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A la próxima ¡me la metes! (4)

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Diego ya había alabado suficientemente mi casa, aunque seguía impresionado con la cantidad de mariconadas que yo tenía, incluida la moto, una consola nintendo, literalmente centenas de juegos, computador, videos, etc... No había riesgo de que de las casas vecinas se percataran que había alguien acá (haciendo además lo que hacíamos); primero, a nadie le importaba un puto bledo en este lugar, y además, los alrededores de la casa eran un campo libre de 10.000 metros cuadrados, es decir desde la reja de acero 2,5 metros de alto hasta la entrada de mi casa habían 300 metros.

Diego me había dicho que sus papás eran empleados y por tanto de esa situación económica nuestras familias estaban a mucha distancia una de la otra. Poco me importaba esa mierda, siempre pensé que mis papás eran millonarios, no uno sino los dos, pero yo no era millonario.

— Bueno, ya que estamos con el porro, ¿quieres una cerveza? —ofrecí.

Me sonrió con su sonrisa preciosa gracias a la cual le brillaban sus blanquísimos dientes.

Teníamos las toallas puestas como togas romanas, le pasé unas zapatillas y partimos a la cocina, tomé la precaución de abrir las ventanas para que el olor del porro se fuera. Yo sabía que mis papas, ambos, eran de porro frecuente, pero eran muy precavidos en que mi hermana y yo no nos percatásemos, pero el olor y las briznitas dejadas descuidadamente en el cenicero, eran claros indicios de lo que ocurría y por lo que mi hermana y yo nos hacíamos los tontos. Estoy seguro que además había también en ellos algo de cocaína.

Prendimos el cigarrillo de marihuana, destapamos las cervezas, y empezamos a beber la cerveza y aspirar el picante humo del canuto. Para mí bastaron sólo tres chupadas para quedar tremendamente colocado, tosí como si me estuviera «dando la pálida» (2), logré recuperarme y no di para una cuarta aspirada. Diego llegó sólo a cinco, las que aspiraba profundamente, se le llenaban los ojos de lágrimas. Tosió intensamente.

El silencio se fue apoderando de nosotros, en tanto las sensaciones de todo el entorno se hacían más intensas. El ruido del refrigerador se hizo música, las luces de la cocina se hacían más brillantes, y los olores del ambiente, incluidas las frutas, nos invadían a torrentes. Tuve aún el ánimo de proponerle que fuéramos a ver televisión a mi dormitorio. Nos dirigimos allá y aprecié su cuerpo delgado y bien formado, poniendo especial atención a su trasero. Nos recostamos en la cama, prendimos la tele, hicimos zapping entre varios canales y nos quedamos con MTV que estaba tocando un especial de rock pesado (no me gustaba, pero a Diego sí); las luces bailaban al ritmo de la banda de heavy metal. Yo me quedé pegado a la tele, las imágenes eran alucinantes y me empecé a hacer parte de ellas, estiré mi mano y alcancé la de Diego, que la aceptó sin reparos y, al contrario, me la apretó y se aferró a mí. Me volteé y lo miré a la cara. Estaba yo pasmado con este muchacho a mi lado que se me apegó, me brindaba su calor, y respondía a mi mirada con el mismo encantamiento que el que yo sentía por él. Apoyó su cabeza en mi hombro, pude oler su cuerpo, y el entrelazado de sus cabellos ordenados de manera tan armoniosa me tenía hipnotizado. Levanté mi brazo y lo tomé del mentón, levantándole la cara hacia mí para perderme en sus ojos verdes, hermosamente alargados. Su boca fue mi centro de atracción, me fui acercando lentamente hasta que nuestros labios se quedaron tocando como si fuera el primer beso, estiró su mano, aferrándome de la nuca me atrajo hacia él y presionó sus labios contra los míos con mucha fuerza e intensidad, abrí mi boca y él la suya, nuestras lenguas se extendieron como buscando agua con miel, nos empezamos a besar, un beso sensual, apasionante, sobrecogedor. Lo abracé apretándolo contra mí, deseaba sentir el máximo de su cuerpo contra el mío y él también lo deseaba, nos apegamos y lo empujé con mis caderas, mi pene ya estaba erecto, igual el suyo, dos palos rígidos que luchaba un apasionante combate a través de las toallas que cubrían nuestros cuerpos. Me arrebató la mía dejándome completamente desnudo, igual hice yo y nos volvimos a atacar deseosamente. Nuestras lenguas luchaban su propio combate y nuestras manos exploraban todos los territorios que nos dejábamos conquistar. Diego fue directo a mi trasero, metió el canto de su mano entre los cachetes y yo conquisté sin represalia alguna al guerrero que tenía entre sus piernas. Con mi mano libre, fui hasta su culo e imité lo que él me hacía, se desembarazó de su brazo que tenía sujeta mi cabeza y se fue directamente a mi pene, la masturbación lenta y mutua así como la sensación de nuestros traseros era estremecedora. Metí una de mis piernas entre las de él y levanté una de ellas con la mía, esto hizo más espacio para que las intrusas manos que merodeaban nuestros culos avanzaran a terrenos más secretos, pero igualmente dispuestos a ser conquistados.

— Diego, ehh... humm… ¿te puedo tocar tu hoyo?

Me sonrió con una amplia sonrisa:

— Marcelo, ¿te puedo tocar tu hoyo?

Le sonreí a mi vez, al tiempo que lo volvía a besar.

Diego exploró todo mi culo, y me tocó allí en medio, pude sentir que uno de sus dedos me acariciaba el ano con una suavidad infinita, la misma que yo estaba aplicando a su juvenil agujero. El calor que emanaba de allí era sobrecogedor, pude sentir el gemido de Diego al mismo tiempo que el mío.

— Mmmmm!...

Su pene entre mis manos me tenía enloquecido. Todas aquellas fantasiosas imágenes de mi obsesiva mente volvieron como una arrolladora necesidad.

— ¡Chupar una buena polla!

Dejé el beso que nos tenía tan unidos, y fui hasta su cuello, lo besé. Su pecho, lamí sus tetillas. Diego pareció entender, se puso de espaldas, abrió sus piernas al máximo y solo se hizo víctima de mis movimientos. En sus tetillas me detuve un buen rato, hasta dejárselas rígidas, seguí hasta su ombligo y hundí mi lengua allí, Diego sólo respondía con quedos gemidos.

— ¡Aah, aah, aah, awh!

Le agarré el pene lo que hizo que saltara como electrizado, se lo miré a gusto y se lo acaricié como si fuera un peluche nuevo y muy querido, la piel que le recubría el glande estaba muy estirada sobre el casco que era su cabeza y se la retraje hacia abajo para hacerlo aparecer. Rubicunda y húmeda. Me acerqué y le di un ligero lengüetazo que hizo que Diego se estremeciera. Con mi lengua le lamí todo su glande ya húmedo, se lo limpié de jugos y dejé mi saliva allí. Llegué a sus huevos que tenía una suave pelusa y extendí por ellos mi lengua, las arrugas de su bolsa se las sentí una por una. Volví a su verga pasando mi lengua por toda ella, hasta que alcancé la cabeza, Diego tiritaba y gemía, apretando sus manos contra las toallas húmedas a cada lengüetazo y estímulo que le propinaba. Abrí mi boca y tomando su glande desnudo con mis labios se lo sujeté, el sabor de sus jugos invadió mi boca, no iba a renunciar a mis tempranas obsesiones. Le pasé mi lengua por todo el cipote que esta vez estaba dentro de mi boca. Y lo deslicé dentro de mi lujuriosa y cálida caverna hasta casi tocar mi garganta, una arcada me recorrió el cuerpo, debí retroceder un poco, mi total falta de experiencia me había traicionado, sólo me detuve para recuperarme de la desagradable sensación, y seguí en mi empeño, empecé a meterlo y sacarlo de mi boca lentamente primero y luego alcancé un febril ritmo. Diego sólo era capaz de emitir sonidos guturales mientras lo masturbaba con mi boca, cada vez iba más adentro y aunque las arcadas se repetían eran cada vez menos intensas, hasta que ya no las sentí y podía hacerlo llegar hasta más allá de mi glotis y aún hacer llegar mis labios hasta la base de su miembro, en que sentía la pelusilla de su pubis que me cosquilleaba la nariz. Llegué a forzar hasta meterlo todo dentro de mi boca, y hasta casi la mitad de sus escroto pude meter en mi boca en tanto sentía que su palo me entraba entero…

— ¡Oye!, ¡para, para!... aaaghh... yo… yo… yoo... yooooo voy a acabar, aghhh!!, hoa... fffhj!

Sentí que nada me detendría, cuatro o cinco entradas y salidas más de mi boca y Diego levantó sus caderas y estalló con un chorro que me invadió la boca, bajando directamente por mi garganta hasta mi estómago, seguí tragando el líquido viscoso que sabía a fruta no madura, los últimos chorros no eran tan potentes, y se quedaron sobre mi lengua, el último se escurrió de entre mis labios y quedó allí; el pene de Diego saltaba a cada bombeo de su corazón, mientras una gota caía de la punta de su ya lánguido pene hasta su vientre, la que también lamí. Con mi boca aún con el semen de mi amigo, me acerqué a él y lo besé viciosamente, quería que supiera qué era eso.

Diego y yo éramos claramente inexpertos, pero no ignorantes de los vericuetos en los que estábamos adentrándonos. Aceptó mi beso y parte de su semen pasó a su boca que no rechazó y, al contrario, me pareció que lo aceptaba con un deleite que yo casi envidié.

— Mmmh, qué rico, —fue lo que me dijo Diego.

— ¿Tú ya habías hecho esta mariconada antes?, —me preguntó.

— ¡Nop!, —le respondí—, esta es mi primera vez y me ha gustado de puta madre.

Diego hizo unas respiraciones profundas para recuperar su resuello.

— ¿Y tú? —le pregunté a mi vez.

— No, en verdad que no, pero he hecho otras cosas, — agregó con algo de misterio en su voz.

No le dije nada, sólo le hice un gesto con la cara que era claramente una demanda de mayores detalles.

— ¿Te resultó muy extraño que te viera como cagabas?, — volví a hacer un gesto que le daba a entender que sí.

— Una vez —continuó— estuve con una amiga después de una fiesta, estaba súper borracha la putona, se había pasado de copas; estábamos los dos en pelotas, y nos habíamos pegado unas chupadas a nuestros sexos súper ricas, estaba muy cachonda la nena y dijo que quería cagar, pero que le daba reparo ir al baño, y la putangona, loca ella a más no poder, ahí mismo abrió sus patas y me dijo que le abriera la raja, ¿lo captas?, —asentí—, ya pues, yo, cachondo también, lo hice…, se le abrió el hoyo un poco y le quedó abierto, y le empezó a salir el mojón, una mierda larga, así como la tuya de antes; puta huevona, me calentó enorme, verle el hoyo que se le abría y se le cerraba y después que apareciera esa puta mierda, me puso súper caliente…, le miré el hoyo, y le había quedado limpiecito, puta, y no aguanté, le di un lengüetazo.

La historia me pareció super cochina, asquerosa en verdad, siempre la caca me ha resultado repulsiva y mucho menos excitante.

— Y después de eso, bueno… me quedé con la manía de querer lamer un hoyo —agregó—. Las mejores pajas me las he hecho imaginando que le estoy lamiendo el hoyo a una chavala,... o a un chico guapo —agregó esto último insinuantemente perverso.

Sus últimas palabras fueron de un magnetismo mágico, hizo que mi pene que estaba medio lacio, se me enderezara rápidamente, hecho que no pasó inadvertido para mi amigo, que se puso serio y me miró fijo. Sostuve su mirada y luego percibí que algo de paralelo en las historias mías y de él hacía que nuestra relación se hiciera tan fácil como era lo que estaba ocurriendo entre nosotros.

Yo me había imaginado que me metía un pene en la boca mientras me trabajaba manualmente el mío, el hombre acababa en mi boca, cuando él acababa, lo hacía yo… y esas acabadas eran de desmayo seguro. Mi amigo había visto y vivido algo muy bizarro con una amiguita y eso le había marcado sus fantasías sexuales más secretas. Si a eso se le agregaba que mi culo era muy rico según me había dicho, entonces yo había tenido mi sueño hecho realidad, ¡chupar una polla!, ya era tiempo que él tuviera su oportunidad. Iba yo ahora por caminos de solidaridad.

Lo miré con algo de perversión, me retraje y me puse boca abajo en la cama y abrí las piernas tanto como pude, levantando el culo, enviándole un mensaje que sólo quien no estuviera allí podía quedar ausente de mis invitaciones,

Diego se acercó a mí, me besó en los labios suavemente agregando un lengüetazo, y poniéndose boca abajo, apoyado en sus codos me miró, se estiró y abrió sus piernas tanto como pudo, desde la misma posición, adiviné que Diego quería ser retribuido en la sensación que había otorgado al dar ese lengüetazo que le dio al hoyo de su amiga. Entendí.

Poco me costó recogerme para llegar directamente a su culo. Si había chupado un pene, por qué no lamer un hoyo,… Siempre hay una primera vez… Además era Diego… Además yo quería hacerlo...

... Me ubiqué entre sus piernas y se las abrí aún más. La visión de su trasero ya abierto, entre medio se adivinaba su pequeño agujero, fue fascinante, estiré mis manos y las posé directamente en cada nalga. Las acaricié como se acaricia a un niño, tiernamente. Estas caricias arrancaban de Diego gemidos guturales que procedían directamente de sus pulmones. Me atreví a abrirlo, buscando el tesoro, ¡allí estaba!...

Una pequeña boquita, ligeramente alargada, rodeado de arrugas que convergían directamente en una cavidad estrecha, sin un solo pelo, ligeramente más oscuro que el resto de su magnífico culo. Diego hizo una asombrosa maniobra: apretó y soltó su piel; la abertura palpitó insinuante, cautivadora, enloquecedora en verdad. Le abrí un poco más los cachetes y se abrió como una florecita. Pude apreciar las rosadas paredes de su recto. Diego exclamó:

— ¡Ooohhhh... ohh, ooh!!

Le solté los cachetes y desapareció la manchita rosada de sus entrañas de en medio de su fascinante orificio; lo volví a abrir y apareció de nuevo. Jugué un rato con esta aparición. Al fin, me acerqué al increíblemente atractivo agujero, y deposité un beso allí con mis labios estirados, un besito; Diego se recogió exclamando y apretando sus cachetes al inesperado contacto que hice de mis labios con su ano. Sentí que me estaba excitando como nunca, la visión y la sensación de este agujerito arrugado eran cautivantes; saqué mi lengua y la estiré, alcancé la pequeña hendidura y la lengüeteé; dos o tres tímidas pasadas de mi lengua, Diego ya no decía nada, sólo soltaba y apretaba allí a cada uno de los toques que le proporcionaba con mi lengua, decidí lamerlo sin timidez, se la paseé toda su raja, desde lo más alto hasta sus cocos, deteniéndome en ese fascinante agujero para presionar incluso un poco y sentir que se hundía levemente. Le tomé los cachetes del culo y se los abrí cuanto pude, el agujero se abrió y planté mi versátil lengua allí, pude sentir el terciopelo de su recto, traté de hundirme más en su ano. El mismo Diego se agarró los cachetes del culo y se abrió en lo que me pareció casi doloroso, pero así pude incursionar aún más adentro, la hacía serpentear desde arriba hacia abajo, directamente en el agujero. La forcé hacia dentro tratando de ponerla lo más rígida posible y me hundí con todas mis fuerzas, aplastando incluso mi nariz contra su raja.

Sentí que era exquisito, pero necesitaba llegar más adentro tal como se necesita respirar; metí mis manos entre sus piernas, le alcancé las caderas y con mis antebrazos lo levanté separándole, si más cabe, sus piernas para dejarlo con su culo levantado, muy abierto de patas y con el pecho pegado a la cama. Me puse de rodillas detrás de él, pude apreciar todo su agujero húmedo y esta vez abierto mostrando el pequeño spot rosado que era el inicio del recto.

Me curvé hundiéndome allí con desesperación, ataqué su ano con mi lengua nuevamente como si no hubiera mañana, Diego sólo gemía y algo le entendía:

— ¡Qué rico!, ¡ahhhh!..¡Que rico!... ¡waw!

El agujero de Diego se fue abriendo paulatinamente a los impulsos de mi ya dolorida lengua, pero no me rendía, hasta que entró, entró no sólo la punta de mi intrusa lengua, a lo menos dos centímetros más invadieron el recto de Diego. Si pensaba que iba a ser repulsivo me equivocaba, era sencillamente delicioso. Diego enloquecía y con cada arremetida de mi carnosa y babeante lengua hacía que se estremeciera, chillara, suspirara y aún me parecía que se ahogaba, para recuperarse y apreciar el tratamiento que le estaba propinando.

Diego se agarró la polla y empezó a pajearse, en tanto yo le repasaba mi arenosa lengua por la raja, se la ensartaba en el hoyo lo que más podía.

— Aaaaggh…, ggnnn, aaaooooouu! —Fue el grito enorme que salió de Diego.

Le hundí mi lengua todo lo que pude dentro de su ano, sentí que cada trallazo de semen era ratificado por una fuerte pulsación de su recto que me transmitía a mi lengua y que le invadía en oleadas incontenibles todos los sentidos para dejarlo casi desmayado de delirante placer y... yo se lo estaba proporcionando.

Mi pene saltaba como si estuviera epiléptico. Un largo y denso hilillo líquido se desprendía desde mi meato urinario hasta alcanzar la sábana... estaba tan caliente…

Diez o quince minutos más, ya recuperado mi amigo, luego de muchos besos y lengüetazos míos a su año, Diego estaba con cara de ausente totalmente absorto y pudo abrazarme.

—Gr... Gracias, —articuló.

Yo lo miraba algo divertido, y le respondí:

— ¡De nada!, ¡cuando se te ofrezca!

Diego se incorporó, se apoyó en su codo y me besó tiernamente, yo cerré mis ojos para percibir sólo esa lengua que me invadía en mi boca, abrazándome conforme el beso se hacía más apasionado, su lengua me exploraba todo y aún se adentró en ella para que yo se la chupara, lo mismo hice yo y recibí la misma recompensa, me la succionó hasta casi hacerme doler. Mi pene nunca dejó de estar duro como un palo.

Diego no hizo teatro, se bajó directamente a mi pene y lo puso en su boca sin titubeo alguno, la sorpresa hizo que abriera mis ojos y gimiera.

— ¡¡¡Oooohhhhaa!!!, ¡¡¡¡que rico… ouuu!!!!!

Sentí que chupaba la cabeza del pene y allí se detenía saboreándola, lo sentí que tragaba, me succionó salvajemente, y se lo fue metiendo entero, abrió su boca y sin pausa sentí que mi verga le entraba en su garganta, y allí se le quedaba, ¡el maldito lo aguantaba sin arcada alguna!, sentí que lo disfrutaba pues escuchaba

— Mmmmhh, mmmh…. —y empezó la sensacional paja con su boca…

— ¡Ohhh!

Eso era más de lo que yo podía imaginar, sentí que se escurrían mis líquidos haciendo que oleadas de placer me recorrieran el cuerpo, me sentía tiritando y sacudiéndome de los espasmos por los toques mágicos que me daba su boca en mi pene.

Diego se arregló de manera que se puso frente a mí, estirado boca abajo, me abrió las piernas y continuó dándome la gloriosa mamada. Su cabeza subía y bajaba con mi pene en su boca, increíblemente apretada en sus labios para darme el máximo de placer posible. Se fue a mis bolas y se las puso ambas en su cavidad húmeda y cálida. Inclinado directamente en mis huevos, se recogió y quedó curvado frente a mí. Volvió a mi pene y lo engulló nuevamente hasta su garganta y aún más allá. Metió sus manos entre mis piernas haciéndome abrirlas, me agarró firmemente los cachetes del culo levantándome la pelvis, y puso mi espalda baja en sus muslos, de modo que yo estaba levantado, con mis piernas muy abiertas, me las levantó aún más, quedé en la más clásica posición de película pornográfica, patas alhombro, para quedar finalmente con mis rodillas a la altura de mi pecho casi doblado en dos. Quedé expuesto entero a la ansiosa boca de Diego. Aplicó su boca a mi hoyo, el salto que yo di fue tanto de sorpresa como de placer, un encantamiento mágico se apoderó de mí al ser lamido en mi ano. Su lengua empujaba haciéndome gemir desesperadamente, entendiendo ahora los ahogos que había experimentado Diego no hacía más de media hora atrás.

Me abrí yo mismo con mis manos agarrándome cada cachete, la sensación de placer de ser tocado con su lengua justo en medio de mi culo, era fascinante; en mi encogida posición, la facilidad con que se adentraba su lengua en mi agujero era mucho mayor y, prontamente, tenía metida entera la lengua de Diego en mi recto dándome oleadas de placer conforme me la metía y me sacaba de allí, y aún podía moverla dentro de mí.

Me sentía deliciosamente abierto, me entregaba al placer infinito que el maldito me estaba propiciando.

Detuvo su deliciosa tortura:

— Marcelo, ¿puedo…?, ¿puedo meterte un dedo?, —sólo lo miré con mi boca estirada como un pescado y fui capaz solamente de hacer un signo afirmativo.

Diego se llevó su dedo meñique a la boca y lo mojó, sentí que aplicaba su boca a mi agujero y dejaba saliva allí.

Lo vi hacer, llevó la punta de su dedo más pequeño a mi ano, lo exploró arrancándome gemidos de placer. Cerré mis ojos y dediqué todos mis sentidos a percibir la sensación que vendría. Sentí que empujaba un poco y exploraba la entrada hasta que logró insertarlo en el ángulo correcto. Empujó otro poco y sentí que el anillo de mi ano se expandía haciendo que me sacudiera.

— ¡Ups,…!, —exclamé.

— ¿Te duele? —Me preguntó, aunque sin sacármelo.

— No —le respondí—, hazlo despacito.

Cerré nuevamente mis ojos, buscando las sensaciones en el centro del placer que era ahora mi ano. Sentí que el pequeño intruso se adentraba un poco más, la sensación de irse resbalando lentamente por mi recto fue emocionante, era impresionantemente placentero, delicioso, sentía que me iba abriendo lentamente, acogiendo el instrumento que se apoderaba de mí y mis sensaciones más insospechadas. De pronto, sentí que su dedo latía, en verdad no era su dedo, había llegado al extremo de mi esfínter anal que pulsaba a medida que me iba abriendo trabajosamente para dejarlo entrar aunque ofreciendo las últimas resistencias al invasor. Un ligero latido de dolor me hizo gritar suave pero audiblemente dando la señal de alarma. Diego se detuvo.

— ¿Te duele?, ¿te lo saco?

— No, déjalo, —dije entre suspiros y gemidos— déjalo ahí un ratito.

Apreté involuntariamente un poco mi culo, dos o tres espasmos, que llevaron oleadas de placer a todo mi cuerpo; podía sentir con mayor intensidad el dedo de Diego encajado en mi ano. De modo que esta vez lo hice a propósito, lentamente el dedo de Diego empezó a avanzar inexorablemente, esta vez sin dolor y, por el contrario, con mayor placer si cabe. Traspasada la valerosa barrera inicial impuesta por mi esfínter, el dedo se hundió gloriosamente entero dentro de mí, haciendo que alcanzara mis entrañas, donde lo recibí con el más delicioso de los goces:

—¡Aaaaahhh… que rrrrrrr...rrico!, ¡¡¡ah!!!¡¡ ¡Aaa!!!… ¡¡¡¡Aaaah!!!! ¡¡¡que rr…rricoooooo….!!!, Diego, Diego, haz eso de nuevo... ¡¡¡porr favoorrr!!!...

Mi amigo, retiró su dedo y mi esfínter lo expulsó rápidamente, para que el porfiado Diego rehiciera el camino de vuelta, llevándome a convulsiones incontrolables al sentirme invadido por ese intruso que me elevaba hasta la nubes sin yo poder controlarlo. Con su dedo insertado profundamente en mi ano, Diego se curvó hacia delante, retiró un poco su dedo, y lo volvió a meter, esta vez ya sin rechazo de mi esfínter que estaba ya totalmente rendido a las embestidas de mi Diego. Me atrapó la punta de mi rígido pene con su boca y se lo metió conforme me culeaba con su dedo.

Fue más allá de lo que pude aguantar..., mi cuerpo se sacudió violentamente, empecé a moverme para que se me ensartara aún más.

— ¡¡¡Aaaah!!!… ¡¡Aaaah!!…¡ ¡Aah!!… ¡Aaah! —cada trallazo en la boca de Diego me sacaba de mí para llevarme a extremos de delectación nunca antes percibidas ni en la más febril de mis masturbaciones.

Sentí que me desmayaba en tanto mi cuerpo expulsaba el dedo de Diego como rechazándolo, la salida definitiva fue tan placentera como las entradas, colapsé, cayéndome de las piernas de Diego, mientras me abandonaba la respiración y sólo gemía como poseído, incluso lagrimas se habían arrancado de mis ojos. Diego me abrazó diciendo:

— ¡Qué lindo, que lindo, mi precioso Marcelo!, debo decírtelo, Marcelo, mi Marcelo, te amo, —me declaró en tanto tragaba mis últimas gotas de jugo expulsado por mi cuerpo.

Fuimos a cenar después de toda la tarde de sexo y teníamos hambre. Al parecer Virgilio había estado en la casa y trajo viandas cocinadas que estaban en el horno y una nota «Recién cocinada por mi madre. Mañana vendré con mi padre a realizar unos trabajos, ¿podré usar la piscina?». Escribí debajo y lo puse sobre la mesa: «Por supuesto que sí, aunque estemos nosotros, puedes venir, quiero saludarte».

Después de comernos lo que nos había traído el hijo de Virgilio, nos fuimos a dormir para descansar. Nos acostamos en mi cama, habiendo cambiado antes las sábanas mojadas. Dormimos desnudos. Ya estaba yo que me caía de sueño y dije:

— ¡Qué bueno debe ser que en lugar de un dedo, entre un pene!

No escuché respuesta, solo sentí que su polla se excitó al contacto con mi pierna. Ya no supe nada hasta que escuché voces en el jardín.

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Nota:

(2) La pálida es aquella circunstancia o situación por la que tras fumar un porro hace que nos sintamos profundamente mareados, con muchas náuseas, debilidad corporal, sudamos frío y también sentimos algo parecido a una "pérdida de la conciencia" que nos hace a veces cuestionarnos el lugar en donde estamos sin saber cómo ni por qué llegamos ahí. Como lo dice su nombre, nos tornamos "pálidos" y nuestros labios a veces se ponen morados. Hay casos extremos en los que uno se pone a llorar desesperadamente durante cuatro o cinco horas seguidas, o hace daños corporales golpeándose contra una pared u otro lugar como si estuviera desesperado; a veces es muy grave y conviene llevar al sujeto a un hospital, un síntoma puede ser vómitos y comportamientos de desesperación. Recomiendo no sobrepasar las cuatro o cinco caladas y la quinta ya me parece mucho. La pena es que en estos casos se pierde también la prudencia. También recomiendo no fumarse un porro solo, con tres o cuatro amigos para colocarse agradablemente es más que suficiente y no perder ni la compostura ni la prudencia.

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Continuará...

(10,00)