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Algunos, con un piropo, abren piernas

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Los domingos damos rienda suelta a nuestros deseos de vagancia. Desayunamos en la cama y, al amparo del buen descanso y ausencia de compromisos, Elisa, mi señora que cumplió treinta y yo cuarentón, preparamos concienzuda y tranquilamente algún polvo de antología. Las pausadas caricias con leves aceleraciones, el deleitoso saboreo de su jugosa conchita, la sensación maravillosa de esa boca envolviéndome la pija, y la explosiva culminación, eyaculando en el fondo de su vagina que me exprime rítmicamente, es el mejor inicio de la jornada.

Este domingo no hubo intimidad pues mi esposa me dijo sentirse algo indispuesta, algo normal que ya había sucedido ocasionalmente en el pasado. Es irrazonable pensar que las personas siempre deben tener la misma disposición. Salimos a comer, luego siesta, algún entretenimiento deportivo por televisión y comida liviana a la noche. Durante todo el día la sentí como ausente, o con alguna incomodidad y lo atribuí a su próxima menstruación. Sentados a la mesa se desató el sismo con epicentro en la copa de buen vino que estaba paladeando.

- “Jacinto, lamento decírtelo, pero me he enamorado de otro hombre”.

Me costó volver a mis cabales después del sorpresivo y demoledor golpe.

- “Y cuanto hace que llevo cuernos?”

- “Ni siquiera un segundo porque nunca te engañé”.

- “¡Y a qué viene esta declaración!”

- “Casualmente a que no te quiero engañar, nunca te mentí y no voy a empezar ahora. Te aprecio y te respeto, y por lealtad es que te cuento que mi corazón está con otro. No me ha tocado, de él solo he recibido piropos pero sé que cuando se me insinúe no opondré resistencia”

- “Bien, por supuesto no voy a compartir cama con vos, así que mudate a la otra habitación. Ahora déjame solo”

A la segunda copa llena paré, sabiendo que el alcohol no calma el dolor profundo del corazón y solamente embota los sentidos nublando el entendimiento. En una de las pasadas llevando sus cosas se acercó.

- “Perdoname, lamento haber tenido que decirte algo así”

- “Por supuesto que me duele como la gran puta, pero te agradezco la sinceridad. En los hechos te libero del deber de fidelidad, pero el primer día que tengamos tiempo iniciaremos el trámite de divorcio. Hasta tanto consigas dónde vivir podés quedarte aquí. Voy a esforzarme en no ser grosero o descortés pero te ruego que entiendas cómo que me siento y por eso mi contacto con vos será el mínimo indispensable”.

En mis cuarenta años de vida nunca me había sentido tan mal. Mi matrimonio con Elisa había durado una década, yéndose al carajo de manera súbita y sin posibilidad de retorno, pues el argumento esgrimido era irrebatible, cumpliendo el conocido dicho «El corazón tiene razones que la razón no entiende».

A media mañana del día siguiente llamé a mi patrona.

- “Buen día señora Clara, lamento molestarla pero necesito hablar con usted algunos minutos”.

- “Hola Jacinto, que vos me hables es algo raro, dónde estás?”

- “En el jardín, al lado de la entrada”.

- “No te muevas de ahí que ya voy”.

Clara y Juan son los esposos para quienes trabajo. Me inicié en esta tarea siendo chofer del patrón mientras mis padres, además de caseros, eran cocinera y jardinero. La jubilación de papá, mamá y don Juan fue casi simultánea por lo cual mi responsabilidad de conducir el auto se transformó en algo esporádico y pasé a reemplazar a mis progenitores. Ahora soy casero y jardinero, y ocasionalmente manejo.

- “Tenés mala cara, contame qué te pasa”.

Mi pretensión no era tomarla de paño de lágrimas así que, después de relatar lo sucedido, le pedí la ayuda que necesitaba.

- “Como podrá imaginar no pienso demorar la separación un minuto más de lo imprescindible y por eso la molesto. Quisiera que me oriente sobre algún abogado que nos pueda hacer el trámite de divorcio”.

- “Y pensás que no hay posibilidad de recomponer la relación, dándose ambos un tiempo?”

- “Ni loco aceptaría pasar un lapso en constante zozobra esperando el milagro, pues recomponer un vínculo que no tenga rastros de la fractura solo puede ser algo milagroso. Y a eso hay que agregarle la angustia de ignorar la duración de la espera, sin tener en cuenta la refinada tortura de ver regularmente a la esposa regresar al hogar satisfecha de su contacto con otro”.

- “Por favor, no te vayas, simplemente voy a hacer una llamada telefónica al estudio que atiende desde hace veinte años los temas judiciales de la empresa de mi esposo, y que tranquilamente podés escuchar”.

- “No quisiera molestarla”.

- “Te aseguro que no es molestia. Hola Guillermo, te interrumpo un minuto, necesito que me envíes a alguien que entienda de divorcios indicándome cuándo debo esperarlo”.

- “…”.

- “Sabía que podía contar con vos, muchas gracias”.

- “Señora, no sé cómo agradecerle”

- “Jacinto, escuchá bien lo que te voy a decir. La lealtad de años de tus padres y tuya no tiene precio, lo que estoy haciendo es simplemente un modesto reconocimiento. Te avisaré cuándo debés estar disponible para hablar con el abogado. Ese estudio jurídico ha ganado mucha, pero muchísima plata con nosotros, así que este asunto no tendrá ningún costo para vos. Arriba el ánimo y no vaciles en pedirme lo que necesites”.

Pasado el primer fin de semana desde el anuncio de mierda, vi que era necesario agregar algunas reglas buscando una convivencia aceptablemente tranquila. Ella ya no era la esposa con las responsabilidades hogareñas de antes, ni sujeta a los horarios otrora habituales; por ejemplo su regreso del trabajo se producía a diferentes horas, salidas nocturnas viernes y sábado, descanso más prolongado durante la mañana del domingo, etc. La tarde del último día feriado, después de la siesta la llamé.

- “Elisa, tenemos que hablar”.

- “Te escucho”.

- “Creo que debemos charlar y ponernos de acuerdo sobre algunos puntos para evitar incomodidades o reclamos que nada bueno van a aportar a la actual relación. Hoy, lo único que compartimos es techo; reconocer eso es lo primero, y sobre esa base movernos. En todo lo demás manda nuestra personal manera de ver, sentir y querer; si respetamos nuestras particularidades seguramente vamos a vivir sin dificultades. Me hago entender?”

- “Aclará un poco”.

- “Quizá lo haga mejor con ejemplos. A ambos nos gusta el café, lo que no implica compartir marca, granulado o sabor; y en ese caso cada uno consume lo que le gusta, en cantidad, horario, etc. Y así en todo, desayuno, almuerzo, cena, descanso, actividades fuera de la casa, y cuanto puedas imaginar. Ninguna obligación nos liga. Acerca de compartir vivienda, quiero que sepas que no es por un lapso indeterminado; tenés dos meses para dejar la casa. Voy a contratar una persona para tareas de limpieza tres veces por semana, luego de diré cuánto debés aportar para eso. Te parece bien o querés modificar algo”.

- “Si se me plantea alguna duda seguramente será más adelante. Cuando suceda pregunto”.

- “Perfecto”.

Un domingo la oí llegar cuando amanecía, imaginándome que la farra había sido de larga duración, y como nada me requería seguí durmiendo hasta las nueve. Después de desayunar, yendo hasta la pieza que uso de pequeño taller, pasé frente al dormitorio que ahora usaba ella y al ver la puerta abierta, cosa rara, me ganó la curiosidad y miré hacia la cama donde estaba dormida, con el corpiño colocado y la sábana hasta la cintura. Haciendo un esfuerzo seguí de largo, pues detenerme a observarla solo incrementaría el dolor que sentía al saberla de otro.

Como me había comprometido a preparar un asado para mis patrones y sus invitados en el quincho cercano a la pileta, teniendo en cuenta que ya eran las diez, fui nuevamente a la pieza de Elisa a dejarle un papel para que supiera que no almorzaría en casa. Al trasponer la entrada vi lo que nunca hubiera imaginado presenciar en la que, hasta hace poco, era mi mujer. El calor le había hecho correr la sábana mostrándose en bombacha y sostén asomando un pezón, que no estaba solo pues lo acompañaban dos oscuros moretones, cuyo color hacía juego con las ojeras que mostraba su cara y los dedos marcados en las nalgas. Desentonaban con el conjunto dos cosas, los pegotes en el pelo y el olor a alcohol que emanaba del cuerpo transpirado. Tan asqueado como dolido me fui después de dejar el mensaje.

En la comida eran alrededor de veinte, seis matrimonios y sus respectivos hijos con algún amigo. Promediando la comida se acercaron la dueña de casa con otra señora, más joven y ciertamente bella.

- “Jacinto, Lucía está asombrada con el orden y limpieza del sector de la parrilla por lo cual quiere conocerte”.

- “Un gusto Jacinto”

- “Un placer señora”.

- “Ves aquel hombre de bigotes, algo pelado y un poco de panza?”

- “El de camisa cuadriculada?”

- “Exacto, ese es mi marido. Le salen bien las cosas a la parrilla, pero cuando termina nos quedan veinticuatro horas para encontrar lo que usó, limpiar y ordenar. Ahora nosotros estamos terminando de comer y es mínimo lo que te queda por limpiar y guardar. Cuál es el secreto?”

- “Es sencillo, lo que usa está a mano ocupando el mínimo espacio, lo que dejó de usarse se lava y lo que está seco se guarda, sin intervalos ociosos”.

- “Y cuando hacés el amor también seguís un orden?”

- “¡Lucía, qué estás preguntando!”

- “Amiga, no te enojés, es simple curiosidad”.

- “Sí señora, en eso también sigo un orden”.

- “Como respuesta inteligente y con humor está muy bien, pero no entiendo tu sonrisa”.

- “No es broma, sigo el orden que me indica el placer que muestra la mujer que está conmigo”.

- “Entonces tenés dos cosas para enseñarle a mi esposo. Voy a ver si acepta un curso acelerado”.

Tiempo después, con conocimiento de mi patrona, me habló la señora Lucía, pidiéndome si el domingo siguiente podía hacer un asado para unas treinta y cinco personas que festejaban el cumpleaños de su esposo, por supuesto bien recompensado. Acepté encantado pues el trabajo era una buena terapia para el dolor que iba lentamente declinando, y le pedí ir el sábado a conocer las instalaciones, limpiar lo que fuera necesario y dejar la carne en la heladera ya lista para colocar en el asador. Aceptó y dispuso que dos empleadas suyas ayudaran según mis indicaciones.

El día pactado hice lo previsto ayudado de Felisa y Carla, madre de mi edad y la hija en edad de votar. Ambas agraciadas, sencillas, sobrias y muy educadas, por lo cual fue fácil hacer buenas migas con ellas. Después de contarme algunos detalles de su vida, ciertamente laboriosa, me enteré que hacían estas tareas mermadas al descanso, porque querían comprar un celular para la menor. Ahí recordé que yo era periódico heredero de celulares. Cuando la señora Clara actualizaba el modelo, lo hacía yo también, pues el que era viejo para ella, para mí constituía algo nuevísimo que recibía. Poco hacía de la última renovación, por lo cual resolví llevárselos de regalo al día siguiente.

El domingo, después de buena tarea, regresé a casa dejando muy satisfechos a los dueños de casa y, por ello con abundante paga, amén de haber podido proporcionar una alegría en mis compañeras de trabajo. El agradecimiento auténtico, sentido, de ambas mujeres que por turno me abrazaron, con las manos en movimiento acariciando la espalda y un beso en la mejilla, fueron una endovenosa de bálsamo, directa al corazón haciendo desaparecer melancolía, tristeza y dolor subsistentes desde aquel indeseable anuncio.

El dolor me hace tener conciencia de la cronología; seis meses llevo sin esposa y cuatro solo en casa. Estaba en esas cavilaciones cuando sonó el teléfono, era mi ex.

- “Hola Elisa”.

- “Hola Jacinto, estás en casa?”

- “Sí, aquí estoy”.

- “Puedo ir a verte?”

- “Te espero”.

Me llamó la atención su aspecto, nunca había tenido abundancia de carnes pero ahora estaba más delgada y con poco arreglo respecto de lo que me tenía acostumbrado. Sentados en los sillones individuales le ofrecí algo de tomar y solo aceptó agua fresca. Que estaba nerviosa, lo evidenciaba el temblor de las manos cuando no las tenía tomadas entre sí.

- “Vos dirás”.

Con la mirada fija en la mesa donde reposaba el vaso comenzó a hablar.

- “Estoy muy mal, en unos días probablemente quede sin trabajo y sin lugar para vivir. No tengo a quien recurrir, salvo vos”.

- “Por lo que contás, una situación bastante difícil. Y qué pensaste para salir de ella?”.

La expresión de su cara ya era un anticipo de lo que iba a decirme.

- “Tengo dos caminos, que vos me recibas hasta que pueda valerme por mí misma o trabajar de puta para mi novio”.

- “Y pareciera que el sendero menos malo es volver a la que fue tu casa”.

- “Es así, volver al lugar del que nunca debí salir. Querés que te relate qué me pasó?”.

- “Quizá como un episodio curioso, porque lo importante y esencial ya lo sé”

- “Y cómo podés saber si nada te conté?”

- “Que estés acá, pidiéndome que te reciba, significa que tu enamoramiento fue un fracaso, y así perdiste algo muy bueno como es el trabajo que sustenta tus necesidades. El resto son complementos”.

- “Tenés razón, pero en realidad perdí mucho más que el trabajo. Me metí con un tipo que solo me quería para su placer, y cuando pasó la novedad me compartía con sus amigos. Poco podía hacer para enfrentarlo, ya que es mi supervisor en el trabajo”.

- “Cuando quieras podés regresar, naturalmente como las circunstancias son distintas también serán distintas las condiciones”.

- “Y cuáles serían?

- “Lo veo como un intercambio, yo cubro tus necesidades y vos las mías. Te doy techo, comida, lo necesario para tu higiene personal y una modesta suma de dinero, y a cambio te hacés cargo del orden y limpieza de la casa, realizar las compras y preparar desayuno, almuerzo y cena de lunes a mediodía del sábado. Tarde de ese día y domingo, libre. Además, de vez en cuando servirme de hembra en la cama. Sobra decir que a nadie podés hacer entrar a la casa”.

- “Por la forma de decirlo pareciera que no me has perdonado el haberme ido hace unos meses”.

- “Es una suposición equivocada. Nada tengo que perdonarte, pues al decirme lo que sentías fuiste sincera, leal y valiente; que para mí fuera algo traumático es otra cosa”.

- “Igualmente suenan frías, impersonales, semejan una transacción comercial”.

- “Y así es en cierto modo, antes eras la señora de la casa porque mi amor te daba ese lugar; pero el amor ha desaparecido cediendo su lugar a la conveniencia, y eso es lo único que vale en este momento”.

- “Yo no quería lastimarte”.

- “Eso lo sé, el dolor, la angustia, la tristeza fueron un efecto secundario, un daño colateral no buscado ni deseado, pero estuvieron, y todavía no se han extinguido aunque sean muchos menores”.

Así establecimos un acuerdo de rutinario cumplimiento, comidas sanas y en horario, casa limpia y ordenada, y convivencia cordial y respetuosa. Lógicamente manteniendo cierta distancia, algo particularmente presente al compartir la mesa, donde la conversación era escasa y superficial, pues nos unía un vínculo muy débil. En uno de esos almuerzos me sorprendió con una pregunta que se salía de los temas habituales.

- “Tenés otra mujer?”

Estaba por contestarle mal cuando tomé conciencia de que no valía la pena arruinar el momento.

- “Por ahora no, pero pienso que pronto conseguiré una. A qué viene la pregunta?

- “Es que hace más de un mes que estoy viviendo aquí y todavía no me dijiste de compartir tu cama, que es parte del convenio que tenemos”.

- “Es verdad, esa parte del acuerdo no te la pedí. Pasa que después de haberlo incluido me di cuenta que no me convenía”.

- “No entiendo por qué, salvo que tengas otra persona que satisfaga esa necesidad”.

- “Hay dos razones, y ambas pueden tener un efecto negativo para mí. Por un lado está que, teniendo esos momentos de intimidad durante cierto tiempo, vuelva a enamorarme de vos y exponerme al peligro de un nuevo dolor si tu corazón se orienta hacia otro. Por otro lado, como has tenido sexo con varios, de quienes sabés muy poco, es posible que te hayan pegado alguna venérea que yo no tengo ningún interés en contraer”.

- “Estás siendo cruel conmigo”.

- “Yo no, en este caso es cruel la verdad, pues simplemente trato de protegerme de dos peligros posibles que no son invento mío sino reales. Sin embargo, y ahora caigo en cuenta, hay una posibilidad de evitar los contratiempos y además quedar algo satisfecho”.

- “Y de qué manera?”

- “Cuando las ganas aprieten, te llamo para que me hagás una mamada. El contacto es más impersonal y por la saliva no hay contagios”.

- “Creo que prefiero insultos y no esa frialdad teñida de desprecio”.

Verla caminar hacia su dormitorio con lágrimas surcando las mejillas me dio pena, pero fue nada más que un instante, cuando se hizo presente en la memoria el tiempo de dolor ante el abandono. Durante un tiempo más mi actividad estuvo circunscripta al trabajo, algunos encuentros con viejos amigos, y mi nueva tarea de asador eficiente para amistades de mis patronos. Así profundicé mi amistad con Felisa y Carla pues el trabajo en casa de sus empleadores se dio varias veces.

Un día, Elisa me anuncia que iba a regresar la casa de sus padres porque en ese pueblo le iba a ser más fácil conseguir trabajo recurriendo a algunas amistades. Sin pedir otras explicaciones le dije que le deseaba buena suerte, y cuando le tocó partir la acompañé hasta la puerta, ahí se dio vuelta.

- “No me vas a dar un beso?”

- “Con certeza que no, el recuerdo que quiero conservar es aquel, cuando al besarte, estaba demostrando un amor inmenso que era correspondido. Ahora sos poco menos que una extraña”.

Estando solo en casa pensé en invitarlas a mis compañeras de trabajo a almorzar un domingo. Se presentaron cambiadas respecto de lo usual en los días laborales, la madre con un vestido suelto a media pierna y delgado que permitía vislumbrar su silueta nada despreciable para una mujer con un parto y dedicada a trabajar un día sí y otro también. La hija con un overol de tiras que llegaba a mitad del muslo bastante holgado y una camiseta cuello redondo que no cubría el ombligo.

Después de alabar el buen gusto en el vestir les mostré la casa y estuvimos charlando y tomando algo fresco hasta la llegada de la comida comprada, que caliente, la traía un cadete. Al ver la vivienda Felisa comentó que la que ellas alquilaban era menos de la mitad de la que yo ocupaba. Pasamos un buen momento y al término de la comida les ofrecí mi cama por si ambas deseaban hacer una siesta mientras yo veía un partido. La madre aceptó pues era su costumbre placentera para el único día que tenía, completamente libre, durante la semana, así que le indiqué la habitación cerrando las ventanas para mayor comodidad.

Carla prefirió quedarse conmigo y vino a mi lado, cuando al rato, fui a la cocina para renovar el contenido de los vasos. Apoyado en la mesada le pregunté qué deseaba tomar, y ese fue el momento en que se acercó rodeando mi cuello con sus brazos.

- “Hace tiempo que deseaba agradecerte debidamente el celular que me regalaste”.

Y unió sus labios a los míos, para luego cubrirlos, abrirlos con su lengua y pegarse totalmente, con fuerte presión en la pelvis. La sorpresa inicial fue rápidamente diluida por las sensaciones, el deseo y la prolongada ausencia de un natural desahogo haciendo que mi miembro pasara a ser pija y luego verga, convenientemente frotado por la entrepierna de la niña que se movía en subibaja recorriendo el tronco a través de la ropa.

Mientras mis labios y lengua respondían a los frenéticos estímulos de la dulce criatura, bajé las manos para introducirlas por la holgada cintura y capturar las nalgas, delgadas pero apetitosas, ayudando en el movimiento de frotación. Luego la di vuelta para acariciar la entrepierna por debajo de la bombacha. Al llegar a la divisoria de los labios me recibió un abundante caudal de flujo que distribuí pacientemente desde el clítoris al ano.

Hasta ese momento me había privado de quitarle alguna prenda por la cercana presencia de la madre, pero su primer orgasmo con solo caricias tiró por tierra mis precauciones. La hice desprenderse de pantalón y bombacha, sentarse sobre la mesada y sumergirme a devorar esa hendidura de la cual seguía surgiendo una manantial de jugo delicioso.

Nada me costó hacerla acabar de nuevo. Apenas repuesta de esa nueva tensión y, sabiendo que el día anterior había dejado de menstruar puse sus talones en mis hombros y, mirándola a los ojos empujé para ocupar el canal vaginal.

- “¡Papito querido cómo me entró! Sacala despacito y después entrala de golpe, así mi amor, así fuerte”.

- “Bajá la voz que tu mamá está a unos metros”.

- “No te preocupés, igual se va a enterar, comeme la boca para que me calle, pero seguí como si quisieras traspasarme, llename de leche mi vida”.

Con tres súbitas explosiones quedé acabado, abrazado a ella buscando normalizar la respiración. Por suerte esta deliciosa mujercita alcanzó su tercera corrida junto a mi último espasmo. En la despedida creo que fingimos bien, aunque no estoy seguro.

Al día siguiente me llamó Felisa diciéndome que quería hablar conmigo a lo que le respondí que encantado si me indicaba lugar y hora. Nos reunimos en las inmediaciones de la casa de sus empleadores y la invité a tomar algo fresco en una confitería cercana donde pedimos dos gaseosas dando comienzo a la charla.

- “Pienso que alguna idea tenés sobre lo que quiero hablar”.

- “Imagino que será sobre Carla”

- “Tal cual. Entre ella y yo, respetando la intimidad personal, no hay secretos. Me dijo que ayer tuvo sexo con vos, más aún, reconoció que te sedujo sin que hubieras hecho algo en esa dirección y, como si eso fuera poco, confesó estar feliz”.

- “Es verdad, y yo comparto esa felicidad inmerecida”

- “La forma en que te mira, la cercanía que manifiesta, y lo que dice de vos, me hicieron pensar que más temprano que tarde iba a suceder lo que sucedió. Decirte que la cuides, que la respetes, es ocioso porque te conozco. Solo te ruego que no la preñes”.

- “Eso dalo por seguro”.

- “Te voy a contar algo que explica mi temor. Quedé embarazada de Carla casi a la misma edad que ella tiene ahora. Cuando constaté que mi novio era un malandra lo dejé, recibiendo en mi casa solo reproches. Entonces me hice el propósito de abrirme camino sola en cuanto pudiera. Durante algunos años la inestabilidad sumada a la inexperiencia hicieron que la felicidad me fuera esquiva y alguno se aprovechó de eso. Volví a tener una vida aceptable cuando empecé este trabajo que cubre nuestras necesidades básicas aunque vivamos al día. No quiero que mi hija querida pase por lo mismo”.

- “Me atrevo a asegurar que soy incapaz de hacerle daño u ocasionarle algún perjuicio. He pensado mucho sobre esto y quiero que escuches mis conclusiones”.

- “Soy toda oídos”.

- “Es altamente probable que algún día Carla conozca un joven que le robe el corazón. A esa relación la apoyaré como un padre que desea la felicidad de la hija. Considero que ella tiene todo el derecho de encaminar libremente su vida sin condicionamientos, sin obstáculos. No se lo voy a decir porque puede sonar a desapego, a pensar que lo de ayer fue nada más que un desahogo”.

- “Veo que no me equivoqué al recibirte como amigo”.

- “Hay algo más que proponerte. Sería un placer inmenso compartir con ustedes mi casa, naturalmente con el conocimiento y aprobación de la señora Clara y don Juan. No creo que se opongan pues me aprecian, saben que la soledad es mala compañía y a ustedes las conocen bien. Rogándote que acepten, te avisaré en cuanto tenga la autorización y de paso ahorran el alquiler que, como todo alquiler, es tirar la plata. Además desde casa tenés bastante menos en tiempo de transporte”.

- “No puedo creer lo que has dicho, por supuesto que acepto encantada, y estoy convencida mi hija lo estará más que yo. Puedo conocer el sabor de tus labios?”

Mi respuesta fue secarle las lágrimas que bajaban, acariciarle una mejilla y arrimarme para darle un beso. Después nos despedimos con un abrazo.

Y sucedió lo previsto, mis patrones se alegraron de la buena compañía que iba a tener, por lo cual le avisé a Felisa para que acordáramos ir trasladando las cosas de a poco y así unos días antes de cumplirse el mes pagado, pudieran con poco equipaje completar la mudanza.

Para tener adecuada comodidad compré otra cama de una plaza para que ellas compartieran la pieza pues la casa tiene solo dos dormitorios y así armoniosamente comenzamos una nueva etapa complementándonos bien, tanto en el hogar cuanto en el trabajo especialmente con oportunidad de celebraciones familiares

La convivencia fue aceptable, mejorando rápidamente a medida pulíamos detalles. Periódicamente teníamos nuestros escarceos amorosos con Carla, tratando que las demostraciones de placer llegaran mínimamente a Felisa. Una noche, en que la criatura vino a visitarme, me comentó.

- “Sabés que me dijo la bruja de mi madre, cuando vio que venía para acá?”

- “Ni idea”.

- “Me largó muy suelta de cuerpo «No grités mucho pero, por si acaso, cerrá la puerta de la habitación al salir»”.

Mi risa fue la respuesta. Y así pasábamos los días en un ambiente agradable y alegre.

Una noche miraba fútbol acostado, esperando el sueño, cuando en el marco de la puerta aparece Felisa vestida con un camisón largo y delgado que permitía distinguir su silueta.

- “Puedo pasar?”

- “Naturalmente, encantado por tu visita”.

- “Me manda Carla a decirte que no va a venir porque seguro está ovulando. Si te parece bien puedo yo acompañarte”.

- “Solo si, al entrar, apoyás la cabeza en el hueco de mi hombro”.

Su respuesta fue correr la sábana y ocupar el lugar indicado. Ya ubicada me contó.

- “Sabés qué me dijo esa mocosa atrevida? «No grités mucho pero, por si acaso, cerrá la puerta de la habitación al salir»”.

- “Y gritás abundante con voz fuerte?”

- “No lo sé. Ha pasado mucho tiempo y yo fui cambiando con la edad. Quizá vos puedas develar la incógnita”.

- “Estás cómoda, así a mi lado y abrazada?”

- “Y por qué la pregunta”.

- “Porque lo que menos quiero hacer es incomodarte, o que tengas que tolerar algo por cierta obligación, compromiso o presión. De ser así mi placer sería nulo y no como el que siento ahora".

- “Aceptarías un pedido mío?”

- “Sin dudar”.

- “Bien, te pido que no abras la boca, para contestar nové la cabeza, nada más. Estás de acuerdo?”

Afirmación con cabeceo

- “Comencemos, dame la mano, toca los pezones erguidos, ahora bajemos a mi conchita; sentís que estoy empapada? Quiero, deseo, estoy loca de ganas que me hagas tuya, que me dejés la panza llena de leche, ansío desfallecer de placer en tus brazos. Te das cuenta que no lo hago por obligación?”

Afirmación con cabeceo.

- “Ahora te la voy a poner dura hasta que te duela. Vaya, parece que no hace falta, mantenete quieto mientras la ubico en la entrada pero con precaución, sea para cuidar ese mástil, sea para que me entre sin dolor. Lleva mucho tiempo en desuso. Vamos bien?”

Afirmación con cabeceo

- “Ya está mi amor, tengo la cabecita adentro, ahora clavame con furia”.

Sin necesidad de palabras, la cadera pegó un salto hacia arriba satisfaciendo el pedido de ella, pero contradiciendo el pedido de la hija porque el grito salió estridente. Lo que siguió fue una maratón de dar y recibir, cambiar de postura, estrujar tetas, hombros mordidos, y dedos arañando nalgas y espaldas. Concluí con cuatro disparos de semen en el fondo de la vagina que, rítmicamente, me exprimía como pidiendo más.

Por pedido suyo no me moví pues deseaba sentir cómo el miembro disminuía de volumen, mientras las caricias hacían su trabajo después de haber satisfecho la urgencia instintiva.

Difícil es prever el futuro cuando los factores que lo condicionan están fuera del control de uno, pero de todos modos tengo pensado obrar al revés de mi matrimonio anterior. Si la relación se mantiene estable y la convivencia es armoniosa, dentro de algunos años pienso pedirle a Felisa que nos casemos. Por el momento día tras día sembramos semillas de felicidad para que sean, más adelante, nuestro alimento.

Dios dirá.

Párrafo para mis pacientes y amables lectores. Pido disculpas por el excesivo tiempo trascurrido entre mi último relato y éste. De forma súbita y tajante se me cortó la inspiración, traba que se fue hace unos días de la misma manera que llegó, y por eso, con alegría, ahora retomo la comunicación. Quizá alguno me haya extrañado, les aseguro que yo, a ustedes, también. Reciban mi afectuoso saludo.

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