Nuevos relatos publicados: 7

El Motel

  • 18
  • 8.483
  • 9,71 (24 Val.)
  • 0

EL MOTEL DE LA CARRETERA.

Por: Pedro Suárez Ochoa

En algún país de América del Sur, año 1998.

Ana Luisa era una de las únicas empleadas del motel o parador turístico, “La Encrucijada”. Un viejo motel construido en los años 60 con escasos recursos; pero que aún se mantenía de pie. Solo tenía diez habitaciones, un pequeño restaurante con cantina y una piscina que solo servía para recolectar arena y, de vez en cuando algo de agua proveniente de la lluvia, la cual no era tan abundante por aquel lugar, pues era  un sitio semi desierto, con una carretera agrietada y tan vieja como los longevos dueños del mencionado motel.

Ana Luisa deseaba con todas sus fuerzas que el misterioso hombre de lentes oscuros y bigotes bien conservados se hospedara ese día durante su guardia. “El Hombre de Lentes” –Así le llamaba ella y sus dos compañeras de trabajo— solía pasar por el motel una o dos veces al mes, nunca tenía una fecha fija para quedarse allí. Era un hombre que manejaba un viejo Conquistador de color negro, pero bien conservado, con un motor que evidentemente no era el original, o al menos había sido modificado para tener mucha potencia. Siempre que se bajaba del vehículo le pedía a Don Arturo –un viejo mecánico del motel—que le cambiara el aceite, colocara agua al radiador y otros mantenimientos menores. Nunca se bajaba de su vehículo sin su enorme y misterioso bolso de cuero negro, dónde fácilmente podía caber un chelo.

Una tarde seca y calurosa, con un sol muy brillante como de costumbre y un fuerte viento que arrastraba arena y resplandor, el Hombre de Lentes hacía acto de presencia con su viejo Conquistador, el deseo de Ana Luisa se había hecho realidad. Ella era la recepcionista y la camarera al mismo tiempo, ese día intentaría seducir una vez más a su caballero de lentes oscuros. Se quitó la blusa rápidamente, aprovechando que Don Arturo había salido a recibir a su ansiado huésped, luego el sostén. Una vez sin sostén, se colocó nuevamente la blusa, y se soltó dos botones. Después metió dos dedos en su sexo sudado, los metió lo más profundo que pudo e inmediatamente con sus dedos humedecidos, roció humedad detrás de sus orejas y cuello, como si se tratase de un perfume común y corriente. Hace una semana, ella había leído en una revista, que las feromonas naturales de la mujer son más poderosas que cualquier perfume; así que puso sus esperanzas en ello.

Ya el Hombre de Lentes estaba muy cerca de la recepción. El corazón de Ana Luisa se aceleró e inevitablemente sentía cómo su sexo se inflamaba.

—Buenas tardes, quiero una habitación—solicitó el hombre.

— ¿Por cuantos días?—preguntó Ana Luisa.

—Solo una noche.

La recepcionista en cuestión, siempre ligaba a que él se quedara varios días, pero aquello era inútil, siempre a las 5:00 am se marchaba del lugar, dejando solamente una jugosa propina en la mesa de noche. Este hombre era de una rutina casi perfeccionista, comía siempre lo mismo, en la cena pedía un bistec con papas al horno, ensalada verde y un vaso de leche. En la mañana, siempre a las 4:45 am tomaba el desayuno que se le dejaba en el restaurante, un café negro, un zumo de guayaba y pan de maíz asado con queso amarillo y jamón.

El misterioso hombre, mientras iba escoltado por Ana Luisa hacia su habitación, sintió una extraña atracción por la mujer. Ana era una chica de mediana estatura, de piel afrodescendiente; pero con facciones anglosajonas. Sus piernas eran esbeltas y hacían una simbiosis con su redondo trasero de morena.

— ¿Qué quiere para cenar?

—Lo mismo de siempre señorita—respondió el misterioso hombre, viendo esta vez los pechos semi descubierto de Ana Luisa.

—A la orden señor, le aviso cuando esté lista.

Una vez cerrada la puerta de la habitación, el hombre colocó su bolso negro encima de su mesa. Sacó su contenido, tomó implementos de mantenimiento de armas y empezó a preparar las herramientas con las cuales se ganaba la vida. Era un asesino a sueldo, con contratos exclusivos por parte del gobierno de ese país, para eliminar a grandes delincuentes y mafiosos que el estado se le hacía casi imposible neutralizar, ya sea porque lograban comprar jueces o fiscales, o simplemente eran muy poderosos. También exterminaba a sujetos que eran azotes de barrio o grupos que extorsionaban a los productores agropecuarios. Su nombre era un misterio total, sus clientes solo le conocían cómo “Gavilán”.

Ana Luisa no se daría por vencida ese día, intentaría hacer el amor con aquel hombre; pero sentía que no aguantaba más, así que mientras esperaba que la cocinera tuviera la cena lista, se  había sentado en la recepción, se desabrochó el jean y se empezó a tocar, dando rienda suelta su fantasía, frente a su vista estaba Don Arturo que hacía mantenimiento al Conquistador.

**

Ella empezó a frotarse con energía, sus ojos se cerraron por reflejo y a la vez para poder visualizar mejor su fantasía, una fantasía que se había convertido en una obsesión. Ana Luisa ignoraba por completo si aquel hombre era un matón, o algún tipo de rufián; pero tal cosa no le importaba en absoluto, quizás el solo pensamiento de que era un mal hombre hacía que fuese más atractivo para ella, cumpliéndose aquel viejo proverbio “lo prohibido atrae”. Don Arturo ignoraba por completo lo que hacía la recepcionista frente a ella, sin tan solo volteaba hacia atrás, podía ver a la mujer disfrutando de ella misma. Ana Luisa tomó uno de sus pechos, acariciando la piel de éste y también su pezón, estaba sentada y sus piernas estaban abiertas, sus dedos se mojaban profusamente, estaba cerca de obtener lo que buscaba; de pronto se escuchó una voz de una mujer de mediana edad: “¡Ana Luisa, está listo!”. Era la cocinera quien terminaba de preparar  la cena solicitada, Ana se detuvo en seco, respirando profusamente, el sudor recorría su frente, sacó la mano de su sexo, tomó una pequeña toalla blanca y se limpió los dedos cubiertos de su excitación, limpió el sudor de su frente y el de su pecho y se dirigió al restaurante que estaba muy cerca de la recepción.

—Está lista la comida de tu novio—dijo la cocinera, y al mismo tiempo se limpiaba sus manos sobre un delantal blanco que tenía puesto,  el cual ya tenía diferentes colores de tanto usarlo para limpiarse las manos.

—Ojalá fuese mi novio, aunque sea por un día—contestó Ana mientras estaba parada ante la cocinera. Suspiraba como una adolescente.

—Déjate de pendejadas, mujer. Anda y llama al señor para que venga a comer.

Ana Luisa fue hacia la habitación. “Tum,tum”, tocó a su puerta.

— ¿Síiii?

—Señor, su cena está lista.

—Gracias, bajo en un segundo—contestó el hombre de manera seca.

Ana sintió por un momento que sería otro día más sin poder estar con su codiciado hombre. Después de avisar sobre la cena, volvió a su recepción, leería una revista, una de tantas.

Gavilán comió su bistec de la manera más decente, como si se tratase de un fino caballero inglés; eso le intrigaba mucho a la cocinera, ya que el aspecto de tal hombre era de alguien muy rudo y tosco, pero a la hora de comer lo hacía como ningún cliente, incluso, sus finos modales ante la mesa superaban a los hombres que llegaban al lugar en lujosos carros y con aspecto de personas adineradas.

— ¿Desea un postre señor?—preguntó la cocinera cuando vio que el misterioso hombre de gafas oscuras terminaba su comida.

—Un vaso de agua fría con hielo estaría bien.

Gavilán tomó todo el contenido del vaso. Luego dejó dos sumas de dinero, una para la cuenta y la otra era una suculenta propina para la cocinera que doblaba el costo de la cena. Después de eso se dirigió nuevamente a su habitación para descansar y marcharse al otro día, tal vez regresaría en quince días, o quizás en un mes.

Mientras tanto Ana Luisa volvía a fantasear con su hombre de lentes oscuros; nunca le había visto sus ojos, no sabía de qué color eran, ni como eran sus cejas; lo cierto es que, Ana intentaría entrar a su habitación a las 11:00 pm. “Todo o nada” se dijo así misma, tal acto le podría costarle su empleo, pero se justificaba diciendo que tal riesgo valía la pena.

Cuando se hicieron las once en punto, Ana Luisa se dirigió hacia la habitación, tenía la otra llave, “Ningún hombre puede resistirse”, pensó.

***

Ella previamente había tomado una ducha, pensó que quizás la técnica de las feromonas no funcionaba, por tal motivo recurrió a lo tradicional; se había enjabonado con un cremoso jabón perfumado con esencia de durazno y luego de ducharse se perfumó con una suave colonia de una de sus compañeras de trabajo; pero luego de ello, volvió a introducir dos de sus dedos en su sexo, muy hasta el fondo y se untó su aroma natural detrás de sus orejas, diciendo “por si acaso”.

Ana Luisa estaba girando el pómulo de la puerta luego de introducir la llave, pensó en el sexo oral como opción directa para excitar rápidamente al hombre de los lentes. Sabía que era una locura, su corazón latía rápido de miedo y de ansiedad, el cuarto estaba casi sumido en una total oscuridad. Ella avanzó hacia la cama.

—No te muevas—se escuchó una pastosa y decidida voz y, el frío de un metal estaba puesto en la sien de la mujer. — ¿Quién eres, qué quieres?

—Soy la recepcionista del motel, señor. Quiero ser suya esta noche—respondió la chica, su cuerpo estaba frío de miedo; pero estaba decidida. 

La frase “quiero ser su mujer” estremeció a Gavilán, sabía que aquella mujer no mentía, llevaba tiempo conociéndola. No podía imaginar que haya sido usada por algún enemigo para asesinarlo; pero Gavilán era un profesional, vincularse con una mujer que él ve una o dos veces al mes podría poner en peligro su trabajo, peor aún, colocaba en peligro la vida de ella. 

Gavilán le llevaría unos segundos decidir, pero tales segundos parecieron horas de un sepulcral silencio. Ana Luisa se arrodilló frente él.

— ¿Qué haces?

—Quiero ser tu mujer, solo por esta noche—respondió la recepcionista y luego de ello empezó a tocar el genital sobre calzoncillo del hombre, el cual era una gran bestia que se empezaba a levantar, tal como un oso pardo que se levanta en dos patas.

—Sí sigues te mato—dijo Gavilán en un terrible tono amenazante, el cual no dejó dudas en Ana Luisa que aquel hombre no estaba mintiendo. 

Ana se levantó asustada. Se arrepintió sobremanera por lo que acababa de hacer, un leve sentimiento de humillación por tal rechazo empezó invadirle. “Soy una estúpida y loca de mier…” pensó. Luego solo se le ocurrió decirle a Gavilán:

— ¿Qué quiere para el desayuno, señor?

—Te quiero a ti. Arrodíllate ahora mismo—ordenó el Hombre de Lentes y dio clic al interruptor de la luz. 

Por primera vez en meses, Ana Luisa vio los ojos de aquel hombre, eran negros como el azabache y penetrantes como una espada. Ana Luisa se arrodilló y ella misma sacó el miembro del hombre, colocó la parte superior de este en su boca, y con su lengua empezó a hacer una danza sobre la piel llena de terminales nerviosos del placer. El hombre desplegaba un olor a perfume mesclado con una fuerte dosis de testosteronas. Aquello que empezó a ocurrir no era amor, sino un acto sexual guiado por la lujuria. Ana Luisa no alcanzaba a meter la bestia erguida completamente en su boca. Gavilán se lo sacó de la boca y empezó a darle fuertes golpecitos con su fuerte rigidez.

— ¡Es esto lo que quieres! ¡Dime!—exclamó Gavilán.

—Sí papi, es esto lo que quiero—contestó Ana Luisa, recibiendo enérgicos golpecitos con el sexo del hombre en su rostro. 

Luego Gavilán la levantó y le pidió que se pusiera sobre la cama en la posición que usan la mayoría de los mamíferos del reino animal para aparearse. Ana Luisa obedeció, despojándose de sus ropas. Una vez ella en esa posición, su misterioso hombre le ordenó:

— ¡Ábrete los glúteos!

La recepcionista una vez en esa posición, abrió sus morenos y redondos glúteos, Gavilán sintió que su parte de abajo se puso más dura. Ella pensó que su misterioso hombre la penetraría de una vez; ella lo deseaba, quería sentir su gran miembro navegando entre la suavidad y la humedad de su sexo; pero no fue así, Gavilán se arrodilló en el piso para que su nariz y boca quedaran exactamente en el centro de sus nalgas abiertas. Allí  él empezó a absorber la fragancia natural del sexo de la mujer con su trasero expuesto, también absorbía el cálido olor de la parte más arriba del sexo, aquella que es inexplorada para muchas mujeres, pero para otras significa otro centro de placer. Él recorría con su boca y nariz ambas partes que estaban a flor de piel, Gavilán al mismo tiempo masajeaba la parte superior de su miembro, estaba llena de una humedad espesa y viscosa. 

— ¡Mételo! ¡No aguanto papi!—pidió Ana Luisa.       

Gavilán no hizo caso, y lo que introdujo fue su lengua, lo hacía con suavidad, cómo si disfrutara de un helado, luego humedeció sus dedos con el fluido de su boca, y metió uno en la parte apretada de la mujer. Ana Luisa se sorprendió con la facilidad con la cual entró el dedo, luego entraron dos. Su hombre empezó a hacérselo con los dedos por atrás, sin abandonar su húmedo sexo con su boca. La mujer perdió el sentido del tiempo, y olvidó cuál de los dos orificios era su sexo real. De pronto salen los dedos, Gavilán se levanta, humedece su miembro con el fluido de su boca y le dijo:

—Suéltate los glúteos. 

Ana Luisa sintió todo el sexo de su codiciado hombre entrando por su vagina. Gimió de placer. Él la tomó fuertemente por su largo cabello, cómo si se tratase de estar galopando sobre una joven yegua. Los orgasmos de Ana Luisa llegaron, y en cada uno soltaba una profusa y humedad. Con en esa misma humedad, Gavilán envolvió su bestia y esta vez la metió por otra parte, la parte más pequeña y apretada como un puño. Entró poco a poco, esa parte fue abriéndose con cautela y con suavidad.

—Sí papi, dame por allí. Dame duro, no me des suave. 

Gavilán empezó a moverse con violencia, esa parte ya estaba suave y dilatada, un diferente orgasmo invadió a Ana Luisa, lo que hizo que soltara más humedad por su sexo. Su misterioso hombre estaba a punto de terminar, así que aumentó  la rapidez de sus movimientos, hasta que sucedió, una fuerte explosión de éxtasis abarcó todo el ser de Gavilán, soltando una profusa cantidad de su blanquecino fluido; gritó fuerte cerrando sus ojos, e inmediatamente bajó el ritmo de sus movimientos hasta llevarlos a cero. El fluido blanquecino y espeso empezó a destilar de la parte de atrás de Ana Luisa, un delicioso cansancio se apoderó de ella, quería ahora acostarse con su misterioso hombre y se acurrucada por él.

—Vístete y te vas—dijo Gavilán como si nada hubiese pasado, con el mismo tono de autoridad que al principio. Ana Luisa no discutió, después de todo obtuvo lo que quería. 

Al siguiente día, el hombre de lentes oscuros se marchó del motel luego de tomar su desayuno. Ana Luisa vio como se marchaba, “tal vez no vuelva jamás”, pensó. Pero no fue así, ya que él se volvió adicto a ella, aumentó la frecuencia de hospedarse en el motel de la carretera, a tres veces por mes. Ya no había tan solo sexo, sino que las caricias y el compartir se hicieron más frecuentes. Parecía que el amor tocaba las puertas de ambos, a quizás era que la costumbre, el sexo seguro y el respetar los espacios y vida de ambos, se convirtió en otra forma de placer. 

Pero después de tres meses, Gavilán jamás volvió. Cada carro que llegaba al motel alegraba en vano a Ana Luisa, siempre le parecía escuchar el poderoso motor del Conquistador. Un terrible pensamiento invadió a la muchacha, “está muerto, mi hombre murió”. Ella conoció el verdadero oficio de Gavilán, sabía los riesgos de ello. Los meses fueron pasando, el vientre de Ana empezó a crecer, estaba embarazada, su hijo no conocería a su padre; pero la tendría a ella, una mujer luchadora. Ana guardaría para siempre el fruto de aquel misterioso amor, o aquella extraña pasión y lujuria.

****

El calor era inclemente, el piso estaba sucio y algunas ratas y cucarachas rondaban alrededor de un hombre que llevaba casi veinticuatro horas acostado a con su fusil automático de largo alcance con silenciador puesto; no despegaba la vista de la mira telescópica. Estaba cansado, se hidrataba a través de una manguerilla directamente a su boca, el líquido contenía nutrientes y calorías para mantenerlo con energías. El contrato valía la pena, no podía presentarse ante su nuevo cliente sin culminar su trabajo. Allí, desde el piso doce de un edificio abandonado, Gavilán no se movía, esperaba que saliera el mafioso más poderoso de la ciudad dónde se encontraba. Pensó que la ejecución de tal misión le llevaría unas dos a tres horas como máximo; pero no fue así, algo se complicó, el “pez gordo” no salía del hotel donde se encontraba. Sus ojos se cerraban, estaban cargados de sueño y cansancio. Se durmió por un instante, una gran rata chilló a sus oídos, lo que hizo que se despertara. Empezaba a amanecer, hasta que sucedió, el mafioso empezó a salir del hotel, sus matones le custodiaban. Gavilán ajustó la mira, respiró profundo, contuvo la exhalación, esperó el blanco despejado, esperó y, apretó el gatillo. La bala calibre 7,62 salió de manera giratoria, tal como un taladro, iba a una gran temperatura para luego entrar en la cabeza del tirano delincuente, a quien los jueces y la policía no tocaban jamás. Otra bala salió del fusil de Gavilán, esta se depositó en el pecho del segundo al mando de aquella aterradora mafia.

El contrato estaba hecho, doscientos mil dólares por el primero, la mitad por el segundo. Gavilán se levantó del piso como pudo, estaba totalmente entumecido. Tendría que largarse en seguida. Mientras huía en su Conquistador, pasó por su mente Ana Luisa, sabía que no podía volver jamás. Así era su vida, así era su trabajo. Extrañaba a aquella hermosa morena que lo cobijó con su sensual cuerpo y con su cariño; pero los hombres como él son lobos solitarios.

…Fin…

Epílogo.

Ocho meses llevaba de crecimiento la barriga de Ana Luisa, pronto tendría que dar a luz, interrumpir su trabajo significaría no recibir dinero, su familia estaba muy lejos para ayudarle. Tal vez pediría ayuda a sus patrones, dos tacaños ancianos tan viejos como el motel, era su única opción. Con su barriga a cuesta seguía trabajando, a fin de ahorrar para el nacimiento de su hijo. Atendía a los clientes con esmero, con el objetivo de recibir siempre una buena propina.

—Ana Luisa, ayúdame a llevar esta basura al contenedor—le pidió la cocinera.

    “Como jodes mujer”, pensó Ana Luisa de la cocinera, el contenedor de basura quedaba detrás del motel, cerca de la abandonada piscina. Alguien estaba limpiando la piscina, o intentando hacerlo. Ella se queda viendo al hombre que ejecutaba tal actividad, estaba sin camisa. Cuando el hombre sintió a la mujer cerca, voltio, llevaba lentes oscuros, era Gavilán.

—Hola Ana, ¿Crees que los viajeros les guste tener una piscina?

—No lo sé—respondió Ana, que tenía la boca abierta y los ojos brillosos, había soltado la basura en el piso.

—Bueno, es mi motel, lo compré y, quiero que tenga piscina. Seguro le encantará a nuestro hijo.

Ella empezó a llorar, no podía creer lo que escuchaba, él se salió de la piscina vacía y se acercó hacia ella. La abrazó con extremada ternura y ella no paraba de llorar…de felicidad.

(9,71)