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A la próxima ¡me la metes! (5)

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Escuché voces en el jardín. Me asomé por los cristales, abrí la puerta de vidrio y salí a la terraza que bordeaba toda la casa. Vi a lo lejos a Virgilio y a su hijo trabajando. Ellos me vieron y saludaron con la mano, les respondí del mismo modo. Entré porque aún hacia fresco con sol. Vi a Diego que me estaba mirando:

— Has saludado a alguien…

— Sí, a Virgilio y a su hijo…

— Estás desnudo…

— No es problema, piensan que me voy a la piscina y saben que ahí siempre nos bañamos desnudos.

— Ah, ya.

— Hemos de desayunar.

Fuimos a la cocina y encontramos desayuno preparado.

— Mucho te quieren.

— Siempre ha sido así.

Desayunamos, nos metimos a la ducha, nos tocamos, nos besamos, recordamos lo de la tarde anterior y le dije:

— Me va a gustar que me la metas.

— Cuando quieras.

— ¿Vamos a ver qué hacen?, —pregunté.

— Me gustaría.

Le presté ropa y nos pusimos un short y una camiseta cada uno y nos encaminamos a ver qué hacían. Nos saludamos brevemente. Estaban amontonando leña y de vez en cuando Virgilio cortaba los troncos grandes al tamaño de los que agavillaban. Sin más ni más, Diego se puso a ayudar a recoger leña. Yo, que no había hecho nunca un trabajo agrícola, me entró un poco de vergüenza y para superarla, me puse también a recoger leña. Estuvimos un par de horas y descansamos. Virgilio nos invitó a descansar y nos pasó una cajetilla de cigarrillos. Él sabía que yo fumaba de vez en cuando. Nos pusimos los cuatro a hablar.

— Hemos avanzado dos horas nuestro trabajo gracias a vuestra ayuda. lo que queda es para amontonarlo yo y dejarlo aquí para quemarlo en la estufa el próximo invierno. Yo me voy a mi casa en mi bicicleta y Elio se queda con vosotros, el preparará comida y más tarde ya se bajará.

— Si no es molestia, nos parece bien, —respondí.

Ya eran las 12, estábamos sudados y hacía sol y calor primaveral. Invité a Diego y a Elio a la piscina. Nos fuimos los tres. Cuando llegamos, Elio se quedó rezagado en la puerta. Le invité a entrar:

— ¿Qué te pasa, Elio?, —pregunté.

— Si ustedes van a bañarse, yo igual les molestó…

— ¿Has leído la nota, Elio?, —pregunté.

— Sí, señor.

— Eso lo guardas para mi padre, a nosotros nos tuteas y nos bañamos al mismo tiempo, a no ser que no te guste vernos desnudos, ahí te respeto.

— No, no, a mí no me disgusta. Gracias.

Nos desnudamos los dos, Diego y yo y, sin más dudas, se desnudó Elio. Nos metimos dentro, nadamos, charlamos un rato dentro y salimos a que nos diera el sol para calentarnos, pues el agua estaba tirando a fría.

Elio nos miraba de uno a otro sin parar como prestando mucha atención a lo que decíamos; si era yo el que hablaba, a mí me miraba; si era Diego el que hablaba lo miraba a él. Se le veía como nervioso. Me fijé bien y como tampoco intervenía en nada le dije:

— Elio, ¿en qué piensas?

— Ah, ¿quien?, ¿yo?, no, en nada.

— Puedes decir lo que piensas, no hay problema, nada es importante de lo que conversamos, —insistí.

— No sé, pero no quiero interrumpir, usted perdone…

— ¿Cómo? ¿A estas alturas qué significa ese usted? Aquí somos iguales los tres, —le dije.

— Elio, lo que dice Marcelo es verdad, aquí podemos ser tres amigos en este momento, no somos nadie más importante que los otros…, —intervino suavemente Diego.

Me levanté, me acerqué a él, me puse detrás de donde estaba sentado, un sillón de mimbre. Me incliné para verle la cara desde el costado un poco por encima, le acaricié la cara con mis manos. No rehuyó, ni le vi más nervioso que antes. Pasé uno de mis dedos por sus labios y le dije:

— Eres muy guapo, Elio.

— Gracias, —contestó.

Me puse delante de él en cuclillas mirándole su cara y coloqué mis manos sobre sus muslos cerca de las ingles tocando mis codos con sus rodillas. Me miró, bajo la vista.

— Elio, —dije.

Me miró de nuevo muy serio, pero con su respiración normal.

— ¿Te gustaría decirme algo?

— Sí, —contestó.

— ¿Qué te estas callando ahora?, —dije.

— Mmm…, bueno, mmm… Marcelo, eres muy guapo y Diego también, me gustan las trenzas de Diego, me gustas, Marcelo, ¡oh!, ¡ay!, no quería decir nada…

— Elio, lo sé, durante el tiempo que hemos estado recogiendo leña no has parado de mirarme y de mirar a Diego.

— ¿Qué?, oh, yo, no quiero, oh, no, perdón, yo, no…

— Diego, te gustan los chicos, ¿verdad?

— ¡Ay, Dios mío! No le dirás nada a mi padre, no, por favor, no le digas nada a mi padre…

— Yo no le diré nada a tu padre, un día se lo dirás tú, yo no tengo por qué decirle nada… —iba diciendo yo despacio— Diego es mi amigo y entiende lo que te estoy diciendo y la verdad, Elio, es que siempre me has gustado y me rehuías, pero me gustabas tú desde que te vi la primera vez aquí con tu padre… ¿entiendes esto?

— Sí, he sufrido mucho por no atreverme a decirte nunca nada por miedo a mi padre. De cualquier cosa me hubiera echado la culpa a mí.

— Ahora somos tres aquí, que nos gustamos… ¿te gusta Diego?

— Esto me pone en un aprieto —nos reímos Diego y yo y él se sonrió—; es que sí, claro que me gusta, pero el que me gustas de verdad eres tú.

— Invitado quedas a pasar esta noche aquí en la casa con nosotros, pero quiero que te encuentres a gusto…

Salí de la piscina a la casa y recogí mi móvil, regresé, habían estado hablando los dos y los sorprendí hablando con libertad y de un modo muy ameno y amistoso.

— Elio, marca el número de tu casa y hablaré con tu padre.

— No le digas nada de lo que hemos hablado, —dijo temeroso.

— No, te he dicho que yo no diré nada, pero quiero pedirle que te quedes a preparar nuestra cena.

— Va a traerla mi padre, —contestó.

— Pues le diré que no se moleste que la prepararás tú.

Como ya tenía el móvil en la mano marcó el número y comenzó a sonar. Se lo tomé y escuché:

— Sí, diga…

— ¿Virgilio? Soy Marcelo…

— ¿Necesitas algo, Marcelo?

— No, si te parece bien, tu hijo se puede quedar y preparar nuestra cena…

— Pensaba llevarla yo mismo…

— No es necesario que te molestes si permites a Elio que se quede y lo haga, luego veremos una película y como hace buen clima igual nos acompaña a dar un paseo, pero solo si te parece bien.

— Claro que sí, seguro que a él también le parecerá bien; me alegra porque no es que tenga muchos amigos, creo que más bien no tiene, y me alegra que, sí, que se quede, —y no pudo hablar más porque se puso a llorar.

— Gracias, Virgilio, pues aquí ya tiene dos amigos. Hasta pronto.

Silencio total, los dos me miraban, sabían el resultado por mis «gracias» y por lo de «dos amigos», pero me miraban como esperando que explicara más. En este momento de total desinhibición, los tres teníamos las pollas lacias y caídas del todo. Los miré, vieron que me salieron unas lágrimas de los ojos y les pedí que se acercaran. Se levantaron, se acercaron y los tomé a los dos de los hombros y me los acerqué para besarles. Aunque estaban sorprendidos, reaccionaron devolviéndome el beso y poco a poco lo convertimos en un solo beso de tres jugando las tres lenguas entre sí. Total compenetración. Elio cerraba los ojos, Diego y yo nos guiñamos el ojo y los cerramos. Al rato, Diego me puso la mano en mis nalgas y poco más tarde Elio me puso una mano en mis nalgas y yo puse las mías acariciando las nalgas de ellos dos, me tropecé con las manos de ellos. Esperé unos segundos para gozarlo y comenzó mi polla a ponerse dura y con ganas. Muy suavemente me separé de ellos y luego con mis manos y sin hacer fuerza los separé. Nos fuimos a la piscina, porque los tres estábamos con calentura.

Elio comenzó a nadar en serio y los dos le acompañamos, íbamos de un extremo al otro con cierta violencia en el ejercicio pero sin interés de ganar una carrera, íbamos muy iguales y como si hubiese sido una especie de sentido común a los tres, paralizamos la carrera para abrazarnos en la piscina y comenzamos de nuevo a besarnos.

Estábamos cansados, salimos de nuevo a los sillones de mimbre. Elio sacó de la caseta tres toallas y puso una en cada sillón. Todo esto sin palabras.

— Si tuviéramos una cerveza…

Elio se levantó y en menos de tres minutos teníamos una lata cada uno en las manos.

— Está visto que el que sabe aquí donde están las cosas es Elio, —dijo Diego.

— Yo no sé tanto —dije— por esa manía de dármelo todo hecho.

— Yo lo sé porque es una de las cosas que me encarga siempre mi padre, —dijo Elio.

— Tu padre, tu padre…, qué bueno es tu padre y cuánto te quiere…

— ¿Qué te ha dicho?

— Que se alegra mucho que te quedes con nosotros porque no tienes casi amigos, y…

— No tengo ninguno, —me interrumpió.

— … Y yo le he dicho que ahora tienes ya amigos, y…

— Qué, y qué…

Diego escuchaba absorto deseando saber.

— Y se ha puesto a llorar al decirle que tienes dos.

— Mi padre no podía imaginar nunca que yo podría ser tu amigo y ahora habéis sido los dos los primeros en saber mi secreto.

— Mis padres saben mi secreto, —dijo Diego.

— Mis padres y mi hermana saben mi secreto, —dije yo.

— ¿No dicen nada?

— ¿Qué tienen que decir, Elio? Dime, ¿qué tienen que decir? Lo que dirán tus padres es que eres un hijo bueno, obediente, cariñoso, amistoso y diferente al común de todos los demás, porque no somos nada, ni mejores ni peores, sino diferentes a lo común, y eso tan común resulta que no lo compartimos muchos, porque somos diferente no a lo común sino a lo que se cree que es común.

— Lo que dice Marcelo es que nada es común cuando comenzamos a especificar —explicaba a Elio al verle tan confuso—, en general todo es común, tenemos nariz, ojos, boca, lengua, orejas, barbilla, pero no hay ninguna cara común, cada uno la suya y en esto de la sexualidad, cada uno es diferente… Yo soy gay y no sé por qué, pero me conformo con lo que soy y he llegado a quererme por ser como soy…, gracias a eso me he encontrado con Marcelo y ahora contigo.

— Yo no soy gay —se quedaron mirándome fijamente—, más bien creo ser “heteroflexible” o “heterocurioso”. Me gustan las chicas, puedo estar con ellas e incluso puedo tener algún modo de relación sexual, pero no me ha dejado satisfecho nunca. Con Diego mi relación ha sido agradable, muy agradable, placentera y satisfactoria. Y tú, Elio, ya me das mucha alegría y placer solo con mirarte. No sé qué tienen tus ojos, pero me enamoran, —dije con mucha alegría.

— Yo pensaba estar equivocado, en un error y mi vida íntima ha sido un infierno, porque no osaba ni tocarme para ver si se me pasaba todo esto. No me la tocaba, se me ponía dura y así y todo eyaculaba nervioso y pensando que yo estaba enfermo, —contó Diego.

— Acabemos esta cháchara antes de que anochezca, que ya está haciendo un poco de fresco, —les dije.

— Y si nos la meneamos mutuamente, —sugirió Diego.

Nos reímos de la ocurrencia de Diego y nos sentamos en uno de los bancos los tres juntos. Elio cayó al centro y entre Diego y yo se la íbamos frotando, alternativamente uno a la polla y otro en sus huevos y luego a cambiar. Elio extendió sus brazos y nos masturbaba lentamente a los dos. No tardamos mucho en despejar nuestra calentura, cada uno se amarró a sí mismo y echábamos nuestra lefa contra el césped. Nos metimos los tres en la ducha de la piscina y nos secamos en las toallas que teníamos en nuestros sillones de mimbre.

— Voy a preparar la cena.

— Espera, vamos a mi habitación a ponernos un short y una camiseta cada uno para ir los tres a la cocina y nos mandas cómo podemos ayudar para preparar la cena, —dije esto con tanta resolución que nadie me la discutió.

Elio sabía dar órdenes, en un momento la cena estaba opíparamente preparada y no perdimos el tiempo en contemplaciones, comenzamos a comer. Como habíamos sentado a Elio a la cabecera, estaba situado en medio de los dos. Elio me miraba cómo comía yo y luego vi que Diego también me observaba, y pregunté:

— ¿Qué os pasa? ¿Por qué me miráis tan fijamente?

Silencio...

— Decidme qué os pasa.

Diego contestó:

— Mi pregunta es con cuál de nosotros dos te quieres casar.

Miré a Elio esperando su respuesta.

— Yo estoy confuso, dijo Elio.

— ¿No os gustaría que nos pusiéramos a vivir juntos los tres cuando decidamos formar hogar?

Se quedaron absortos y pensativos.

— ¿Donde viviremos?, —preguntó Diego.

Entonces comencé a relatar:

— Comentaba mi padre una vez que esta casa era un gasto excesivo para venir algo menos de un mes en verano y alguna fiesta él con sus amigos, pero que no quería vender porque tendría que despedir a Virgilio y eso no lo iba a hacer y esperaba que tal vez uno de sus hijos la quería para vivir. Mi hermana dijo que ella no, que no le gusta vivir fuera de la ciudad. Yo dije que me gustaría. Ahora pienso que este es el lugar de nuestra vida.

¡Qué noche! Claro que vimos una película, una porno gay que yo tenía casi recién adquirida y aún no había visto. Teníamos interés de ver la película, pero a poco de comenzar ya estábamos los tres meneándonosla. Así que a la primera follada que se dieron dos tíos buenos, ninguno de los tres podíamos aguantar.

— Diego, te dije no sé cuándo que «a la próxima ¡me la metes!; hoy es la próxima, pero tú, Elio, no desesperes, que para ti también me queda culo.

Nos pusimos Diego y yo tumbados en la alfombra, yo mirando al techo y Diego metido encima de mí al revés, quedamos en 69. Comencé a comerle la polla. Tanto habíamos nadado que, al estar tan limpia, me sabía a poco y solo la chupaba para hacer que se corriera pero ni modo. Diego me estaba comiendo el culo, metiendo lengua. Llegó Elio con un plástico enorme de color verde y lo fue colocando debajo de nosotros. Nos movía un poco, pero sin molestar y con este arte consiguió cubrir la alfombra para que no se ensuciara.

Se sentó Elio para contemplarnos y Diego le hizo una señal, y cuando Elio se le acercó le dijo:

— Cómeme el culo.

Se puso de rodillas detrás de mi cabeza, extendió las manos por encima de mi pecho y me iba acariciando los pezones y pellizcando las tetillas para ponerlas más duras, mientras iba comiéndole el culo a Diego como le había visto hacer. De vez en cuando baja su cabeza para besarme y lamer la polla de Diego junto conmigo.

Al poco tiempo, todos con la polla dura, Diego me dijo:

— Remójale con tu saliva su polla, mientras cumplo tu petición.

Me puse a chupar la polla de Elio que igualmente estaba muy limpia, pero como ya estaba el ojito de su pene fruyendo presemen, le daba un especial sabor, que me gustaba más. Yo estaba ávido porque Diego me la estaba metiendo y acariciaba mis costados y mi polla recogiendo mi presemen para lubricar mi culo. No tardo en comenzar a penetrar y menos en llegar al fondo con un fuerte dolor que me hizo abandonar la polla de Elio, que se asustó y me acariciaba el rostro. Diego se quedó quieto y yo comencé a mover mi culo circularmente, buscando la mayor comodidad y gusto. Lo hallé sonreí a Elio grité:

— Continúa, continua, fóllame de una puta vez, mierda…

Elio se reía de mis exabruptos que eran continuos y lo mandé al culo de Diego, diciendo:

— Tú cabrón de los huevos, vete allá detrás y métele tu polla en el agujero de mierda de ese maricón que me está violando.

No lo dudó y Diego comenzó a follar cada vez más violentamente, se puso a sudar y me hizo sudar. Yo no los veía bien a los dos y le pedí a Diego que se arrodillara, así descansé un poco de mis omoplatos y descansaba ya media espalda. Pero Elio tenía mayor dificultas y se tumbó al suelo, con mis manos alcanzaba los pues y por nuestro contacto entendí lo que hacia con Diego, lo estaba follando tumbado y Diego descansaba sobre el en sus salidas de mi culo y en las entradas, para que no se le escapara Elio levantaba su culo.

Dios mío a mi me estabas golpeando la próstata y ya no podía aguantarme, por eso me corrí y fui el primero en hacerlo porque ellos gemían pero no gritaban como yo. Cuando yo estaba echando mi semen a lo alto cayo muy repartido y nos tocó a todos, pero por cada forcejeo que hacía, Elio clavaba sus uñas en mis manos y cuando las dejó quietas, apretando sus uñas en mis manos, me di cuenta que todo su cuerpo temblaba de espasmos y se corrió dentro de Diego, entonces comenzó a gritar y se contagió Diego que me miraba y me dijo:

— No puedo salir, disculpa, no puedo salir…, me corro, me corro…, me coooooorrooooo… ¡Aah, aaah, aaaah…

Claro que no podía salir, le taponaba Elio y eso para mí fue un gusto, porque se corrió gritando:

— Cabrón, mierda, cabrón, qué tío, cabrón, mierda.

Así todo el rato eyaculando bastante que lo sentí dentro de mí cómo entraba el semen y cómo golpeaba. Bendije mi sensibilidad porque me lo hizo notar todo y de nuevo me puse duro y Diego comenzó a masturbarme con cierta dificultad que yo hice por levantar mi culo un poco. Todo esto causó que me fatigara más y me dejé caer en cuando volví a soltar mi lefa por encima de mi cuerpo. Soltó Diego mis piernas y salió su pene de mi culo. Se me echó encima y me besaba sin parar. Se acercó Elio y se turnó con Diego para besarme y yo los besaba alternativamente hasta que ya no distinguíamos quien besaba a quien y a quien besaba cada uno porque éramos uno solo. Cuánta saliva y cuantos mocos en nuestras caras que iban pasando de boca en boca y alguno se colaba por la garganta hacia el estómago.

— En mi cuarto tengo lubricante y otras cremas para esta noche, la vamos a pasarte puta madre, —dije y se levantaron de inmediato.

Nos fuimos a la ducha, nos acariciamos y nos super retocamos para ayudar a lavarnos, pero la calentura siguió y ahora sin película ni monsergas, en directo y como actores o agentes.

Nos embadurnamos y después qué contar, no habría papel en el mundo para narrar los pormenores, nos follamos los tres, dimos y recibimos y los tres éramos difíciles de cansar. Eran las 6 de la mañana cuando nos entró más el cansancio que el sueño.

***********

Lo hemos repetido muchas veces hasta adueñarnos de la casa. Cuando comencé a tomarme aquella casa como mía, Elio se encargó de embellecerla y nos hacía la vida tan grata, que tanto Diego como yo decíamos: «Vamos a casa de Elio». Todavía hoy vamos a la casa de Elio. Yo trabajo con mi padre, Diego ha conseguido con la ayuda de mi padre un trabajo de funcionario en el ayuntamiento y Elio con su padre se hace cargo del campo y de la casa Cada noche, al acabar el trabajo cada uno vamos a la «casa de Elio a cenar y a dormir, con las previas. Ahora ya saben que me gusta más recibir las dos pollas y la mía le gusta más que la chupen, la mamen y jueguen con ella. Mis dos agujeros inferiores son la diversión de mis maridos, me encanta ser su juguete y conste que sé cuánto me aman, tanto o más que yo a ellos.

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