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Aquel verano del 96 (La limpiadora. Relatado por ella)

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Hoy mi marido cumple 75 años, 2 más que yo, llevamos 42 felizmente casados. Nos hemos querido, tenemos 2 hijos. Hemos sido un matrimonio feliz y bien avenido. Hemos sido la envidia de muchas parejas amigas. Nunca hemos sufrido una crisis por infidelidad aunque en estos momentos, en que mi marido hace un brindis por la vida tan feliz que hemos tenido, no puedo dejar de recordar aquel verano del 96.

Llevaba varios años trabajando como gobernanta de limpiadoras en una inmobiliaria. Entre junio y agosto, los turistas alquilaban los pisos de aquella empresa inmobiliaria. Mi misión era organizar el equipo de limpiadoras para que los pisos estuvieses limpios cuando entrasen los inquilinos. En 1995 entró a trabajar un joven como chico de los recados. El chaval, de 21 años, hacía de todo. Desde recepción clientes hasta funciones administrativas, pasando por recados de todo tipo.

Yo, entonces, llevaba casada con mi marido alrededor de 18 años, era madre de dos hijos adolescentes y la rutina hacía tiempo que lo inundaba todo en nuestra relación de pareja. Pedro, mi marido, había empezado el declive físico que marca la cincuentena. La alopecia se había apoderado de su coronilla y la grasa de su barriga. Le quería, pero hacía tiempo que la atracción física se había esfumado. Por eso la aparición de aquel joven con un físico definido por el entrenamiento de su equipo de baloncesto, su belleza juvenil y su personalidad fueron una bocanada de aire fresco.

Desde que le conocí comencé a fantasear con él. Me masturbaba pensando que era él quien me tocaba. Incluso cuando lo hacía con mi marido, prefería hacerlo con la luz apagada para poder imaginar que me follaba Alejandro, el chico de la inmobiliaria. Pero fue en el segundo año cuando nuestra relación se estrechó más. Yo empecé a mirarle el culo, redondo y duro, y hacía bromas sobre su físico que él no dudaba en seguir. Todo esto fue provocando una tensión sexual entre nosotros que hacía que yo estuviera todo el día caliente. Incluso cada día deseaba ir a la oficina solo por ver a aquel niñato que me tenía muy burra.

Fue en la segunda quincena de julio cuando todo se precipitó. A día de hoy todavía no comprendo como tuve el valor de provocar aquella situación y lanzarme a por un niño que bien podía ser mi hijo, De hecho, Alejandro tenía 22 años y mis hijos contaban con 17 y 15. Pero aquella situación me tenía totalmente excitada. Así, una tarde le propuse que me ayudara a colgar una cortina en uno de los apartamentos.

Reconozco que aquello fue una encerrona. En un estrecho hueco junto a una cama de matrimonio coloqué una silla y le dije a Alejandro que me ayudase a subirme. Luego tendría que sujetarme para evitar que cayera. Me subí lentamente y muy cerca del chico. Hice pasar todo mi cuerpo por delante de la cara de él. Sabía que mis grandes tetas eran objeto del deseo de aquel joven. Alguna vez había bromeado sobre eso.

Durante minutos estuve subida a la silla manipulando el cortinero. Mientras, Alejandro me sujetaba con sus manos a la altura de las caderas. Esa sensación estaba provocando que mi coñito se empapase de flujo caliente. Mi excitación iba en aumento. Hacía demasiado que no me sentía así. Sentía como mis pezones se retorcían sobre sí mismos de puro placer, como mi clítoris palpitaba convirtiendo mi sexo en un volcán en erupción.

Por fin decidí que ya no había marcha atrás. Comencé a descender lentamente haciendo que mis tetas pasaran muy cerca de la cara del chico hasta que quedaos frente a frente. A pocos centímetros de sus labios carnosos no pude resistirme y acerqué los míos a los suyos. Un beso apasionado fue el preludio de un abrazo sobre al cama de matrimonio en aquella casa anónima.

En medio de una pasión desatada comenzamos a desnudarnos. Reconozco que estaba ansiosa por tener sexo con aquel chico 25 años más joven que yo. Nunca le había sido infiel a mi marido y nunca más lo he vuelto a ser. Pero en aquel momento, el morbo que me producía aquella situación era incontrolable. Ante mí un niñato de 22 años, con un cuerpo definido y fibrado por las horas de entrenamiento de baloncesto y con una polla desconocida para mí. Como digo era la segunda que iba a probar en mi vida.

A mis 47 años mi cuerpo había envejecido de manera irregular. Con dos partos, tenía una acumulación de grasa abdominal y algo de celulitis. Pero mis tetas tenían un tamaño extraordinario que siempre habían tenido mucho éxito entre los hombres. Por eso cuando me quité el sujetador y liberé mis pechos aquel niñato se quedó boquiabierto. Se abalanzó sobre mí a comerme las tetas. Agarrada a su nuca, presionaba su cabeza contra mi pecho. Era la primera vez que me devoraban las tetas con esa pasión casi adolescente. Mi marido era de otra época y sus polvos nunca fueron tan morbosos.

Aquel niñato me estaba comiendo con voracidad. Me mordió los pezones gordos, los succionó y me las mamó como si lo necesitara para vivir. Me estaba llevando a la locura. Comencé a buscar el cinturón de su pantalón para quitárselo. Ansiaba comerle la polla a aquel niñato.

Alejandro se puso de rodillas y terminó de desnudarse. Como una loba me lancé a por ese pollón de veinteañero que tenía ante mí. De un grosor considerable, tenía las venas muy marcadas, El capullo gordo y rojo me provocaba a que se lo mordiese. Hacía meses que no se la comía a mi marido. Por eso, cuando la tuve delante no puede evitar engullirla hasta la campanilla. Me la tragué hasta la campanilla mientras jugaba con la lengua. El chico gemía y se derretía con la impresionante mamada que le estaba dando una limpiadora pureta como yo.

Sentía cada vena de aquel rabo moverse dentro de mi boca. El calor que desprendía y el sabor salado a sexo juvenil. Ayudada por mi mano para pajearle, aceleré el movimiento de mi cabeza a lo largo de la verga del niñato aquel. Cuando comenzó a tensar su cuerpo anunciando su orgasmo me ordenó parar. Me tumbó boca arriba y me terminó de desnudar. Sin cuidado agarró mis mallas llevándose por delante mis bragas también.

Totalmente desnuda, le miraba a los ojos. Los suyos estaban clavados en mi coño peludo, cubierto de rizos negros. Me acaricié con dos dedos provocándole aún más. Alejandro no lo dudó y se lanzó sobre mi entrepierna. Abrí las piernas y dejé que el niñato me comiese el coño. Llevaba meses sin recibir sexo oral y aquello fue como una explosión en mi cabeza. El niñato llevaba su lengua desde el agujero de mi culo hasta la pipa de mi coño. Lo sentía inundado de flujo caliente que bajaba por mis glúteos.

Alejandro movía la lengua por cada rincón de mi sexo para terminar en el clítoris. Lo mordía, lo trillaba con los dientes, lo succionaba. Yo estaba desatada, me sentía como una puta y eso me excitaba de manera casi salvaje. Hacía mucho que no tenía sexo y ahora lo quería muy sucio y duro. Insultaba a aquel niñato veinteañero. Quería demostrarle lo que era una mujer de verdad y no la novia frígida y estrecha con la que salía. Me agarré a su cabeza y le obligué a no separarla de mi coño:

-Come cabrón, come.

Cuando Alejandro comenzó a meterme los dedos en el ojete mi cabeza ya no atendía a razones. Me sentía como una perra en celo. Una puta caliente dispuesta a entregarle a ese joven que podría ser mi hijo todo lo que me pidiese:

-¿Te gusta, zorrita?

-Méteme la polla, niñato.

-¿Quieres polla? ¿Quieres esto?

Con cada insulto mi coño producía más flujo. Aquel niñato se meneaba un buen trozo de polla erecta, con las venas muy marcadas que me ponían muy caliente.

Por fin Alejandro me clavó la polla de un golpe de cadera. El puntazo me incrustó la polla en lo más hondo de mi vagina que hizo que me retorciese de gusto. Hacía mucho que no me follaban de esa manera. Mi marido hacía mucho que no estaba a la altura de mis necesidades como mujer. Con cada golpe de cadera la polla se abría camino dentro de mi coño. Yo no podía parar de gemir y de gritar. Me agarraba a aquel cuerpo joven y vigoroso. Clavé mis uñas en el culo de Alejandro. Necesitaba que me follara más fuerte, más adentro. Él me comía las tetas sin dejar de follarme duro.

Mis tetas lo volvían loco por eso no me sorprendió cuando paró y se colocó sobre mi. Quería una cubana entre mis tetas y eso me excitaba muchísimo. Se sentó sobre mi abdomen y agarrando mis tetas colocó su polla entre ellas. A lo largo de mi vida había hecho alguna que otra cubana. Mi marido solía correrse sobre mi cara cuando se las hacía. Pero ahora, un niñato desconocido al que le doblaba la edad estaba haciéndose una paja con mis enormes melones. El morbo había hecho presa de mi y me tenía obnubilada, no podía pensar de manera lógica. Hacía mucho que no disfrutaba de una sesión de sexo como aquella y menos de algo tan prohibido. Alejandro había sacado mi lado más oscuro. A la puta que toda mujer lleva dentro. Mis peores instintos salieron a relucir:

-Pégame niñato. Pégame en la cara.

Alejandro, se mordió el labio inferior y me miró como a una guarra. No se lo pensó y me dio una hostia justo antes de correrse. Sentía que la cara me ardía al tiempo que un buen lechazo cruzaba mi cara. Mi imagen debía ser casi humillante y solo de imaginarme me excitaba:

-Sí, joder. Soy muy puta.

Me sentía más excitada que nunca. Me sentía la puta de un niñato que abusaba de mí. La adrenalina de lo prohibido corría por mis venas provocándome espasmos de placer desde mi vagina hasta mi cerebro. Cuando varios chorros de semen manchaban mi cara, mi boca, mi cuello y las tetas. Alejandro acercó su capullo a mi boca y terminé de succionar para limpiárselo bien.

Llegamos una hora después a la oficina donde entre ambos enlazamos una historia como coartada. Por la noche, aún me sentía excitada y busqué a mi marido. Este estaba un poco cansado y no quiso follar. Fantaseaba con que se comiera las tetas y el coño que pocas horas antes había llenado de lecho otro hombre. Acabé masturbándome con mi fantasía.

Durante el resto de los días mi excitación con aquel niñato fue en aumento. No perdía la oportunidad de hacer bromas sexuales y hacer coincidir con él. Una tarde mi excitación era tremenda. Me las busqué para conseguir que me llevara a casa y tener la oportunidad de conseguir algo con él. Al final de la jornada pedí que me llevaran, su compañera no podía (algo que yo sabía previamente porque me había dicho que tenía prisa) y Alejandro se ofreció, como no podía ser de otra manera.

Me subí a su coche y partimos en dirección a mi casa. Poco antes de llegar le pedí que se desviara por un carril de rural. Estaba ansiosa de sexo con aquel niñato, prácticamente de la edad de mis propios hijos. Podría pasar por un amigo de ellos. Yo podría ser su madre.

Paró el motor y nos miramos. Yo traté de justificar mi comportamiento aunque me sentía tan excitada que no veía la hora de que se lanzara a por mi. Alejandro me comentó que me veía como una casada aburrida. No pudo aguantar más y me besó. Me metió a lengua y comencé a manosearle hasta alcanzar su cinturón. Me sentía desatada.

Liberé su polla y me recreé. Era perfecta, joven, gruesa, vigorosa, dura, apetecible. No me lo pensé y acerqué mi cabeza a su entrepierna. El olor a sexo de aquel rabo joven me tenía loca. Lamí con mi lengua el tronco antes de abrir la boca y comenzar a engullir cada centímetro de polla joven. El tipo se embruteció y comenzó a insultarme:

-Como perra, come.

Cada insulto de aquel niñato hacía que mi libido se desbordase. Pensar que Alejandro le era infiel a su novia de 19 años con una pureta de 47 como yo. Que me tratase como a una zorra porque su chica no se lo permitía era algo superior a mi. De repente me agarró por la melena y comenzó a follarme la boca. Me la incrustaba hasta más allá de la campanilla. Acomodada de rodillas en el asiento del conductor Alejandro disfrutaba de mi mamada al tiempo que me pellizcaba los pezones. Me provocaba un placentero dolor cuando me los retorcía y me obligaba a tragarme toda su polla. Me sentía usada por aquel niñato de 22 años. Me obligaba a darle placer oral y yo me excitaba con esa obligación. Me sentía como una puta de carretera haciéndole un servicio a un joven vicioso en su coche. Sobre todo cuando se corrió y sin permitir que me la sacara de la boca tuve que tragarme su abundante y espesa corrida. Engullí su viscosa leche caliente sin rechistar mientras él me definía de manera insultante como una puta guarra, una zorra caliente y una perra en celo. Algo que encajaba perfectamente con mi propia percepción.

Estuvimos cinco minutos callados en el coche antes de continuar nuestro camino hasta mi casa. La despedida fue fría. La situación no daba para demasiado más. Era una pureta como yo, casada y aburrida de la rutina del matrimonio liada con un niñato de 22 años que podría ser mi hijo. Salí del coche sin mirar atrás. Pero pude oír como Alejandro seguía su camino.

A lo largo del mes de agosto estuve intentando poder quedar con el niñato de la agencia inmobiliaria pero por distintas causas no pudimos. Yo estaba deseosa de follármelo y supongo que él también. Así que en la última semana de agosto se cuadró todo. Un fin de semana antes de que todos los turistas abandonaran los alquileres conseguimos quedar. Aprovechando que mi marido tenía turno de noche y mis hijos se iban de fin de semana a un camping quedé con Alejandro.

A las 11 de la noche mi joven amante llamó a la puerta de mi casa. Me apresuré para que nadie lo viese entrar. Inmediatamente después de cerrar la puerta me abalancé sobre él y besándonos nos fuimos al dormitorio. Nos tiramos en mi cama matrimonial como dos adolescentes en pleno baile hormonal. Casi sin darnos cuenta estábamos desnudos.

Alejandro se mostró como un amante complaciente. Mientras me masturbaba recorría con sus ardientes labios mi boca, mi cuello y mis tetas. Me las devoró como un animal hambriento mientras yo suspiraba. Sentí como su mano se abría camino entre mi mata de vello púbico, separando mis labios vaginales e introduciéndose de manera excitante. Hacía mucho que nadie me tocaba con tanta pasión y morbo. Mi mente pensó en como se follaría Alejandro a su novia y en que esa noche el que lo llevaba al límite de su excitación era yo y no una jovencita de 19 años.

Me metió dos dedos en el coño y con el pulgar masajeaba mi clítoris. Mi excitación me impedía articular palabra. Lo único que acertaba era a producir sonidos guturales de placer infinito mientras agarraba su nuca y le ofrecía mis pezones erectos de excitación. Cuando el orgasmo me invadió mordí su cuello hasta dejarle un moratón.

Sin darme tregua, Alejandro se colocó sobre mi que, en la postura del misionero, abierta de piernas recibí un primer puntazo de su polla muy fuerte. La fuerza de aquel niñato era descomunal en comparación con mi marido. Era descomunal, hacía mucho que no estaba acostumbrada a semejante follada. Mis gritos de placer se complementaban con el sonido de nuestros cuerpos sudorosos chocando uno contra otro, produciendo el característico ruido de una gran follada. Un grito fue el preludio de una abundante corrida.

Alejandro inundó mi ardiente coño con una exagerada lechada caliente. Los últimos empujones hicieron que mi coño se bosase de semen y éste comenzase a salir manchando mis glúteos y las sábanas. Era la primera vez que un semen diferente al de mi marido manchaba nuestro lecho matrimonial. La situación me excitaba cada vez más. Era la primera vez que le ponía los cuernos a mi marido y lo hacía con un joven amante que podría ser uno de nuestros hijos.

La capacidad de recuperación del veinteañero era sorprendente. Acostumbrada al sexo previsible con mi marido, en el que rara vez lo hacíamos dos veces la misma noche, aquel niñato ya estaba otra vez dispuesto para otra sesión. Nuestros cuerpos se veían perlados por cientos de gotas de sudor. El torso lampiño y definido de Alejandro era demasiado tentador. Comencé a lamer sus pezones mientras acariciaba su polla que comenzó a reaccionar al tacto de mis manos.

Alejandro se colocó de rodillas entre mis piernas de nuevo. Ante él me mostré como una mujer sedienta de sexo. Con las piernas abiertas para que pudiera ver la dilatación de mi raja vaginal y agarrándole las tetas no dejé de mirarle de manera provocativa. El me dio golpecitos con su glande en el clítoris haciendo que escalofríos recorrieran mi columna vertical hasta mi cerebro. El grosor de aquel rabo joven me ponía muy perra.

Por fin me colocó a cuatro patas. Sus manos agarraron mis caderas y moví el culo para excitarlo. Nunca me había sentido tan excitada y tan puta. Sentía como palpitaba mi clítoris y mi coño manaba flujo en abundancia. Estaba preparada para que aquel macho joven me poseyese con su dura polla de semental. De un golpe seco, el niñato me la clavó hasta el fondo:

-Sí joder, fóllame como a una perra.

Aún me estremezco al recordar el nalgazo que me dio y me dejó marcado el culo con sus dedos. Inmediatamente empezó a follarme sin compasión, como se follaría a una puta. Me agarró del pelo, mis tetas se bamboleaban al ritmo que marcaba su cadera empujando su polla contra el fondo de mi vagina. Tenía el coño abierto de par en par por el grosor de su nabo y el cabecero golpeaba la pared por la fuerza de sus embestidas. Sentía como llegaba hasta mi cerviz.

Aquella sesión de sexo prohibido sacaba lo peor de mí. Mi lado más oscuro y morboso. Me sentía como una zorra pervirtiendo a un joven veinteañero. Yo misma me sorprendo a día de hoy por lo que le propuse:

-¿Quieres darme por culo, niñato?

Por supuesto Alejandro accedió encantado.

Alargué mi brazo hasta la mesita de noche y saqué del cajón un pequeño bote de vaselina que guardaba allí. Yo misma me lubriqué el ojete. Me unté la vaselina y me introduje un par de dedos. No era virgen pero hacía muchos años que no me sodomizaban.

Me abrí las nalgas con las manos, coloqué mi cabeza en el colchón y le ofrecí una maravillosa visión de mis agujeros dilatados. Alejandro me agarró por las caderas y llevó su capullo hasta la entrada de mi culo. Haciendo fuerza logró atravesar mi esfínter. Grité de dolor antes de que el niñato comenzase a penetrarme hasta el fondo. Mordí la almohada cuando comenzó a acelerar contra mi culo. No pude evitar acariciar mi clítoris cuando sentí que la polla de aquel semental se abría paso en mis entrañas. Cada vez más fuerte, cada vez más adentro. Me estaba dando una enculada antológica.

-Párteme el culo, niñato. Pártemelo, joder.

Alejandro aceleró de manera casi imposible. Como si quisiera reventarme, sentía que su polla entraba de manera excitante en mi recto. Noto que mojo las bragas solo de recordar como me partió el culo aquel jovencito. Alcancé un orgasmo bestial en el momento en que sentí que el tío descargaba una gran cantidad de lefa dentro de mi intestino. Otra abundante corrida de Alejandro me llevaba al orgasmo. Cayó de bruces sobre mi espalda. Yo estaba totalmente relajada. Era el segundo orgasmo que alcanzaba aquella noche. Y la primera vez que me daban por culo en muchos años. Estaba en la gloria cuando no sé muy bien que sucedió.

De repente Alejandro comenzó a vestirse y se marchó sin decir palabra. A los pocos días se largó de vacaciones y nunca más supe de él. Ahora, recuerdo esto, en medio del brindis de mi marido por su 75 aniversario. Habla de nuestra relación de fidelidad, por supuesto nunca le he dicho nada de aquel mes de agosto en que le puse los cuernos con un veinteañero. Como dice Sabina; hay caprichos de amor que una dama no debe tener.

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