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Autobiografía sexual (Parte 11): Especialista en precocidad

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Empezó una nueva semana de trabajo, luego de una semana intensa en la que me acosté con cuatro hombres. Tristemente, me bajó la regla y supuse que sufriría toda esa semana. Lo único que me hacía feliz era que cobraría la jugosa cantidad que valió mis servicios sexuales realizados al juez y a los socios del despacho.

Entré a la sala de mi jefe, nos saludamos y procedió a pagarme en efectivo, dándome como desinteresadamente un extra por haberle hecho un oral a él. De pronto, se me salió lo puta.

—Oiga, pero me está dando lo que valen varias mamadas.

—¿Te parece?

—Sí, sobre todo por lo que duró —dije sin pensarlo bien y solté la carcajada.

—No te reirías si fueras hombre y pasaras por lo mismo que yo.

—¡Y qué bueno que no soy hombre! Aunque cuando estoy en mis días quisiera serlo, como hoy.

—Y yo quisiera ser mujer para que mi vida fuera más fácil. Me acostaría con un hombre rico o vendería mi cuerpo y tendría dinero fácil todos los días disfrutando de lo que hago.

—Sí que está de malas. Parece que el que está en su periodo menstrual es usted.

—Mira, ya te pagué. Ahora, ¡largo!

Sin duda, no fue un buen momento para bromear con mi jefe. Por cierto, hasta este punto no lo había descrito físicamente y es que sería la envidia de muchas mujeres: Era rubio, ojos verdes, de estatura mediana, flaco y lampiño. No se podía negar que era guapo y además, los 45 años que decía tener no se le podían creer.

Su situación sexual me puso a pensar y querer empatizarme con los eyaculadores precoces, tanto que ese mismo día investigué al respecto y me volví una experta en el tema, o eso creía yo.

Al día siguiente, mi jefe tuvo una junta y al terminar le pedí que me permitiera hablar con él a solas. Luego de que me lo concedió, me acerqué a su escritorio caminando lentamente, como seduciéndolo y me incliné hacia el frente, dejándole ver mis pechos a través de mi escote y viéndolo con mirada coqueta.

—¿Qué se te ofrece, Lorena? —preguntó algo sacado de onda.

—Una probadita de su verga, mmmm —dije sensualmente.

Subí una rodilla a su escritorio y después ya estaba a gatas arriba. Estaba segura de que mis pezones se alcanzaban a ver desde su perspectiva. Le noté el bulto bajo su pantalón, así que me senté sobre el escritorio frente a él y me alcé lentamente la falda, acompañando con movimientos de mi trasero de un lado a otro y de abajo a arriba.

Al exhibirle mi culo entangado, lo restregué suavemente en su entrepierna y lo moví en círculos. También se lo azoté un poco, ya que no podía hacerlo bien por estar en mis días. Luego lo tomé de las manos y las llevé a mis senos, apachurrándolos junto con sus manos y comencé a gemir suavemente y decirle cosas provocativas al oído.

—Se te siente bien grande, papi. ¿Acaso me quieres destrozar la panocha?

—Detente, Lore. Por favor.

Haciendo caso omiso, me deslicé hacia el suelo y me puse en cuclillas para poder desabrochar su cinturón con una mano y con la otra frotaba el bultote que tenía. Sin embargo, antes de deshacerme de su cinturón, sentí la humedad en su pantalón producida por su semen.

Me levanté, caminé sensualmente hacia la silla de enfrente y me senté viendo a mi jefe llevarse la mano a la frente y jadear como si se hubiera cansado de hacer mucho ejercicio.

—¿Se puede saber por qué lo hiciste? —cuestionó mis acciones un poco alterado.

—Solo quise ver tu nivel de eyaculación precoz.

—¡Pero ya sabías que me corro en pinches dos minutos!

—¿Sabes que tu problema tiene muchas causas? Como tu actitud, por ejemplo.

—¿Eso qué tiene que ver?

—Es porque canalizas tu estrés de forma negativa —expliqué como si fuera una experta en el tema, aunque solo parafraseaba información que busqué en internet el día anterior—. Tu problema es psicológico. No quiero decir que estás loco, pero tantito te falta por la ansiedad que te cargas.

—En eso tienes razón. ¿Te gusta la psicología?

—Así es, la mente humana es muy asombrosa. ¿Quieres dejar de eyacular precozmente?

—La verdad sí. ¿Me ayudarás?

—Cuenta conmigo, trae mudas de pantalón diario por si acaso —dije guiñando el ojo de manera sexy y me retiré.

El resto de esa semana repetí la seducción diariamente, pero mi jefe no progresaba a pesar de los consejos que le daba porque no eran adecuados, como controlar la respiración, intentar negar mentalmente la eyaculación o pensar en otras cosas a la hora de que lo seducía. Incluso, el viernes de esa semana le aconsejé desnudarse previamente para que su ropa no tocara su pene y no sintiera contacto alguno, pero luego de desabrocharse el cinturón y bajarse el pantalón se corrió dentro de su calzoncillo sin siquiera haber comenzado yo a provocarlo, lo cual me sorprendió mucho.

Al salir de trabajar ese viernes, caminé hacia el bar de la esquina y me extrañó ver al jefe en una mesa, fumando y con una botella de alcohol. Creí que la frustración lo llevó a eso, pero me acerqué a hablar con él y me comentó que desde tiempo atrás ya era fumador y tomador y que en su casa lo hacía constantemente, pues vivía solo ya que era divorciado. Esos datos me dieron muchas ideas que procesé durante el fin de semana, no sin antes aprovechar que se terminó mi periodo y fui a la casa de mi profesor de biología de la secundaria, Lorenzo Guadarrama.

El muy amable y lindo profesor me permitió darle una sesión de seducción y bailes eróticos que estuve practicando para saber su opinión. Fueron casi dos horas las que ocupé para hacer mis demostraciones, durante las cuales Lorenzo se estaba masturbando viéndome.

Al final, le di su recompensa y comencé masturbándolo y mamándole su deliciosa verga. Posteriormente, me llevó a la cama para devorar mi cuca con sus labios y su lengua, pero no tardó tanto en ello para dar paso a la cogida. Puse mis pies en sus hombros y sentí cómo me penetraba profunda y exquisitamente.

—¡Uffff, papacito! ¡Cógeme así, duro!

Acompañé la penetración con frotamientos de mi clítoris con mis dedos y alcancé un orgasmo muy pronto, pero eso no fue todo, sino que vinieron varios orgasmos en cadena.

—¡Ay! ¡Mmmm! ¡Ahí viene otra...! ¡Ah! ¡Ahhhh!

De nuevo mostré un comportamiento multiorgásmico, cosa que parecía ya ser normal en mí. Jadeaba de lo muy encendida que estaba hasta que él se quitó y me dejó respirar un poco. Después, me puse en cuatro y lo llamé de vuelta a cogerme y se dio prisa en penetrarme y comenzar a darme duro, con nalgadas intensas y tirones de cabello ricos.

—¡Qué sabroso me coges, papi! ¡Pégame más!

Instantes después, avisó que iba a venirse y me quité para mamarle el pito hasta provocar que se corriera completamente en mi boca. No dejé ni un rastro de su leche en su pene.

No pude evitar felicitarlo por su desempeño, pues había progresado y parecía que su miembro había aumentado algunos centímetros, por lo que no oculté mi curiosidad y le pregunté si hizo algo al respecto.

—Solo modifiqué mi dieta a una alta en proteínas.

—¡Wow! Tengo una duda. En caso de eyaculación precoz, ¿qué recomendaría?

—Algo más balanceado en cuanto a carnes y vegetales, nada de frutos secos, cero alcohol, cero tabaco y ejercicio.

Sus palabras significaron una tarea para mí: averiguar si eso funciona y tenía a mi conejillo de indias: mi jefe.

Iniciando la siguiente semana, no le apliqué ningún tipo de seducción a mi jefe, pero le llevé ensaladas y comidas saludables preparadas por mí para que las consumiera en las horas de comida y le aconsejé que en casa no comiera mucha grasa, ni fumara, ni bebiera alcohol y que hiciera ejercicio. Además, descargué música relajante en mi celular y se la pasé al suyo para que la escuchara cuando se sintiera estresado.

Me sentí como una médico dándole su tratamiento a mi paciente para su enfermedad, pero llegó la siguiente semana y había que comprobar si había una mejoría o no. Llegué al trabajo vistiendo pantalón a diferencia de todos los días que vestía falda, pero fue con la intención de llevar debajo un sexy liguero rojo.

Cuando mi jefe estuvo libre en su oficina, entré, cerré la puerta y comencé a seducirlo paso a paso. Llegando al punto en que me senté en sus piernas frente a él, aún no se sentía húmedo su pantalón, así que tomé sus manos y las llevé a mis nalgas, comencé a arrimarme a su entrepierna y le besé el cuello por escasos tres minutos más o menos, sin que se corriera todavía.

Proseguí hincándome para desabrochar su cinturón, bajar su pantalón y sus calzoncillos para jugar con su güera y grandecita verga, la masturbé, la lamí y la mamé durante escasos minutos y aún no presentaba eyaculación.

Se acercaba la parte importante. Me levanté, me coloqué para sentarme en sus piernas de frente a él e hice a un ladito mi tanga para introducirme su rica pija.

Comencé a moverme despacio, sin prisas y emitía gemidos suaves, pero conforme me empecé a sentir más caliente le di sentones duros, aunque no rápidos.

—Mmmm, lo estás logrando, papi.

—Me estoy aguantando, ¡ah!

—Sigue así, porque quiero más. ¡Ah! ¡Uy, qué rico!

Pasaron más o menos cinco minutos, hasta que me dio señales de que se vendría.

—Ya no puedo. Ponte en cuatro.

Prontamente me arrodillé en el suelo, él se apresuró a penetrarme y lo hizo rápido y duro por unos cuantos segundos.

—¡Ah! ¡Ah! Ya me voy a venir.

—Échamelos dentro, papi. Mmmm.

Sentí que me rellenaba la concha abundantemente. Apenas terminaba de relajarme cuando de repente, escuché un golpe y volteé a ver. Mi jefe se había desmayado y se golpeó la cabeza con la pared. No supe qué hacer durante casi media hora, hasta que se me ocurrió mojarle la cara con el agua de un florero que tenía en un librero y logré despertarlo. Le expliqué lo que sucedió y después de vestirnos, salí de su oficina para seguir con mi trabajo, pero él fue al médico.

Pasaron unos días para que mi jefe me hiciera saber que le detectaron hipertiroidismo de tiempo atrás, pero nunca se había atendido, razón por la que era muy delgado, además de que, a consecuencia del cambio en la dieta que le introduje, no absorbió nutrientes y al tener una descarga de semen enorme aquel día, se le bajó la presión extremadamente y se desmayó. Eso explicaba la eyaculación precoz, pues es un síntoma del hipertiroidismo.

Este capítulo parece más un estudio de caso clínico que un relato erótico, pero tiene como moraleja para los hombres (y claro que también para las mujeres) atenderse los problemas sexuales que presenten sin tener pena y dándole prioridad sobre otros asuntos como el trabajo, nunca se sabe si detrás de ese problema sexual hay una enfermedad más severa, pero que puede tratarse oportunamente.

Llegado el fin de semana, fui a la casa de mi profesor de biología para contarle mi aventura y darle a conocer una decisión muy importante que tomé. No obstante, toqué a la puerta, me abrió él, pero me miró como espantado. Asomé la mirada al interior de su casa y vi a una mujer sentada en el sofá, viendo la televisión y volteó a verme.

—¡Espérame tantito, amor! —le dijo a la mujer, dejó emparejada la puerta y se dirigió a mí—. ¿Por qué no llamas antes de venir?

—Lo siento. ¿Quién es?

—Es mi ex esposa, estamos saliendo de nuevo.

—¿Y eso a qué se debe? —pregunté asombrada.

—A que nos acostamos y le gustó. Seguramente será pasajero. ¿Te importa si te llamo otro día para salir?

—No se preocupe, ya sabe que conmigo no hay problema si sale con otra mujer y conmigo al mismo tiempo. Solo quería decirle algo importante: Le tomaré la palabra y me inscribiré a la universidad para estudiar psicología.

—¡Amor! —se escuchó la voz de su ex esposa llamándolo.

—Me parece perfecto —continuó él—. Estamos en contacto para cualquier cosa que se suscite en tu proceso de inscripción.

—Si pregunta su ex esposa quién soy, dígale tal cual, que soy ex alumna suya de la secundaria y que solo vine a reconocerlo por inspirarme a continuar estudiando.

Para mala fortuna mía, el profesor Lorenzo y yo no volvimos a coger nunca más, pues no tardó en volver a casarse con su ex esposa.

Esa tarde iba de regreso a casa, pero en el camino tuve un incidente.

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