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A ti que me lees ¿quieres que sea tuya?

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Su pecho desnudo contra mi pecho desnudo.  Sentí el peso de su cuerpo sobre el mío. Me besaba apasionadamente, con aliento a menta y lengua desenfrenada que llegaba a la base de la mía y hasta mi garganta. Lo abracé. Ya me había decidido finalmente a entregar mi cuerpo desde que con mucho miedo y hace apenas una hora le confesé, viéndolo a los ojos y suplicante: “quiero vestirme de mujer para ti”.

Mi corazón latía casi hasta explotar, mi recto estaba totalmente empapado por el deseo. Gemí y lo abracé más fuerte. Mis muslos torneados y suaves -recién afeitados y tersos por crema humectante- rosaron su cintura con una exquisita sensación placentera.

Hizo una pausa en su beso y en el ritmo con que apretaba mi pelvis contra el suyo. Se separó de mí y se irguió. Besó mis pantorrillas y con ambas manos las acarició arañándolas y excitándome aún más. Me desató mis lindas y sexys sandalias de tacón alto, negras y cuyas cintas delgadas y cruzadas llegaban hasta mis rodillas.

Mi pequeño pene, aún escondido atrás de una tanga de encaje estaba electrizado, pero no se había dignado a tener una erección. Así era mejor: el protagonista de esta noche era el agujero virgen de mi esfínter.

Podía ver su torneado abdomen sin camiseta y su miembro gigante y erecto bajo sus pantalones de mezclilla. Mi bata de seda color rosa nacarada brillante y mi tanga era el único atuendo que quedaba en mi cuerpo.

Me guiñó el ojo. De rodillas sobre la cama con fuerza desabrochó el botón de sus pantalones, bajó su cremallera y tomándolo por los costados junto a su calzoncillo -tipo bóxer ceñido al cuerpo- se lo bajó, quedando desnudo ante mis ojos. No pude sino morderme los labios y sentir lo dulce de mi crayón rojo con que los maquillé, al saborearme esa verga grande, gorda, depilada, de cabeza lisa y descapotada que erecta y dura me saludaba hinchada y brillante.

Acercó sus manos a mi cintura y me quitó la tanga mientras me subía las piernas y mis pies parecían tocar el techo. Las bajé y las dejé abiertas, invitándole a desvirgarme.

Sacó un preservativo de su envoltorio. Descapotó aún más su miembro y deslizó despacio el látex sobre él. Era tan grande aquella belleza de carne, que tardó tiempo en que llegara hasta sus testículos aquel protector. Tomó el pomo de lubricante, untó sobre sus manos una buena cantidad y lo colocó en su verga y luego en la palma de sus manos otro buen poco.

Supe deseoso que el momento había llegado, levanté la pelvis apoyándome sobre mis pies en las sábanas y él aplicó lenta y delicadamente el lubricante en mi micropene, perineo y en mi agujero, masajeándomelo en forma circular sin meter sus dedos.

Se acercó a mi nuevamente y me quitó la bata de los hombros. “Eres hermosa”, me dijo mientras lo hacía, y añadió: “te imaginé vestido de mujer desde que te conocí muy hombrecito coqueteando con las compañeras de universidad. Sabía que serías mía”. Me sonrió, se acercó a mi cuerpo desnudo y me besó nuevamente. Me aloqué sabiendo que me había convencido y había descubierto como nadie antes mi secreto oculto de sentirme una nena.

Pude sentir su miembro lubricado sobre el mío. Si el mío, en erección, era tan grande como medir desde mi dedo meñique al dedo medio de la mano, el suyo fácilmente cuadriplicaba o hasta quintuplicaba su tamaño.

Apretó su cintura masajeándome con movimientos pélvicos, a la vez que su pecho caliente, duro y esculpido poseía al mío. Separó nuestras bocas y un hilo de saliva quedó entre ambas mientras se alejaban.

Apartó de nuevo su pecho, pero no su cintura de la mía. Tomó mis piernas y colocó la parte de atrás de mis rodillas en sus hombros. Me tomó por la cintura, su miembro bajó y en su búsqueda encontró el agujero de mi ano, aguardando. Mis ojos negros brillaban detrás del maquillaje discreto y femenino que había tomado el tiempo en aplicar. Mis pestañas eran grandes y dobladas hacia arriba y el dorado de los párpados contrastaban con mi cutis blanco. Lo vi con pasión directo a los ojos: “Desvírgame el culo por favor. Quiero sentir tu pene dentro de mí. Hazme mujer, ya no aguanto las ganas, te lo suplico, te lo imploro, quiero ser la esclava de tu verga. Quítame las ganas de ser tu princesa”, le dije abandonándome, relajándome y aflojándome, preparando a recibir por vez primera y al fin una rica cogida.

Se acercó y apoyó sus brazos a los lados de mis hombros. Luego como haciendo una lagartija bajó a mi pecho. Me besó de nuevo. Mis piernas seguían sobre sus hombros, lo que hizo que subiera más mi pelvis, para ofrecerle con mayor comodidad mis nalgas. Al principio sentí muy extraño. Un ardor en mi ano que se rendía a la entrada lenta de ese enorme y gordo manjar. Los músculos de mi agujero, al expandirse, comenzaron a rasgarse produciendo mucho dolor. Apenas era la punta de su miembro, apenas quizá donde se encuentra el agujero desde donde fluyen hacia afuera sus líquidos. “¡Ay me duele mucho!”, grité desde el fondo de mi garganta y apretando a mi amante aún más con mi abrazo.

“Virgen hermosa”, me dijo. “dile adiós a tu virginidad”. Y diciendo esto comenzó a abrirse paso con más fuerza y dificultad dentro de mí. Sentí como se desfibraba mi agujero, milímetro a milímetro de mi culo que se rompía. “¡Mírame a los ojos!”, me ordenó, pues yo los tenía cerrados sin poder evitar también mis gestos de dolor en mis mejillas, mostrando mis dientes al apretar fuerte mi mordida.

Lo vi a los ojos. Apreté los labios y unas lágrimas de dolor me rodaron por las mejillas. Yo jadeaba y vi que el sudaba en la frente y en su cabello.

Aquella rica polla seguía sin cesar entrando despacio en mí, desflorándome duro, haciéndome sentir mujer. “¡Cómo me duele!” exclamé lloriqueante. “Es lo que querías ¿o no, mi nenita?” me preguntó. Noté que se arqueó para terminar de metérmela y al fin sentí topar sus testículos en mis nalgas. Se detuvo. “¿Te gusta?, la tienes toda adentro”, me dijo. “¡Qué dolor!, ¡qué rica tu verga!, ¡qué delicioso sentirme mujer!”, le respondí y continué diciéndole: “siempre tuve vergüenza de mi mísero miembro, me sentí rechazado, poco hombre, creyendo que no podía satisfacer sexualmente a nadie. Y aquí estoy habiéndome vestido de mujer para ti, disfrutando por el otro lado el placer del sexo. ¡Hoy por fin me siento tan capaz de dar placer a alguien! ¡siento toda tu hermosa verga dentro de mí!, ¡qué rico travestirme, que rico en secreto ser mujer, que rico sentir dentro de mi ano tan buen pene!”

Y diciendo esto me la sacó y me embistió de nuevo, y otra vez, y otra vez, fuerte, potente, con ganas e inmisericorde, confiado en su masculinidad ente mi feminidad. Los dos gemíamos de placer. Poco a poco me abrí más y más. Ahora, el lubricante no era solo el que él me había colocado, sino que mi esfínter era el que lo produjo naturalmente.

Me estaba dando duro, fuerte, era su mujer. Su quijada comenzó a apretarse. Mis gemidos ahora eran gritos diciendo al mundo lo rico que era su verga. “¿Quieres sentir el chorro de mi leche?” me preguntó. “Te lo suplico”, le respondí. En la siguiente sacada de su verga se quitó rápidamente el condón y antes que se cerrara mi agujero me la metió de nuevo. La textura era diferente, natural, más rica, sentía su piel desnuda en mi ano desflorado, con la sensación de la herida viva dentro de mi recto. Una, dos tres, cuatro y a la quinta embestida vino su chorro. Me ardió dentro desde donde la sangre brotaba de mi culo desgarrado. Otro chorro y otro. Uno más al final. Y cuando creí que todo había terminado me dio otras tres metidas y al tensionarse todo su cuerpo dio un grito, la metió hasta adentro y un chorro de semen final y más potente que todos salió viscoso y rico para humedecerme todo dentro de mí.

Al sentir que él había terminado algo se activó en mí y comencé a mover mi pelvis irrefrenable, eran movimientos sin control y me enajené, grité y mientras él se desplomaba con todo su peso sobre mi cuerpo delgado y débil, comparado con el suyo, sentí miles de espinas punzantes de placer recorriendo mis genitales y eyaculé potentemente, mojando todo mi vientre y derramándolo sobre el suyo también. La sensación fue todo un éxtasis absoluto.

Estaba yo tan agitada y con su peso sobre mí que casi no podía tomar oxigeno del aire (¡qué lindo, hablé acerca de mi en femenino!).

Busqué su boca y lo besé, casi sofocada. “qué rica desflorada, gracias mi amo, a partir de hoy soy su esclava”, le confesé. Me miró. Sonrió victorioso. “Te verás hermosa en este verano con unas sandalias planas doradas atadas al tobillo, minifalda y peluca rubia larga hasta los hombros y te luciré en la calle donde todos vean que eres mi novia y esclava. Pero no te limites a mí, tienes derecho a probar a todos y a quienes quieras”. Lo abracé fuerte de nuevo, agradecida por tan rica cogida y envanecida por aquel ofrecimiento, crucé mis tobillos en su cintura.

Me sentí tan mujer, tan travesti, tan femenina, tan liberada al fin, que lamenté el tiempo que perdí sin haber disfrutado de este placer y me prometí a mí misma que nunca habría una verga que me ofrecieran, que me negara a probar. Me han inaugurado y, desde hoy, ¡seré la más caliente y puta de todas las travestis!

Si me has leído hasta este final, ¿Qué te parece desvirgarme tú también? Puedo masturbarme en tu honor y calentarte y calentarme mientras te escribo un relato de cómo lo harías. No te confundas, soy de closet y siempre lo seré, mi secreto está muy bien guardado. Pero podemos fantasear por correo, anónimamente gratis y solo te costará unos ricos chorros de semen mientras te corres por mí, pidiéndome que me ponga como te gusta. ¡Espero tus mensajes!: [email protected].

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