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Afortunado trabajo con Ana

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Las oficinas de mi trabajo se encuentran en el centro de la ciudad. El espacio es reducido en el área de atención al público y como complemento dispone de unos almacenes donde se guarda la documentación de archivo en la zona de sótanos del edificio.

Recientemente se ha incorporado una nueva compañera para realizar una sustitución de larga duración. Se trata de Ana, una mujer de unos cincuenta años, casada pero sin hijos, de belleza innata y delicada, y con un cuerpo maduro bien cuidado durante años.

Lleva su melena rubia siempre suelta y le cae de forma insinuante sobre sus hombros.

Para vestir a diario suele usar blusas y corpiños que dibujan artísticamente sus senos bien dotados, redonditos y suculentos. Y una cadera bien definida que reclama ser explorada descendentemente de forma generosa. Su imagen y compostura me atrajeron desde el primer instante que la vi y, según deduje por sus miradas, ella fue consciente de ello desde el primer instante.

Yo llevo diez años trabajando en esta empresa, por eso me asignaron la misión de enseñar a nuestra nueva compañera cómo funcionaban los procedimientos internos de la empresa.

Esa mañana tuvimos que bajar al almacén para buscar archivos de varios años atrás. Ana vino conmigo para conocer el lugar y el sistema de archivo de la empresa. Ese día Ana vestía de forma casual, con pantalón tejano y blusa.

Todo discurría con normalidad, charlábamos amigablemente mientras realizábamos la tarea encomendada. Al recoger una caja del suelo ambos nos agachamos simultáneamente. De forma accidental divisé todo su escote y pude ver su sostén, blanco de encaje y con tela semitransparente. Bajo esa prenda se dibujaba el increíble dibujo de sus pezones coronados por unas preciosas aureolas y quedé absorto observando aquella imagen.

El ambiente se notaba cargado de tensión sexual. Sin hablar por unos segundos seguimos en la tarea pero un instante después me fijé en su trasero. Su espectacular culo bajo esos ceñidos pantalones vaqueros ligaba perfectamente con el resto de su cuerpo. Ana es una mujer muy atractiva, pero su madura edad era un estímulo indescriptible para disparar mi deseo sexual mas salvaje.

Ella se giró, me miró sonriendo y tras observar mi depravada expresión, dedujo inmediatamente los pensamientos que invadían mi mente para apropiarse de mis intenciones.

Con determinación y naturalidad me preguntó si iba a ayudarla o no.

No sé por qué, y en puro atrevimiento, le pregunté, a qué quería que la ayudase... lo que desencadenó un silencio aún mayor. Estábamos ya muy cerca, nos miramos de arriba abajo y, en un intercambio de roles, ella pasó a ser la institutriz que debía enseñarme a mí cómo interpretar las miradas y el lenguaje corporal.

Se me acercó directa y decididamente, dejándose mirar y sintiéndose dueña de mi voluntad. Me besó, y correspondí. Nos besamos de forma suave y cálida, muy apasionada. Ana sabía a carmín y su boca era miel. Su lengua rozó la mía. Abrió la boca y me mordió el labio inferior. Una auténtica fiera había sido liberada.

Siguiendo sus indicaciones, cerré con llave el archivo y nos acomodamos. Quedamos de pie apoyados en la pared. Yo desabotoné su blusa con calma. Sin quitarle el sujetador, extraje sus tetas para empezar comérselas. - Vaya ricura de pechos!!, pensé.

Lamí golosamente toda su amplitud. Mamé aquellos pezones que pedían que mis labios se apoderasen de ellos, los mordí y succioné hasta que mi compañera me clavó las uñas pidiendo tregua.

Palpé lentamente en culo prieto de Ana y sobé a placer a mi maestra. Ella jadeaba con sigilo cada vez mas caliente, más excitada y más ansiosa de nuevas acciones.

Su mano fue directa bajo mi pantalón. Ana buscó mi sexo y lo acarició diligentemente. Mi falo se puso más duro aun. Ella me bajó los pantalones y con todo el deseo imaginable empezó a mamar mi verga. Ya no había pudor alguno. Ana lo lamía y le escupía con puro deseo, lubricando y tragando mi pene con total maestría. Me miraba pecaminosa. Lo tenía entero en su boca. Sus ojos delataban el vicio que había acumulado durante días.

Yo la observaba atónito y caliente perdido. Ana se puso en pie y se giró.

Desabroché y le bajé los pantalones. Aun detrás de ella, me agaché para besar y lamer su culo. Bajé sus braguitas y mi lengua lamió su rajita y su delicioso ano con puros lametones de deseo salvaje. Su olor, su sabor y su aura de diva se apoderaron de mi voluntad. Empapé su culito y lamí cada rincón de su entrepierna. Ella sacaba cadera contra mi boca y con sus movimientos exteriorizaba su deseo de recibir más lengua y le comí todo su coño y su orto.

Me puse de pie. Rocé sus labios vaginales con la punta de mi poya y, sin prisa alguna, unté mi pene con la crema vaginal que afloraba de su coño. Tras lubricar mi falo la penetré de forma deliciosa. En esos momentos pude percibir el calor de la zona interior de su coño empapado en jugos.

Mientras se sucedían las embestidas desde atrás, agarré y sobé sus tetas a placer. Disfruté amasándolas.

Por momentos le daba cachetadas en su precioso culo y noté como sus jadeos y gemidos crecían. También sus movimientos se descontrolaron y con fuerza mis embestidas crecieron al compás de las suyas. Ana estaba empotrándose contra mi cuerpo, haciendo que toda mi dura verga se alojase en su cavidad.

Estábamos entregados, calientes, salvajemente sexuales y noté como su cuerpo comenzó a dar convulsos espasmos incontrolados. Ana se corrió abundantemente mientras mi poya no paraba de entrar y salir de su interior.

Aguantamos de pie, sosteniendo la postura para que ella recuperase el aliento tras venirse y nos besamos con lengua. Ella me miró con expresión pícara. Me dijo que deseaba sentir el calor de mi semen en su boca. Mis ojos se abrieron sorprendidos y mi sonrisa delató la respuesta.

Ana se giró y agachó hacía mí. Lamió todos sus jugos de mi tronco y mamó verga con soltura. Yo agarré su cabecita y sostuve su melena rubia con una mano. Mi cadera empujaba mi pene dentro de su juguetona boca. Ella dio varias arcadas pero mantuvo su mamada hasta hacerme eyacular. Mi poya largó unos generosos chorros que inundaron su boca y llegaron a su garganta. Toda mi leche cayó en su boca, no dejó escapar ni gota.

Me encantó besarla con su boca aun impregnada del sabor de mi orgasmo. Fue una delicia abrazarla mientras nos besábamos. La sentí vibrar de felicidad en aquel abrazo. Tras unos minutos para recomponer el desaguisado, nos dispusimos a salir de nuestro refugio y volver a la zona donde nuestros compañeros, ajenos a nuestra aventura, seguían trabajando tranquilamente.

Ana siguió siendo mi compañera durante varios meses mas. Fueron muchas las enseñanzas que recibí de tan interesante y experta mujer

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