Nuevos relatos publicados: 9

Autobiografía sexual (Parte 8): Lo malo de vivir sumisa

  • 14
  • 6.650
  • 9,63 (16 Val.)
  • 6

La noticia del asesinato del señor Romanin fue bastante impactante para mí. Quise tomar al periódico y leerlo, pero me detuvo un cúmulo de pensamientos que llegaron a mi cabeza. «¿Será que el señor Romanin no pagó mi fianza y lo hizo alguien que me está protegiendo?» fue la cuestión a la que arribé finalmente, después de tanto pensar mientras el tiempo pasaba y mi desayuno se enfriaba.

En eso, miré a mi mamá que se quitaba su mandil y rodeaba con sus manos el cuello de Ignacio para besarlo y despedirse de él.

—¿A dónde vas? —preguntó él con tono serio.

—A buscar trabajo. Tengo que ayudarte con los gastos de esta casa.

—¿Otra vez vamos a discutirlo? Ya te dije que es suficiente con que me ayudes con las labores domésticas.

—Es muy poco comparado con lo mucho que has hecho por mí.

De repente, Ignacio volteó a verme por unos segundos y regresó la mirada hacia mi mamá.

—De acuerdo. Ve con cuidado.

Mi mamá se despidió de mí y yo me mostré fría. No me gustaba lo sumisa que estaba siendo mi mamá, aunque sabía por dentro que yo también era así con quien se me presentara, pero cada vez más reflexionaba acerca de cambiar eso en mi vida.

—¡Órale, desvístete! —me gritó Ignacio recién que se fue mi mamá.

—¿Qué te pasa?

—Tengo que irme a trabajar. A estas horas tu mamá me daba mi despedida pero ahora no podemos porque estás aquí. ¡Apúrate, que se me hace tarde!

—A ella la puedes someter cuando quieras pero a mí no, ya no soy tan dócil.

—¿Así me pagas lo que he hecho por ti?

—Tampoco soy una puta. Si voy a tener sexo contigo es porque quiero y cuando quiero, no porque me obligues.

—La última vez me pediste dinero a cambio, ¿eso no te hace puta?

—Ya no lo soy, ¿entendido? Solo no tengo ganas de hacerlo en estos momentos, me siento mal. Déjame recuperarme de este trauma de haber estado extraviada y estaré dispuesta.

—Mira, te presté dinero, tú mamá me hizo ayudarle a pegar anuncios en los postes de que estabas desaparecida, cuando le llamó a tu mamá esa persona que te encontró fui a recogerte y ahora te estoy dejando vivir en mi casa. Por lo menos un rapidín es lo que te estoy pidiendo, no te cuesta nada más que poner el culo y yo hago el trabajo.

—¡Ya te dije! ¡Ahorita no!

—¡Aquí se hace lo que yo digo, mocosa! —dijo enfurecido y me haló del cabello para aventarme en el sofá.

Quise poner resistencia, pero él tenía mucha fuerza. Me sometió como policía a ladrón contra el suelo, en este caso él sobre mí en el sofá, me bajó el pantalón con todo y ropa interior. Por instinto yo solo gritaba repetidamente "¡no!" y llevaba mis manos hacia mi trasero para evitar que me penetrara.

—¡Es mejor que te relajes! ¡Te dolerá si te resistes! ¡Quita las manos!

Yo estaba espantada, aún sin llegar al grado de llorar. Estaba temblando y en la desidia entre dejarme o no pensé «al fin que ya he pasado por este tipo de humillaciones». Fui retirando mis manos de mis nalgas poco a poco y él sacó su verga a través de la bragueta de su pantalón y me la metió. Su estado de alteración le provocó embestirme muy duro.

—¡Mmmm! ¡Ay!

—¡Eso! Disfrútalo nena.

Pero él no sabía que mis gemidos eran de incomodidad y mis gritos de sentir el golpe de su pelvis contra mis glúteos. Es como si voluntariamente desactivara la sensibilidad en el interior de mi vagina, yo no lo estaba disfrutando en verdad y quería que pasara rápido el momento. Afortunadamente, resistí los diez minutos que me tuvo así hasta que me sacó su pito y me echó su leche en las nalgas.

—¿Verdad que no te cuesta nada? —me dijo mientras se arreglaba.

—¿No prefieres que sea mutuo el deseo?

—Pues sí, pero tú te estabas negando.

—Olvídalo. No tienes la capacidad de comprender a una mujer. Me preocupo por mi mamá porque salió de un problema así con mi papá y ahora pasará por lo mismo contigo.

—La diferencia es que conmigo va a tener todo lo que ella quiere y sobre todo en el aspecto sexual. Tú mamá es una golosa de primera. Por cierto, te anticipo la noticia: Una vez que tu mamá termine los trámites de divorcio con tu papá yo seré tu padrastro y como obsequio quiero una hijastra cariñosa y complaciente. ¿Es mucho pedir?

Permanecí en silencio porque esa nueva información apenas cabía en mi cabeza por todo lo que estaba ya procesando. Ignacio se despidió de mí dándome un beso imprevisto en la boca y se retiró. De inmediato, me metí a bañar, tardándome más de una hora para desahogarme y ordenar mis ideas. «Todo está bien, Lorena. Debes dejar de pensar en todo lo que aconteció en estos últimos meses y salir adelante. Aprovecha que en este momento no hay nadie en esta casa para salir y buscar un nuevo trabajo», me decía a mí misma para animarme y tan pronto me vi decidida fui a la recámara donde dormían Ignacio y mi mamá, encontré ropa de mi mamá a mi medida en su closet y salí de esa casa.

Tan desorientada estaba, que a pesar de que ya conocía la casa de Ignacio anteriormente, pensé que me encontraba en San Juan del Río todavía y no asimilé que ya había vuelto a Tequisquiapan, con razón se me hacían conocidas las calles y los lugares que recorría. Nada mal para haber salido sin nada de dinero ni un teléfono celular, ya que todas mis pertenencias se habían quedado en la casa del señor Romanin.

Sentimentalmente, era lindo tener esa sensación de libertad. Si bien consideraba que al vivir con Ignacio era susceptible de esclavitud sexual nuevamente, no tenía impedimento de hacer lo que yo quisiera fuera de ello. Además, sentía libertad en el aspecto de mis emociones, es decir, sentí haberme liberado mentalmente y tan rápido de lo que recién había vivido, o al menos eso creía.

Eran las dos de la tarde y yo ya había tenido varias entrevistas laborales en distintos negocios y empresas, pero en ninguna hubo una contratación inmediata. No tener teléfono me complicaba la existencia, ya que tenía que acudir a cada uno de esos sitios en posteriores días para saber si estaba contratada o no.

Hallé una banca en mi camino y decidí descansar ahí, mirar el cielo, respirar profundamente y relajarme mentalmente. Transcurrieron unos cuantos minutos y escuché una voz un poco lejos de mí.

—¿Lorena?

—¿Adrián? —dije sorprendida.

—¿Te encuentras bien?

—¡Sí! Estoy bien, gracias.

De pronto, todo lo que supuestamente había olvidado regresó a mi mente, como si retrocediera la cinta de la película de mi vida hasta el momento en que conocí a Adrián y tuve sexo con él, pero no logré conectar lo que sucedió después de coger y cuando desperté al día siguiente.

—¿Qué ocurrió esa noche después de eso?

—¿Te refieres a cuando cogimos en cada del señor Romanin?

—Pues sí.

—Te quedaste dormida y yo me fui.

—¿Qué clase de medicamento me diste esa noche?

—Pues un analgésico. Parece que el efecto fue muy rápido y seguramente, con lo cansada que estabas, dormiste de inmediato.

—¿Y qué hiciste tú después?

—Te dejé ahí dormida, tomé mis cosas y me fui.

—Y también tomaste cosas que no eran tuyas, ¿cierto? —dije como acusándolo.

—¿De qué hablas?

—Dime la verdad. ¿Tú hurtaste los objetos de valor de la casa del señor Romanin?

—¿Tengo cara de ladrón acaso?

—No sé. Si una vida no es suficiente para conocer bien a una persona, mucho menos un día —dije como si parafraseara lo escrito en un libro.

—Pues tienes un mal concepto de mí.

—¿Entonces quién se robó las pertenencias de esa casa?

—¿Yo qué voy a saber? —preguntó comenzando a alterarse y luego de una pausa, prosiguió—. ¿Eso tiene que ver con el homicidio del señor Romanin?

—Bien que estás informado de eso pero no del robo y de que me metieron presa. Hasta en el periódico salió que detuvieron a la sirvienta de la casa, o sea, yo.

—En serio que no me enteré de eso. Ahora me explico por qué no contestabas tu teléfono. Pero, ¿te encuentras bien? Por eso te lo pregunté al principio, porque me enteré de la muerte del señor Romanin, pero no supe lo que te pasó a ti.

—Obviamente no estoy bien —contesté demostrando angustia y volví a sentarme, llevando mis manos al rostro—. Solo no puedo superar todo lo que pasó, pero lo bueno es que ya pasó.

—Entiendo que sientas esa necesidad de encontrar al responsable de lo que atravesaste. Créeme que ahora lamento no haberme quedado a dormir contigo esa noche, pude haber evitado eso.

—No. Perdóname si intenté culparte.

—No pasa nada. Solo quiero que estés bien.

—Gracias. Por cierto, ¿qué haces aquí? —cuestioné sin poder dejar a un lado mi suspicacia.

—Ya me conoces. Bueno, un poco. Vine a echar polvo con una chica que conocí por redes sociales.

—Vaya. Lo bueno de ser un galán.

—Así es —respondió soberbiamente—. ¿Y tú?

—Pues es una larga historia. Bueno, luego de ser detenida y recluida, alguien pagó mi fianza. No sé quién haya sido. Salí del ministerio público y vagué hasta que me recogió mi mamá, gracias a que alguien le comunicó que me encontró, de igual forma no supe de quién se trataba. Y mi mamá me trajo de vuelta aquí a Tequisquiapan donde nací y he vivido siempre. Todo fue extraño después de que tú y yo cogimos, deberías advertirle eso a la muchacha con la que te revolcarás hoy.

—Perdón, no pude evitar reírme —dijo luego de explotar a carcajadas.

—Tranquilo, yo también necesitaba reírme —contesté riéndome con él.

—Bueno, pero seguramente estarás agradecida con quien haya pagado tu fianza y con todos los que te hicieron bien.

—Si tan solo supiera quien fue, tal vez sí. Pero a la vez no quiero saberlo, no sea que quiera sacar provecho de ello.

—¿Por qué lo dices?

—Porque ahorita estoy viviendo en casa del amante de mi mamá y me quiere cobrar el hospedaje y otros favores que me hizo con sexo. De hecho, hoy me forzó.

—Lamento que eso haya sucedido y gracias por tenerme la confianza. Perdona que hable a la carrera, pero se me hace tarde. Deseo de todo corazón que te vaya muy bien y no sufras más desgracias.

Adrián sacó una libreta de su mariconera, escribió su número de teléfono en una hoja y me la dio, ofreciéndose para lo que me plazca y cuando me plazca. Le agradecí, le deseé una noche divertida y cada quién tomó su rumbo.

Volví a la casa antes de que anocheciera y encontré a mi mamá sola. Por fin, ambas con la privacidad que requeríamos, platicamos de absolutamente todo lo que nos aconteció durante ese tiempo sin vernos, lloramos, reímos y sobre todo, nos aconsejamos. Lo único que le oculté fue que había tenido relaciones con Ignacio.

—Mamá, ya no seas exageradamente sumisa. Ve lo que te pasó con mi papá, vas a repetir el mismo patrón con Ignacio.

—Es que esa es mi naturaleza, hija.

—Pero dejas que te traten como a un objeto. Y de alguna forma lo aprendí de ti, tanto que ya sabes lo que me pasó con mi tío y con el señor Romanin.

—Discúlpame, hija. Siempre te aconsejé, pero nunca fui congruente con mis actos.

—Descuida, mamá. Ya verás que no me dejaré de ningún hombre, pero me preocupas tú. ¿Hasta cuándo serás así?

—Haré todo lo posible por mejorar en ese aspecto, te lo prometo. Más adelante verás que mi relación con Ignacio progresará aún más y yo maduraré en todo lo que me haga falta.

En eso, Ignacio interrumpió nuestra conversación al llegar a la casa y omitió el saludo.

—¿Y la comida?

—Ya está hecha —contestó mi mamá—, enseguida te la caliento.

—Sí porque ya tengo mucha hambre.

«Pobre de mi mamá, ¿cómo llegó a fijarse en un sujeto tan maleducado? Al menos mi papá tenía buenos modales» pensaba convencida de que mi mamá terminaría peor con esta relación.

Luego de comer, fui a mi recámara y, para sorpresa mía, había una caja sobre mi cama con una nota encima que decía "Ábrela. Esto es tuyo, Lorena". Fui cuidadosa de que no entrara nadie a mi habitación y procedí a abrir la caja.

—¿¡Qué chingados!? —reaccioné asombrada de ver al interior de la caja mi teléfono celular, un cargador y un fajo de billetes que me puse a contar y eran quince mil pesos en total.

«Mi celular solo podía recuperarse de la casa del señor Romanin... Y quien lo haya hecho pasó sobre su cadáver... ¿Será la misma persona que pagó mi fianza? ¿Será también la misma persona que llamó a mi mamá para darle razón de mi paradero? ¿Querrá algo de mí con tanto favor que me hace?» voló mi mente con tanto pensamiento aterrador, pero mejor decidí no encender mi teléfono, esconder la caja con todo lo que tenía adentro y dormir.

No obstante, Ignacio apareció para interrumpir mi sueño por segunda madrugada consecutiva.

—¿Ahora sí estás de buen humor para coger? —preguntó de manera odiosa.

—¿Que tú no duermes?

—No respondiste mi pregunta.

—Pues es obvio que estoy cansada. Además, mi mamá nos va a escuchar.

—La sedé.

—¿¡Qué te sucede, cabrón!? —grité enojada y quise ir a ver a mi mamá, pero Ignacio cerró la puerta y me impidió el paso.

—No le pasará nada malo a tu mamá. Le di la dosis correcta, no recurrí a darle dosis de más, así que todo está perfecto para que nos pongamos a cuentas durante toda esta madrugada.

Es desgastante redactar todo lo que pasó esa noche. En resumen, volví a negarme, pero volví a ser forzada por Ignacio y tuve que aflojar, a pesar de sufrirlo más que disfrutarlo. Hay a quienes le parece excitante leer un relato de violación, aunque esto no fue una violación como tal porque finalmente di mi consentimiento, pero mejor hubiera sido que no hubiera pasado nada de eso.

En pocos palabras, Ignacio me cogió a su gusto pero sin tanta voluntad de mi parte, fui bañada con su leche en gran cantidad y al final, se quedó acostado conmigo.

Al amanecer, me despertó el ruido que hizo Ignacio por quejarse de que era tarde para ir a trabajar y se apresuró. Yo estaba cansada e intentaba continuar durmiendo, pero me volvió a despertar Ignacio con sus gritos a mi mamá: "¡Pero mira qué huevona! ¿¡Por qué sigues dormida!? ¡Me iré al trabajo sin desayunar por tu culpa!". Ese trato que le daba a mi mamá me daba rabia, lo sentía muy injusto y pensaba seriamente en que mi mamá ya no podía seguir sufriendo más eso.

Pocos minutos después, se escuchó la puerta principal azotarse y entendí que Ignacio salió hacia su trabajo... Pero llegó la noche, el día siguiente y otro día e Ignacio no volvía a la casa.

Entre esos días, firmé contrato como asistente en un despacho jurídico y tuve mi primer día laboral ahí. Regresé a casa y mi mamá estaba bastante preocupada y no sabía qué hacer, pero le recomendé que se tranquilizara y le prometí acompañarla al día siguiente a reportar la desaparición de Ignacio al ministerio público.

Al día siguiente, desperté y puse mis pies en tierra, pero me asusté al ver en el suelo una hoja de papel con un mensaje escrito con el mismo tipo de letra que aquella nota de la caja. «¿Alguien habrá entrado a la casa durante la noche? ¿O la habrán introducido por la orilla de la ventana?» pensé sintiendo escalofríos en todo mi cuerpo y procedí a leer el texto de la nota, la cual decía: "Ya pueden reportar la desaparición de Ignacio. La policía nunca lo va a encontrar".

Me llevé la mano a la cara y los ojos se me inundaron en lágrimas. De repente, sentí como si hubiese alguien conmigo en la recámara, dentro del closet para ser precisa. Di pasos lentos hacia la puerta de la habitación sin perder de vista el closet y quise abrir la puerta, pero estaba dañada la cerradura.

De pronto, una mano tapó mi boca. Luché por zafarme, pero la fuerza del sujeto era mucha y me sometió contra la pared contraria a la puerta. El muy aprovechado se me arrimó completamente y frotaba su pelvis con mi trasero, como si me quisiera penetrar.

—Tranquila —me susurró—, soy el que pagó tu fianza, el que le informó a tu mamá sobre tu localización, el que ha estado espiándote, el responsable de los mensajes y el que eliminó del mundo a Ignacio.

Su voz no se me hacía conocida, pero eso era lo que menos me importaba. Estaba aterrada por el tipo de persona que era y por tener que pasar otra vez, seguramente, por ser forzada a tener sexo.

De repente, el tipo me soltó. Giré para mirarlo, pero lo vi cayendo de espaldas al suelo, como muerto. Su caída me permitió observar frente a mí la silueta de otra persona, que identifiqué totalmente.

—¿¡Adrián!? —exclamé.

(9,63)