaahhhh!! Joder!! ¿Que coño haces? Joder!! Que duele―Es una de esas porras rellenas de arena, muy pesadas y flexibles a la vez. He oído hablar de ellas, no son reglamentarias pero aún hay polis que las usan para intimidar a quien se resista.

―No te quejes, zorra, yo no tengo fusta, pero esta porra no está nada mal, ¿verdad? Así, así me gusta que muevas el culito―Ahora no aprieta tanto y el dolor agudo se convierte en un placer continuado que me está volviendo loca. A la vez, la sigue metiendo y sacando cada vez más fuerte. Mi coño está chorreando y me agito cerca del orgasmo.

―Para, para cabrón que me vas a matar.

―Si, te voy a matar de gusto―No puedo más, me voy a correr. Muerdo mis labios para no gritar. Porque serían gritos de placer y no quiero darle ese gusto. Me corro en silencio sin poder evitar mover mi culo en círculos buscando la máxima penetración de la porra. Cuando estoy en lo mejor me la saca de golpe y se levanta. Caigo desplomada bocabajo con mi mano entre las piernas y me aprieto sin que me vea para no perderme esa venida, a pesar de la situación, la he gozado como nunca.

―Bueno, ahora suéltame. Me iré a mi casa y no diré nada de lo sucedido.

―Ja ¿Qué te suelte? Si no hemos hecho más que empezar―Giro la cabeza para mirarlo y lo veo de pie con la polla fuera del pantalón. Tiene una polla perfecta. No es demasiado grande ni demasiado gorda, pero no puedo negar que se ve muy apetecible. Es oscura, casi negra, coronada por un glande descapullado y rosadito y recorrida por venas hinchadas. Es una verga poderosa, casi irresistible. Se está masturbando suavemente, poniéndola a punto mientras me sonríe con aire de suficiencia.

―Ya has llegado demasiado lejos, deja que me marche―Le pido volviendo a sollozar―No me hagas esto―Le veo acercarse. Hinca una rodilla en el suelo, me agarra del pelo y me acerca bruscamente a su polla.

―Vamos, trágatela toda―Trato de resistirme pero me oprime cada vez más clavándomela a la fuerza―Como me muerdas te mato, zorra. Chupa, que está muy rica. Eso dice tu amiguita―la imagen de Claudia gozando de su verga me inunda el cerebro, cierro los ojos y me dejo llevar. La agarro por la base con mi mano libre y hago que mis labios resbalen por esa barra de acero. Juego con mi lengua en la punta y saboreo las gotitas que salen. Dios!! ¡Cómo me gusta la leche de los tíos! No puede negarlo, estoy muy cachonda así esposada a la pata de la mesa mamándosela a este cerdo. Le chupo los huevos peludos, están calientes y llenos de leche. Lo masturbo con fuerza, deseando que descargue toda su leche en mi boca. Vuelvo a metérmela entera, hasta que mi nariz choca con su pubis y me quedo así unos segundos aspirando su olor a macho. La voy sacando despacito, jugando con mi lengua por todo el tronco―Si sigues así vas a hacer que me corra, eres toda una experta mamadora. Sigue así zorrita.

Sus palabras me excitan más. Es verdad, soy una zorra, me gusta ser una sumisa. Hasta ahora siempre había sido la sumisa de mi marido, esto es una violación en toda regla pero, la verdad, no quiero que pare. Quiero seguir comiéndome esta polla hasta que explote en mi garganta y me trague hasta la última gota. No, que coño pasa. Me la saca y se levanta de nuevo dejándome con las ganas. Es obvio que no me voy a quejar, pero el muy hijo de puta me ha dejado con las ganas.

―Ven, levanta de ahí―Se acerca y me suelta las esposas. Me llevo la mano a mi muñeca prisionera y la masajeo. Ya me estaba doliendo bastante. Me coge como un muñeco de trapo y me voltea poniéndome recostada sobre la mesa, dejando mi culo expuesto―Ahora vas a saber lo que es bueno.

Comienza a darme palmadas en el culo cada vez más fuerte. No puedo evitar gritar, pero los gritos no son lo suficientemente fuertes para que se oigan fuera y nadie podría saber si son de dolor o de placer. En realidad no sé si quiero que me oigan. Si nos pillasen, él podría decir que yo se lo había pedido, me dejo llevar ya fuera de control.

―Vamos, nenaza, ¿es que no sabes pegar?- le reto―¿A que esperas para follarme el culo? ¿No ves cómo lo tengo?

―Ya lo veo zorra, lo tienes bien abierto―Siento su escupitajo justo en mi agujero y toda su saliva cae dentro. Me coge por el coño metiéndome tres dedos dentro y me levanta en vilo con sus acometidas. Su dedo gordo penetra mi esfínter y me siento morir. Sólo deseo que me clave su verga de una vez. Sigue jugando metiéndolo y sacándolo y escupiendo abundantemente. Tiene los cuatro dedos restantes en mi coño. Noto como mis líquidos resbalan por mis muslos y no paro de gemir pidiendo más. Me agarro del borde de la mesa y vuelvo la cabeza para mirarle con cara de zorra.

―Vamos, joder, méteme la polla de una vez.

Me suelta y se coloca justo detrás de mí. Siento su cabezota en la entrada de mi culo y me sonrío. Está parado y me pregunto a qué espera. Cuando empiezo a impacientarme me la deja ir de golpe y entra fácilmente, pues estoy totalmente dilatada y mojada. Dios!! Que verga más rica. Comienza a bombearme rítmicamente. Me vuelve loca. Me muevo lo que puedo, porque me ha puesto una mano en el cuello y me tiene bien sujeta. Sus embestidas son cada vez más fuertes y vuelve a azotarme el culo cada vez que se echa para atrás.

―Toma, zorra, esto es lo que te gusta, ¿verdad?

―Siiii…, dame fuerte, pareces medio marica, no sabes hacer gozar a una hembra―Su orgullo se resiente y aprieta cada vez más mi cuello. Noto como mi recto se ensancha a su paso y como se cierra cada vez que su polla recorre el camino inverso. Sus huevos golpean mi coño y me retuerce el clítoris con sus dedazos. Estoy gozando como una perra, no sé si debería sentir esto, pero me está dando como nunca podría hacerlo mi marido. A él le conozco, ya no puede sorprenderme. Pero este baboso no se dónde puede llegar.

―Dime que quieres que siga, puta. Pídeme que te rompa este culo de zorra que tienes.

―Sigue, cabrón. Aaaarg… No se te ocurra parar ahora. Soy una zorra, ¿es que no lo ves? Me encanta que me rompas el culo―Ya no sé ni lo que digo, hace de mí lo que quiere, nadie puede resistirse a una enculada como ésta. Tengo el agujero tan dilatado que su pene se desliza fácilmente. Me agarra por las caderas y me levanta en el aire. Me separa de la mesa y hace que doble la visagra totalmente, apoyando mis manos en el suelo. Así, con el culo bien en alto, se monta literalmente sobre mis caderas sin sacarla. Ahora me da verticalmente, nunca lo había hecho así y se siente rico. Mi coño queda totalmente expuesto a su espalda. Lleva una mano atrás y comienza a frotarlo. Siento sus dedos abriendo mi cueva y acaba deslizando toda su mano dentro―¡Aaaaahhh! Que me haces cabronazo… me vas a partir.

Estoy sintiendo un orgasmo tremendo. Las oleadas de calor me suben sin parar desde mi coño a mi cabeza y vuelven a bajar con la misma intensidad. No dejo de gritar mientras mueve su mano dentro de mi cuerpo. Tira de ella y la saca muy despacio, dilatándome el coño al máximo y haciéndome ver las estrellas al mismo tiempo. Estoy chorreando líquido sin parar. Su mano sale empapada justo cuando me desplomo sin fuerzas. Me sujeta de las caderas mientras se sale de mi culo a toda prisa.

―Me voy a correr y quiero que te tragues toda mi corrida. Vamos, a que esperas para abrir tu boquita―Me arrodillo a sus pies y aprieto su polla con una mano mientras sujeto sus huevos con la otra. Lo masturbo y lo chupo al tiempo. Me la meto en la boca y sigo masturbándolo con la mano y con mis labios. Él me agarra la cabeza y me dirige follándome la boca salvajemente. Por fin voy a probar sus chorros de lefa caliente. Tiene todos los músculos en tensión y sigue moviendo mi cabeza a un ritmo endiablado. De pronto se para un poco y adelanta las caderas soltando el primer escupitajo, espeso y salado, que se clava en mi paladar. Hundo mis labios en su verga y el líquido pasa directo a mi garganta. Es tremendo, parece que no va a parar nunca. No puedo tragarla toda y asoma por las comisuras de mis labios―No dejes caer una gota, zorra!

Me saco un instante toda esa carne y me relamo mirándolo como una viciosa mientras pequeños chorros se estrellan en mi cara y en mi cuello. Vuelvo a engullirlo limpiando su verga de arriba abajo. La huelo, me hechiza la mezcla de todos nuestros jugos, de su olor corporal y de su sudor, que le brota por todo el cuerpo. Me estaría horas chupándosela hasta sacarla brillo, aunque ahora mismo brilla estupenda, firme, bañada por mi saliva. No he parado de gritar hasta que me metí su polla en la boca. No sé las burradas que he podido decir. Estaba como en otro planeta. Vuelvo a la realidad de golpe. Me asusta pensar que he gozado tanto con este hijo de su madre. Sus dedos quedan marcados en mi mejilla.

Se oyen ruidos en el pasillo. El cerdo se pone de todos los colores y se apresura a guardar su polla en el pantalón mientras se oye girar la llave en la puerta. Lo tiene fácil, ni siquiera se ha desabrochado el cinto. Pero está todo sudado y su entrepierna luce una tremenda mancha. No tiene tiempo de volver a su mesa. Estás perdido, cabrón. Cuando veo entrar a Carlos seguido de mi marido comienzo a sollozar.

―Pero, ¿qué ha pasado aquí?- Casi grita Carlos lanzándose hacia mí. Mi marido se queda parado mirando a su jefe y éste se encoge de hombros.

―No sé, iba a cambiarse porque su ropa ya estaba seca y he oído un tremendo golpe…

―¿Estás bien, Isabel?- me interroga de nuevo Carlos.

―Siii…- contesto entre gimoteos.

―¿Qué es lo que ha pasado aquí?- Insiste en tono enfadado observando la escena a la vez que me ayuda a incorporarme. Está claro que no se va a dejar embaucar tan fácilmente, todo esto huele muy mal a parte del olor a sexo que llena la estancia. Tengo los pantalones en los tobillos aunque el vestido tapa mi coñito desnudo con la braga recogida a un lado. Mi mano sigue sobre la prueba definitiva del trato que he "sufrido". Carlos me sujeta del brazo dispuesto a descubrir los dedos marcados de un cerdo que ya tiene un pie fuera del Cuerpo.

―No, no me toques, me duele―digo manteniendo mi mano en la mejilla―Me he golpeado con la mesa al caerme. Perdí el equilibrio al quitarme los pantalones―mi marido me mira desconfiado. Le mantengo la mirada queriendo tranquilizarle mientras paso mi mano libre por mi cuello y mi cara, borrando las últimas huellas de lo que ha pasado.

―¿Estás segura de que todo ha sido así?- Insiste Carlos sin terminar de creerse esa historia.

―Claro, que cosas tienes…

―Y, ¿qué hacen aquí esta porra y estas esposas?

―Ella quería ver cómo eran. Dice que su marido no las lleva nunca a casa.

―Sabes de sobra que este tipo de porras no son reglamentarias―Le suelta Carlos ya sin tanta firmeza.

―Bueno, Carlitos… Y tú sabes de sobra que no soy el único que la tiene o vas a ponerte quisquilloso a estas alturas…- Carlos no tiene más remedio que envainársela y agacha la cabeza sin mucha convicción. Por fin mi maridito abre la boca.

―¿Quieres que te lleve al hospital? ¿Te sigue doliendo?

―No, se me pasará pronto, es sólo el golpe. Llévame a casa, por favor. Pero deja que termine de vestirme―mi marido abandona el despacho y Alejandro vuelve a su mesa.

―Isabel, si tienes algo que decirme podemos hablar en privado―Dice Carlos en voz baja.

―Pero, ¿qué te pasa Carlos? ¿Qué quieres que hablemos en privado? ¿Crees que Alejandro me ha hecho algo? Pues ha sido muy amable conmigo, no sé por qué le tenéis tanta manía. Si no me crees pregúntale a tu mujer, ella siempre habla bien de él―Carlos vuelve a agachar la cabeza y sale del cuarto sin decir nada.

 

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