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A la próxima ¡me la metes! (3)

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El viento jugueteaba con mi pelo conforme sobrepasaba por Pinedo. Diego llevaba mi casco puesto y a mi espalda se me aferraba de las caderas entre asustado y excitado, conforme yo aceleraba para acortar el trecho que traspasa el tramo que había de sur a norte y el puerto a la derecha. Recorrimos suavemente y sin prisa toda la carretera que nos conducía por la Malvarrosa y La Patacona hasta cerca de Port Saplaya donde de modo escondido estaba mi casa de verano. Yo llevaba siempre la llave en el top case y nos encontramos, luego de unos 40 minutos, en mi casona.

Abrí los portones de acceso al jardín. Diego demostraba un asombro cada vez mayor, la amplitud de los bien cuidados jardines de la casa enorme que veía frente a sí, de tres pisos, una piscina de dieciocho metros de largo y cinco de ancho, un jardín enorme que entornaba la casa. Se acercaron dos perros rottweiller de cincuenta kilos cada uno, hasta Diego reaccionó con evidente temor cuando se le acercaban. Los dos perros le pusieron sus manos en su cuerpo y le dieron grandes lengüetazos en su cara, para luego saltar a su alrededor como si fueran cachorros…, unos perros que como guardianes eran pura mantequilla, pero con su aspecto eran verdaderamente intimidantes, pero a la postre mansos como corderos.

Cerré la puerta y seguidos de los perros a nuestro lado llegamos al garaje que abrí con el mando a distancia. Allí vio el Audi TT convertible de dos plazas con capota electrónica, que estaba celoso de mi moto, un Mercedes-Benz CLA 200 CDI AMG Line con vidrios polarizados, un Hummer H2 todo terreno color champagne metalizado y el BMW M240i Coupé de mi hermanita, estacionados en el garaje. A ellos se agregaba mi moto CFMoto 400NK. Sí, ricos; no cabe disimular; ricos desde mis bisabuelos y todo fue a parar a mi padre, mi familia estaba llena de poder, de dinero y de vicios de rico.

Dado el estado estupefacto en que estábamos por los porros, nuestros movimientos eran un poco aleatorios. Apareció Virgilio, vigilante, custodio, jardinero y hombre capaz de meterle su puño o navaja al primer ladrón que se presentara, pero a la vez pura sonrisa y cariño. Se iba a casa y me preguntó si yo iba a irme y a qué hora para venir a poner todas las alarmas, le dije que encendiera las luces de costumbre y se fuera tranquilo que nos íbamos a quedar.

— Hasta mañana, Marcelo.

— Hasta mañana, Virgilio.

— Vendré con Elio que me va a ayudar a sacar los despojos de la poda que ya están secos.

— Ya nos vemos.

Entramos a la cocina, nos preparamos unos bocatas, abrimos un par de cervezas, y mientras comíamos me preguntó Diego:

— ¿Quién es Elio?

— Es su hijo, un chico de mi edad, somos amigos en los tiempos de verano que es cuando vengo por aquí mayormente.

Acabada la comida, le mostré las partes de la casa que se pueden mostrar, no entramos al lujoso estudio de mi padre, le mostré el coquetón estudio de mi madre. Diego quedó fascinado por mi habitación con una pantalla plana de cincuenta y seis pulgadas, el iMac conectado a Internet, consola de juegos, y otros aparatos de esos que uso poco. Pero mi padre se siente rico si sus hijos tenemos todo. No era mi pretensión ostentar ante Diego, lo que deseaba era su lengua.

En mi habitación, en mi territorio, sin mirones ni gente que me pueda insultar, me acerqué a Diego y lo abracé, busqué sus malditos labios, tan incitantes que ansiosamente deseaba, estaban ahí esperándome sin trepidar, mi lengua se adentró en su boca y encontré la suya que deseaba; me apreté contra él, necesitaba aparte de poder respirar el sentir su lengua y saborearla como si ese fuera el destino que no podía eludir.

— ¡Por qué te demoraste tanto!— fue su amargo reproche, conforme respondía ansiosamente a mis acercamientos.

Su culo, ¡sí!, su culo; mis manos fueron directamente a su raja, allí estaba a mi disposición y a su gusto, no protestó cuando se lo agarré, se dejó que le tocara el culo, ese trasero tan rico que yo ya había apreciado, y que ahora sentía. Tampoco estaban paralizadas sus manos, fue exactamente lo que hizo, me tocó mi trasero, yo sentía que nada de este mundo era mejor que Diego me manoseara el trasero.

Nos tocamos mutuamente, nos los acariciamos y aún sentí que Diego deslizó su dedo hasta que encontró mi ano por encima de la ropa y aplastó su dedo suavemente allí; nada más estimulante e incitante para que yo hiciera lo mismo, busqué en medio de su rajita hasta que hallé su delicioso punto débil. Allí apreté y yo quería creer que lo pudo sentir.

— ¡Mmrawgggh! —se escapó de la garganta de Diego, nada más podía articular, su boca y la mía eran una sola.

Necesitaba su piel, tomé su camiseta y la arrastré hacia arriba, quedó con ella a la altura de las axilas, el calor de su cuerpo fue sobrecogedor, me tomó mi parte superior del mono y sin ninguna ceremonia, me la sacó hasta la cintura con más éxito, quedando desnudo de la cintura hacia arriba, me pegué aún más a sus labios, exploré toda su boca con mi lengua, me retribuía del mismo modo. Y me atreví a más, pasé mi mano de su culo a la delantera para agarrarle el pene, la dureza que tenía pegada a la mía ahora estaba en mi mano, la sentí bajo la tela de su pantalón, duro y palpitante. Yo necesitaba más, acerqué mis manos a su cinturón y se lo solté, sus pantalones cayeron a sus rodillas. Él, con sus manos y mayor dificultad descorrió las cremalleras laterales de mi mono y tiró de él hacia abajo, dejándome con mi speedo de nylon color naranja. Diego, sin dejar de meterme lengua con cierto arte se sacó los pantalones, fue tentador sentir que se bajaba sus pantalones hasta sacárselos con sus pies ya descalzos y quedándose con solo su bóxer… nos besábamos mutuamente las bocas sin parar, nuestro ansioso beso era acompañado por los movimientos de cadera que nos dábamos, para hacer que nuestros penes duros se rozaran. Yo necesitaba agarrárselo, tocárselo…

— ¡Aaahhh! —su pene me tocaba el mío, metí mi mano derecha dentro su bóxer y se lo agarré,...

— ¡¡WOOOW!!

Eso fue adorable, alucinante, esa pieza dura, caliente, húmeda en la punta, que se adhirió a mis dedos, y luego escuché:

— ¡Aahh, Marce…, Oooh!, —salió de su garganta.

Me agarró mi pene, desplazando fácilmente mi bañador por debajo de mis huevos, y seguro que igual quería mojarse la mano con mis primeros humores líquidos, los mismos que yo sentía de él, quiso él sentir de los míos.

Nuestro mutuo jugueteo estaba haciendo estragos en los dos, acariciaba cada centímetro de su verga, sintiéndola como si fuera de terciopelo; no estaba circuncidado lo que le daba mayor encanto a su pene. Jugueteé con el trozo de piel tirándolo hacia arriba y luego retrayéndoselo, a cada uno de estos movimientos Diego gemía en mi boca. El chico no se quedaba atrás y se había empecinado en la cabeza de mi pene, haciendo que mis jugos se esparcieran por toda ella.

A todo esto, yo empecé a experimentar un pequeñísimo y molesto problema, que se fue acrecentando hasta hacerse urgente. Muy abochornado tuve que decirle que necesitaba ir al baño, que necesitaba cagar,... y con suma urgencia.

Me miró y sonrió con sus labios brillantes por nuestras salivas.

— Ehh!, deja que te quite el mono o te vas a caer. —Me quitó mono y speedo y me vi desnudo del todo delante de Diego.

— ¿Te puedo acompañar? —me preguntó.

Lo miré un poco extrañado, era una insólita solicitud y pregunté a mi vez:

— ¿Al baño?

— Sí, yo... ejem... eh…, quiero verte cagar... —dijo algo embarazado.

Esto ni lo esperaba, fue único y sorprendente, esto se transformó en la más extraña petición que me hicieran en toda mi corta vida. En verdad yo no podía argumentar mucho más, la excitación, la droga que aún nos afectaba, estaban haciendo que mi urgencia se hiciera un poco insoportable, de modo que sin decirle nada me dirigí al baño y me siguió resueltamente, sintiéndose autorizado por un silencio cómplice. Nuestro andar era torpe, por esa primera vergüenza que se siente de dos tíos que se acaban de conocer y de repente están a plena luz de una habitación desnudos y uno con ganas de cagar y el otro con deseos de verlo cagando.

Al llegar allí, Diego, que ya se había sacado el bóxer sin que me diera cuenta y lo había puesto junto a mi ropa, tomó la iniciativa. Me tomó de los hombros y trató de sentarme en la taza del baño pero al revés, es decir con la cara apuntando hacia el depósito de agua.

Diego se arrodilló detrás de mí, estiró sus manos y me puso una en cada una de las nalgas de mi culo. Lo miré un poco con una sonrisa y con mucho más de bochorno. Separando mi raja, me abrió, lo que estaba en mis entrañas se precipitó fuera de mí y un largo zurullo se me escapó por el ano, el olor a mierda se expandió por el ambiente y la cercanía de la cara de Diego a mi trasero debió otorgarle particular privilegio participando del hedor. El muchacho abrió los ojos, sorprendido y ansioso de verme hacer fuerza.

— ¡Trata otra vez!, —me dijo, con una voz claramente ansiosa.

Lo intenté, y aún otro mojón se me escurrió del cuerpo mientras Diego me abría cada vez más hasta casi hacerme doler el hoyo del culo por el estiramiento a que me estaba sometiendo. Lo sentí gemir. Rarísimo, muy raro, supuse que Diego estaba gozando el verme cagar. Hay personas así.

— Ya no tengo más, —dije, aliviado cuando soltó un poco la presión.

— ¡Espectacular!, —dijo entusiasmado.

— Si tú lo crees así…, —fue mi lacónica respuesta.

Supuse que ya habría tiempo de pedir explicaciones. Mi polla se me puso lacia por el acto de cagar. Pero al tomar el papel higiénico para limpiarme, Diego me miraba con la cara ansiosa, y una erección pasmosa. Dejé el papel sin usar.

— Oye, —le dije— ¿te parece que nos duchemos?, así quedamos limpios de todo, ¿te apetece?

— Ya, pues, —fue su vehemente respuesta.

Abrí la ducha, calibré el agua caliente y saltamos a la plataforma. Era curioso y excitante verlo adentrarse en el espacio del plato de la ducha con su pene erecto que lo precedía. Nuestros cuerpos quedaron mojados rápidamente, sus trencitas (catorce para ser exactos), se anduvieron desarmando un poco, pero resistieron y dijo que no se lavaría el pelo. Yo ya lo tenía mojado y me eché champú, en verdad yo no necesitaba ducharme, ya lo había hecho unas pocas horas antes, pero era también la oportunidad para que nos empelotáramos como más apretujados y con peor intención. Metí la cabeza bajo el chorro de agua y empecé a lavarme de nuevo, sentí que sus manos me ayudaban, lo dejé hacer, la sensación en la piel que me tocaba era opresora. Una vez hecho mi pelo, lo vi tomar el gel, hacer abundante espuma y empezó a ponérmelo en la cara evitando cuidadosamente de no entrara en los ojos, la nariz o la boca y siguió por mi pecho,

— ¡Ja, ja, ja, pareces un viejo pascuero con barba, ja, ja!!

— ¡Maricón!, —fue mi respuesta.

Se empeñó especialmente en mi pecho y aún en particular en mis tetillas, las que dejó erectas como dos maderitos. Siguió su camino por mis costillas, mi vientre, al llegar a mis pelos recortados se puso más gel e hizo una muy abundante espuma, mi pene hacía rato que estaba duro, y era divertido, obsceno y excitante ver mi pene parado en medio de un montón de espuma. En ningún momento Diego tuvo reparos de acariciarme directamente mi polla, lo que me estaba poniendo a mil.

Me di la vuelta, quería que me enjabonara la espalda, el ¡muuuy maldito! no abandonó mi pene, detrás de mí, se aferraba de mi pene con una mano y con la otra me empezó a enjabonar no solo toda mi espalda de arriba hacia abajo sin poner mucha atención a mi espalda, sino que se fue directamente a mi culo.

— Ooohh, fffss! —Se me escapó de la garganta.

Que me empezara a agarrar el culo fue de un placer casi lacerante, que me siguiera sobando mi polla haciéndome una paja a cámara lenta y metiendo sus dedos de la otra mano por el agujero haciendo la limpieza de la mierda del culo era algo que estaba más allá de cualquier adjetivo de placer y ansiedad que me estaban embargando.

Mientras acariciaba y exploraba mi agujero, dijo:

— Tienes el culo tan precioso, tan bonito, tan redondito, tan suave, mmmhhh, —así fue su elogio dicho con una voz ronca y entrecortada.

No pude resistir y me eché hacia atrás, encontré justo lo que buscaba: su pene. Me ubiqué de manera que su verga quedara atrapada por mis nalgas como un hot dog.

— Aaaahh, —fue su respuesta.

Me refregué y su pene se deslizaba entre mis nalgas.

— ¡No, basta!, ¡debo sentirlo yo también!, —protestó.

Me di la vuelta, lo tomé entre mis brazos, apasionadamente lo besé, y me respondió de la misma manera. Le quité el jabón, hice toda la espuma que pude y empecé a darle el mismo tratamiento que me había dado, mucho más ansiosamente; rápidamente enjaboné su cuello, su pecho, no me detuve mucho en sus tetillas, quería hacerme con su polla rápido, esa presa que estaba allí entre sus piernas. La alcancé. Por primera vez se la podía mirar abiertamente, una rígida verga, de unos quince centímetros de longitud, en que la piel estaba ligeramente retraída, dejando ver solo el extremo de la rubicunda cabeza de su verga. Le tomé la piel y la eché hacia atrás, apareció como una pequeña patata, con su hermoso hoyuelo al medio, todo húmedo y una gotita de materia blanca babeaba desde el extremo.

Le di vuelta y lo aferré contra mí, necesitaba ponerle mi pene entre sus nalgas, Diego consintió muy a gusto, echó para atrás su trasero, agarrándome el pene, y él mismo se lo puso allí, y me lo apretó, se sentía efectivamente como una salchicha de hot dog. Diego, con sus piernas abiertas, me lo agarró se lo apretó entre sus nalgas, y empezó a moverse haciéndome una alucinante paja con las nalgas de su culo. Le tomé la cara, lo volteé y lo volví a besar, nuestras lenguas jugaron mientras Diego amainaba su ritmo hasta casi desaparecer sólo para concentrarnos en nuestro hipnótico beso.

Nos separamos, y al unísono exclamamos:

— Mmhh..., —sonreímos.

Corté la ya larga ducha y saltamos fuera. Le alcancé una toalla enorme que casi lo cubría entero, hice yo lo mismo, nos secamos y fuimos a mi dormitorio.

Simplemente lo miré. Él, vicioso, fue hasta su pantalón y extrajo un impresionante porro, de unos siete cm de longitud y casi medio centímetro de ancho. Le sonreí, y bueno, lo prendimos.

— Oye —le dije—, pero ten en cuenta que con ese canuto, no te voy a poder ir a dejar ni siquiera al Metro o autobús más cercano.

— Bueno, estoy sólo en mi casa, ¿tienes problema en que me quede?

La verdad es que me pareció fascinante que lo propusiera.

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Continuará...

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