Nuevos relatos publicados: 26

Balseros (VIII): Hormonas traicioneras

  • 15
  • 7.910
  • 9,60 (5 Val.)
  • 0

Me desperté sobresaltado y con frio.  Pero no abrí los ojos aun, tenía sed, comencé a balbucear bajito Jaime ¿qué hora es? Jaime, Jaime… Por fin abrí los ojos desorientado, ¡oh! Estoy en Miami. No podía creer que ya hacía casi un año que me había escapado de Cuba en aquella lancha. Eso suele suceder a menudo cuando dejas todo lo que tienes y te lanzas a la aventura. La mía era mucho más audaz, me exponía a un nuevo país, una nueva cultura, y hasta a una nueva vida sexual.

Luego de notar una erección propia de mis casi 24 años a la hora de levantarse, salí corriendo al baño para vaciar mi vejiga que ya me dolía de tanto aguantar toda la noche. Busqué a Yovany por todo el reducido apartamento, lo encontré vacío; éste no vino a dormir anoche me dije sin menor importancia. El reloj de la sala daba las 6.18 am. Así, sin ropa interior, me puse mi pantalón deportivo y una camiseta que tomé sin mirar en una gaveta, lucia gastada y vieja, pero no le di importancia. Tampoco le di importancia a que; por muy ancho que fuera el pantalón, se me marcaba algo, ahí donde todos siempre miran con disimulo para ver lo que tienes.

Entonces, salí a correr por el barrio que estaba desierto, era sábado, todo estaba muy tranquilo y oscuro, las lámparas de la calle aún no se apagaban. Cuando trotaba, mi pinga me iba de un lado a otro y me rozaba con la tela, primero lo encontré delicioso porque en verdad no creo recordar nunca esa sensación y luego embarazoso cuando después de unas cuadras de trote, comencé a darme cuenta de que el roce de la tela en mi glande había provocado que mi pantalón luciera como carpa de circo en medio de la calle. Me avergoncé tanto que me fui a sentar y vine a hacerlo precisamente en la esquina de aquella panadería que nos deleitaba con su aroma todas las mañanas y que, hasta ahora, yo no entendía por qué no vendía su pan al público como otras. Esto no es normal, balbuceé, pero luego le eché la culpa a los tantos días de trabajo y poco placer sexual.

En ese mismo instante sentí olor a cigarro, al mismo tiempo que se abría una de las puertas y sin tiempo a reaccionar tenía casi delante de mí a un tipo alto y fornido con cara de malo de película y un cigarro de medio lado en la boca. ¿Qué haces aquí? casi me gritó; para preguntar luego: ¿Que escondes entre las manos? Yo todavía sentado sin me, al oír el ruido de la puerta, me había tapado mis partes íntimas. En realidad sí escondía algo y era mi erección que no podía controlar en ese momento. Lo miré fijamente como con furia, por la pena que me estaba haciendo pasar y sentí una sensación caliente en la cara entonces supe que me había puesto rojo. El hombre sin quitarse el cigarro de la boca me miró nuevamente y comenzó a reír, había avanzado unos pasos más y estaba justo en frente de mí.

Yo, que desde hacía algún tiempo, había aprendido a apreciar un buen cuerpo y unos buenos músculos; lo inspeccioné de abajo hacia arriba. Sus piernas, no las pude ver pues las cubría un ancho pantalón blanco aunque las tenía entreabiertas, brazos fornidos y extremadamente venosos, tatuaje estilo presidio en el antebrazo derecho, manos grandes y toscas y un bulto medio pronunciado en su portañuela, su pecho, se parecía al de un torete, abultado y musculoso cubierto por una delicada camiseta blanca, al parecer gastada como la mía en el cual se podía notar abundante y esparcido vello, con unas mangas que cubrían apenas lo que cabía de sus monstruosos bíceps en ellas. Su rostro mostraba facciones árabes con rudeza masculina propias de esa raza y una protuberante y hermosa nariz aguileña, y su piel era bien blanca, aunque hablaba español a lo cubano. Me tendió la mano para ayudarme a incorporarme y yo negué con la cabeza, bajando la misma con pena, tampoco me quité las manos de mi bulto, que se mantenía enérgico luego de ver aquel animal que tenía delante de mí.

Soltó una carcajada y me dijo: perdóname es que, así entre luces con esa barba a medio salir y tu camiseta gastada te confundí con uno de los drogadictos que de vez en cuando pernoctan por la zona, para luego agregar, tu no estás tan flacuchento ni demacrado como ellos, se te nota por el cuerpo, estas limpio y tu color es normal… por "lo otro" no te preocupes, las hormonas a tu edad son bien traicioneras. Sonreí más calmado y no pude evitar decirle: ¿Cuerpo? cuerpo el tuyo, tienes un pecho que parece el de un toro. Me ofreció una vez más su mano para poder incorporarme mientras se presentaba. Me llamo Ali, y mis amigos en la prisión me decían así mismo "El toro" dijo con una voz muy masculina y sensual y soy mitad cubano mitad árabe, pero mi familia es española, agregó.

Yo agarré su enorme mano y por fin me puse de pie.

-Yo creo que estos españoles se han mezclado hasta con Marcianas ¿cómo te llamas?

-Me llamo Javier mucho gusto.

Entonces fue cuando sin el más mínimo pudor puso cara de asombro y dijo: eso no se te va a bajar por un buen rato, al no ser que te hagas una buena paja, así que mejor entra porque la gente te puede ver por la calle, dicho eso, botó lo que quedaba de su cigarro y me abrió la puerta cortésmente.

Me pasó a un amplio salón completamente inutilizado para luego llevarme a uno más pequeño con aire acondicionado y un baño visible.

Haz lo que tú quieras, yo no estoy en nada, el baño está ahí a la derecha y no te preocupes que yo a tu edad me hacia 3 pajas diarias y ahora que tengo 42 no puedo dormir si no me hago una. Se arregló su bulto sin pudor alguno como antes y agregó: desde que estuve preso en cuba con todos aquellos delincuentes, no veía una pinga tan parada como esa. ¡Ahí sí que se veía todo tipo de cosas! El morbo era extremo, los continuos comentarios sexuales de Ali y el contraste con aquella voz ronca y masculina hacían que mi pinga si tocármela apenas, ya me tuviera todo el pantalón mojado.

Me quede estático sin saber que hacer. Estamos solos, me dijo; puedes hacer lo que te plazca. Yo no te voy a molestar, tampoco a juzgar. Mi mente voló rápido y en lo único que pude pensar fue en que mi poca experiencia con hombres, ¿y hora que hago? fuera de Rogelio nunca había estado con ningún extraño. Mi ingenuidad de novato no me dejaba entender si lo que este atrevido ex - presidiario me brindaba era confianza de hombre o quería pasar un rato conmigo. Yo había oído historias de violaciones en la prisión y me aterrorizaba la idea de ser violado a mis 23 años. Aunque bien podía imaginarme a ese animal que tenía ante mis ojos, encima de mí, haciéndome el amor con permiso previo. Entonces, la erección que ya estaba bajando, volvió a aumentar por culpa de mis morbosos pensamientos. Oí una vez más que me decía con voz firme y segura: No tengas miedo que aquí no va a pasar nada que tu no quieras para luego repetirme: te dije que yo no estoy en nada, y se paró en frente de mí. En realidad no sé qué quiso decirme con eso, pero con la calentura que yo tenía en ese momento, eso me sonó como a... llénate de valor y acaba de mostrarme todo lo que llevas.

Me quité la camiseta, el pantalón y hasta los zapatos y le deje ver al fin todo mi cuerpo ante su asombrado rostro, y comencé a jugar con mis tetillas mojándome la punta de mis dedos con mi propio lubricante que chorreaba desmesuradamente, mientras me apretaba la pinga con la otra y de vez en cuando me jugaba con mis bolas. Eso tiene que haberlo excitado, porque se quitó su camisa rápidamente y se aflojó el cinto para agregar en tono de burla: ¡vaya! si el niño me va a dar un show privado y todo. Sonrió y dejo caer sus pantalones, sin dejar de mirar como yo me acariciaba todo mi cuerpo después del incentivo que él me había dado; quedó completamente desnudo como yo, para luego advertirme: por favor no te vayas a venir ahora; a lo que yo respondí si se me sale, no importa, aquí hay más y señalé mis bolas que parecían de juguete comparadas con las de él. Su pinga, con la excitación y el morbo que reinaba en el ambiente, creció desmesuradamente como de 9 o 10 pulgadas. Me rodeó con sus musculosos brazos y me perdí entre ellos, su pecho me quedo justo en la cara y su pinga en mi ombligo. Me apretó con fuerza y me comenzó a acariciar las nalgas con gestos toscos pero placenteros luego me acarició la espalda y la nuca y sin separarse de mi cuerpo rozaba el suyo y jugueteaba con mi cabello, yo en cambio pasaba mi lengua por su velludo pecho y sentía aquel aroma tan delicioso de hombre maduro y fornido, lamia sus tetillas y hacia con mi boca todo lo que me permitía mi inmóvil posición, cada movimiento que hacía, cada caricia que me daba me excitaba aún más, pasaba su lengua por mis orejas, mi cuello y mis bíceps que yo contraje toda intención para hacerlos notar, me subió los brazos, y los aguanto con fuerza con una de sus manos, lamió mis pectorales y mis tríceps para luego lamer también mis axilas por un buen rato, y chupar mis tetillas, por último se arrodilló y me dijo: ya sé que estas a punto de venirte y se tragó mi pinga hasta sentir su garganta, la chupó par de veces y saboreo todo el néctar que provenía de ella luego paso la punta de su lengua por aquel lugar que ni yo creo recordar haber descubierto nunca en mi glande y que me hizo retorcerme de placer y perder el control de mis acciones, hasta que casi en un susurro le dije: me voy a venir. Entonces se separó rápidamente de mi para poder observar como mi leche salía en potentes chorros y alcanzaba a salpicarle su hermoso pecho. Quedé inmóvil, sin palabras mientras mi pinga todavía se veía roja y mojada. Me arrodillé para limpiar su pecho con mi boca, a lo que el ripostó con voz autoritaria: no es necesario, e hizo un ademan de ayuda para que yo me pudiera levantar del suelo donde yacíamos los dos. Tomó sus pantalones, se los puso y salió disparado a un lavamanos cercano, regresó secándose con una toalla y me dijo muy serio: vístete que en unos minutos llega el ayudante; secó las gotas de leche que habían caído en el suelo con la misma toalla, me extendió mi ropa y me dijo vete al baño y no salgas hasta que yo no te vaya a buscar. Ya allí como que no tenía ropa, pues decidí lavarme la cara y todo lo que me encontré sucio. Luego de unos minutos sentí pasos y corrí a esconderme y cuál no sería mi sorpresa cuando oí dos voces en vez de una en una acalorada discusión.

La voz más joven decía: a mí no me gusta, yo lo he hecho nada más que para probar. La otra voz era la de Ali que le reprochaba: Si, pero bien que te gustó cuando te metí el dedo, además a mí no me vengas con ese cuento, que yo tengo tremenda calle y ¡tú tienes el culo o roto desde hace rato! Me entró ganas de reírme, pero me controlé para que aquel flaco de ojos color miel claro y piel bastante blanca, no me descubriera; era, al parecer era el ayudante y mostraba tremenda cara de angustia, tenía facciones europeas en la cara y un cabello negro como azabache que coronaba sus sienes. Bueno ¿y a que viene ese deseo de cogerme el culo o ahora? “jefecito” ripostaba el muchacho que tendría mi edad y en verdad, comparado conmigo de" culo" no tenía nada, aunque tampoco era chato. ¡No me digas jefecito que tú sabes que me molesta! Gritó mi improvisado amigo. Además, desde que empezaste el jueguito todos los sábados, siempre he tenido deseos de cogerte ese culo o rico, agregó en tono morboso y se le abalanzó encima, le aflojó el cinto y le masajeó sus nalgas que se perdían en aquellas toscas manos; en realidad mis ojos no podían creer lo que estaba mirando, al mismo tiempo que mi pinga volvía a formar la carpa de circo nuevamente en mi pantalón.

El "jefecito" inmovilizaba a su ayudante contra el lavamanos y le pasaba la lengua por su cuello y las orejas, le agarraba las manos con fuerza y restregaba su cuerpo en la espalda del contrario; Suéltame le oí decir al flaco, tú me gustas, pero tu pinga es muy grande, eso duele mucho. Hubo una pausa, y entonces Ali, con una sonrisa pícara le dijo: eres un cobarde y siguió: ¿si fuera mas chiquita como de 7 pulgadas me complacerías? A lo mejor…, dijo el otro titubeando un poco, entonces fue cuando sin esperarlo oí mi nombre ¡Javier! gritó Ali: Sal ahora mismo de donde estés; que te voy a presentar a mi ayudante Iván.

¡Esto es una trampa! gritó el sorprendido muchacho aunque le brillaron los ojos al ver como yo salía de mi improvisado escondite con el torso descubierto y masajeándome mi bulto. Reparó en mi cuerpo y dijo: Parece que te gustan lo culitos tiernos nada más. Sonreí por gracioso insulto y me le acerqué para que contemplara lo que este "culito tierno" tenía entre las piernas mientras yo agregaba: Y las pingas tiernas también, ¿verdad Ali? A lo que mi "Taurino" amigo respondía: Si que la tienes tierna y jugosa jaja, para luego dirigirse a Iván y decirle: Mama flaquito que hoy vas a coger pinga por ese culo como nunca has cogido en tu vida, mientras le bajaba los pantalones dejando al descubierto unas pequeñísimas y discretas nalgas. Luego sacó una caja de condones y un tubo de algo que parecía algún tipo de lubricante. Masajeó un rato el culo de su subordinado con aquel aceite y le dio una nalgada mientras le decía: Tu ibas a ser mío hoy de todas maneras. Luego se posicionó a mi lado, completamente desnudo, mostrando orgulloso su hermosa herramienta, su pinga era blanca como todo su cuerpo y tenía inimaginables venas que parecían estallar mientras miraba la fenomenal mamada que yo recibía. Entonces el flaco ni corto ni perezoso dejó mi pinga a un lado para poder saborear el monstruo de carne que aparecía ante su vista.

El "toro” que más bien parecía un "caballo “me extendió su mano con un condón a lo que hacía un gesto con la cabeza de que comenzara mi faena de abrir el hueco. Luego de varios masajes prostáticos con mis dedos, mi lengua y todo lo que encontré en mi cuerpo, sentí el gemir de Iván, como pidiendo un ensarte, me coloqué por fin el condón y comencé a empujar sin encontrar ninguna resistencia en mi camino. Mientras mi amigo en el otro extremo metía toda su gigantesca pinga hasta la garganta de su contrario, que parecía disfrutar de lo lindo, porque no dejaba de moverse ni un minuto.

Mis embestidas aumentaban junto con el éxtasis y la lujuria de la ocasión al mismo tiempo que yo ofrecía mi lengua aquel hermoso torete que me besaba con aliento nicotínico. Todo aquello era divino, el verme en un perfecto trio y disfrutando un buen culo que no paraba de moverse ahora en círculos me hizo casi venirme ocasión que aprovechó Ali para cambiar posiciones y poder besarme aún más y jugar con mis tetillas, mi abdomen y mi pinga que no hacía más que saltar como si tuviera un resorte, al mismo tiempo que ponía a Iván como perrito y lo acomodaba para la estocada final. Me acerqué bien para no perderme ningún detalle y ya de paso, aproveché para mojar bien con mi boca, aquel exagerado miembro que no cesaba de producir suficiente lubricante como para otros dos huecos. De vez en cuando hacia lo mismo con aquel abierto ojete delante de mí; oyendo como su dueño seguía gimiendo de placer. Por fin entre gemidos y protestas aquella cosa monstruosa entró, y yo sin tener mucho que hacer, me dediqué entonces a chupar el instrumento del flaco que era como de 7 pulgadas, pero más delgada que la mía. Luego de un rato me incorporé para estirar un poco las piernas mientras Ali me ofrecía su espalda y sus nalgas para que acariciara y besara con placer y lujuria. Minutos después se vino encima del flaco que se contorsionaba y erupcionaba su volcán en la gigantesca mano de su amante. Por último, me miraron simultáneamente y corrieron al encuentro de mi leche que salía como si fuese mi primera vez en el día.

Luego de lavamos como pudimos, salimos entre risas y bromas al portal del recinto donde me enteré tragándome el humo de sus cigarros que la madre de Iván era rusa y que había crecido en Cuba porque su padre era cubano, y que él y su jefe se reunían todos los sábados porque siempre quedaba algo de trabajo pendiente, me explicaron que la panadería era comercial por eso no tenía tienda.

-Toro, creo que están perdiendo clientes, con este olor tan sabroso cualquiera vendría a comprar el producto por una ventanilla, o un saloncito. Espacio sin usar hay de sobra.

-Es verdad Javier, no había pensado mucho en eso y esta zona está cambiando. Lo voy a tomar en cuenta.

Estrecharon sus manos como verdaderos caballeros y me dieron varias golosinas para que las probara. No sin antes invitarme el siguiente sábado a jugar nuevamente al panadero y sus ayudantes. Acepté cortésmente siempre pensando en no volver jamás, por miedo a que me tocara a mí la siguiente vez empujarme aquel gigantesco instrumento.

En la próxima historia Javier se ve en problemas con las autoridades locales. Entérate aquí.

Sigue mis historias.

Gracias por leerme y no olvides valorar o comentar.

Siempre tuyo ThWarlock

(9,60)