Nuevos relatos publicados: 10

Amigo de club

  • 4
  • 6.876
  • 9,17 (6 Val.)
  • 2

Lo conocí en el club. Me lo presentó un amigo común y desde el primer momento nos caímos bien. Ese día comimos juntos y platicamos buen rato. Nos despedimos con la promesa de vernos otra vez.

El siguiente fin de semana me lo volví a encontrar. En esta ocasión jugamos tenis. Al terminar me invitó una cerveza y luego nos dirigimos a los baños. Al desvestirnos no pude evitar fijar la vista en su bien torneado cuerpo y sobre todo en su paquete, que se veía de buen tamaño pero no demasiado grande. Me lo imaginé bien parado y se me hizo agua la boca. Él se dio cuenta, pero no dijo nada.

En las regaderas me devolvió la mirada, hambriento.

–¿Qué onda? –le pregunté.

–Nada. ¿Tú?

–Pues vi cómo me mirabas en el vestidor.

–¿Cómo?

–Como con ganas, no sé.

–Y tú también a mí, ¿no?

–Pues sí.

–¿Y qué vamos a hacer al respecto?

–El que hambre tiene… se la quita de algún modo.

Acordamos ahí mismo irnos a su departamento. Dejé mi carro en el estacionamiento del club y me fui con él en el suyo. Por el camino puse una mano sobre su pierna y fui acercándola al bulto que se dibujaba en su pantalón. Empecé a acariciarlo despacito y sentí cómo crecía y se ponía duro. Me dijo, “Me vas a hacer chocar. Espérate a que lleguemos”. Me tranquilicé un poco, aunque me moría de ganas.

Nomás entrar a su departamento nos abrazamos y besamos con labios y lenguas, mientras él me acariciaba las nalgas y yo su paquete. Empezamos a desvestirnos. Cuando le quité el calzón brincó su pene completamente erecto. Le brillaba la piel, de tan duro que estaba. Tenía el tamaño ideal para mí, no muy grande, pero lo suficiente como para darme a llenar. La cabeza bien torneada, peladita como me gusta.

–Qué rica verga, papi –le dije. ¿Me la vas a meter?

–Claro, chiquito.

–¿Toda?

–Todita, hasta donde es pelo.

Me llevó a su recámara, desnudos los dos. Me sentó en el borde de la cama y se paró enfrente de mí, su miembro rígido cerca de mi boca. Le pasé la lengua por la punta, repetidamente. Él temblaba de placer. Se la empecé a mamar, chupando solo un pedazo, acariciando con mi lengua, y comiéndola toda, hasta sentirla en mi garganta. “Así, así…”, suspiraba. Sentí como le crecía y se le afirmaba todavía más.

Después de mamársela un buen rato me hizo acostarme boca abajo en la cama. Se puso detrás de mí, me separó un poco las piernas y empezó a acariciarme la raya con sus dedos, metiéndolos cada vez más adentro, pero sin llegar a penetrar. Se inclinó, me abrió las nalgas y arrancó a lamerme mi colita y a darme besos en ella. Nunca me habían hecho eso. Yo jadeaba y gemía; no podía creer la inmensidad de placer que experimentaba. Cuando ya me tenía al borde de la explosión, se paró y sacó un tubo de lubricante anal de un cajón. Me embarró bien mi culín y me dedeó a gusto. “Te estoy distendiendo, preparando”, me dijo, para luego embadurnarse de lubricante su machete.

“Ven, ponte de perrita aquí”, me ordenó.

Me puse en cuatro en el borde de la cama. Él se paró detrás de mí, posó una de sus manos sobre mi cintura y con la otra dirigió la punta de su verga erecta hacia mi hoyito. Empezó a darme piquetitos cortos, jugando conmigo hasta que no pude más y le dije, “Ya métemela toda, por favor”. Él se inclinó sobre mi espalda y me susurró al oído, “Relájate, putito”.

Entonces empezó a empujármela, de manera suave pero firme. Sentí su fierro duro y caliente deslizarse dentro de mi culito. Cuando ya tenía la mitad adentro me tomó por la cintura con sus dos manos, preparándose para el asalto final. Me la clavó hasta que sentí la caricia de su vello y el calor de su pubis en mis nalgas. Gemí de placer.

Me la dejó metida hasta el fondo y me dijo “Aprieta”. Obedecí, sintiendo como mi chiquito abrazaba su palo. Él bramó, diciéndome con voz ronca, “Eso, así”. Empezó a limar, suavecito al principio, apurando el paso después. Le supliqué, “Suavecito, papi, por favor”. Bajó un poco el ritmo, manteniendo un compás de cuatro o cinco clavadas cortas rápidas intercaladas con un empujón hasta al fondo, una y otra vez. Me estaba volviendo loco.

Después de un rato me la sacó y me dijo, “Ponte boca arriba y levanta las piernas”. Hice lo propio, doblándome y apoyando mis piernas sobre sus hombros. “Échame la mano,” me dijo. Tomé su herramienta lubricada y la guie hacia mi entrada. Él hizo lo suyo y me la clavó toda. Cuando me la dejó allá adentro lo premié apretando mi culo, acariciando al máximo su verga, bien parada y caliente. Y vuelta a la limada, una y otra vez. Mientras me cogía riquísimo se inclinaba a ratos y me besaba, metiendo su lengua en mi boca, y me decía, “Eres una putita deliciosa”.

Aprovechando la posición me empecé a masturbar, porque yo también la tenía bien parada. Entre eso y la cogida que me estaba propinando mi macho no tardé en venirme, entre jadeos y gemidos. Eso lo excitó más todavía y aceleró el compás, metiendo y sacando su herramienta a muy buen ritmo, hasta que llegó al clímax. Sentí su leche caliente inundar mi agujerito. Después de terminar todavía se quedó un rato adentro de mí, hasta que por fin me la sacó. Sentí cómo su lechita chorreaba y corría por fuera de mi culo distendido. Se tendió a mi lado, ambos satisfechos.

No tardó mucho en recuperarse. Se le volvió a parar la verga y sin muchos preámbulos me hizo sentarme en ella. Así estuve mucho rato, deliciosamente empalado, subiendo y bajando para clavarme y desclavarme, manteniendo un ritmo que alimentaba nuestro goce. A ratos me quedaba quieto y entonces él subía y bajaba su pelvis, ensartándome a placer.

“Quiero terminar contigo de perrita”, me dijo. Volví a ponerme en posición para recibir otra cogida estupenda. “Qué rico me montas”, le dije. “Y tú qué rico culito tienes. Me encanta que seas tan puta”. Así estuvimos hasta que él me llenó otra vez la cola con su lechita caliente.

Debajo de la regadera seguíamos abrazándonos, besándonos y acariciándonos.

–¿Te gustó, chiquito? –me preguntó.

–Me encantó, papito.

–Pues hay que hacerlo de nuevo.

–Claro que sí.

Hemos seguido viéndonos y cogiendo, cada vez acomodándonos mejor y disfrutando más. No cabe duda de que hay gente con suerte.

(9,17)