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A mi marido le van las pollas

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Julia es una mujer de 35 años, muy pizpireta y extrovertida. Le gusta vestir muy juvenil (con vaqueros rotos, camiseta de tirantes y tenis, por poner un ejemplo). De altura anda sobre el 1,74 m y pesará unos 53 kg. Pelirroja, con pecas y unos ojos verdes que parecen perlas de lo mucho que brillan. Su marido, Ernesto, tiene 2 años más que ella. Sufre de alopecia por la cual se rapa la cabeza para parecer que es calvo por gusto. Mide 1,80 m, de complexión fuerte y lleva un poco de barba bien recortada.

Son una pareja feliz. En los juegos de alcoba suelen meter algún juguete para amenizar la noche un poco más. Por ejemplo, Julia es muy fogosa y cuando a Ernesto se le acaba la mecha (que suele ser después de cuatro horas buenas con sus tres respectivas descargas de leche merengada), pues recurren a algún consolador con el que Ernesto le sigue dando brasa a su mujer.

Julia observa que cuando su marido le saca del coño el consolador, todo empapado en sus jugos, él chupa con devoción aquel falo de látex. Al principio, ella pensaba que lo hacía porque disfrutaba con el sabor de sus caldos, pero poco a poco fue llegando a la conclusión de que aunque en parte ese era el motivo, en verdad de lo que disfrutaba era de meterse esa verga en la boca. Seguro que se imaginaba que era de verdad.

Ernesto relamía, chupaba y succionaba aquella tranca, parándose más en el glande, y con la excusa de recoger los efluvios de su mujer (para paladearlos y saborearlos antes de tragarlos), le hacía una buena comida de polla a aquel consolador. Julia notaba que el miembro de su marido se ponía más tieso y palpitante cada vez que chupeteaba los dildos y consoladores de ella. A julia no le cabía ninguna duda. ¡A su marido le iban las pollas!

El caso es que esa actitud chocaba con su estética y comportamiento. Ernesto es un hombre muy masculino. Con su vasta barba y su cráneo rapado da una imagen de chico malo. En algunas ocasiones hasta hace comentarios homófobos y soeces respecto a los chicos con pluma. Él no es un hombre refinado, culto o afeminado.

Julia está un poco confundida y decide ponerle un cebo a su marido. Planifica una excursión a una playa nudista un fin de semana con una pareja que ella conoce. Julia trabaja con la mujer, que se llama Lola, e hicieron muy buenas ligas. Al marido, que se llama Pepe, lo conoce algo menos, pero le parece un buen mozo.

Lola es morena de cabello y con media melena. 1,65 m de altura y un cuerpo bien moldeado. Pepe fue jugador de baloncesto, anda en el 1,95 m de altura y al trabajar de entrenador se mantiene bien en forma.

Julia y Ernesto tienen una auto-caravana con la que suelen hacer escapadas los findes. Esta vez la compartirán con Lola y Pepe.

Por fin llegó el día señalado. Quedaron en reunirse en una cafetería de las afueras. Julia les presentó su marido a Lola y Pepe. Hacían una buena “pareja” los cuatro.

Se dirigieron a una cala preciosa de la costa y aparcaron la auto-caravana en un camping cercano.

Ya en la playa se despelotaron y a la hora de echarse el protector solar, Julia escogió a Pepe y le fue untando espalda, pecho, piernas… y sin cortarse ni un pelo (como si Pepe fuera su marido), también le untó el pene y escroto masajeándoselos bien.

Por supuesto, Lola haciéndose la ofendida y para devolverle la “afrenta”, le hizo otro tanto a Ernesto, siguiendo el ejemplo de su estimada amiga.

Ernesto se fijaba en los pechos puntiagudos de Lola, pero no podía evitar que se le desviara la mirada hacia el cipote todo tieso y gordo de Pepe.

Julia no sabía cómo interpretar la mirada de su marido hacia la verga de su ligue. Podía ser de admiración o de deseo. Julia se inclinaba más por la segunda opción por lo dura que se le estaba poniendo la polla.

Sin desmerecer la gayola que le estaba practicando Lola, el mérito de tal empinamiento era la visión del rabo de Pepe, sin duda. Pensaba Julia.

La argucia de Julia le estaba proporcionando las pruebas que estaba buscando para confirmar sus sospechas. A su marido le tiran más dos huevos que dos carretas.

Cambiaron y ahora son ellos los que embadurnan y magrean los cuerpos de ellas.

Ernesto se centra sobre todo en las tetas y cintura de Lola, aunque nuca, espalda y piernas no quedan desatendidas, faltaría más.

Cuando ya estaban bien hidratados y lubricados los cuatro, a Julia se le ocurre el hacer esta sugerencia:

–Ernesto, ¿por qué no le masajeas un poco la espalda a Pepe para que compruebe lo bien que lo haces?

–Si Pepe no tiene ningún inconveniente, por mí, ¿por qué no? –contestó su marido.

–A ver si superas a nuestro fisioterapeuta del equipo. Si es así, igual hasta te contratamos –comentó Pepe.

Ernesto puso toda su ciencia en hacerle a Pepe un buen masaje por cuello, omóplatos y el resto de la espalda. Después, continuó por las nalgas amasándolas como si fueran dos panes de centeno. Siguió por los muslos y piernas hasta acabar con unos intensos masajes en las plantas de los pies.

–Bueno, esto ya está –sentenció Ernesto.

–De eso nada. Ahora toca la parte anterior del cuerpo –le espetó su mujer.

Pepe se dio la vuelta. No pudo disimilar el empalme que llevaba. Esa situación le estaba produciendo una gran excitación. Además reconocía que Ernesto era un buen profesional del masaje.

Ernesto comenzó por untarle algo de crema por el torso. Posteriormente se la fue esparciendo por el pecho y brazos. Julia y Lola soltaron algunas risitas y empezaron a darse unos besos cortos y a lamerse los morros mutuamente.

Pepe y Ernesto al ver a sus mujeres besarse y darse lengua no dudaron en hacer ellos lo mismo, morreándose de lo lindo los dos. Ernesto decidió entonces pasar de la parte superior del cuerpo de Pepe a la parte inferior. Dirigió sus manos al miembro de su ya amante (miembro de 22 cm.), y comenzó a masajeárselo. Amasó el escroto, llenándolo bien de crema.

Ernesto estaba como una moto al ver a su mujer dándose el lote con su amiga mientras él, amasaba los huevos y la polla del marido. Era una experiencia que le sobreexcitaba en exceso, al nunca pasar por algo así.

Aunque en la playa había poca gente, prefirieron meterse en una tienda de campaña de cinco plazas que habían montado en la arena, cerca de un muro de piedra.

Ya dentro, Julia se lo montó con Pepe y Lola con Ernesto. Ellos se tumbaron en el suelo y ellas, en cuclillas, se fueron clavando las vergas en sus húmedos y calientes chochos.

Se colocaron de espaldas a ellos y reclinándose un poco, se los iban follando a buen ritmo.

El primero en correrse fue Pepe, ya que el masaje que le había proporcionado Ernesto lo puso muy a tono. Sus 22 cm. de rabo se los calcaba con furia a Julia, enviándole los chorros de semen bien adentro en su chumino. Esta se desacopló y poniéndose de pie sobre la cara de Lola, descargó toda la lechada que llevaba dentro en la boca y cara de su amiga.

Lola se acercó a Ernesto y le pegó un buen morreo pasándole toda la lefa de su marido para que se la tragara. Luego Ernesto le lamió la cara para recoger los restos que tenía esparcidos a modo de regueros y relamiéndose se los tragó.

Lola y Ernesto siguieron follando hasta que este empezó a bufar y a dar síntomas de estar a punto de eyacular. Efectivamente, a los pocos minutos comenzó a darle unos buenos empellones al coño de Lola, con la intención de regar en profundidad de esperma, todo su interior. Su polla no era tan larga como la de Pepe (tenía 19 cm.), pero era más gorda.

Lola ponía los ojos en blanco de lo mucho que estaba disfrutando.

Cuando Ernesto acabó, Lola se colocó en cuclillas sobre la cara de Julia (esta previamente se había acostado en el suelo, boca arriba), y descargó en su rostro toda la cuajada que Ernesto le había insuflado. Julia se dirigió a Pepe y pegándole un buen morreo, le pasó toda la carga de lefa a su boca. Él, después de paladearla y saborearla, se la tragó encantado. Luego recogió con su lengua los restos de esperma que Julia tenía en los párpados y mejillas, y haciendo gárgaras, volvió a tragárselos.

Julia y Lola no habían conseguido alcanzar el clímax en sus respectivas folladas y decidieron hacer, entre ellas, un 69. Se lamían y relamían, succionaban y chupeteaban sus almejas, con ansiedad y devoción. Cuando llegaron al orgasmo, apretaron sus caras contra sus coños y mordisqueándolos, chillaban y sorbían sus jugos.

Ernesto y Pepe también hicieron un 69, para poner a punto sus pichas flácidas.

Pepe al quedar arriba, tenía más libertad de maniobra a la hora de pajear y mamar el nabo de su amante. No era el caso de Ernesto. A este, al estar debajo, solo le quedaba la opción de abrir la boca, como una muñeca hinchable, y engullir el miembro de Pepe.

La boca de Ernesto era follada como si fuera un coño. En ocasiones, por la nariz soltaba algunas babas de lo fuerte que le petaba la boca Pepe.

Cuando ya tuvieron los sables firmes otra vez, se acercaron a las chicas para ofrecerles sus mástiles. Ellas decidieron mejor que Pepe le rompiera el culo a Ernesto y después, este a Pepe. Ellos alegaron que nunca nadie les había roto el precinto anal, todavía. Entonces Julia y Lola decidieron hacerles un buen cunnilingus para lubricarles bien el ojete, el perineo y el escroto, mientras les iban pajeando los penes. Julia con Pepe y Lola con Ernesto, por supuesto, siempre con las parejas intercambiadas.

Julia le pegaba unos buenos morreos al ano de su amante. Lola de vez en cuando, se acercaba y posando sus labios en la punta del capullo de la tranca de su marido, iba soltando una buena cantidad de saliva espumosa que se iba escurriendo por todo el tronco cayendo por las ingles, escroto y perineo. Julia la recibía con la boca abierta y antes de tragársela, se la restregaba con sus labios en el ojete a Pepe para que fuera dilatando algo más.

Julia repitió la misma operación que había hecho anteriormente Lola. Esta le dejó al marido de su amiga los huevos, las ingles y el perineo bien limpios y sequitos de babas, tragándose casi todas después de paladearlas. Solo dejó algo de saliva en el ojete, para que fuera dilatando para lo que le esperaba.

Por fin decidieron pasar a la acción. Pepe se sentó en una hamaca con su miembro todo empinado y embadurnado por la saliva de Julia. Ernesto se sentó sobre Pepe, mirando hacia las chicas, que estaban en frente observando y soltando risitas picaronas.

La pitón de Pepe se hacía camino entre las nalgas de su amante. Poco a poco se iba hundiendo en aquel recto tan estrecho. Ernesto no pudo reprimir soltar unos alaridos de dolor. Julia se acercó al oído de Pepe y le dijo:

–Pétale el trasero con garra, a mi marido. Sin compasión. Para que sepa lo que sufrimos las mujeres cuando nos sodomiza.

Pepe después de acomodar todo su rabo en el interior del conducto anal de Ernesto, muy despacio y con suavidad, comenzó a acelerar las embestidas. Ernesto chillaba como si lo empalaran con una estaca. Se mordía los labios para reprimir los gritos por si había gente cerca de la tienda, en la playa.

–¿Así está bien? –le preguntó Pepe a Julia.

–Acelera más las emboladas. Métele y sácale más cacho de carne. Que sienta bien tus 22 cm. de morcilla –le soltó Julia.

Pepe, agarrándose a las caderas de Ernesto se zumbó el trasero de este sin piedad. Le clavaba y desclavaba casi entera la polla, una y otra vez, a un ritmo de entre tres y cuatro martillazos por segundo. Estuvieron así unos 10 minutos. Mientras, Lola le comía la polla a Ernesto, para hacerle más suave el suplicio.

Julia se acercó al oído de su marido y le dijo:

–¿Te peta bien el culo mi hombre? ¿Te da placer su pitón? –y se reía. Le gustaba picar a su marido.

Cambiaron de posiciones. Esta vez Ernesto se colocó debajo y Pepe arriba. Lola imitó a su amiga, arengando a Ernesto a que le rompiera fuerte el trasero a su marido y preguntándole a su marido si se lo pasaba bien montando sobre una polla tan gorda. Ernesto con sus manos separaba las nalgas de su amante, para que su pollón tan gordo entrara y saliera del conducto anal, sin frenos. Julia le comía la polla a Pepe, para compensar el dolor que su marido le estaba provocando con sus arremetidas salvajes.

Las chicas se pusieron tan cachondas con aquel espectáculo, que pidieron polla de forma urgente. Entonces, Ernesto y Pepe se desacoplaron y fueron a por ellas.

Julia Y Lola se colocaron a cuatro patas, una en frente de la otra. Mientras se besaban, sus chicos, intercambiados, se las follaban por los chuminos.

Julia tenía todo el pelo alborotado, casi no se le veía la cara. Daba la imagen de pelandrusca pelirroja, que a ella tanto le encanta dar.

Al cabo de unos 20 minutos, las dos chicas se corrieron casi de forma sincronizada, soltando unos berridos enloquecedores.

Los chicos se desengancharon de ellas y poniéndose de pie, comenzaron a pelársela fuerte, buscando correrse pronto.

Ernesto comenzó a eyacular sobre la cara de Lola dejándole todo el rostro bien embadurnado. Pepe hizo otro tanto con Julia, aunque a esta, al tener buena parte de su melena sobre la cara sirviéndole de escudo natural, a la cara no le llegó tanto esperma, quedándole buena parte de él incrustado entre los pelos.

Pepe se agachó y comenzó a lamerle la cara a su mujer. Lola le escupió la carga que llevaba en la boca. Su marido se tragó todo, dejándole la cara bien limpita.

Ernesto, con los dedos, iba recogiendo los restos de esperma que Julia tenía en el pelo y se los metía en la boca, chupándose los dedos. Su mujer, a su vez, le escupió con fuerza, todo un buen lapo (la bola de semen y saliva que tenía guardado en la boca), a su marido en el interior de su boca. Este se tragó todo, también.

Pasaron un fin de semana inolvidable y entrañable los cuatro en aquella playa nudista. Desde entonces planificaron más encuentros para ir los cuatro, juntos, a muchos sitios y disfrutar de sus cuerpos a tope.

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