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Autobiografía sexual (Parte 6): Tras las rejas

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Ya habían transcurrido varios días con mi celular encendido y no recibía ninguna llamada. No sabía si mi tío ya no quiso insistir o ya me daba por muerta. Aunque, sinceramente, no sabía qué elegir, si estar en esclavitud sexual con mi tío o donde me encontraba en ese momento.

Algunos días eran aburridos, por lo tanto, me dedicaba a revisar cada mensaje y notificación que fueran importantes y fue así como me enteré de algo impactante. Esta es la conversación de WhatsApp con mi madre a partir del día que mi padre me corrió:

«15 de enero: Hija, ¿dónde estás? No vayas muy lejos, le llamé a tu tío Marco, él te acogerá en su casa para que estés segura.

18 de enero: Oye, tú tío me comenta que no llegaste a dormir, ¿dónde estás, hija? ¿Todo bien?»

Después de una serie de mensajes preguntando por mí, escribió esto:

«6 de febrero: Ay, hija, solo hazme saber que estás bien. Anoche tu tío llegó borracho a mi casa buscándote y soltó la sopa, dijo que tuvieron sexo, ¿es cierto eso o te violó? Dímelo, sabes que puedes contar conmigo. Lamentablemente tu papá golpeó a tu tío y lo dejó herido de gravedad. Por favor, necesito saber de ti.

14 de febrero: Hija, sé que es muy noche y no sé qué ha sido de ti, incluso llego a dudar si sigues viva, pero quiero que sepas que tu papá me descubrió siéndole infiel esta tarde, me golpeó, pero mi amante lo sometió y hui, esta noche dormiré con él si no es que lo haré de ahora en adelante, es aquel hombre que conociste cuando llegaste de imprevisto a la casa y me viste teniendo relaciones, se llama Ignacio, si necesitas algo llámame y si no tienes dónde dormir él te da la bienvenida, me ha estado preguntando todo este tiempo por ti.»

Su último mensaje de insistencia por saber de mí fue hace una semana y media. Parecía que me consideraba ya en el otro mundo. Lo único que hice al respecto fue escribirle el siguiente mensaje:

«Estoy bien, mamá, espero que tú también. Te amo.»

La verdad, estaba muy contenta de que siguiera sus instintos, aunque eso le costara casi un ojo de la cara, me imaginaba. Por mi mente pasó irme a vivir con ella de inmediato, me sentiría más a gusto que donde me encontraba y de paso, cogería otra vez con ese lechero pito rico, pero me las vería duras con el señor Romanin y solo lo tomé en consideración para un futuro no muy lejano, esperaba.

Estaba por apagar mi teléfono para desaparecer otra vez, sin embargo, antes de hacerlo recibí una llamada. Era Adrián. Debido a mi sentimiento de soledad y tristeza fue que le contesté, queriendo encontrar en él una persona de confianza y, para mi suerte, así fue. Pasamos hablando muchas horas, me escuchó y animó tanto que terminamos la llamada hasta la medianoche. Además, el galán aprovechó el momento para proponerme vernos y platicar. Obviamente acepté y lo invité a la casa de los Romanin, esperando que eso no tuviera consecuencias malas para mí.

Al siguiente día, Adrián llegó bastante puntual. Lo invité desde las tres de la tarde para que se fuera antes de las diez de la noche por si el señor Romanin llegaba de imprevisto.

El alto y apuesto muchacho fue muy amable conmigo y pude desahogarme con él de todas mis penas, desde lo que pasó con mi papá hasta lo que tuve que padecer en esa casa. Sé que eso no se le puede contar a alguien que recién conoces, pero yo no era muy madura en ese entonces y aflojaba con cualquiera, mucho más si me daba atención como Adrián, quien, por cierto, me pidió que le contara a detalle algunas de esas historias sexuales para excitarlo. Sabía que quería algo más que solo escucharme y alentarme, pero su forma de seducirme provocó que le siguiera el juego.

Todo llevó a un intercambio de anécdotas sexuales que prendieron la chispa. El calor en la sala aumentó y sin pedírselo, el guapote de Adrián se quitó su camisa.

—¿Puedo tocar? —pregunté interesada.

—Lo que quieras —contestó con una voz tan sexy.

—Pero no me gusta que estés de pie —dije y con alevosía lo empujé de forma que cayera en el sofá.

Posteriormente, me subí al sofá y me puse de rodillas a un lado de él para manosear su pecho y su abdomen duritos. A la vez, me vi tentada por mirarlo a la cara y tentarlo a besarnos, cosa a la que accedió sin problema y vaya que besaba muy rico. Asimismo, él no dudó en estirar su mano y acariciar mis glúteos.

—Mete tu mano —le susurré sensualmente y él obedeció introduciendo su mano por debajo de mi falda para tocar mis nalgas.

Lentamente fui bajando mi mano derecha por su pecho, atravesando su abdomen y reposándola en su entrepierna, donde sentí algo duro y en movimiento debajo de su pantalón. Deslicé presionando mi dedo índice a lo largo de la superficie de esa cosa gruesota y provoqué que él gimiera y me soltara una nalgada. Luego pasó su palma por mi entrepierna y provocó que yo gimiera. Me encantaba que me hiciera lo que yo quería sin pedírselo, pues luego metió sus dedos bajo mi tanga y talló rico mi clítoris.

—¡Ah! Así me gusta, me gusta cómo me tocas. Mmmm.

Para no quedarme atrás, me apresuré en desabrochar su pantalón y exponer su larga, gruesa y lampiña verga que salió solita por el orificio de su bóxer. Entonces me empiné como se debe para poner mi cabeza a la altura de su pene y comencé a frotarlo a la vez que le pasaba mi lengua como si fuera una sabrosa paleta. Desde la base hasta la punta pasaba mis labios con la boca abierta a manera de masturbarlo y eso le fascinaba, pues sus gemidos se escuchaban más fuerte.

Después, permití que se quitara bien el pantalón y el bóxer, al mismo tiempo que yo me despojaba de mi blusa y mi brasier. Una vez acomodados de nuevo como estábamos, se la empecé a chupar suave y lentamente, estimulando con mis labios esa zona que les provoca hacer muecas, el borde inferior de su glande. Simultáneamente, él ya había bajado mi tanga a la altura de mis rodillas y me insertó un dedo en mi concha y comenzó a frotarlo despacito en círculos. No podía evitar mover mi trasero hacia atrás y hacia adelante del placer que me causaba, sin sacar de mi boca su pito.

Poco a poco, fui metiendo su verga más profundamente en mi boca y aumenté la velocidad con que se la chupaba. De pronto, él tomo mi cabello y agitó mi cabeza para hacerlo a su gusto de velocidad y fuerza, aunque causó que tuviera sensación de ahogo, pero sin duda me gustó tenerla toda en mi boca. Ya se imaginarán los ruidos de mi garganta siendo golpeada y mis descansos jalando aire.

Luego de un rato, Adrián me puso en cuatro para jugar con mis nalgas, acariciarlas, rebotarlas y golpearlas rico. Sin esperarlo, sentí su lengua escarbando mis labios vaginales y pasando desde mi clítoris hasta mi ano.

—¡Uy! ¡Qué ricas lamidas me das, papi!

Hice mi trasero lo más atrás que podía y sentía su lengua y sus labios comiéndose mi coño mientras que su nariz me picaba el culo. Su respiración me hacía cosquillas y me idealizaba para una posible penetración anal, que de solo pensar en ello me daban como ñáñaras por lo grandecita que la tenía.

Su boca terminó de hacerme maravillas para pasar a enterrarme toda su deliciosa polla. Sin piedad ni romanticismo comenzó a embestirme duro y a velocidad moderada, justo como quería porque ya estaba muy caliente y deseosa de ser cogida.

—¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Así, baby! ¡Duro! ¡Mmmm, se siente bien rico!

Sus movimientos, lo fuerte que me follaba, la manera en que me sostenía y las nalgadas que me propinaba eran tan fascinantes. En momentos se detenía y yo aprovechaba para azotarme solita y moverme sensualmente. Me encantaron sus gemidos graves con frases calientes que provocaban que me moviera más.

—¡Tsss! ¡Ahhhh!

—¿Te gusta, papi? ¿Mmm?

—¡Uy! Me encanta.

—¿Qué te encanta, baby?

—Me encanta tu cuerpo, mami. ¡Tsss! Te mueves riquísimo.

Era hora de premiarlo, así como estaba hincada solo me zafé de su polla y me di la vuelta para mamarle la verga y mirarlo a los ojos, provocándole bastante excitación.

—A mí me encanta tu chile. ¡Mmmm está exquisito!

—¡Ay, chiquita! Me prendes demasiado.

—Y tú a mí, me tienes ardiendo de placer. Coges excelente.

El siguiente paso fue acostarlo en el sofá y ensartarme en su verga para darle unos sentones duros al mismo tiempo que manipulaba mi clítoris y no tarde en correrme a chorros. Me saqué el pene de Adrián para echar mis jugos en el sofá, pero no me esperaba ver que su glande se infló y eyaculó a mares. Su rica leche brotó hasta mi cara y me escurrió prácticamente en todo el cuerpo. Yo solamente me llevé la mano a la boca para ocultar mi risa, pero luego le tomé el pito y comencé a besarlo y a limpiarlo con mi lengua del semen que le quedó escurriendo.

—¡Uf! Ya no aguantaba más —dijo exhausto.

—No te excuses papi rico —consentí—. Tu lechita está buenísima.

—¿Te avientas otro round?

—¡Por supuesto! —exclamé emocionada—. ¡Estaría perfecto!

—Pero descansemos un poco, ¿sí?

—¡Claro! Te propongo algo: Vamos a bañarnos, la tina es muy cómoda.

—Me parece muy buena idea.

Sin demorarnos más, fuimos al baño. Preparé el agua, nos metimos a la tina y nos relajamos yo a un lado y él del otro, aunque conforme nos sentíamos descansados, nos acercamos para encender la llama de nuevo con ricos besos de boca y en el cuello. Adrián también me obsequió una rica mamada de senos, me puso la piel chinita y me paró los pezones.

Hasta ese momento, era la mejor cogida de mi vida y se lo hice saber. Cuando se lo dije, se levantó de la tina y me puso la verga en frente.

—Aún no es todo lo que puedo dar.

—¡Uy! Qué rica amenaza.

—Pero antes quiero que me hagas una rusa.

—Con todo gusto, guapo.

Sus deseos eran órdenes para mí. Su polla estaba un poco flácida, debido al efecto del agua, supongo, pero la froté entre mis pechos y la metía en mi boca de vez en cuando. Adrián ponía de su parte moviéndose para que su pene pasara entre mis tetas como si se metiera una salchicha en pan para hot dog.

Después me pidió que me pusiera en pie y luego de hacerle caso, me volteó para darle la espalda y me la metió sin aviso. Yo me encorvé porque sentía resbalarme y me apoyé agarrando con ambas manos el filo de la tina. Por su parte, Adrián tenía los pies bien firmes en la tina y me sostenía de las tetas al penetrarme duro y sabroso.

—¡Ay, papi! ¡Más, más! ¡Dame más duro! ¡Mmmm!

De repente, sentí sus manotazos en mis pompas. Yo gritaba de placer, pero poco a poco empecé a gritar de dolor porque lo hacía constantemente y muy fuerte. Me mentalicé para una cogida hardcore debido a su amenaza y lo pesada que estaba su mano al golpearme, sin embargo, me estaba debilitando un poco y casi me resbalaba.

Adrián me sostuvo por suerte y me dijo que continuáramos en una habitación, así que lo llevé a la mía. Nunca me imaginé que él quisiera llevarme a mi recámara teniéndome penetrada en la posición en la que estábamos, yo tenía que guiarlo y dar los pasos al mismo tiempo. Fue loco, divertido y rico.

Una vez que entramos a mi cuarto, me arrojó a la cama y me siguió nalgueando fuerte. En eso, se detuvo y me dirigió la palabra.

—Ponte tu atuendo de sirvienta.

—Lo que diga mi rey.

—Dices que tienes veintiún años, ¿verdad?

—Así es.

—Y ¿cuánto ganas?

—No mucho —respondí diciéndole la cifra aproximada mientras me vestía de sirvienta.

—Es muy poco en realidad.

—Pero te confieso que recibo más por lo que ya te conté —dije haciendo referencia a la innegable esclavitud sexual a la que estaba sujeta por el señor Romanin.

—Bueno, algún día saldrás de esta. Ahora ponte en cuatro.

Con los pies en el límite de la cama me empiné a su gusto y él me penetro despacio, pero propinándome nalgadas bastante duras que hicieron que expresara mi incomodidad.

—¡Ay! Adrián, me está doliendo.

—Pero ¿no te gusta?

—¿Tú coges así de sádico?

—Sí. Bueno, me falta más por mostrar. Solo quiero ver qué tanto toleras.

En vez de parecerme una explicación, lo tomé como un reto.

—Tú sigue, papi. Yo te diré cuando ya no lo soporte. ¿Va?

—De acuerdo.

Adrián continuó pegándome fuerte al mismo tiempo que me follaba y yo emitía gritos de dolor, no obstante, cada vez más me fue gustando.

—¡Ay! ¡Ay! ¡Dame más! ¡Dame más! ¡Uf, sí! ¡Pégame, papito!

—¿Te gusta mami?

—¡Ay, sí! ¡Me encanta que me pegues!

—Eres mi rica puta.

—¡Mmmm! ¡Soy tu puta, papi! ¡No pares! ¡Ahhh qué rico!

Otra vez venía esa palabra a escena y yo me la estaba creyendo, pues ya había vendido mi cuerpo por dinero. Solo esperaba que él también me pagara al final, por pura casualidad, aunque sentía que me lo merecía por el sufrimiento.

Al borde del llanto, Adrián paró de golpearme y sentí alivio, aunque necesidad de descansar, pues seguía cogiéndome. De pronto, sentí su dedo pulgar mojado presionando mi ano.

—¡Ay, amor! ¿Me vas a coger por el culo?

Adrián no dijo nada, solo me estuvo penetrando el ano con su dedo a la par de la cogida que me daba por el coño. Esa sensación de doble penetración fue deliciosa y me hizo fantasear con tener una en un futuro.

Luego de rato, Adrián me sacó el pito de la concha e intentó introducirlo en mi culo.

—¡Ay! ¡Ay! ¡Échale babita! ¡Me está doliendo!

—Lo tienes bien estrecho.

—Pues sí, papi. Tú lo vas a estrenar. ¡Ahhh!

—Ya va entrando. ¡Ahhh!

—¡Mmmm! ¡Ay, papi! ¡Poco a poco, ¿sí?! ¡Ah! ¡Ahhh!

Adrián no me hizo mucho caso, pues dejó ir toda su verga de una en mi culo y me hizo llorar. De principio fue demasiado doloroso, aunque él lo hacía lento y jalando mi cabello, pero transcurrió el tiempo y se iba sintiendo muy rico, aún más cuando incrementó la velocidad. Para ese momento yo gemía despacio, pues me iba reponiendo del llanto que me causó la primera penetración, pero luego fui gimiendo cada vez más fuerte y pidiendo más.

No obstante, llegó un momento en que Adrián dejó de tirar de mi pelo y solo se sostenía de mi espalda sin apoyar sus pies en el suelo, como columpiándose, pues sentía todo su peso encima. Después, me desplazó hacia adelante para que tuviera espacio en la cama, se puso en cuclillas para seguir cogiéndome fuerte y retomó las durísimas nalgadas. Mis gemidos ya parecían carraspeo, sentía calambres en los muslos y las pantorrillas, además del dolor rectal por la penetración y lumbar de soportar el peso de Adrián en cada embestida.

De repente, Adrián gritó con voz grave y sentí su calientito y delicioso semen siendo depositado en mi culo. Por inercia, pujé y me salió su leche escurriendo hacia mi vagina. Fue una sensación bastante placentera, aunque me costó mucho trabajo volver a ponerme en pie.

—Estuviste asombroso —le felicité.

—¡Tú estuviste sorprendente! Sentí haberte hecho mucho daño que ya no quise darte cachetadas ni azotes en otra parte del cuerpo.

—¿Eso quiere decir que no soporté lo suficiente? —pregunté como una inexperta en el tema del sadomasoquismo.

—¡Al contrario! Lo hiciste muy bien.

—¿Me puedes conceder un deseo sexual? —dije como haciendo puchero.

—Claro, ¿qué quieres que haga?

—Acuéstate boca abajo.

Adrián obedeció y se acostó boca abajo. Entonces, yo me acerqué y comencé a besar su trasero.

—Espera, ¿qué estás haciendo?

—Tú solo relájate.

—No. Eso no me gusta.

—¿No me vas a conceder este caprichito?

Poniendo una carita de tristeza logré convencerlo de que se dejara llevar y proseguí comiéndome la piel de sus glúteos y le di un beso negro, que después de unos segundos interrumpió al ponerse de pie.

—Lo siento, es uno de los tantos gustos raros que tenemos las mujeres —me excusé al ver su cara como de enfado.

Después de eso, nos vestimos y preparé algo para cenar juntos antes de que él se fuera. Yo continuaba quejándome de dolor en mi cuerpo y muy amablemente, Adrián me dio un medicamento. Lo grave de haberlo aceptado fue que no supe qué pasó hasta que desperté al día siguiente y noté que algunos de los tantos objetos ostentosos que estaban a simple vista en la casa de los Romanin ya no se encontraban en su lugar.

Con preocupación, fui a la recámara del señor Romanin y de su hijo. Lamentablemente, muchas cosas de valor desaparecieron. No tuve más remedio que llamar al señor Romanin y ser sincera al decirle que invité a una persona, pues tenía cámaras que no monitoreaba muy seguido, pero en este caso se iban a requerir.

Para mi desgracia, el señor Romanin llegó pronto a la casa acompañado de policías, quienes de inmediato me esposaron y me trasladaron al ministerio público.

Así fue como me vi tras las rejas del separo en lo que mi situación se aclaraba. El señor Romanin me visitó uno de esos feos días encerrada, pero solo fue para declararme su ira.

—Conmigo no se juega, pero yo puedo jugar con quien quiera. No voy a pagar tu fianza y en juicio haré que te metan presa. Desconozco cuántos años de pena te impondrán, pero te deseo lo mejor durante ese tiempo criando a nuestra bella criatura.

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