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Intimidades

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Uno de esos señores que me excitan es don Ernesto, el dueño de la casa donde vivo con mis padres. Curso el último año de la preparatoria y vuelvo a casa alrededor de las seis de la tarde, dos horas antes del regreso de mis padres de sus trabajos. Por esto es que soy el encargado de pagarle el alquiler a don Ernesto.

Cada vez me calienta más estar a solas con él en el comedor, mientras le doy el dinero y él escribe y firma el recibo. Es un señor delgado, de estatura media, rostro enjuto y cabello gris. Siempre muy atildado. Yo lo miro disimuladamente y me pregunto cómo hacer para insinuarme y ver cómo reacciona. Varias veces lo descubrí mirándome, pero no sé…

Soy virgen y el deseo convive en mí con el miedo, pero me doy cuenta de que la calentura se va imponiendo sin prisa y sin pausa.

Me tengo confianza para seducir a don Ernesto, porque soy un lindo chico, muy lindo diría y espero que esto no les suene muy vanidoso. Pero, por otra parte, no sé si le interesará comerse a un varoncito por lindo que sea.

Cuando llegó el día en que don Ernesto pasaría una vez más a cobrar el alquiler yo estaba dispuesto a todo. Pero ocurrió algo tan maravilloso como inesperado. Tocó el timbre y lo fui a recibir con el corazón latiéndome aceleradamente.

-Buenas tardes, don Ernesto. –lo saludé mientras hacía girar la llave en la cerradura.

-Hola, Jorgito, cada vez más lindo vos… -me dijo y sentí que mi corazón latía cada vez con más fuerza.

-Ay, gra… gracias, don Ernesto… -pude murmurar.

Ya en camino hacia la puerta cancel, conmigo delante, le oí preguntarme: -¿Y tus papis?

-Bien, don Ernesto, en el trabajo, como siempre…

-¿Y a qué hora vuelven, Jorgito?

-A eso de… de las ocho, don Ernesto… -le contesté mientras abría la puerta del comedor y me hacía a un lado para dejarlo pasar.

Después lo acostumbrado, él sentándose en una de las sillas que rodean la mesa y yo yendo hacía la cómoda en busca del sobre con el dinero. Pero esa vez hubo algo sorprendente:

-Qué cuerpo tan lindo tenés, Jorgito… -le escuché decir y quedé paralizado en el gesto de abrir el cajón donde estaba el dinero. Yo vestía un jean ajustado y una camiseta, prendas que había elegido especialmente para llamar la atención de don Ernesto… ¡y lo había logrado!... Entonces decidí ir a fondo: -Ay, gracias… gracias, don Ernesto y… ¿y qué le gusta de mi cuerpo?... pregunté después de darle el sobre. Él tomó mi mano y la retuvo mientras yo me ponía coloradísimo, hasta sentir que mis mejillas ardían.

-De vos me gusta todo, Jorgito… Tu carita, esa curva de las caderas, la cintura tan fina, tus piernas y… y tu culito…

-Ay, don Ernesto… -murmuré cada vez más excitado. Yo hasta ese momento era virgen y las ganas convivían en mí con el miedo. Él me hizo sentar sobre sus piernas dándole la espalda y me estremecí al sentir la dureza de su pija.

-Fijate cómo me tenés, Jorgito… Muy caliente me tenés… -y se puso a acariciarme los muslos, por dentro y por fuera. Yo jadeaba de tan excitado hasta que me dijo: -Parate y sacate toda la ropa, Jorgito.

-Ay, sí, don Ernesto… me… me da vergüenza pero me la saco… -y le obedecí. Mientras me desvestía lo miraba y veía su rostro crispado, su boca entreabierta. Por fin me exhibí desnudo y él, siempre sentado, se bajó el pantalón y el slip hasta los tobillos y me dijo: -Arrodillate, Jorgito… acá, vamos…

-Sí, don Ernesto… -acepté sin poder apartar mis ojos de esa hermosa pija totalmente erecta.

-Chupala, Jorgito… -Y la chupé sin dudar. ¡Qué hermosa sensación! La estuve chupando y lamiendo un buen rato hasta que me dijo con la voz algo enronquecida: -Basta, Jorgito… basta… basta que te la quiero dar por el culo…

Vi que se mojaba la verga con su saliva y después me dijo: -Sentate, nene… sentate…

-Sí, don Ernesto… -y me senté lentamente, esta vez de frente a él, apoyando mis manos en sus hombros mientras movía mis caderas para que mi hambriento orificio posterior coincidiera con la punta de esa verga tan ansiada.

Mientras yo terminaba de sentarme él me la fue metiendo. Sentí un dolor muy fuerte y grité, pero él me tranquilizó mientras me aferraba por la cintura con ambas manos.

-Ya pasa, Jorgito… ya pasa… -y sí, el dolor fue atenuándose hasta desaparecer para dejarle su lugar a un placer intenso con el cual yo tanto había soñado pero que jamás imaginé tan… ¿cómo decirlo?... ¡tan delicioso! Después sentí los chorros de semen en el interior de mi culo mientras él gruñía y jadeaba como un animal.

¡Qué iniciación tan hermosa! Pero todavía faltaba algo.

Don Ernesto me mandó a tenderme en el sofá cama donde yo dormía mientras él reponía fuerzas.

-¿Te gustó, Jorgito? –quiso saber.

-Me encantó, don Ernesto… ¡Gracias!...

-Mmmmhhh, me alegro, Jorgito, porque esto recién empieza…

-¿Me… me va a seguir co… cogiendo, don Ernesto?

-¡Claro que sí! En un rato me la vas a chupar, Jorgito, te vas a tragar toda la lechita y voy a venir tres o cuatro veces por semana para darte verga…

-¡Ay, qué lindo, don Ernesto! –dije sin poder contener mi entusiasmo ante semejante promesa.

Después de un rato me ordenó que dejara el sofá cama y me arrodillara ante él: -Agarrame la verga, Jorgito… -estaba mustia, pero en cuanto me puse a sobarla fue reaccionando hasta que por fin se puso bien dura… ¡muy tentadora!

-Bueno, Jorgito, a tomar la mamadera… -me ordenó y me la puse en la boca, pero él me dijo: -No, Jorgito, no, primero quiero unas buenas lamidas y empezá por los huevos…

-Ay, sí, don Ernesto… Lo que usted quiera… -y pasé mi lengua ávida por sus huevos que empezaban a hincharse. Mi lengua anduvo por ahí un ratito para después subir por el tronco despacio hasta llegar al glande, que lamí y besé hasta que él me ordenó: -Bien, Jorgito… muy bien… ahora sí chupala… -y claro que la chupé y gocé muchísimo haciéndolo. Me sentía como en otro mundo con ese hermoso ariete dentro de mi boca, en contacto con el paladar, la lengua y los labios.

Después de un tiempo que por supuesto no pude medir llegó la explosión.

-¡Síiiiiii!... ¡Síiiiii, Jorgito, asíiiiiii! ¡asíiiiiiiiahhhhhhhhhhhhh!... –gritó don Ernesto y me inundó la boca de semen que comencé a tragar con la misma avidez que la de un sediento que en pleno desierto hallara un espejo de agua… Mientras yo tragaba y tragaba él jadeaba echado hacia atrás en la silla.

Minutos después se iba reiterándome que varias veces a la semana volvería para darme pija, y cumplió su promesa.

Soy putito de su propiedad desde hace tres meses y me doy cuenta de que don Ernesto me ha convertido en un adicto a la pija… ¡a su hermosa pija!

(continuará)

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